Capítulo 4.
Capítulo 4.
La luz de la mañana se colaba a través de la ventana que yacía media abierta, a pesar de que el ambiente se mostraba nublado y grisáceo. La brisa fresca entraba en mi habitación mientras estiraba mi cuerpo con pesadez. Fruncí el ceño con fastidio cuando me di cuenta de que me esperaba otro día de mierda.
Francamente, no quería ir a la universidad. Todavía no había asimilado las situaciones que había tenido que presenciar el día anterior, y mucho menos lo que había sucedido en la madrugada, cuando el reloj marcó las 3:33 de la madrugada y vi a Nick a través de la ventana luego de haber terminado de masturbarme.
«Maldita sea, ¿en serio me había visto masturbarme o sólo eran alucinaciones mías debido a la ansiedad?». Analicé la situación al mirar el techo de mi habitación, porque había estado tan absorta en lo que hacía, que no me había dado cuenta de que era probable.
Al menos debía agradecer que en ese momento mis tíos estaban teniendo sexo, porque no sabría qué sería de mi triste existencia si de vergüenza se trataba.
De repente, los ojos grises de Nick volvieron a recrearse en mi mente, justo como los había apreciado el día anterior, aunque su fría y gris mirada me hiciera sentir como una mortal más.
—No, no es cierto —dije por lo bajo al presionar los párpados, deseando que haya sido una jodida alucinación.
Sin embargo, su imponente presencia continuaba haciendo estragos en mi cabeza, haciéndome sentir cohibida, asustada y ridícula.
—¡No, no y no! —agité mi cuerpo de un lado a otro, escondiéndome una vez más bajo las sábanas de mi cama, como si eso pudiese resolver el hecho de que quizá Nick sabía que me masturbaba a su nombre—. ¡Mierda, mierda, mierda!
La tía Hellen tocó la puerta de mi habitación, avisando que iba a abrir. Realmente, estaba escuchando las quejas que tenía conmigo misma.
—Rose, el desayuno ya está casi listo —frunció el ceño cuando me vio actuar como una niña pequeña y avergonzada—. ¿Te sientes bien?
—Podría estar mejor —me lamenté.
—¿Ya te tomaste los medicamentos prescritos?
Me senté sobre la cama al apoyar mi espalda contra el respaldar y miré hacia la ventana donde había visto los ojos grises de Nick. Desde mi posición se podía visualizar el ventanal de su habitación. Luego dirigí mi vista hacia la mesita de noche, justo donde estaban mis medicamentos antidepresivos.
«Mierda, casi se me pasaba la hora». Me dije a mí misma al sujetar mis medicamentos para tratar mis trastornos.
—Tía, ¿y si hoy no asisto a la universidad? —la miré esperanzada, pero se cruzó de brazos al mantenerse en el marco de la puerta.
—Rose, ya hemos hablado sobre esto con el doctor Miller —me recalcó con dulzura y paciencia—. Creemos que es un buen paso el hecho de que intentes salir de la casa para que interactúes con las personas y tengas una vida más normal. Qué asistas a la universidad es un gran avance para que comiences a hacer las cosas por ti misma como tanto has deseado.
Lo analicé por un momento, porque tenía razón. La realidad era que hacía mucho había deseado tener el valor de superar mis padecimientos, ya que podían curarse con un poco de fuerza de voluntad. Desde el trágico accidente que sufrí con mis padres, jamás volví a ser la misma y la oscuridad se adueñó de mi mente, trayendo consigo secuelas que se convirtieron en trastornos que no me habían dejado vivir como se suponía.
—Tienes razón, tía —negué con la cabeza e intenté recapacitar ante mi negación de asistir a la universidad—. En cuanto me aliste, bajo a desayunar.
Cuando la tía Hellen asintió en aprobación, me dejó a solas y cerró la puerta de mi habitación. En cuanto sujeté la botella de agua a temperatura ambiente que se encontraba junto a mis medicamentos, me los tomé como de costumbre.
Al ponerme en pie, caminé hacia la ventana con cierta inseguridad, tragando saliva y mirando de reojo. Sin embargo, cuando me acerqué por completo, solté un suspiro de alivio al comprobar que Nick no estaba. Aunque deseaba verlo, lo último que quería era que me viera después de los momentos vergonzosos que había pasado en cuanto a él.
