¹ sintonía

Advertencia: violencia, lenguaje vulgar.






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La camiseta se le pega al cuerpo por el sudor. No se ha bañado en cinco días. El perfume con que se cubrió lo asfixia. Flota hasta arderle en la nariz que moquea ruidosamente. Uñas roídas dejan un camino ardiente de color rosado en sus brazos. Continúa hipnotizado con la pantalla. El canis lupus casi nunca ataca humanos. Sonrió. Costras secas se despegan de la piel que se rascó con saña.

–Mira el enfermito, ya empezó.

Él es el enfermito. Traga saliva amarga.

–Jin hyung, no seas así.

–¿Así cómo? No debieron invitarlo.

Jinyoung se oye hastiado. Yugyeom, su lame bolas, resignado.

–Hey, para ya que sangras –el codo huesudo de Yugyeom le atizó las costillas–. Jack, ¿qué vas a ordenar?

Aguantando la respiración, Jackson despegó la vista de la televisión. Parpadeó con desgano. Relamió sus labios surcados de grietas. Doce ojos lo juzgaron silenciosamente. Jinyoung. Yugyeom. Bambam, el nuevo juguete de Jaebeom. Youngjae, el fumeta. Mark, el de los puños pesados. Su grupo de amigos de la escuela media.

–¿Hombre, qué pasa? –Jaebeom, a quien Bambam le acariciaba por debajo del mantel almidonado.

Le costó fijar un pensamiento mientras una miríada de imágenes de lobos desgarrando a la misma presa, peleándose por ella, sacudía sus sentidos. Apareándose con pelajes rojizos de sangre seca. Se halló aterrado y excitado. Envidió el trato de los dos maricones, como no se atreve a decirles en la cara.

–¿Jackson, te encuentras bien? ¿Quieres algo para flotar un rato? –consultó otro de sus amigos, Youngjae, chasqueando los dedos.

El sonido del chasquido fue lamentable. Los dedos le brillaban aceitosos y Jackson arrugó la nariz al ver cómo gotitas salpicaron la mesa. La pregunta. Cierto. Asintió y suspiró mientras esforzaba a su agarrotado cuerpo a moverse. Bajó las piernas que había levantado y abrazado en el asiento. Enderezó la espalda y apoyó los antebrazos –no los codos– sobre la mesa.

–Bro, déjate esos brazos en paz.

–Joder, qué puto asco.

–No ayudas –ladró Yugyeom, arrojando la servilleta.

–Seh, como sea –Jinyoung jugueteó con el cuchillo, haciendo piques en el pan y destrozándolo sobre la mesa en migajas–. ¿Cómo te fue con la hermana de Hoseok? ¿Qué tal la traga?

–¿Eh? ¿Te la tiraste?

–¿Quién no? Dicen que se maneja bien en la cama.

–¿De qué cama hablas? Fue en el baño del trabajo.

–¿En el galpón? ¿No estaban descargando material?

–Ajá, ¿y qué? Hasta fui generoso y les dejé escuchar cómo pedía por más, la muy perra.

Jinyoung aplaudió y silbó. El restorán pareció encontrar divertido esta algarabía. Pero él se sobresaltó. Jackson observó a Jinyoung hasta que tuvo que entornar los ojos. Un instante, nada más que un atractivo rostro. Al siguiente, le pareció que a este se le estaban cayendo las cejas, deslizándose como gusanos asquerosos y peludos, hacia la mejilla. Parpadeó intentando enfocar mejor. Las cejas casi se le apostaban como un falso bigote. Ridículo. Jinyoung tronó su cuello antes de rascarse la nariz. Cuando se despejó la cara, todo continuaba en su sitio.

Optando por ignorar a Jinyoung, Jackson repasó las heridas que se hizo en la piel, las cuales no preocuparon a nadie en la mesa, pero sí captaron el interés de una jovencita a dos mesas de ellos. Atrapó la mirada de la muchacha, quien enrojeció hasta el cuello y volvió a fijarse en cejas. Las cejas delgadas de la joven se alzaron con culpa cuando se acomodó recta en su asiento para fingir que estudiaba el menú.

