━XXIV. Condenados a morir
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CAPÍTULO VEINTICUATRO
CONDENADOS A MORIR.
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LA LLUVIA BAJÓ EN EL CLARO a un ritmo insaciable. Las nubes se habían vuelto grises y se agruparon para llorarle al paisaje debajo, empapando la hierba y rebotando en las superficies boscosas de los edificios hechos a mano.
Todos los habitantes del claro habían abandonado sus deberes mientras se refugiaban bajo un techo en la finca hasta que finalmente pasó. Pero honestamente, el clima era en lo último que pensaban, porque las puertas estaban por cerrarse y Minho y Alby todavía no habían regresado. Estaban acostumbrados a que los Corredores se fueran por la mañana y luego regresaran sanos y salvos, pero como Ben había sido picado a la mitad del día, todos estaban nerviosos.
Pasando sus dedos a través de su cabello rubio, Lorelei resopló brevemente, mordiéndose el labio inferior con la mirada fija en las puertas y paredes grises de cemento puro. Sus pies calzados con botas caminaban de un lado hacia otro, inquietos. Odiaba eso, odiaba esperar. No solo se sentía inmensamente impaciente, sino, también inmensamente preocupada y no quería admitirlo. Pero, los demás no necesitaban preguntar. Era bastante obvio.
—¿Podrías dejar de caminar así?—Gally preguntó, mirándola desagradablemente por encima de su hombro. Sus ojos ardían de irritación y su antebrazo estaba apoyado contra poste, tenso.
Haciendo una pausa, Lorelei le devolvió una expresión de furia; sus labios de color fresa estaban crispados.—¿Quieres que te golpee la cara?
Cuando el constructor se enderezó, listo para girarse y lanzarse sobre la rubia, Newt habló antes de que pudiera hacerlo, agarrando el codo de Lorelei.—Ya basta, ustedes dos.—dijo y tiró de ella para rodearla con sus brazos. Su barbilla descansaba sobre la coronilla de su cabeza y Lorelei no podía negar que su abrazo era extremadamente reconfortante. Pero a juzgar por el ceño fruncido que mostraba, estaba tan ansioso como ella y deseaba poder hacerlo sentir mejor de alguna manera.
En cambio, levantó la mano y recorrió su brazo desde arriba hacia abajo con un suave toque y sus labios se sellaron para no decir nada que cabreara a Gally de nuevo.
—Ya deberían estar de vuelta.—Thomas dijo, desde atrás de ellos.—¿Qué pasa si no llegan a tiempo?
—Si van a llegar a tiempo.—fue todo lo que respondió el segundo al mano, poniéndose rígido contra el cuerpo de la chica. Claramente no satisfecho con esa respuesta, Thomas se apartó de uno de los postes de madera y se acercó hasta que estuvo al lado de los dos.
Lorelei mordió su lengua y le envió una mirada severa al chico de cabello azabache que era demasiado curioso para su propio bien.—Llegarán a tiempo.—ella copió las palabras de Newt, esperando a que no estuvieran equivocados.
Echando un vistazo a través de sus pestañas al rubio arenoso, Lorelei le dedicó una sonrisa algo tranquilizadora que él hizo todo lo posible por devolverle. Su corazón se llenó de esperanza y estaba más que agradecido de que ella estuviera con él, tratando de consolarlo. Honestamente, ya no podía imaginar la vida en el claro sin ella, despertando todos los días sin ver sus hermosos rasgos hechos a manos por los mismos dioses.
Su nariz rozó su sien mientras trataba de olvidarse de los espantosos nervios que afloraban en su pecho. Minho y Alby volverían y estarían bien. Tenían que estar bien.
Un rato después, todo el mundo se había acunado alrededor de las puertas con impaciencia, mirando hacia el escalofriante pasadizo, esperando a que sus dos amigos llegaran corriendo por la esquina, a salvo e ilesos. Riendo por la noción del tiempo. Afortunadamente, la lluvia había cesado, dejando la hierba verde cubierta de rocío y olor a madera húmeda.
En la distancia, podían escuchar a los insectos zumbado, lo que era lo único que rompía el silencio mortal. Ninguna persona tenía ganas de hablar. Habían estado así más de diez minutos. Tragando saliva, Lorelei miró hacia abajo, notando los asustados ojos marrones de Chuck observándola sin palabras. Esa vez, simplemente no podía mostrarle la misma sonrisa que le mostró a Newt, porque se sentía paralizada con puro e incondicional terror, que solo aumentó cuando el sonido familiar de las puertas cerrándose se escuchó.
