━XXXII. Absolutamente loca

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CAPÍTULO TREINTA Y DOS
ABSOLUTAMENTE LOCA.
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OÍR RUIDOS MOLESTOS PROVENIENTES DEL LABERINTO era algo habitual, pero por alguna razón, este día sonaba mucho más caótico. ¿Qué era peor? Minho y Thomas habían estado allí todo el día, mientras que los demás corredores se quedaban en el claro. Después de ver que tanto Alby como Ben eran picados a plena luz del día, estaban demasiado ansiosos como para poner un pie en el laberinto. Tanto Lori como Sartén habían compartido miradas de preocupación cada vez que el suelo se movía.

Además de eso, en general, la chica sentía una picazón que no podía rascarse, que le decía que algo malo iba a pasar. Algo peligroso y que estaba fuera de su control. Algo capaz de hacer trizas su pequeña y hogareña vida, acabando con muchos en el proceso. No podía imaginarse qué era, ni saber cuándo iba a suceder. Su cabeza estaba nublada por la oscuridad y tenía el presentimiento de pronto, todo lo demás también lo estaría.

—Vamos.—Lore habló.—Pregunta. Sé que quieres hacerlo.

No preguntes. No preguntes. No preguntes.

—¿Qué va a pasar?

—No me gusta hablar mucho... pero, solo prepárate para pelear.

Los labios de Lorelei se abrieron y sus ojos se entrecerraron con sospecha.—¿Pelear por qué?

—Por tu vida. Por todo.

—¿Qué se supone que significa eso?—ella siseó en voz baja, por temor a que alguien pudiera escucharla hablando con una persona completamente invivible. Su agarre alrededor del cuchillo se puso rígido y no recibió otra respuesta. Arrojando el cuchillo hacia un lado, ella y todo un grupo de habitantes del claro corrieron hacia las puertas, impacientes y expectantes. Entre ellos estaban Chuck, Newt, Gally y Sartén. Aunque nadie dijo una sola palabra.

Tanto Minho como Thomas llegaron de regreso del laberinto, frenando hasta detenerse mientras se acercaban hacia ellos.—¿Qué diablos sucede allá?—Newt preguntó lo que todos pensaban.

—¿Qué hiciste ahora, Thomas?—Gally replicó desde atrás mientras seguían a los dos chicos lejos de las grandes puertas.

—Encontramos algo, un pasaje nuevo. Puede ser una salida.—el novato miró específicamente al segundo al mando, observando cómo sus rasgos se ensanchaban un poco con una repentina sensación de esperanza e incredulidad.

—...¿En serio?

—Es verdad.—Minho habló, sin aliento.—Abrimos una puerta, algo que yo nunca había visto. Allá deben ir los Penitentes en el día.

Un escalofrío recorrió por la columna vertebral de Lorelei ante la mención de las horribles criaturas.—¡Esperen!—el niño de cabeza rizada preguntó, abriéndose paso en la multitud.—¿Encontraron el hogar de los Penitentes? ¿Y quieren que vayamos ahí?

—Su entrada podría ser nuestra salida, Chuck.

—O podría haber una docena de Penitentes. Thomas no tiene idea de qué ha hecho, para variar.—Gally dijo, en un tono duro y poco confiable hacia el sudoroso chico de cabello azabache.

—Al menos hice algo, Gally. ¿Qué has hecho tú? Además de ocultarte tras estos muros.—Thomas se detuvo para encontrarse cara a cara con el constructor; su mandíbula estaba apretada y claramente, estaba harto de ser molestado. La mierda que Gally decía lo estaba tanto como lo hacía a Lorelei. Por lo tanto, ella no se pondría a defender su trasero. Ella quería felicitar al novato por tener bolas tan grandes.

—Te diré algo, Novato. Tú llevas aquí tres días.—Gally se acercó de manera amenazante al novato.—¡Yo llevo tres años!

—¡Sí! ¡Y sigues aquí, Gally!—Thomas exclamó, exasperado.—¿Qué te dice eso? Quizá debas cambiar tu modo de actuar.

—Quizá tú deberías estar a cargo, Thomas.

—Chicos... hey...—una voz femenina que no era de Lorelei, sonó entré las voces de los chicos.—¡Se trata de Alby!—todos se quedaron en silencio y la miraron.—Despertó.

