━XXV. Corre, Lorelei

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CAPÍTULO VEINTICINCO
CORRE, LORELEI.
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GRITOS ESCALOFRIANTES RESONABAN ENTRE las paredes del laberinto de vez en cuando mientras Thomas y Minho intentaban cargar el cuerpo inconsciente de Alby en sus hombros. El peso extra se hizo evidente contra sus fatigas y gruñidos que se escapaban de sus gargantas. Lorelei los seguía con sus brazos envueltos alrededor de sí misma con cautela; sus ojos revoloteaban en cada esquinas gracias a que sus nervios emanaban de su cuerpo.

No podía dejar de pensar en lo que había dejado detrás: un Newt con el corazón roto. Su expresión de dolor se repetía una y otra vez en su cabeza a pesar de que ella trataba de olvidarlo. No quería estresarse aún más, pero parecía que no podía sacarlo de su memoria. Todo lo que podía preguntarse era: ¿Qué había hecho? ¿Por qué lo había hecho? y, ¿Cómo se estaría sintiendo Newt con todo eso? En todo caso, esperaba a que él no se sintiera decepcionado de ella por meterse a una trampa mortal. Esperaba a que él entendiera que no estaba en su naturaleza simplemente quedarse quieta y ver a sus amigos enfrentarse a su posible muerte. No importaba cuán peligrosa o estúpida fuera ella. Y quizás antes del laberinto ella era peligrosa y estúpida.

De cualquier manera, aquí es donde estaba ella. Aquí y ahora. Atrapada en el laberinto, rodeada de grandes paredes y hiedra verde. Piedras sueltas y polvo cubrían sus zapatos. Una cosa que Lorelei notó la caída de temperatura desde que ingresó al laberinto. No se sentía cálido como el claro pero de nuevo, ella no podía comparar los dos lugares. Solo recordar los alrededores para tener una pesadilla que dejaría su sangre fría. Quizás los chicos estaban sintiendo lo mismo. Y lo odiaba.

Si salía de ese agujero de mierda, no dudaría en abofetear a Gally por fanfarronear. Nadie ha sobrevivido a una noche en el laberinto. Nadie ha visto a un Penitente y ha vivido para contarlo, psh, por favor. Quizás se estaba engañando a sí misma. Quizás realmente ella iba a morir. Pero de alguna manera, los pensamientos anteriores la hacían sentir un poco mejor acerca de su inminente perdición. Si ella moría, lo haría peleando. Y si regresaba a casa en una pieza, esperaba un jodido trofeo con su nombre grabado en el. Una corona hecha a mano con fruta fresca y para todos esos imbéciles que le habían faltado el respeto en su tiempo en el claro, haría que se arrodillaran y le dieran una maldita disculpa. Y no nada de un "lo siento, Lori, adiós". No, no, ella quería que se arrastraran por el piso, que sus ojos se llenasen de lágrimas y su orgullo se hubiera desvanecido.

Oh, la expresión en el rostro de Gally no tendría precio.

... ¿Era mucho?

—Bájalo... bájalo.—Minho tropezó con sus pasos y tanto él como Thomas sentaron a Alby contra la pared, suspirando de alivio. Pero el aire fue rápidamente absorbido cuando el débil sonido de un chillido se escuchó.

—Esto no va a funcionar.—el corredor negó con la cabeza, levantándose de su posición sin aliento.—Debemos irnos. Debemos irnos.

—Espera, ¿qué dices? ¡Tenemos que hacer algo, debemos esconderlo!—Thomas lo miró boquiabierto.

—¿Dónde?

—No lo sé. Solo piensa, ¿No hay ni un lugar a dónde llevarlo?

Gruñendo de frustración y miedo, Minho arrugó la tela de la polera del chico entre sus manos, presionando su espalda contra la dura pared detrás, sus rostros estaban a pocos centímetros de distancia.—Escúchame, garlopo. Mira a tu alrededor. ¡No hay a dónde ir!

—Minho.—Lorelei siseó, empujándolo hacia atrás. Sus ojos oscuros se encontraron con los de ella.—Cristo, cálmate.

—No lo entiendes...—Minho murmuró y al ver la expresión en su rostro, supo que se había rendido.—Ya estamos muertos.

—Bueno, con esa actitud lo estamos.—la rubia hizo una mueca mientras se cruzaba de brazos. Trató de ignorar la piel de gallina y su corazón latiendo dolorosamente contra su caja torácica. La ansiedad le daba náuseas y francamente, no le sorprendería que murieran allí.

Obligándose a ponerse de pie, Thomas inspeccionó inquisitivamente la pared de hiedra frente a él y Lorelei prácticamente pudo leer su mentes. Cuando sus ojos se encontraron, compartieron un asentimiento antes de volverse hacia Minho.