—Por favor, ¿podemos enviar a alguien a buscarlos?—Thomas sugirió como si fuera así de simple, la respuesta a todas las preocupaciones. Y tal vez lo era, es solo que no podían.
—Va contra las reglas. Regresan o no regresan.—Gally respondió desde su posición agachada en el suelo, sin apartar los ojos de la imagen frente a ellos.
—No podemos arriesgarnos a perder a nadie más.—agregó el segundo al mano, moviendo su mirada lejos del novato para fijarlos en la chica que estaba a su lado. No podía arriesgarse a perderla. Un momento después, el chirrido se hizo más fuerte, seguido por una brisa abrupta que barrió residuos de polvo y hojas a sus caras, que se protegieron con las manos sobre los ojos.
Las puertas comenzaron a cerrarse.
—Oh, no.—Chuck murmuró para sí mismo, moviéndose hacia sus amigos mientras sentía náuseas.
Escaneando sus ojos entrecerrados hacia el laberinto, el corazón de Lorelei dio un vuelco al ver dos personas emergiendo a través de la oscuridad en la distancia.—¡Ahí!—señaló, alertando a los demás de su presencia. Tan cerca pero tan lejos.
—Esperen, algo anda mal.—Newt dijo, y fue entonces cuando todos se dieron cuenta de que Minho cargaba a un Alby inconsciente en su espalda; sus gruñidos hacían eco en las paredes.
—¡Vamos, Minho, tú puedes!
—¡Rápido! ¡Anda!
—¡Vamos, tú puedes!
Los habitantes del claro empezaron a gritar a todo pulmón palabras de aliento para el Guardián de los corredores que se encontraba en una situación de vida o muerte. O, se arriesgaba a quedar atrapado en el laberinto para salvar al líder, o lo sacrificaba para salvarse a sí mismo. Lorelei sabía que Minho no dejaría morir a Alby.
—¡Minho, tienes que dejarlo!—Gally gritó y las manos de la rubia se curvaron en puños, las uñas se apretaban en su carne. Por mucho que quisiera gritarle a Gally en ese mismo momento, sabía que no era momento para pelear. Tenían cosas más importantes de las que preocuparse.
—No lo lograrán.—la frágil voz de Newt llegó hasta sus oídos; se podía sentir la ira y la angustia en ella. Iban a perder a uno de los suyos, o peor aún, perderían a ambos. Se habían acostumbrado a ver las puertas cerrarse todas las noches, pero de alguna manera, esta vez y en este momento, sentían que se cerraban diez veces más rápido de lo normal.
—Te lo dije.—Lore soltó una risa en la cabeza de Lorelei, y una inestable sensación de determinación envenenó su torrente sanguíneo. No podía quedarse ahí sin hacer nada, dejando a Minho cargando a Alby como un saco de papas.
—A la mierda esto.—exhaló casi inaudible. Decidiendo no mirar al chico a su derecha, corrió por estrecho y vertical corredor que se había formado, su cabello despeinado volaba detrás de sus hombros.
—Lori, ¡¿Qué estás haciendo?
—¡Vuelve!
—¡¿Estás loca?!
Justo cuando se encontró con el otro lado y se arrodilló junto a Minho y Alby, los gritos de los habitantes del claro aumentaron, porque ella no era la única que había tomado una decisión tan imprudente. Unos segundos después de correr hacia el laberinto, Thomas la siguió, logrando sacar su cuerpo entre las paredes antes de que se sellaban. Lo último que Lorelei pudo ver fue la expresión de miedo puro en el rostro de Newt. Fue un dolor que vio reflejado en sus ojos cafés. Newt trató de llegar hacia ella, pero los chicos que lo rodeaban se lo impidieron.
—Bien hecho...—Minho jadeó sin aliento, sin fuerzas y, sobre todo, sin esperanza.—Acaban de condenarse a morir.
Lorelei envolvió sus brazos alrededor de sí misma, la piel de gallina la recorrió mientras miraba a su alrededor de forma desolante e inquietante.
¿Qué diablos había hecho ella?
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