Sellando su boca, Lorelei miró a Newt.—¿Ha dicho algo?—el chico preguntó mientras miraba a las personas principales del grupo, incluida ella misma mientras todos caminaban hacia la cabaña de los Docs en busca del líder. Al entrar en el lúgubre lugar, vieron al chico sentado de espaldas a ellos en la cama, con los brazos cruzados y la mirada pegada al suelo.—¿Alby?—el rubio arenoso preguntó, acercándose con cautela.—Alby, ¿estás bien?

El chico no respondió. Tampoco miró hacia arriba. Simplemente permaneció en su lugar, inmóvil pero también con un aspecto bastante frágil. Apretando su lengua contra el paladar de su boca, Lorelei colocó una mano sobre el hombro de Newt mientras que Thomas se arrodilló frente a Alby.—Oye, Alby.—susurró.—Alby, quizá encontramos una salida del Laberinto. ¿Me escuchas? Tal vez salgamos de aquí.

Los ojos oscuros del líder se pusieron vidriosos y sus labios temblaban mientras negaba con la cabeza.—No podemos... No podemos irnos. No nos lo permitirán.

—¿De qué hablas?—Lori preguntó, sintiendo que no había dicho nada en mucho tiempo, lo que probablemente era una rareza para ella.

—Ya recuerdo.

Thomas se humedeció los labios.—¿Qué recuerdas?

Finalmente, Alby desvió su mirada para encontrarse con sus ojos.—A ti.—parpadeó, una lágrima cayó por su mejilla.—Siempre fuiste su favorito, Thomas. Siempre.

Afuera, se podían escuchar varias voces gritándose unas a otras, asustadas. La rubia no podía quitar su mirada del líder, queriendo saber lo que él sabia. Si la vio mientras atravesaba el cambio, vio lo que realmente le sucedió, podría contribuir con sus problemas.

—¿Por qué hiciste esto?—el chico siguió hablando hacia el Novato.—¿Por qué viniste aquí?—unas cuántas lágrimas más se escaparon de sus ojos y, a regañadientes, Thomas se incorporó. La conmoción afuera era ahora inevitablemente ruidosa y preocupante. Acunando su cabeza entre sus manos, Alby ahogó un sollozo inaudible, ya que todos en la cabaña se habían vuelto para ver lo que pasaba afuera. Justo cuando Lori se dirigía hacia allá también, sintió una mano fría aferrarse a su muñeca. Sus ojos glaciares se encontraron con los marrones del líder.

—Tienes los ojos de su abuela...—tragó con dificultad; su agarre sobre ella tembló inestable. De hecho, casi parecía... asustado de ella.

—Yo... ¿qué?—su garganta se cerró y sintió que su sangre se enfriaba.

—Sé lo que eres. Sé lo que hizo.—continuó, con su voz ronca.—Eres una bomba de tiempo, Elena... con el tiempo, te autodestruirás y todo lo que encuentres a tu paso se convertirá en polvo.

Ahora, era ella la que temblaba. Cada hueso de su cuerpo lo hacía. Ni siquiera sabía si su corazón seguía latiendo. Ella no podía sentirlo.

—Minimiza las muertes antes de que sea demasiado tarde.

Forzando a soltar su muñeca, la chica salió furiosa de la cabaña, sosteniendo el dorso de su mano contra su boca, tratando de contener la náuseas. Ella no sabía qué hacer. Quería llorar, quería gritar, quería llorar y gritar, pero claramente ahora no era el momento, considerando el caos que se había formado en el claro. Girándose, sus ojos se enfocaran en las puertas sólidas que estaban abiertas.

Otro estadillo crepitó. Las puertas seguían abiertas. Significaba que cualquier cosa podía entrar al claro.

El aliento quedó enganchado en su garganta. Los chicos a lo lejos sostenían antorchas para iluminar la noche que se avecinaba. Su estómago se revolvió por la sobrecarga de ansiedad; era como un caldero burbujeante a punto de explotar. Ella lo sabía, algo no estaba bien, algo iba a suceder. Y ella no hizo nada.

Todos estaban amontonados en la entrada, murmurándose cosas entre sí. Chuck se dirigió en dirección al Salón del Consejo junto con Winston, Minho, Sartén y otros.