Jackson no pudo dejar de verla durante toda la cena.

El calor sofocante se apaciguó con el aire tormentoso. Jackson transpiraba por el picante que comió y la cerveza. Sentía que estallaban bengalas en su estómago. Como cuando se está enamorado. No aceptó ir con ellos. Sus amigos no insistieron. Empezó a caminar. Tanteó sus bolsillos. Su hogar no quedaba lejos, de todos modos. Y no le acojonaba caminar solo en la noche. Fugazmente, se pensó como un lobo. Recordó el documental. Y por qué le gusta el restorán de la señora Bae. Allí le dejan sintonizar su canal preferido: National Geographic.

Y hoy el especial de lobos fue estupendo. Canis lupus.

Los lobos se mueven en manadas de siete a veinte. Veintiséis años cumplió hace dos meses. Hay lobos solitarios. Nadie lo saludó, y se la pasó colocado hasta las cejas. Los aullidos ayudan a unir la manada. Lo despidieron o renunció, da igual. Tienen una pareja de por vida. Expulsó el humo del cigarrillo por la nariz. Pensó que al abrir sus aletas nasales se veía gracioso. Y se le vino a la memoria la muchacha a dos mesas de distancia, que había reído cuando Yugyeom hizo el mismo gesto. Jinyoung había aprovechado a voltear e iniciar una conversación que murió a las pocas palabras. Youngjae fue el siguiente y tampoco obtuvo atención. Jackson no se privó de burlarse.

Caminó por la húmeda callejuela, pisando sin culpa los charcos de agua. Quiso bailar, pero se contuvo. El cielo se despejaba con lentitud y la luna se asomó perezosa entre las nubes. Noche de luna llena. Sin estrellas. Él un lobo, ¿y su presa? Descubrió a la misma muchacha del restorán conversando por teléfono mientras andaba a unos pasos por delante. Sintió curiosidad. Había captado fragmentos de discusión telefónica mientras cenaban. Luego la vio cortar la llamada y arrojar el teléfono sobre la mesa, volcando su vaso de soda sobre sí. La ropa se le pegó al cuerpo menudo y grácil.

A Jackson le ponían las mujeres de diminuta cintura, pero de traseros grandes. Las tetas le daban lo mismo. Y el culo que se meneaba frente a él ahora era de esos que veía para tocarse cuando le dolía la verga de tan dura. Solía acariciarse sin evocar rostro, solo partes específicas del cuerpo, y se derramaba con gemido espantoso que quien lo oyera creería que sufría. Pero su orgasmo bastaba para que duerma una siesta.

El culo dobló la esquina. Y Jackson, en lugar de seguir recto hasta la avenida, la siguió.

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Jackson Wang se echaba en el sofá a oír la radio religiosamente cada día. Sus mañanas de noticiarios obligatorias. Hoy la resaca no fue excusa. Por insistencia de su madre tenía que enterarse de lo que ocurría en el mundo. No podía vivir aislado. Sin empleo. Sin amigos. Por eso aceptó cenar con ellos anoche. Su madre era una estúpida. Igual que su padre, que buena obra hizo al morirse de una atroz cirrosis. Le jodían la existencia con que trabaje, con que se case, con que no se drogue, con que no fume y se emborrache.

¡A callar, mierda!

La paz que le daban sus vicios no la conseguía siguiendo la instrucción de la familia Wang. No funcionaban sus enseñanzas estrictas. Ya no. Y entre más sucedían las pesadillas, entre más perdía el foco y su mente le jugaba tretas en nada graciosas, más debía escapar. Escuchó la radio, ajeno a todo, salvo a la locución. La impresión de emociones que se filtraba por las rendijas de su radio. La voz de la locutora era estimulante y Jackson abrió las piernas para colar una mano en el frente del pantalón. No estaba duro, pero le gustaba calentar la palma allí.

