━XXXI. Pesadillas

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CAPÍTULO TREINTA Y UNO
PESADILLAS.
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OSCURIDAD.

POLVO.

HORMIGUEO.

DOLOR.

ESCALOFRÍOS.

Absoluto y total terror.

Todas las cosas que se habían enterrado en su mente, alma y nervios de Lorelei. Se sentía como si estuviera al filo de un cuchillo, caminando por una tabla, quemando sus pies sobre carbones encendidos, a riesgos de caer en la nada en cualquier momento. Cuando sus ojos se abrieron de golpe, ya no estaba en su cama, sino, en medio del laberinto. Sola y vulnerable. Sus pies estaban pegados al suelo duro contra su voluntad, más allá de su control.

Su corazón se aceleró contra su pecho; era golpes fuertes y palpitantes. Y cada latido se sentía dos veces más doloroso que el anterior. Como la última vez, su piel estaba húmeda, aunque, del alguna manera el laberinto se sentía diez veces más frío que cuando había estado allí con Thomas, Minho y Alby.

Sintió la ansiedad invadirla. Sentía la bilis subir por su garganta. No se atrevió a abrir la boca. No se atrevió a preguntar si había alguien ahí. Ahora no sabía lo que la acechaba desde las otras esquinas. Un chillido metálico rompió el silencio. Algo afilado apareció a su vista, un cuerpo abultado ascendía con una niebla de polvos. Seis patas mecánicas puntiagudas.

Su garganta se secó. Su corazón se aceleró. Sintió una presencia a su lado, pero no se atrevió a mirar.—No tengas miedo...—era la voz de su madre. Ella estaba segura de eso.

—¿M-mamá?

—Siempre estamos contigo, dulzura.—Billy habló desde el otro lado. Sus padres estaban a su lado por primera vez desde que tenía memoria, fuera real o no.

—No hay escapatoria, Elena.—la voz de Maddison sonaba como un eco, como si fuera un sueño, como la voz de un ángel hablándole directamente. Forzándose a tragar el nudo de su garganta, finalmente giró su cabeza y sus ojos azul acero se conectaron con los opacos de su madre. Estaban completamente en blanco. No estaban llenos de calor ni miedo. Simplemente... estaban vacíos. Era como una especie de clon de ella parado allí, sin emociones pero si con muchas palabras.

—¿Qué está pasando?—Lorelei preguntó. Las comisuras de los labios de Maddison se torcieron en una sonrisa helada.

—Debí haberte protegido.—dijo débilmente.—Debí protegerte de ellos, de ella.

—No es tu culpa...

—¡Lo es!—ella espetó con un fuerte estruendo, parpadeando para alejar las lágrimas.—Es mi culpa. Todo.

El Penitente en la distancia estaba disminuyendo la proximidad entre ellos. Casi había olvidado que estaba allí. Billy entrelazó sus dedos con los de ella. Su toque disparó olas de calor a través de su torrente sanguíneo. Sus ojos finalmente se encontraron con los de él, y eran tan brillantes como los de ella. Se dio cuenta de quién había heredado el color de ojos.—Permaneceremos juntos.—dijo con voz sutilmente monótona.

Maddison tomó su otra mano.—En vida y muerte.

Lorelei no se había dado cuenta de la humedad que cubrían sus propios ojos. Su labio inferior estaba temblando incontrolablemente, como si fuera una niña de nuevo. Su boca se selló. No podía decir una palabra más, ni podía mover un hueso de su cuerpo. Agarró las manos de sus padres con fuerza, con ganas de vivir mientras observaba al monstruo deslizarse más cerca. Estaba rechinando los dientes, listo para devorar su carne y sus huesos.

Un quejido salió de su garganta y sus padres quedaron aparentemente imperturbables. Eso fue lo último que pudo recordar antes de que la visión se volviera roja. Todo lo demás era borroso y un sonido agudo y penetrante ensordecía sus tímpanos. Fue casi como si hubiera estado inconsciente por un momento, antes de regresar adonde estaba.

El penitente había desaparecido, pero su piel estaba cubierta y pegajosa con sangre... pero no era de ella. Con los ojos salidos de las órbitas, miró boquiabierta a los cadáveres de su madre y su padre, con las pupilas inmóviles. Se tapó la boca con su mano. Estaba segura de que estaba a punto de vomitar, pero nada salió. Los sollozos golpeaban su pecho, pero no podía oírse pensar, ni podía oír lo que estaba a su alrededor. Sus pies se doblaron, haciéndola caer de rodillas y un grito desolado salió de su boca.

—¡Lorelei!

Sus gritos no se detuvieron.

—¡Lori!