Con las botas crujiendo contra la hierba, la rubia se acercó al grupo de chicos que se dirigían al salón de consejo. No estaba segura de qué debía hacer o cómo ayudar. Esta era su pesadilla, los recuerdos de estar atrapada en el laberinto cobraron vida. El terror que acechaba su mente era paralizante.—¿Qué estás haciendo?—un par de manos se posaron sobre su hombro. Al parpadear, se dio cuenta de que Leo estaba parado frente a ella.—Tenemos que irnos, los Penitentes vienen. Vamos.—sus manos se deslizaron por sus brazos y tomaron su mano, sacándola de su estado de shock.

—Newt...—ella habló; no lo había visto.—¿Dónde está Newt?

—Está con los demás, ¿de acuerdo? está bien.—el chico respondió, algo exhausto, ya que se movían de manera rápida. Sus pies tropezaron con la tierra; todavía se sentía aturdida. Como si no estuviera segura de que todo esto estaba sucediendo o si todo era una pesadilla.

—No puedo creer que esto está sucediendo.—su voz sonó casi inaudible por todo el ruido de su alrededor. Se dirigían directamente al Salón del Consejo, que se sentía estaba a kilómetros de distancia. De repente, la chica tuvo una breve epifanía: realmente necesitaba hacer más ejercicio.

Cuando una silueta gigantesca ensombreció el camino frente a ellos, Leo tiró de la rubia hacia un lado; ambos se agacharon detrás de un árbol. Estaba sorprendida por eso.—Oh, Dios mío. Oh, Dios mío.—el chico murmuró para sí mismo, no sintiéndose tan valiente como parecía ser. Nunca había visto a una de esas cosas en persona.

—Todo está bien...—Lorelei exhaló profundamente.—¿Si? Todo está bien. En el peor de los casos nuestros huesos y carnes serán cazuela para Penitente.

—¡Wow! ¡Gracias, eso es muy tranquilizador!—Leo siseó entre dientes.

—¡Lo intento!—la rubia chilló, haciendo una mueca de dolor ante la áspera corteza del árbol que se clavaba contra su espalda. Además, sus piernas —que al estar agachada—, estaban tensas ante la posición tan incómoda en la que se encontraba.

—Shuck. Tenemos que llegar al salón.—dijo el chico.—¡Dios mío, no sé cómo vamos a hacer eso!

—Ahora es tu momento de brillar, solecito.—Lore le habló a la rubia de forma burlona.—Demostrémosles a esos bastardos de qué estamos hechos.

Oh, Jesús. Nop, ella no estaba preparada para eso. Ciento noventa y nueve por ciento no.

—Lo distraeré, corre.—las palabras salieron de su boca sin su consentimiento. Bueno, joder. Parece que ella no estará aquí por mucho tiempo.

—¿Estás completamente loca?—Leo la miró con los ojos muy abiertos, como si fuera una completa y absoluta loca con deseos de morir.

—¡Si!—ella exclamó y le dedicó una sonrisa antes de salir de su escondite y entrar ante la vista del Penitente.—¡Uh, hey! ¡Idiota!—agitó los brazos en el aire para captar su atención.—¡Por aquí! ¡Si, aquí! ¡Te prometo que soy muy sabrosa!

Rebotando sobre las patas de metal, el monstruo aulló un gemido sádico, saltando ansiosamente hacia ella, hambriento. Frotando sus palmas, ella corrió en dirección opuesta al salón del consejo, esperando a que su amigo estuviera aprovechando la oportunidad para ponerse a salvo. Ella no se estaba entregando a sí misma como un potencial sacrificio para nada.

Su pecho se hinchó y desinfló con rapidez. Mierda.

El suelo retumbaba bajo sus pies, no a coro con sus pasos, sino al monstruo que la seguía. Una puntada molesta y dolorosa crecía en su abdomen y, joder, debía ponerse en forma. Lo pondría en su lista de pendientes. Claro, que si ella no moría y todo eso.

Su boca estaba seca. Apenas podía tragarse la ansiedad de su muerte inminente.

—¿Quieres aceptar mi ayuda ya?—la voz espantosa rió en su cabeza,

Cristo, ahora no es el mejor momento, Lore.

Esperen...

¡Lore!

—Yo... yo no... quiero morir.—Lorelei se atragantó con sus palabras. No podía creer que realmente estaba dispuesta a dejar que el demonio dentro de su cabeza la ayudara a no morir. Pero en ese mismo momento, cada hueso de su cuerpo le dolía y realmente necesitaba ayuda.

—Entonces, deja de correr y déjame entrar.

Y eso hizo ella.


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