Sigilosamente, volví a asomarme a la ventana al caminar de puntillas, tirando de las cortinas para cubrir las vistas hacia su dirección. Sin embargo, cuando miré una vez más al sentirme oculta gracias a las telas, lo vi caminar con soltura por su habitación. Tenía puesto un pantalón oscuro, pero su torso estaba al descubierto, situación que hizo que me mordiera el labio inferior. En serio lo deseaba más que antes.
«Tendría que tener más cuidado al momento de espiarlo», pensé al bajar los ojos por unos segundos.
Cuando volví a elevar mi mirada, me di cuenta de que Nick estaba mirando hacia mi ventana. Rápidamente, cubrí la pequeña porción por la cual lo espiaba. Sin embargo, cuando volví a mirar luego de unos segundos, ya no estaba. Últimamente, sabía cómo hacer que me sobresaltara del susto.
Sacudí mi cabeza por un momento e intenté caer en tiempo, porque, maldita sea, no podía seguir así. Debía calmar mi jodida obsesión por alguien que apenas sabía de mi existencia.
Sí, había cometido el estúpido error de haber dejado las cortinas abiertas y quizá me había entregado por completo a mis actos de masturbación, pero ni siquiera me había dado cuenta de esos detalles.
En cuanto me duché, me sequé y me vestí, agarré mi mochila y mi teléfono para dirigirme hacia el comedor. Mis tíos veían las noticias desde el televisor más cercano a la cocina mientras desayunaban:
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»Por el momento, no hay respuestas concretas en cuanto a los últimos asesinatos que han escandalizado al pueblo y a todo un estado.
»Algunos investigadores creen que «El Destripador de Westport» es también el responsable de las muertes en el Lago Candlewood, así como le ocurrió a Paul Davis.
»No obstante, otras teorías también apuntan a que se trata de dos asesinos que ejecutan sus actos de manera diferente, ya que se dice que «El Destripador de Westport» actúa bajo el sentido de la justicia en sus manos, violentando las leyes del sistema y los derechos humanos.
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—Bah, son estupideces —el tío Benjamín presionó el control remoto del televisor desde la mesa donde nos encontrábamos y lo apagó—. Últimamente, la policía de Westport actúa de manera ineficiente y no hacen nada bien para capturar a ese tipo.
—¿Crees que hayan dos asesinos? —le pregunté al comer mi desayuno con suma dificultad, ya que, últimamente, el tema de un asesino en serie también me ponía muy nerviosa.
—Quién sabe, Rose —encogió los hombros y continuó desayunando, sin darle la menor importancia al asunto—. Solo espero que si hay alguien por ahí que cree que tiene el derecho de tomar la justicia en sus manos, le caiga todo el peso de la ley.
—Bueno, en el caso de que hayan dos asesinos en el pueblo, ¿no crees que «El Destripador de Westport» no sea tan descabellado después de todo?
—¿A qué te refieres con eso, Rose? —me miró con incredulidad, como si no pudiese creer lo que yo le decía—. Aun así es un asesino en serie, alguien que mata sin escrúpulos.
—Pero según los rumores, Paul Davis era un abusivo y un violador —le recalqué al tragar saliva, porque su seria mirada se oscureció de repente, como si no le agradara lo que yo pensaba respecto al tema.
—Da igual lo que era o no ese muchacho —espetó—. «El Destripador de Westport» es un asesino serial y no tiene ningún derecho de quitarle la vida a nadie con su supuesto sentido de la justicia. Él no es Dios ni un súper humano. ¿Para qué crees que están hechas las leyes? Para que se lleven a cabo.
—Sí, ¿pero para quiénes y a qué costo? —enarqué las cejas, consciente de que la mayoría de las personas del pueblo eran gente de mierda.
El tío Benjamín presionó los labios, observándome con cierta desaprobación por haberle respondido de manera sarcástica e ingeniosa. Quizá él tenía razón en cuanto a que «El Destripador de Westport» no tenía ningún derecho de quitarle la vida a ninguna persona. Sin embargo, nadie extrañaría a personas como Paul Davis. Incluso, si asesinar no era lo correcto, estaba siendo un alivio para las víctimas inocentes. En el pueblo había mucha gente de mierda privilegiada que le estaba temiendo al asesino justiciero.
«Solo esperaba que el asesino del Lago Candlewood no fuese el mismo que el de Westport», pensé.
