━XXII. Eres tú
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CAPÍTULO VEINTIDOS
ERES TÚ.
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—HEY, DULZURA.
Una voz masculina llegó a los oídos de Lorelei, su oscura visión repentinamente estalló en colores. Había un hombre. Tenía cabello oscuro, la cara recién afeitada, ojos azules similares a los de ella, a excepción que estos tenían un tono más oscuro. Podía verse a sí misma entre las imágenes: diferentes alturas, edades, pero en todas ellas estaba junto a él. En un momento, incluso vio que no solo estaba él, sino, que también estaba Maddison acunando a una pequeña bebé en sus brazos.
—Oh, Billy. ¿No es perfecta?—la mujer de cabello dorado dijo efusivamente, rompiendo a llorar al ver a su hija recién nacida. Vulnerable y ajena al mundo.
—Por supuesto que lo es.—él sonrió, sin siquiera en molestarse en secar sus propias lágrimas que nublaban su visión.—Oye, pequeña dulzura. Tu papá está aquí.—la bebé Lorelei parpadeó hacia él con esos ojos audaces e hipnóticos.—Voy a amarte y protegerte para siempre, ¿de acuerdo? Lo prometo.
—Nuestra pequeña Elena Morris.—Maddison sollozó con una sonrisa mientras presionaba un beso en su cabeza.
—Lista para conquistar el mundo.—Billy dijo y justamente la escena se desintegró como polvo, desapareciendo en la oscuridad en apenas un parpadeo.
Se formó una nueva escena: una gran sala blanca con mesas negras, llenas de diferentes armas, cuchillos y sacos de boxeo. Billy Morris pasó su tarjeta por el escáner y la puerta se abrió, ahí, se encontró con su hija parada a unos metros de un tablero blanco, negro, azul, rojo y amarillo con un arco en las manos y un carcaj de flechas en su espalda.
Sacó una flecha, la estiró en el arco, estrechando su línea de visión hacia el centro amarillo. Después de inhalar por la nariz, exhaló el aire por la boca y la flecha cayó sobre el centro amarillo.
Billy silbó, aplaudiendo lentamente y avanzando hacia ella en grandes zancadas.—Esa es mi chica.
Lorelei chasqueó la lengua y se dio la vuelta para sonreír con complicidad a su padre.—Hey, papá.
—Lo juro, siempre estás aquí.—rió entre dientes, pasando sus dedos por la mesa de metal. La rubia bajó el arco y se apartó un mechón de cabello de la cara.
—A la abuela le gusta cuando entreno.
Billy frunció el ceño, un sabor amargo se atascó en su boca, pero se las arregló para parecer indiferente.—Tu abuela te hace trabajar mucho, dulzura. ¡Deberías estar comiendo chatarra y hablando de chicos... o chicas!—dijo con una suave sonrisa.
—Bueno, hay... un chico.—Lorelei se mordió el labio inferior con dureza para ocultar la cursi sonrisa que amenazaba con salir. Esto despertó la atención de su padre.
—¿Oh? ¿Qué hay con él?
—Él es... realmente amable y dulce.—Lorelei pasó una mano por su cabello rubio, riendo para sí misma.—Él me hace olvidar... el caos que está ocurriendo en el mundo. Me hace sentir como si yo fuera una adolescente normal, ¿sabes?
—Suena como un buen chico.—Billy comentó, radiante ante la reacción de su hija. Le recordó a la vez que él y Maddison se conocieron.
—Y es británico.—señaló la chica, imaginando su rostro, sus cálidos ojos color avellana, su cabello rubio arenoso y su maldita sonrisa.
—Bueno, definitivamente veo por qué te gusta.—Billy rió.—Así que, ¿Cuál es su nombre?
Cuando los labios de Lorelei se abrieron para responder, la escena se desvaneció, al igual que todos sus recuerdos.
Y luego abrió los ojos. Estaba de vuelta en el claro, bajo la fina manta de su cama de madera. Al sentarse, sintió que su corazón latía con rapidez mientras comprendía lo que acababa de ver ¿o soñar... recordar?
Billy Morris. Su padre, y la pareja de su madre, Maddison. Ambos miraban a su hija recién nacida, a ella. Luego, ella estaba en una sala de entrenamiento usando el arco y la flecha... y hablando de un chico que le gustaba. Un chico británico. Un rubio. Seguramente, tenía que ser Newt. Por eso sintió una conexión instantánea con él cuando se conocieron, por eso se llevaban tan bien. Pero ella no logró escuchar el nombre, ¿quién más podía ser?
Pateando la manta lejos de su cuerpo, Lorelei salió de la cama, sus pies descalzos se tensaron contra el áspero piso de madera. Las tablas del suelo crujieron con cada paso que daba. Cuando finalmente salió, sus huesos se relajaron mientras las brinzas de la hierba hacían cosquillas a sus pies. El aire estaba mucho más fresco, el cielo estaba oscuro y sombrío. Todo lo que podía oír eran los sonidos de los insectos y los susurros de la brisa.