Abrió los ojos. Ya no estaba en el laberinto. Unas manos frías ahuecaban su rostro. Sus movimientos frenéticos e involuntarios, patearon sus mantas sobre su figura y las lágrimas bajaban por sus mejillas. Su pecho de infló y desinfló mientras se sentaba y trataba de reconocer todo. No había notado a la otra persona parada en la puerta, con los ojos caídos. Pero Newt, que había estado junto a su cama, la envolvió en sus brazos y tiró de ella hacia su pecho desnudo.—Está bien, fue solo un sueño.—su voz la consoló.

—No puedo cerrar los ojos...—su cuerpo se estremeció y sacudió la cabeza febrilmente.—Por favor, no me dejes cerrar los ojos. ¡Newt——!

—Estoy aquí. No me iré a ninguna parte.—el segundo al mando respondió. Sentía que se le oprimía le pecho por ver a la rubia así.—Estás a salvo con nosotros, te lo prometo.

Un sollozo se escapó de sus labios entreabiertos y su cabeza cayó sobre Newt. La punta de su nariz estaba roja y sus ojos estaban hinchados. Mientras tanto, Minho entró de puntillas en la habitación y dejó caer su trasero en el borde de la cama. Vio como ella jadeaba por aire y se aferraba al rubio como si su mundo se fuera a terminar si no lo hacía. Se enfureció aún más con los que los dejaron allí en el claro, en el laberinto con los penitentes. Todo eso era culpa de ellos, habían dejado a un grupo de niños que no sabían nada atrapados en una trampa.

Lorelei deseó que su respiración se calmara y que las lágrimas dejaran de correr por su rostro, para que Lorelei normal resurgiera.—Lo siento.—murmuró ella, forzando a levantar su cabeza.—Vuelvan a dormir, estaré bien.

—Cállate, Barbie.—gruñó Minho con voz ronca.—No puedes deshacerte de nosotros tan fácilmente.

Lorelei le dio una patada en el muslo y le devolvió la sonrisa tímidamente, sintiendo que su cuerpo se relajaba gradualmente bajo la presencia de ambos.—¿Creen que alguna vez saldremos de aquí? ¿Honestamente?

—Creo que hay un lugar para nosotros ahí, esperándonos...—respondió Newt, pensativo.—Así que creo que saldremos de aquí cuando se posible.

—Si. Tengo un buen presentimiento sobre mañana, cuando el Novato y yo salgamos al laberinto. No pararemos hasta que encontremos algo.—el guardián de los corredores declaró con confianza, a pesar de que todavía estaba medio dormido.

—Me pregunto cómo serán nuestras vidas.—tarareó ella, colocando una mano sobre el brazo del segundo al mando.—¿Crees que viviríamos juntos? Sé que soy algo difí——

—Por supuesto que viviríamos juntos.—Newt rió.—É iríamos de picnic todas las semanas.

—Ustedes dos me enferman.—Minho rodó los ojos dramáticamente para después sonreír de forma tímida.—¿Me invitarían a estos fascinantes picnics y comidas?

—¡No!—Lorelei exclamó, inclinando su cabeza para descansarla sobre el hombro de Newt.—Es una cosa de parejas... además, no puedo soportar la forma desordenada que comes.

—¿Entonces admites que son pareja?—el chico coreano sonrió.

—Cierra la boca, Minho.—Newt chasqueó la lengua.—No hay prisa.

—Cierto, cierto. Lo que digas.

—¿Quieres que te golpee?—Lorelei replicó con un tono juguetón.

—Nunca pensé que fueras de las pervertidas, Barbie.—Minho rió y luego hizo una mueca cuando su mano golpeó su nuca.—¡Ay! ¡Pervertida!

Pudo sentir que el pecho de Newt vibraba mientras reía.

—Podemos ser pervertidas.—susurró Lore en su cabeza.—Solo di la palabra, y tal vez la próxima vez que no nos interrumpan——

—De todos modos.—Lorelei interrumpió a la voz demoniaca de su cazaba.—Ustedes deberían dormir un poco.

—Si, claro.—Newt estuvo de acuerdo, aunque para sorpresa de la chica, levantó las mantas que la cubrían y se metió a la cama junto a ella.

—Uh, ¿qué estás haciendo?—Lori lo miró con confusión, aunque, ciertamente no se quejaba por el calor extra que la envolvía.

—Tomando precauciones en caso de que tengas otra pesadilla.—se encogió de hombros con cautela, esperando no cruzar la línea y hacerla sentir incómoda o presionada. Para su alivio, sus labios formaron una pequeña sonrisa.

—... Gracias.

—¡Háganme espacio!—Minho gritó y después su cuerpo, considerablemente más ancho, se estrelló en medio de ellos. Escucharon el sonido de algo rompiéndose y segundos después, la cama cayó al suelo.

—¡Maldita sea, Minho!



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