—Es temprano para estos temas —la tía Hellen llamó nuestra atención desde su lado de la mesa—. No creo que sea adecuado hablar de los asesinatos del pueblo en pleno desayuno.
—Tienes razón, tía —tragué saliva y me dispuse a terminar mi desayuno como pude.
—Supongo —el tío Benjamín rodó los ojos y continuó desayunando con despreocupación.
Al terminar de desayunar, me despedí de ellos y me dirigí hacia el exterior de la propiedad. Ni siquiera me atreví a mirar de reojo hacia la casa de Nick, pues, todavía sentía que necesitaba que la tierra me tragara por completo y lo menos que quería era volver a sentirme avergonzada. Sentía menos ánimos de salir a diferencia del día anterior.
Sin embargo, miré hacia diferentes direcciones al nuevamente sentir como si me estuvieran observando. Era extraño lo que sentía, ya que no era la primera vez que me sucedía. Por un momento, me abracé a mí misma e intenté impregnarme del silencioso ambiente grisáceo.
«Cálmate, Rose». Me alenté mentalmente al presionar los párpados por un momento. «Solo era la agorafobia queriendo adueñarse de ti una vez más».
La realidad era que los espacios abiertos y salir de mi hogar me causaba un temor inexplicable, como si supiera que salir al mundo exterior me pondría en peligro de vida o muerte en cualquier momento. Eso causaba que mi ansiedad se agravara y que pudiese experimentar uno de los tantos ataques de pánico.
Al acceder al interior de mi vehículo, me dispuse a manejar hacia la universidad, admirando el paisaje del trayecto y olvidándome por un rato de mis crisis existenciales y vergonzosas. No obstante, presioné los labios cuando pasé por la entrada de la institución, lamentándome de tener que volver a estar en espacios muy abiertos e interactuar con la sociedad.
«Al menos el doctor Miller estaría muy orgulloso de mis avances emocionales en cuanto al tema de salir e intentar entre la gente», pensé.
Cuando estacioné mi vehículo y salí al exterior, lo primero que hice fue sacar del interior de mi mochila un abrigo blanco para colocármelo y cubrir mi cabeza y mi rostro con la capucha. A diferencia del día anterior, que portaba un bonito vestido, en el momento vestía con un jean, un suéter de lana y calzaba unas clásicas Converse. Ni más ni menos.
Cuando comencé a caminar, dispuesta a comenzar la mañana entre clases, miré hacia la emblemática y simbólica estatua de la universidad, justo donde había estado el cuerpo mutilado y torturado de Paul Davis, frunciendo el ceño y preguntándome si tal vez el asesino podría estar en la institución, mezclándose entre los estudiantes. Aunque quería creer que no, que simplemente utilizó el lugar de los hechos para humillarlo y sacar sus trapos sucios en un lugar de prestigio al cual asistía.
Cada uno de esos detalles solo me hacían recrear más preguntas en mi cabeza que por el momento no tenían respuestas, pues, ni la policía ni los investigadores tampoco las tenían:
«¿Y si en realidad había dos asesinos?».
«¿Y si uno de ellos asistía a la institución?».
«¿Y si uno o los dos estaban cerca?».
O lo que era mucho peor en cualquier caso de que fuesen dos:
«¿Y si ambos asistían a la «Universidad Literaria de Westport»?».
Tenía muchas preguntas sin respuestas. Mi cabeza siempre quería jugarme una mala pasada y debía seguir controlándome a como dé lugar.
—¿Rose? —alguien me llamó, pero cuando me volteé, me di cuenta de que era Tiffany, quien caminaba acercándose hacia mí.
—Hola —carraspeé y por un momento sentí cómo mis mejillas se calentaban por la vergüenza de haberla visto tener sexo con Nick.
Ni siquiera sabía con exactitud si él se había dado cuenta, pero por la expresión de ella supuse que no sabía lo que yo había presenciado.
—Hola, Rose —me sonrió y se detuvo delante de mí con su imponente belleza—. Por un momento no te reconocí con ese abrigo —se rio y comenzó a caminar junto a mí con cierta despreocupación—. ¿De qué huyes?
—¿Yo? —me reí nerviosa, porque la verdad era que sí intentaba pasar por desapercibida—. No estoy huyendo. ¿Qué te hace pensar eso?