Se dirigió hacia la plataforma de madera que Alby la llevó durante su primer día en el claro; subió silenciosamente la escalera y se sentó. Miró hacia el frente y cruzó las pierna sobra la madera. Sintió la necesidad de aclarar su mente y tomar un poco de aire fresco; y no había mejor momento cuando todos roncaban y ella estaba ahí, sola.
Aparentemente, en su mundo propio, Lorelei ni siquiera escuchó los pasos siguiendo su mismo camino hacia la cima de la plataforma.—¿Te importa si me uno?—alguien preguntó y cuando miró hacia arriba, se dio cuenta de que era Newt. Ella asintió en silencio, desviando su mirada hacia el frente mientras él se sentaba a su lado.—¿Estás bien?
—Si.—exhaló, frunciendo el ceño.—¿Cómo supiste dónde estaba?
—Escuché que te levantaste de la cama.—se encogió de hombros.—¿Qué pasa por tu mente, amor?
Suspirando profundamente, Lorelei no pudo ignorar el peso que sentía en su pecho, así que le explicó las visiones que había estado teniendo: desde el primer recuerdo del dibujo de su madre, su abuela hablando de una transfusión y por último, todo lo que había visto esa noche, menos la conversación con su padre que, muy probablemente era sobre el segundo al mando en persona.
—¿Por qué no me hablaste de esas visiones antes?—preguntó de forma gentil.—Sabes que no te habría juzgado. Nunca te juzgaría, Lori.
—Lo sé, yo solo...—la chica se calló, temblorosa.—Yo solo estaba tratando de entender lo que ellos querían decir antes decirle todo a alguien más.
Newt siguió escuchando.
—Y además con la voz en mi cabeza, no puedo pensar con claridad. Debo parecer un poco loca, ¿eh?—ella resopló, inclinando la cabeza para descansarla sobre su hombro.
—No creo que estés loca.—insistió el rubio, sintiendo que sus nervios comenzaban a invadirlo.—Creo que eres magnífica.
Levantando la cabeza hacia arriba, los ojos de Lorelei se clavaron con los suyos mientras tragaba saliva.—¿Crees que soy magnífica?
Newt asintió.—Absolutamente.
—Eres demasiado amable. No sé qué hizo alguien tan complicado como yo para merecerte...—Lorelei admitió, sin importarle la proximidad de sus caras.
—Si, eres jodidamente complicada.—dijo y los dos rieron. Luego, siguió.—Pero no querría a nadie más.
—¿Q-qué quieres decir?—ella susurró, sintiendo su cuerpo arder. Y, esperando a que él dijera lo que ella esperaba.—¿Qué estás diciendo, Newt?
—... cuando llegue el momento, no luches.—la voz de Leo llegó a la cabeza del segundo al mando. Y fue entonces cuando decidió que este era el momento. Era ahora o nunca y, no podía soportar que fuera nunca.
—Quiero decir esto.—murmuró, y antes de que se acobardara, sus ojos sobre los suyos y después presionó sus labios contra los de ella. Una sensación de familiaridad los inundó a ambos.
Los ojos de Lorelei se cerraron y sus manos subieron instintivamente para tomar el rostro de Newt en entre ellas. El beso fue lento y suave. Reconfortante y cariñoso; seguro y cierto.
—Newt.—la escena junto a su padre pasó frente a sus ojos por unos breves segundos.—Su nombre es Newt.
Y entonces fue cuando el chico se separó del beso, sus orbes brillaban hacia ella. Sus labios estaban entre abiertos y sus ojos estaban vidriosos.—Eres tú...—ella pronunció. Él la miró con confusión.—Tuve una visión hablando con mi papá, y le mencioné un chico que realmente me gustaba. No supe su nombre en ese momento, pero cuando me besaste.—tomó una bocanada de aire.—Confirmó que estaba hablando de ti.
—Por eso nos sentimos tan unidos desde el principio.—Newt dijo con voz áspera y comprensiva.—Porque nos conocíamos antes de todo esto. Tú y yo, siempre hemos sido tú y yo.
—Si.—Lorelei contestó, con los ojos llorosos.
—Entonces, ¿eso significa que todavía te gusto? Porque...—Newt lamió sus labios.—Realmente me gustas, Lori.
—Si, idiota. ¡Por supuesto que me gustas!—ella exclamó con una risita, mientras una lágrima bajaba por su mejilla derecha. Newt secó su lágrima con su pulgar.
—¿Puedo besa...?—ni siquiera pudo terminar la pregunta, porque Lorelei volvió a juntar sus labios, envolviendo sus brazos alrededor de su cuello. Esa era la única respuesta que necesitaba.
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