Capítulo 20.
Capítulo 20.
Al ver que Nick no hizo ademán de salir de su vehículo, fruncí el ceño, sintiéndome extrañada de ver su BMW negro estacionado justo en la entrada de la casa de mis tíos.
«¿Y ahora qué le sucedía?».
«¿Qué quería?».
Con el cuerpo tembloroso por el ambiente friolento y los nervios que me causaba Nick Adams, decidí caminar hacia la dirección donde había estacionado su vehículo mientras tragaba en seco.
Una vez que me acerqué, rasqué mi nunca y volví a fruncir el ceño al fijarme en que las ventanillas polarizadas estaban cerradas. Sin embargo, estas comenzaron a descender lentamente y fue cuando pude percibir que Nick miraba hacia el frente sin ninguna expresión en concreto. No emitía ninguna palabra, pero por alguna extraña razón sentía y sabía que quería que accediera al interior del vehículo.
—Nick, yo... —buscando las palabras idóneas en mi mente para poder hablarle, me petrifiqué cuando me dedicó una fría y neutral mirada. Realmente, parecía que no quería que yo dijera ni una sola palabra—. Sobre todo lo que sucedió esta noche, lo lamento mucho. Especialmente, cuando casi matas a golpes a aquel borracho luego de que viéramos el cadáver de aquella chica.
«No, Rose. No digas más. La estabas cagando». Fue lo que pensé al juntar mis manos, mirándolo a través de la ventanilla del copiloto al asimilar que me sentiría incómoda hasta que decidiera irse a su hogar.
—De todas formas, gracias por defender a mi amiga —le dije por lo bajo cuando me di cuenta de que apagó el motor del vehículo—. Ahora debo irme —tragué hondo al ver que fijó sus ojos grises en mí desde el asiento del conductor.
—No he dicho que te vayas —presionó un botón del vehículo y abrió la puerta de mi lado—. Sube.
No sabía qué decir. Ni siquiera sabía cómo reaccionar. Cuando intentaba articular palabras, solo podía abrir y cerrar la boca una y otra vez. Solo con su mera presencia lograba que me quedara sin palabras ni argumentos.
—Yo... —carraspeé y froté mis ojos por un momento, porque los efectos suavizantes del narcótico todavía hacían estragos en mi jodido sistema—. No sé qué decir.
Nick soltó un bufido, fastidiado, esperando que yo accediera al interior de su vehículo. Sin embargo, cuando accedí con timidez y nerviosismo, me senté sobre el asiento del copiloto al frotar mis brazos por los escalofríos que sentía en el momento.
Luego él acercó su rostro hasta el mío, mirándome fijamente con sus ojos grises. No sabía con exactitud si reflejaban desprecio hacia mí, pero su cuerpo estaba cada vez más cerca del mío.
—Por lo que veo, tú nunca sabes qué decir.
—Yo... —tomé varias bocanadas de aire y decidí hablar—. Nick, siento mucho lo que ha pasado. Lamento todo. Incluso lo que pasó en el baño —le dediqué una mirada sincera, aunque nerviosa—. Sé que Tiffany y tú tienen algo y...
—Lo lamentas —enarcó las cejas al sopesarlo.
Era extraño lo que sucedía, pero sin decir más, me incitaba a continuar hablando. Él esperaba que lo hiciera. Además, estaba suponiendo que indirectamente hablábamos sobre lo que había ocurrido en el baño, cuando nos drogábamos y nos manoseábamos mientras su casi algo tocaba la puerta.
—Sí, Nick. Realmente, lamento lo que ha ocurrido —tragué saliva cuando acercó su boca hasta la mía—. ¿Q-Qué haces? —mis mejillas se calentaron.
—Solo quiero comprobar cuánto lo lamentas —susurró con ironía y agarró mi cuello con vehemencia, rosando sus apetecibles labios sobre los míos—. Debes estar muy lamentada, Rose —dirigió su mano hasta uno de mis pechos y lo frotó sobre mi vestido, plasmando besos sobre mi mejilla hasta detener su boca sobre mi oreja.
—Espera —jadeé y presioné los párpados al sentir que continuaría. Podía jurar que no tenía la fuerza de voluntad suficiente para detenerlo—. Esto no está bien.
—En el baño no decías eso.
—Lo sé, pero yo... —ahogué un gemido cuando introdujo su mano bajo mi vestido, frotando sus alargados dedos contra mi húmeda vagina.
—¿Esto no es lo que buscabas de mí, Rose?
—Mmm...
—Responde o me detendré —aligeró los movimientos de sus dedos.
—S-Sí... —cerré los ojos al sentirme realmente excitada y desesperada.
—No soy estúpido, Rose. Me he dado cuenta de que pierdes la cabeza cuando estoy cerca. Nada a tu alrededor te importa, solo yo.
—Bu-Bueno, es que...
—Tanto así que... —introdujo su dedo corazón en mi sexo— No te está importando lo que sucedió, porque ahora mismo te tengo justo donde y como quiero —se rio con frialdad e ironía—. Estás apretada, gatita. No me equivoqué cuando asumí que eres virgen. ¿Quieres que siga haciendo esto?
No sabía qué responderle, pero solo quería que continuara. Maldita sea, lo peor era que tenía razón, porque me sentía desesperada por estar con él.
—Veo que no —detuvo los movimientos de su mano y enarcó las cejas al mirarme fijamente con una fría arrogancia.
—Sí —solté de repente, sintiendo como mi rubor era peor ante sus ojos.