Ella comenzó a reírse y me respondió:
—No me hagas caso. Solo estoy bromeando —le restó importancia a mi tímido comportamiento e hizo que me detuviera frente a la cafetería de la universidad—. Ya que nos hemos encontrado...
«"¿Hemos?" Tú me encontraste y yo no quería ser encontrada».
—Quería preguntarte si querías desayunar conmigo —se veía realmente entusiasmada.
—Lo siento, es que ya desayuné.
—Entiendo, pero si todavía no comenzará tu primera clase, puedes acompañarme. Vamos, anda —sujetó mis manos con insistencia, lo que hizo que mis nervios incrementaran.
—Bueno, yo... —lo dudé por un momento, porque no estaba acostumbrada a que la gente interactuara directamente conmigo y ella no sabía que estaba traspasando mi límite—. Está bien —acepté al fin, aunque debía admitir que muy a mi pesar.
—Gracias —me lo agradeció muy emocionada, pero cuando estábamos a punto de entrar en la cafetería me dijo—: Así me acompañas mientras llega Nick.
—¿Qué? —engrandecí los ojos.
—Sí, Nick Adams —me recalcó—. Ya lo conoces, ¿no? Toman Poesía a la misma hora.
—Sí, bueno...
—No te preocupes. Nick es un buen chico —me dijo cuando entramos a la cafetería.
«Mierda, se había dado cuenta de mi incomodidad hacia la presencia de Nick».
—Es verdad que él es bastante asocial y que no se relaciona con cualquiera, pero te prometo que es una buena persona.
«Si supieras que en realidad mi incomodidad era porque me gustaba tu "casi algo", no pensarías que su actitud distante y cortante era el problema en cuanto a mí».
No obstante, por supuesto que me preocupaba el hecho de que apareciera en cualquier momento y me viera con ella después de que, probablemente, era consciente de que lo había espiado mientras tenían sexo. Sin contar que también era muy probable que me haya visto masturbarme a su nombre.
—¿Sabes? Olvidé que tenía que ir a la biblioteca a realizar una tarea antes de comenzar mis clases del día de hoy —me reí nerviosa y rasqué mi nuca a través de la capucha de mi abrigo—. Es que luego no tendré tiempo libre para hacerlo y me urge —mentí.
—¿Ya tienes tareas? —hizo pucheros—. Bueno, de todas formas, ¿quién es tan responsable en esta universidad para preocuparse por las tareas en pleno comienzo de semestre?
«Yo, porque realmente sí debía hacer una tarea para la clase de Poesía, pero sí mentía en cuanto a la urgencia».
—Lo siento.
—Está bien, pero me debes un desayuno o una salida —me señaló con el dedo y enarcó las cejas—. Me caes muy bien y creo que tu amistad vale la pena.
«No dirías eso si supieras que me gusta tu "casi algo"».
—Está bien, sí —le dije para salir del paso y también porque quería irme antes de que Nick llegara hasta la cafetería.
Cuando logré escaparme de un desayuno súper incómodo con Nick acompañando a Tiffany, me dirigí hacia la biblioteca y allí me quedé por un rato, observando algunos libros de poesía, porque escribirlas y leerlas era mi pasatiempo preferido cuando me mantenía encerrada en mi habitación. Escribir poemas era una de las cosas que más me encantaba hacer y era una de las razones por las que decidí estudiar una carrera en literatura. Quería ser escritora y poetisa.
Buscando más libros como referencia para realizar la tarea que debía estar lista para la clase de Poesía, me dirigí hacia la sección de poesía oscura. Sin embargo, a pesar del silencio absoluto y del tenue ambiente en los pasillos de la biblioteca, no pude evitar soltar un gemido por el susto que me había causado ver a Nick con la espalda apoyada contra una de las estanterías. Al parecer, había estado concentrado leyendo un libro de poemas al mantener la capucha de su oscuro abrigo sobre su cabeza.
Cuando se dio cuenta de mi presencia, me miró fijamente desde su posición con sus fríos ojos grises, manteniendo una expresión neutral mientras observaba cómo algunos libros de poesía romántica se me habían caído al suelo.
Podía sentir cómo mi cuerpo comenzó a flaquear y cómo mis piernas temblaban como gelatina. Entre el rubor, los nervios y la vergüenza, pensé si lo mejor era salir corriendo o intentar actuar como si nada. Los nervios provocados por mi ansiedad estaban a punto de traicionarme.
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