━XXXIII. A sangre fría

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CAPÍTULO TREINTA Y TRES
A SANGRE FRÍA.
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DIOS, REALMENTE ESPERABA NO ARREPENTIRSE DE ESO. Era correr y ver a todos, incluida ella misma, morir, o dar un oscuro acto de fe y entregarse al diablo. La decisión no fue fácil, pero de cualquier manera, se obligó a dejar de correr y plantó los pies en el suelo. Sus hombros temblaron repentinamente mientras sus pulmones se llenaban de aire fresco.

Bajó su cabeza hasta que sus rasgos se alinearon con el cielo sombrío. La puntada de su costado había comenzado a expandirse y podía sentir el dolor viajando por sus venas y subiendo por su cráneo. La presión se acumuló a su alrededor, haciendo que la estructura de su cabeza pesara como ladrillos. Sus labios se separaron y una simple exhalación inquietante escapó de ellos.

Y cerró sus ojos. Su conciencia se desvaneció. Sus propios sentimientos fueron bloqueados de poco a poco.

Detrás de su caja torácica, su corazón palpitante bajó su marcha y su cuerpo se sentía como si lo hubieran puesto en un congelador. Ya no se sentía sofocado por correr por vida, sentía lo contrario. Frío. La hierba que la rodeaba comenzó a crujir y marchitarse.

Otro gruñido feroz se escuchó por encima de su hombro y sus ojos se abrieron de golpe. Pero esta vez, no eran azules no rojos, eran negros. Total y completamente negros. Giró su cuerpo alrededor con indiferencia. Dio un paso tembloroso hacia adelante, después otro y otro. No parpadeó ni una sola vez. Las grietas de sus palmas se tornaron de color gris, como si hubieran derramado tinta sobre ellas, esparciéndose ferozmente como columnas de humo.

Su lengua se apretó contra su paladar. Ya no sentía ni una pizca de miedo, ni lo demostraba. En realidad, no mostraba ninguna emoción en lo absoluto. Parecía... y se sentía vacía. El Penitente continuó moviéndose hacia ella, aunque estaba disminuyendo la velocidad.

Corre, sus labios balbucearon hacia él mientras aceleraba el paso. Se animó aún más cuando la criatura retrocedió y entonces, los roles se invirtieron. Corrió de forma ágil y con tanta facilidad, que el aire apenas rozó su cabello. Sentía como si sus pulmones estuvieran recibiendo una cantidad infinita de aire, haciendo que correr fuera diez veces más fácil. El Penitente gimió y chilló mientras agitaba las patas, dando pasos agigantados.

Un vapor negro y venenoso nublaba cada vez más los alrededores de Lorelei, como dos serpientes uniéndose y enroscándose alrededor de las patas de la criatura, deteniéndolo en seco. Gritó, luchando con fuerza par escapar. Otra hilera de humo rodeó el cuello del Penitente, asfixiándolo con fuerza. Lorelei inhaló y exhaló profundamente, permaneciendo inmóvil mientras observaba a la criatura retorcerse en agonía, como una babosa humeando en sal.

Farfulló y se atragantó, votando una sustancia pegajosa sobre la hierba. Un músculo se contrajo en la mandíbula de la chica, subconscientemente apretando la ira alrededor del monstruo frente a ella. Y en unos segundos, el Penitente dio un último chillido antes de que todo su cuerpo cayera al suelo, muerto.

El humo comenzó a evaporarse lentamente, aunque los ojos de Lori permanecieron anormales. Ella examinó su entorno, olfateando de forma ruidosa mientras caminaba. Sus zancadas eran el doble de largas y fuertes. Habían chicos llorando; el estrépito de los edificios cayendo era ruidoso.

Caminando hacia otro Penitente, Lorelei pasó su pie por debajo de la punta de su pata de metal, captando su atención. El humo negro regresó, clavando a la criatura al suelo mientras sus manos se envolvían alrededor del pegajoso cuello. Una exhalación de aire salió de sus labios entreabiertos, cada hueso de su cuerpo tembló y una lágrima de color ébano bajó por su mejilla.