Soltó un bufido al volver a introducir su dedo en mi interior, acelerando los movimientos, seguro de sí mismo al mirarme a los ojos, mientras que yo intentaba no ponerlos en blanco por el placer que me estaba causando.
—Rose, Rose, Rose... —sonrió sobre mis labios—. Me sorprende lo capaz que eres de pensar solo en ti misma cuando se trata de mí —mordió mi labio inferior, sin dejar de masturbarme.
Después de largos minutos disfrutando de lo que me hacía, podía sentir cómo los fluidos de mi excitación empapaban su mano. Mi agitada respiración era abrumante y podía sentir cómo mi vientre ascendía y descendía bruscamente. Cerré los párpados con gusto cuando sentí que realmente llegaría al orgasmo. Sin embargo, justo cuando los escalofríos de mi cuerpo me exigían una desesperada liberación, Nick detuvo sus movimientos de forma repentina y, en vez de comerme la boca a besos, asomó sus labios sobre mi oreja para decirme:
—¿Y dices que lo lamentas? —susurró fríamente, disfrutando de cómo mi agitada respiración delataba que me había elevado al punto más alto de liberación para luego dejarme caer—. Eres una hipócrita, Rosemary Jones —lentamente, se alejó de mí, recobrando la compostura sobre el asiento del conductor.
Un sinnúmero de pensamientos que se adentraron en mi cabeza acompañaban a mi vulnerabilidad ante Nick:
«¿En serio no me dejó llegar al orgasmo?».
«¿Por qué me tocó y me masturbó si no quería nada conmigo?».
«¿Ese era el Nick que apenas seguía conociendo? Porque, francamente, descubría que no sabía quién era en realidad el chico que consideraba mi crush».
Cuando salí del vehículo en silencio y alisé mi ropa interior y mi vestido, esquivé sus ojos cuando me percaté de que había salido de su vehículo para apoyar la espalda junto a la puerta del copiloto, esperando que yo me alejara por completo para volver a la puerta principal de mi hogar. Mantenía los brazos cruzados y no dejaba de mirarme de abajo hacia arriba en ningún momento.
—No dejes que la curiosidad siga matando a la gatita. Todavía te quedan muchas vidas.
No dudé en responderle al sentir que la rabia y la vergüenza invadía todo mi sistema:
—¿Por qué me haces esto? —le gruñí con impotencia y podía sentir como mis ojos se empañaban—. ¿Acaso este es el Nick que realmente tenía que conocer para decepcionarme por completo?
—¿Lo he logrado? —me miró por encima del hombro a lo lejos.
—¿Qué? —no podía creerlo.
—¿He logrado decepcionarte? Porque es precisamente lo que quiero.
—¿Por qué? —negué con la cabeza, enjugando mis lágrimas.
—Porque no quiero seguir marchitando los pétalos de una inocente flor que vive en un mundo ideado por su propio jardín.
—¿Eso es lo que ves en alguien como yo? ¿Una simple flor que puede marchitarse en cualquier momento?
—Escucha, por ahí se cuenta que el Diablo se enamoró de la flor del infierno y no supo qué hacer ni cómo actuar con un sentimiento que conlleva responsabilidades que pueden llevar a la autodestrucción hasta al ser más inmortal. Entonces, se dejó llevar por el sentir de la pasión sin pensar en las consecuencias y así conoció su propio infierno. Se dice que luego de eso el Diablo no es tan Diablo después de todo, porque un amor lo hacía sentir como un simple mortal —suspiró con ironía e hizo ademán de acceder al interior de su vehículo—. No quiero eso para mí, así que ve a casa, Rose.
En cuanto encendió el motor y desapareció de mi vista, caminé hacia mi hogar con los sentimientos de desilusión a flor de piel. No solo la vergüenza me había invadido por completo, sino que también lo había hecho la decepción al saber que Nick no era lo que yo esperaba, aunque fuese más de lo que una vez creí.
Cuando abrí la puerta principal, lo hice en silencio a pesar de que me sentía pésimo. Había sucedido demasiadas cosas en una sola noche y estaba segura de que al día siguiente el asesinato de aquella estudiante cubriría los medios noticiosos.
Cuando al fin me encerré en mi habitación, tomé un baño con mucho esfuerzo, sin dejar de pensar en todo lo que había sucedido. Incluyendo el hecho de que había sido una estúpida al dejarme llevar por lo que Nick me hacía sentir. Sin embargo, me sentía usada, a pesar de que lo había disfrutado. Eso me confundía sobremanera.
Lloré sin parar, en silencio, pero con esfuerzo para no hacer ruido y que mis tíos se despertaran, dejando que las lágrimas se mezclaran con el agua que caía de la ducha. Me abracé a mí misma, porque, realmente, era duro conocer al verdadero Nick.
Ni siquiera sabía cuántas horas habían pasado, pero en cuanto me sequé y enrollé una toalla sobre mi cuerpo, me asomé muy cerca de la ventana con vistas hacia la habitación de Nick y me fijé en que ya estaba amaneciendo.
Era un amanecer nuboso y gris, en donde una colorida flor rojiza llena de inocencia se había marchitado luego de que sus pétalos disfrutaran de la luz del sol para conocer al verdadero verdugo que la marchitaría en un nublado alborear, donde la llovizna le daba la bienvenida a la oscuridad en la que se había adentrado.
Qué algo nos gustara, no significaba que no doliera.
Qué algo doliera, no significaba que no nos gustara.
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