Prólogo.

Prólogo.

Creo que no hubiese sabido definir lo que significaba la palabra «amor» hasta que un día lo conocí en su totalidad, hasta que un día descubrí que ese sentimiento también podía albergar oscuridad por más hermoso que fuese. Y es que, si no hubiera sido por eso, continuaría ideando ese sentir de una forma común, justo como otras personas lo sentían, aunque no era como yo lo creía.

Y para ser sincera conmigo misma, yo no era una persona común. Ni siquiera me sentía como si lo fuera. Al contrario, era de todo, menos normal. La realidad era que mis ideales sobre amar siempre fueron no comunes, así que cuando hablaba sobre el amor, era mucho más profundo que una moral idealizada. Era una jodida locura que se volvía realidad cada vez que estaba cerca de él.

«¿Qué significaba el amor para mí?». Era una pregunta que me hice muchísimas veces cuando él llegó a mi vida y la cambió en su totalidad.

Sin embargo, no solo la cambió. También la destruyó, la jodió y la rompió en miles de pedazos. Luego recogió cada parte rota de mí y la construyó a su gusto. A su antojo, me moldeó.

«¿Qué significaba el amor para mí?». Me volví a replantear la pregunta más importante de mi mortal existencia y aquí iba mi definición sobre amar desmedidamente y sin límites:

El amor era el sentimiento más poderoso que existía. Era un sentir que me llenaba de adrenalina y me hacía realizar cosas de las que no me arrepentía luego, porque las llevaba a cabo con devoción y total entrega hacia la persona que me había convertido en lo que era.

El amor era ese sentimiento por el cual no había peros al momento de demostrar respeto, confianza y lealtad. Sin embargo, yo lo demostraba de una manera distinta, aunque utilizara todas las palabras mencionadas anteriormente. No obstante, todo esto se reducía a una sola persona.

«¿Qué era él y qué era yo?». Fueron preguntas que también me replanteaba una y otra vez, aunque en el fondo lo sabía:

Yo era luz y él oscuridad, una perfecta dualidad incomprendida por los seres comunes. Éramos dolor y sangre, pero también pasión y obsesión. Estábamos destruidos mentalmente, pero también éramos los reyes de nuestro propio mundo, porque él así me lo enseñó.

Realmente, él estaba totalmente de acuerdo en cómo yo le demostraba lo que era amarlo, porque lo hacía sinceramente y de una forma única. Era un sentir muy jodido, pero si no me sentía así, era capaz de experimentar lo que le sucedía a un drogadicto cuando no tenía su dosis predilecta: rompería una tormentosa adicción. Sin embargo, prefería una vida entera a su lado, que romper un vicio que no tenía cura. Era imposible, o al menos para mí.

Lo que yo tenía con él era un amor verdadero que nadie iba a entender. Solo él y yo, porque era uno sin peros ni condiciones. Era oscuro, siniestro, crudo. Era una sinuosa obsesión.

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