Un tsunami de adrenalina inundó su torrente sanguíneo y sintió la baba de la piel del Penitente aplastarse contra sus dedos hasta que dejó de respirar por completo. Un chillido sutil pero ensordecedor sonó contra sus tímpanos y la parte superior de su cráneo comenzó a latir, causándole dolor. Poniéndose en posición y tragando el nudo que crecía en su garganta, la rubia se alejó del cadáver inhumano y observó sus manos; estaba cubierta de una sustancia viscosa de color negro. La ansiedad la golpeó.

Frunció el ceño, por dentro, estaba luchando con Lore para recuperar el control de su cuerpo. Sus pies se sentían pesados, como si estuvieran hechos de acero, pegados al suelo y siendo incapaz de moverlos. Esas criaturas estaban atacando su claro, asesinando a su gente, pero una parte de ella se sentía completamente mal por lo que acababa de hacer.

—Déjame ir ahora.—gimió, impotente.—Por favor...

—¿Acaso no lo ves, Lorelei?—Lore la confrontó con calma.—Podemos hacer cualquier cosa juntas.

—¡Lo que sea! Solo... déjame ir...—su frase se vio interrumpida cuando algo se estrelló contra su figura, enviándola al suelo. Un vidrio roto que estaba en la hierba cortó su mejilla, lo que la hizo gruñir y apretar los dientes. Ni siquiera se dio cuenta de que se había estado mordiendo el labio inferior; solo lo notó cuando el sabor metálico de la sangre tocó lengua. Podía sentir la sangre pegajosa y caliente bajando de su mejilla y manchando su ropa.

—¡Lo que tú quieras!—Lore cantó, desapareciendo de su cabeza y devolviendo sus ojos azules. Su visión era borrosa, pero casi podía distinguir la figura de un Penitente encima de ella. Un grito ensordecedor salió de su boca, quemando su garganta mientras le pegaba al monstruo con sus piernas y brazos.

Perra.

—¡Ayuda!—Lorelei chilló a todo pulmón, haciendo una mueca de dolor al ver los afilados dientes que intentaban romper su carne y sus huesos. El sonido del metal rechinando atravesó sus gritos. Se obligó a cerrar los ojos, esperando el final de su existencia en ese mismo momento.

Pero no llegó.

En cambio, todo se quedó en silencio de nuevo. Lorelei miró con escepticismo a través de sus ojos entrecerrados, para ver una pica de madera afilada atravesada en la cabeza del Penitente. Su cuerpo sin vida cayó sobre ella, cubriendo toda su ropa con su baba. Después de eso, todo sucedió en cámara lenta. Pudo escuchar varias respiraciones y que el Penitente era rodado y pateado fuera de su cuerpo. Un par de manos se ganaron bajo sus brazos y la levantaron. Su cabeza giró en todas direcciones hasta que se encontró con unos familiares ojos cafés. Justo en ese momento, todo el peso se quitó de sus hombros. Sus brazos tiritones rodearon al chico y se aferraron a él con tanta fuerza que, probablemente, lo estaba sofocando.

—¡Estoy aquí!—Newt exclamó, de manera tranquilizadora, envolviendo sus brazos alrededor de ella. Podía sentirla temblar contra él, y, gracias a Dios que estaba vida. Minho, Sartén, Leo y Thomas los rodearon, habiendo presenciado y ayudado en el incidente.

—Se suponía que debías correr.—Lorelei le gruñó a Leo, quién le sonrió de forma tímida.

—No podía simplemente dejarte atrás, ¿o si?

—Y gracias a Dios que no lo hizo.—agregó Sartén, empuñando su propia pica.—No estarías respirando en este momento.

—Por un segundo, solo un segundo, pensé que te iba a perder.—el segundo al mando dijo con una expresión de miedo en su rostro.—Cuando las puertas no se cerraron y no estabas conmigo...