Unos minutos más tarde, habían enganchado el cuerpo de Alby a las fuertes enredaderas de color verde. Gruñendo y gimiendo, se balancearon sobre la hierba que todos agarraron hasta que sus manos se volvieron blancas mientras elevaban al chico a lo largo de la pared, alto y más alto. Lento pero constante.—Dos... tres.—murmuraron a coro y segundos después tiraron de la cuerda. Lorelei no pudo evitar apretar la mandíbula en respuesta a la sensación de ardor sobre las palmas de sus manos. Pero sabía que valía la pena si eso significaba que Alby tendría una oportunidad de sobrevivir.

Capas de sudor cubrían sus rostros, haciendo que brillaran contra la poca luz que iluminaba sus rostros. Ciertamente, no ayudó que un dolor persistente picara en la parte posterior de la cabeza de Lori; el dolor se había más fuerte a medida que pasaba el tiempo. Era como si alguien estuviera clavando un martillo contra su cráneo. Y además de eso, podía jurar que escuchó la voz de Lore riéndose.

Perra.

Las mejillas de Minho se inflaron y desinflaron cuando su mirada cambió entre el hombre al que estaban subiendo por la pared y lo que sea que los estuviera acechando a la vuelta de la esquina.

—¡Concéntrate, Minho!—Lorelei gruñó. Ella recuperó su atención, pero solo por unos segundos; él estaba mortificado por la situación en la que se encontraban. Una vez más, miró a la vuelta a la esquina, con la mandíbula floja y todos los músculos tensos.

—Se va a romper, ¿no?

Lorelei negó con la cabeza ante la voz en su cabeza. La trataba de distraerla, infligiéndole dolor. Maldita sea, era tan inconveniente y a la vez, malditamente exacto, porque un momento después de que Lore hablar, Minho susurró tres palabras.

—Lo siento, novato.

Y antes de que Lorelei pudiera comprender a lo que se refería, sintió una mano rodear su codo y apartarla de la pared y en lo que se habían concentrado en hacer. La hiedra se desprendió de su agarre y ella se tropezó con sus propios pies mientras Minho prácticamente la arrastraba a una acalorada carrera.

Las curvas y vueltas pasaban en una mancha de colores y ella estaba absolutamente sin aliento por la conmoción. Una vez que se dio cuenta del nudo que se estaba formando en su garganta, quitó su brazo del agarre del corredor y lo detuvo en medio de un pasillo.—¿Qué diablos, Minho?

—¡No podemos parar, tenemos que seguir adelante!—exclamó; todo su cuerpo temblaba, de pies a cabeza. Se sentía culpable por lo que acababa de hacer, pero estaba asustado e hizo lo que sintió era correcto en ese momento.

—¡¿Por qué hiciste eso?!—Lorelei gritó. Sabía que no debía gritar en un laberinto lleno de monstruos, pero no pudo evitarlo; le costaba controlar su temperamento.—¡Lo teníamos bajo control!

—¡Venían por nosotros, Lori! ¡Unos segundos más ahí y estaríamos muertos en segundos!—Minho exclamó, no con ira, sino, con miedo.—No quiero morir y no quiero que mueras tampoco.

—¡Esa no era tu elección!—exclamó la rubia, pasándose las manos por el cabello y tirando de el. Susa manos estaban húmedas por el sudor y estaban llenas de suciedad.—¿Qué hay de Thomas, eh?

—Él estúpido... es demasiado curioso para su propio bien.

—Jesucristo.—exhaló Lorelei en un simple susurro, sacudiendo la cabeza y retrocediendo unos pasos.—Volveré.—giró sobre sus talones para regresar por donde vinieron, pero su amigo la detuvo otra vez.

—Lori, no——

—Minho——

—¡No lo hagas!

—¡No podemos dejarlos morir!—su voz se quebró y se obligó a cerrar los ojos.—Simplemente no podemos... yo no puedo...

—Lorelei...

—Adiós, Minho.

Una vez más, la rubia giró sobre sus pies y comenzó a alejarse de él, rezando en silencio para que no saliera lastimado mientras estuviera solo. No podía escuchar ningún paso detrás, por lo que supo que no venía detrás de ella. Avanzando lentamente con pasos prolongados, sintió que la sangre se enfriaba cada vez más en sus venas. Su cráneo latía más fuerte cada vez y se sentía como si estuviera siendo poseída. Por otra parte, estaba la criatura dentro de su cabeza que estaba comunicándose con ella.

—Lorelei...—la voz susurró burlonamente.

—No.—ella negó con la cabeza.

—Lorelei...