Lo que ofrecía la radio: Anunciaban días de lluvia e intenso calor. El verano volvía con fuerzas. El tráfico estaba atascado por la colisión de dos coches en la intersección norte, cerca del puente. Dos muertos. Uno de ellos, una celebridad televisiva que Jackson no conocía. Las efemérides. Los índices de pobreza. Los reclamos. El femicidio. El lenguaje inclusivo. La recomendación de espacios para vacacionar. Aumento de tarifas eléctricas. Tomaron las aulas. El ganador no reclamó el premio de lotería.

Se estaba quedando dormido cuando la radio interrumpió su duermevela con un saxofón alegre. El jazz anunciaba el término de la tanda comercial y nuevamente la locutora presentó su programa, a ella y a su compañero. Los oyó bromear, pero pronto las risas cesaron. Se dio espacio a un relato noticioso. Jackson se volteó en el sofá, quedando de cara al respaldo y dando la espalda a la televisión. Sus músculos punzaban como cuando se hace demasiado ejercicio. Y, de todos modos, se proyectaba una aburrida expedición a tumbas alemanas.

En lo que va del año, es alarmante la cantidad de ataques a mujeres en toda la extensión del territorio chino. La justicia no parece interesada en resolver un asunto tan urgente como lo es el establecer verdaderos cambios a nivel judicial para prevenir, proteger y condenar los agravios a mujeres. Ya no hay excusa para lo que sucede, ni valen las promesas. Nos están matando. Día a día. Cada pocas horas, perdemos una vida que importa como todas las vidas. No tiene que ser tu hermana, tu madre, tu vecina, tu novia para que se comprometan a la causa. Tienen que valorar la vida de la mujer con su propio peso e importancia. Ayer por la noche, otra muerte. El cuerpo sin vida de Joni fue hallado a primeras horas de esta mañana en un callejón sucio. Volvía a casa sola, tras comer en un restorán. Su hermana la esperaba y cuando no llegó, con su bebé a cuestas, marchó a la comisaria. ¿Cuál sigue siendo la respuesta de la ley? Un caso aislado, un crimen que se enmarca dentro de parámetros que no cooperan con lo que pugna el estamento de Femicidio.

Hormigas corretearon bajo la piel de sus brazos. Desesperado por aliviar la perturbadora sensación de adormecimiento, escarbó con sus uñas. Reabrió las heridas que no habían verdaderamente cicatrizado en esas pocas horas. Cualquier comodidad de estar echado en el sofá se perturbó con el discurso pasional y enfurecido de la locutora radial, que penetró en sus oídos como si le echara en cara el peso de esa sentencia.

Siguió:

La calle parece ser propiedad del varón. Y esto no es un discurso radical que pretenda eliminarlos, no. Queremos que despierten de esa repugnante fantasía de pensar el mundo por y para su dominio. Joni no era tuya, no era cosa que tomar y con la que jugar –Jackson se removió irritado, cubriéndose los oídos con las manos, pero todavía podía escuchar la radio vociferar–. Tus amigos...

–No sonmis gos. Eloz no mi quirten ze... erfca. ¡zerca! –Estalló, golpeando el puño contra el respaldo del sofá–. Me apartan.

Lo hacen. Te desprecian. Joni tenía veintitrés años. Estudiaba para ejercer de instrumentista quirúrgica. Escucha, dale rostro y dale entidad. No es un nombre en una pancarta. No es una cifra más en la estadística perversa de muertes.

–No lo... –inspiró hasta reunir tanto aire como pudo y gritó–: ¡No sabía su nombre!

¿Qué sabía? Que le gustaba el curry, porque repitió en la cena. Y la soda. No le gustaba Jinyoung. Tenía pechos pequeños. Culo apetitoso. Ojos oscuros. Labios finos.

La hermana de la víctima se presentó ante la justicia y...

–¿Era mayiot o menot?

¿Importa ya? Está muerta. Muerta, rota, sucia, destrozada, violada. ¡Muerta! ¡Asesinada!

–Oh dios... –Jackson se limpió las lágrimas y moqueó su remera cuando sonó su nariz con fuerzas.