—Lo sé.—la chica lo interrumpió, pasando la lengua por sus labios manchados con sangre.—Sentí lo mismo.

Newt tomó su rostro entre sus manos. Su pulgar rozó cautelosamente la herida de su mejilla; moratones comenzaban a verse en su rostro. Verla así hacía que su corazón doliera de una manera que no podía explicar. Las bolsas oscuras debajo de sus ojos le decían lo debilitaba que estaba.

—Tenemos que llegar al Salón del Consejo.—los alertó Thomas, mientras escaneaba a su alrededor en busca de los depredadores.—Vamos, vamos.

Agarrando la mano de Lorelei, Newt tiró de ella hacia el grupo y todos comenzaron a correr en la misma dirección.—¡Deprisa, vamos!—Chuck gritó, estaba en la puerta de la cabaña con una antorcha en la mano, mientras les hacía señas para que entraran. Thomas fue el que cerró la puerta detrás de ellos y la trabó. Todos se encogieron en una esquina, tratando de mantener la boca cerrada. A su alrededor, todo estaba oscuro y sofocante gracias a todos los cuerpos acoplados que desprendían calor. Un penitente afuera de la cabaña chilló y caminó alrededor del perímetro sospechosamente.

La piel de Lorelei estaba cubierta de sangre, suciedad y sudor. Sentía que su corazón estaba a punto de implosionar, por lo que no se atrevió a mover un solo músculo. Sus dedos sudorosos todavía estaban entrelazados con los de Newt. Era un recordatorio de que aún estaba junto a ella, respirando y luchando. Todo lo que importaba es que se tuvieran el uno a otro.

El polvo llovía desde el techo mientras unos pasos se arrastraban por la parte superior. Click, click, clic; el metal contra la madera. Los habitantes del claro se ganaron al lado opuesto del que estaban, con las armas en sus manos y alertas. Eso fue hasta que una garra traspasó el techo, haciendo que se derrumbara sobre ellos.

La rubia descubrió que su mano ya no estaba entrelazada con la de Newt, por lo que su piel se erizó. Las pesadas tablas de madera cargaban sus piernas, pero no era nada comparado con tener a un Penitente sobre todo su cuerpo. Se arrastró para salir de debajo de la madera y tropezó con sus propios pies. Sus dedos lograron rozar la pared y tosió por el exceso de polvo. Con su mirada, buscó alrededor de la tenebrosa habitación hasta que encontró a Newt y comprobó que no estaba gravemente herido.

—¡Ayúdenme!—escucharon un grito desesperado desde los escombros.—¡Ayúdenme!

—¡Sujétenlo!—Newt saltó junto a Thomas, mientras trataban de sacar al chico. Sin embargo, llegaron demasiado tarde, ya que su cuerpo fue arrastrado fuera del Salón del Consejo por una cola mecánica. Tomando su machete, el rubio arenoso se acercó a Lorelei y se ganó frente a ella para protegerla.

Entonces, otra cola mecánica atravesó la pared, dejando un gran hoyo. La bilis subió a su garganta cuando se dio cuenta de quién estaba más cerca del Penitente.

—¡Chuck, muévete!

—¡Chuck!

—¡Oigan, sujétenlo!

El Penitente agarró al niño del tobillo y lo derribó. Afortunadamente, Teresa tomó la mano del niño antes de que pudiera llevárselo y Lorelei se apresuró a unirse a ella junto a todos los demás. Se aferraron al niño con sus vidas; no estaban dispuestos a que fuera otra víctima.

—¡Tiren!

—¡Chuck, no te sueltes!—el novato lo instruyó, ganándose una mirada de incredulidad y pánico por parte del chico.

—¡Claro que no!

Tomando un palo de metal, Alby lanzó un grito decido y comenzó a golpear a la criatura, separando el aguijón del cuerpo de Chuck antes de que pudiera lastimarlo. Siguió golpeándolo con todas sus fuerzas hasta que lo soltó.