—¡Cállate!—chilló mientras que con sus dedos masajeaba sus sienes. Era una distracción. Había perdido el rastro de sus pasos, de su camino. No tenía idea de dónde estaba. ¡Mierda, estaba perdida en un laberinto con malditos monstruos! Tanto ella como sus amigos iban a ser masacrados, y nunca volvería a ver a Newt o besarlo de nuevo, o sentir su toque y sus manos acariciando su cabello.

Bueno, ahora estaba en un estado completo de pánico. Hiperventilando, incluso. Joder, no podía recuperar el aliento. Sentía como si su entorno estuviera girando como un maldito tornado. Una gota de sudor resbalaba por su nuca, podía escuchar el palpitar de su corazón... todo se sentía más ruidoso. Cada chillido en la distancia, cada piedra que se desmoronaba bajo sus pies, cada monstruo que se movía.

Obligando a sus pies a detenerse, Lorelei se puso en cuclillas, entrecerrando lo ojos hacia el suelo con escepticismo. Lentamente, acarició la superficie con la yema de su dedo índice, haciendo una mueca al sentir una sustancia pegajosa que se desprendía del cemento. Un poco de bilis subió por su garganta y se puso de pie de un salto.

Su pecho palpitó. Sus pulmones se inflaron y desinflaron con aire rápidamente.—Está detrás de ti...—Lore cantó para después reír con malicia.—Está detrás de ti.

Lorelei no se dio la vuelta, pero escuchó el sonido del metal retumbando contra el suelo. Prácticamente lo podía sentir temblar. Paso... por paso. Un gruñido profundo resonó. Mierda, mierda, mierda. Sus pies estaban pegados al suelo, pero lo suficientemente sueltos como para girar a enfrentarse a lo que acechaba a sus espaldas. Lo primero que notó fue una serie de dientes afilados como navajas que goteaban saliva. Y luego, las innumerables patas robóticas que le recordaban a una araña, excepto que esto era mucho más grande y aterrador. La parte principal de su cuerpo era redonda, como un gran montículo de una sustancia blanda. Los pelos asomaban de su carne desde todos los ángulos. Era la cosa más repugnante que había visto e inmediatamente deseó no haberlo hecho.

—Corre, Lorelei.

La respiración de la rubia se cortó. El penitente lanzó un chillido ensordecedor desde lo más profundo de sus pulmones. Incitando su miedo, su postura voluble. Ella no sabía qué hacer. Quería correr, pero simplemente no podía. Se sintió paralizada al ver a uno de los monstruos en carne y hueso. Era irreal. No podía ser real, solo era una pesadilla grande, gorda y horrenda. Se despertaría gritando, se vestiría y comenzaría a hacer los desayunos. Ella no estaba en el laberinto. Alby no había sido picado ni estaba inconsciente. Minho no estaba corriendo por su vida y Thomas... Dios sabe lo que le estaba pasando.

—¡Corre, idiota!

Pellizcándose para volver a la realidad, Lorelei giró sobre sus botas y corrió lo más rápido de lo que probablemente lo había hecho antes. Sus pies golpearon dolorosamente el cemento, dejando un rastro de polvo a su paso y al Penitente siguiéndola de cerca.

Ella no podía pesar. No podía respirar. No podía comprender ni procesar nada. Su cabeza estaba nublada por el dolor. Quería a su mamá y a su papá. Quería a sus amigos. Quería a Newt. Odiaba cómo el laberinto la dejaba sintiéndose impotente y aterrorizada entre las profundidades de las paredes.

Su respiración se detuvo cuando se encontró con un callejón sin salida. Un pasillo bloqueado con una sola entrada y salida. Su mirada se posó sobre la pared, deseando que se abriera y la dejara pasar a un lugar seguro. Pero sabía que no lo haría y el destino no quiso darle un milagro. Sus pupilas escanearon su alrededor, buscando alguna forma de escapar, pero no había absolutamente nada. Girando hacia atrás, un grito atravesó su garganta mientas presionaba su espalda contra la incómoda pared de piedra. Allí estaba, justo frente a ella. El monstruo. El Penitente, gruñendo hacia ella mientras disminuía la proximidad entre ellos. Levantando sus patas delanteras, los fragmentos de metal se estrellaron contra el concreto a cada lado de la cabeza de la rubia, causando que los escombros cayeran al suelo.

Los tímpanos de Lorelei estallaron cuando el Penitente gritó; una ráfaga de aliento repugnante barrió su cabello hasta dejarlo detrás de sus hombros, pequeñas salpicaduras de saliva viscosa brillaban en su piel. Apretó sus labios para contener un sollozo mientras lágrimas bajaban a lo largo de sus mejillas. Este era su final. Este Penitente iba a destrozarla y devorar cada centímetro de su carne hasta que no quedara nada de ella. Su nombre sería tachado en la pared como otra víctima del laberinto. No era así como quería morir. Quería morir como una heroína o hacer algo memorable, no así. Prácticamente podía oír la voz de Gally burlándose de ella: "se lo merecía".