—Chuck, ¿estás bien?—Thomas cuestionó.

—Sí, estoy bien.—el niño jadeó con alivio y miró con agradecimiento al líder.—Gracias, Alby.

Lorelei posó una mano sobre el hombro de su amigo con la esperanza de darle algún tipo de consuelo, considerado el hecho de que casi lo matan. Pero la paz no duró mucho, porque el Penitente había regresado para una segunda ronda y su nuevo blanco era Alby. El chico se agarró de los bordes del techo, con su mirada sobre el novato.—Thomas, sácalos de aquí.

—¿Qué? Alby...—el chico fue sacado de ahí antes de que pudieran intercambiar otras palabras. Sabían que ese era el final del líder.—¡No!—Thomas rugió, parpadeando ante las lágrimas que se acumulaban en sus ojos; el chico salió furioso del salón del consejo. El grupo le gritó que regresara, por su propia seguridad, pero el no escuchó y al final todos lo siguieron.

Ya no estaban siendo acorralados por los Penitentes. Todo se había vuelto inquietante silencioso, como si la guerra hubiera terminado... al menos por esa noche. Las llamas de fuego crepitaban a la distancia y observaron que tres figuras emergían del humo, dirigiéndose hacia ellos.—¿Quién es ese?—alguien murmuró, aunque pronto todos supieron la respuesta: el guardián de los constructores se acercaba a ellos, luciendo muy, muy enojado.

—No parece feliz.—Lorelei comentó en voz baja.

—Gally...—Thomas comenzó, pero fue interrumpido por el puño del chico estrellándose en su cara. Cayó al suelo, agarrándose la nariz mientras Sartén y Winston retenían al constructor.

—¡Retrocede, Gally! Esto no es culpa de Thomas.—Minho espetó, parándose frente al novato.

—¡Oíste a Alby! ¡Es uno de ellos!—Gally exclamó, tratando de salirse del agarre de los chicos.—¡Es uno de ellos, lo enviaron a destruir todo y ya lo hizo! ¡Mira a tu alrededor, Thomas! ¡Mira! ¡Es tu culpa!

—Jesucristo, Gally. ¡Contrólate!—Lorelei dio un paso en su dirección.—¿De verdad crees que esto ayudará a resolver las cosas?

—Tú...—prácticamente gruñó, negando con la cabeza.—Ni siquiera me hagas empezar contigo.

—Gally.—Newt chasqueó la lengua, en advertencia.

—¿Qué se supone que significa eso?—la rubia replicó, manteniendo la cabeza en alto y mostrando que no tenía miedo de enfrentarse a él.

—Le has estado mintiendo a todo el mundo.—Gally respondió enfurecido.—¿De verdad pensaste que no nos enteraríamos, eh?

El corazón de Lorelei se hundió hasta su estómago. Ella miró a su izquierda, hacia Newt, enviándole una mirada discreta, aunque parecía igual de confuso que ella. Todos los demás a su alrededor estaban en silencio, curiosos e inseguros de lo que el chico enfurecido estaba insinuando.

—Yo... yo no...

—No te hagas la tonta, Lorelei.—gruñó el constructor, habiendo renunciado a salir del agarre de Sartén y Winston.—Cuéntales a todos sobre la mascota demoníaca que vive en tu cabeza.—dijo y sus ojos brillaron con entusiasmo al ver que palidecía y se encogía en su lugar.—Como también mataste a un Penitente en el laberinto y dejaste que el novato aquí, asumiera toda la culpa.

Se quedó sin palabras. Sentía las miradas de los demás arder sobre ella.

—¡Te vi, en ese momento asesinar a dos más de ellos aquí, a sangre fría!—Gally continuó.—Tus ojos estaban, literalmente, negros y vacíos. Una especie de humo negro salió de tus manos y los torturaste ¡y mastate!