Y así, cerró los ojos con fuerza. Deseó que todo terminara lo antes posible. Ella estaba cediendo, aceptando su destino con la cabeza en alto.

El Penitente inclinó la cabeza hacia atrás y su boca se abrió para hundir sus dientes sobre su piel. Entonces, el tiempo se ralentizó. Pero sucedió algo más, algo extraño. Sus ojos se abrieron, no debido a que ella lo ordenara, sino, por otra persona. Sus orbes ya no eran de color azul, eran todo lo contrario: un rojo sanguinario, profundo y amenazador. La fatiga que había estado agobiando a sus huesos desapareció gradualmente, siendo reemplazada por una inyección de energía. Adormeció los dolores y molestias que habían infligido su cuerpo, al menos por un momento. Y aún más sorprendente, el Penitente se encogió de miedo. Era como si los roles se hubieran invertido. Ella era el monstruo y el Penitente la criatura en peligro.

Sus labios agrietados se curvaron en una mezcla de sonrisa y mueca. Su brazo se estiró, la palma de su mano ahuecó el costado del rostro del Penitente, a pesar de lo repugnante que se sentía. Ella ya no estaba temblando. De hecho, todos y cada uno de los miedos se habían desvanecido. Su otra mano ahuecó el otro lado. Un rayo de adrenalina y emoción bombeaba su corazón. Observó a la criatura agacharse.

Sus manos se fortalecieron contra su rostro, apretando la carne hacia adentro con fuerza. Como cuando las puertas se cerraban a la misma hora cada noche. De hecho, ni siquiera estaba apretando tan fuerte, no necesitaba hacerlo, porque el Penitente gimió de dolor mientras su rostro comenzaba a cambiar de color. Le recordó al tiempo en el claro en donde arrancó una flor del suelo y la vio desintegrarse con su simple toque. Las lágrimas saladas bajaban de sus ojos mientras observaba cómo la vida del Penitente se desvanecía frente a sus ojos. Ahogando un último suspiro, cayó al suelo en un montón de patas metálicas y residuos pegajosos. Sin vida, muerto.

—¿Lori?—una voz rebotó en las paredes, sacándola de su trance. Dos muchachos se pararon en la entrada del pasillo, mirando sus ojos rojos luminosos atenuarse hasta volver a su tono azul normal. Parpadeando, su cuello se aflojó, haciendo que su cabeza cayera hacia adelante. Volvió a sentirse abrumada por el dolor y la fatiga. como si la anestesia hubiera desaparecido. No estaba segura de cuánto habían visto. Era como si se hubiera despertado de un coma o algo así. Vio todo lo que hizo, pero no estaba presente mentalmente. Había sido controlada contra su voluntad y, maldita sea, eso era aterrador.

—Santo cielo.—Minho susurró sin aliento, sus ojos examinaban la escena frente a ellos.—Está muerto. ¿Cómo... qué hiciste?

—No tenemos tiempo para eso.—Thomas se tambaleó hacia adelante, tomando el brazo de la chica.—Tenemos que irnos.

Otro chillido sonó desde cerca, alertándolos.

—Tienes razón. Vamos.—Minho estuvo de acuerdo, mientras los dos guiaban a la chica fuera del pasillo. Gracias a Dios que tenían al guardián de los corredores con ellos, porque conocía al laberinto como la palma de su mano.—Esta sección se está cerrando, podemos dejarlo aquí.

Colocando su brazo alrededor de la cintura de Lorelei, Minho la ayudó a llegar al otro extremo mientras que Thomas se quedaba atrás con escepticismo, esperando a que el Penitente los alcanzara.

—¿Qué está haciendo?—la voz de Lorelei salió en un susurro mientras miraba fijamente al novato. El chico coreano entrecerró sus ojos mirando en la misma dirección que ella.

—¿Qué estás haciendo? ¡Sal de ahí!—gritó frenéticamente.—Te dije que era estúpido.

Dándole un codazo en respuesta, la rubia logró enderezar su postura y sostenerse sola. Observó a Thomas saltar sobre la punta de sus pies mientras Minho continuaba regañándolo a todo pulmón.

El novato finalmente movió sus pies y corrió hacia el pasillo con el monstruo detrás. Se apresuró, con la esperanza de atrapar su objetivo entre las paredes que se cerraban. Lorelei apretó las palmas de las manos contra sus rodillas con ansiedad.

—¡Thomas!



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