¡Eso no era cierto!

—Oh, lo es.—Lore rió en su cabeza.

—¡No entiendes...!—fue todo lo que la rubia pudo decir; las palabras se habían quedado atrapadas en su garganta.

—Lo entiendo perfectamente.—el chico se encogió de hombros.—Eres su extraño experimento. Crearon un monstruo y te enviaron aquí para matarnos a todos, uno por uno.

—Cállate.—ella siseó.

—Gally, es suficiente.—Newt ordenó en tono firme, aunque ni siquiera él estaba al tanto de lo que realmente sucedió con Lorelei esa noche que estuvieron separados.

—Lo que sea que crees que sabes, no lo sabes.—Lorelei dijo con los ojos vidriosos.—No le dije a nadie porque no quería que todos estuvieran aterrorizados de mi. ¡Demonios, yo tengo miedo de mi!—ella exclamó, levantando los brazos en el aire.—Si, soy diferente. No sé por qué, y esa es la verdad...—su voz se quebró.—¡Lo siento, maldición!

—¡No la escuchen!—el constructor se burló y rodó los ojos.—Ella está tratando de hacer que sintamos lástima por ella, para que la perdonemos y no le echemos.

—Te sugiero que dejes de hablar ahora mismo.—Newt saltó hacia adelante, con el ceño fruncido.

—Y, por supuesto, ella te lo dijo, ¿verdad? Claro, los tórtolos están juntos en esto.

—¿Qué te importa? Es problema de Lorelei y solo de ella.—Minho intervino, acercándose a ellos.

—¿Así que no te importa que ella pueda matarnos a todos, ahora mismo en un segundo?

—Lori no es así, no es una amenaza. Es una de nosotros.—el chico insistió.

—¡Ella nunca fue uno de nosotros!—Gally gritó.—Ella nunca fue una de nosotros.

Las lágrimas cayeron por las mejillas de la rubia. Ella no quería esto, solo estaba tratando de proteger a todos. Ciertamente, ella esperaba decirles cuando estuviera lista. Newt apretó los puños, cada vez más impaciente mientras el constructor seguía hablando sin cuidado. Se dio cuenta de lo rota que se veía Lorelei, además de destrozada y avergonzada. Su sangre esta hirviendo, tal vez incluso mucho más que la de Gally. Cada hueso de su cuerpo estaba tenso.

—Vieron lo que le hizo a Robbie. ¡Si alguno de ustedes tiene sentido común, se alejará de esa co——!

Esa fue la gota que rebalsó el vaso.

El segundo al mando formó un puño con su mano y golpeó a Gally en la mejilla. Los ojos de Lorelei casi se salieron de sus órbitas, porque nunca había visto a Newt ponerse violento con nadie, especialmente para defenderla. El puñetazo fue tan duro que le abrió la piel de los nudillos y pequeñas gotas de sangre comenzaron a fluir. Minho empujó suavemente a su amigo lejos del constructor y, en secreto, le lanzó una sonrisa de satisfacción.

Mientras tanto, Thomas estaba mirando el aguijón en la mano de Chuck, las palabras de Gally se repetían en su cabeza: ¡Mira a tu alrededor, Thomas! ¡Mira! ¡Es tu culpa! Quizás lo era. Quizás todo era culpa suya, pero nunca lo sabría con seguridad... a menos que lo recordara. Y con ese pensamiento, le quitó el aguijón al niño y lo contempló por un momento.

—¿Thomas...?—Teresa lo observó con escepticismo, casi adivinando los pensamientos de su cabeza.

—Necesito recordar.—fue todo lo que dijo, antes de pinchar su pierna con el aguijón y colapsar sobre la hierba. Todo a su alrededor se puso borroso; era como si estuviera entrando en un sueño. Unos momentos después, el chico quedó en la oscuridad.

—¡Thomas!

—¡Oh, Dios mío!

—¡Traigan la otra jeringa!

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