No hay testigos del hecho, lo que no es de sorprender. Anoche una tormenta de verano despejó las calles y era pasada la media noche cuando Joni dejó el restorán para dirigirse caminando hasta su hogar. Nadie sabe qué ocurrió, y las pericias...

–Yio sé que razo con illa... –murmuró Jackson, encogido en su sofá.

¿Qué dices? ¡Habla claro!

Pero no pudo repetir lo dicho porque debió moverse a toda prisa. No llegó lejos. Sus rodillas cedieron. Cayó. Doblándose en arcadas, echó la cena de anoche en el piso. Fuertes jadeos seguían cada que expulsaba un poco de vómito y le temblaban las mejillas. En la radio la voz de la locutora cambió abruptamente a otra voz. No una, muchas. Sudoración fría le recorrió la espalda mientras se empequeñecía en su sitio.

Mírate, qué puto asco. Hombre, vamos. Tu turno, bro. Epa, si así se mueve. Shhh. Pequeña zorra. El subidón. Flotamos. No van a dejar ir. Anda, deja ya. Me toca a mí.

Perdió la consciencia.

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Fue un acto sinsentido. Volvería a llover. Tan pronto como hiló ese pensamiento bajó el rostro para no tropezarse. La perdería de vista. La muchacha del restorán ya había cortado la llamada. Se abrazaba a sí misma. Jackson deseó envolverla en sus brazos. Aunque estos le picaban y sus aceitosos dedos resbalaban y le frustraban.

A cinco calles, una garúa ligera les cayó encima. Jackson silbó entre dientes cuando la ropa de la muchacha se trasparentó. Veía los delicados breteles del sostén. La curvatura de su cintura. Sus omóplatos sobresalientes y tensos. La deseó. Ansió arrinconarla en el callejón. Frotarle la erección que le palpitaba en el pantalón. Quiso gruñirle que se desnude. Que deje que la bese. Probar la lluvia de su piel. Declararle su amor. Aullarle a la luna, tras las nubes. Ser amantes.

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Levanta, puto enfermo, ¡levanta ya! ¡Sujétala!

Jackson meneó la cabeza en negativa. Boca abajo, notó que cayó sobre su vómito caliente. Pegajoso, se removió hasta darse la vuelta. Enfocó la televisión. El mar. La visión del fondo oscuro marítimo, que le aterró. Apretó los párpados para no seguir observando. La radio ya no emitía palabras, ahora eran gritos, quejidos, gruñidos y súplicas estranguladas. Una mujer pedía por favor.

–No, yo no... –intentó enderezarse, pero estaba mareado.

¡Ayuda, por favor! ¡No, no me toqu...! ¡Nooo! ¡Basta! ¡Alguien, por favor, ayuda!

Angustiado, se quedó quieto escuchando los sonidos de lucha, de gozo enfermo. Se paralizó, no por primera vez. La tenía dura, lo que lo volvió a enfermarlo. Su estómago punzó con otra oleada de arcadas, pero las tragó. Imaginó que se hundía en el desconocido territorio del fondo del mar y sintió paz. Nada allí podría encontrarlo. No sería nada más que mugre que flota. No oiría. No repetiría tras sus párpados la desgarradora noche de anoche.

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Cuanto más avanzaban, más ella apresuraba los pasos. Incluso doblaba el cuello como si intentara verlo. Jackson se empeñó en hacerse notar. Pisaba con fuerza, haciendo retumbar los pasos en la calle solitaria. Produjo un sonido desde su garganta que pretendió ser un gruñido. Como un lobo que llama a los suyos. Satisfecho comprobó que causó estremecimientos. Entonces, mientras acortaba las distancias, fue consciente de que en realidad no estaban tan solos como pensó.












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Nota:

Bien, mi disparador fue "personaje cree que lo que dicen en la radio es dirigido a él" y realmente no sabía qué hacer. Mi primera opción fue el romance, pero no sé, fui por otro lado jaja

Mi profe E diría que no debo explicar qué escribo, pero solo aclararé que el estado de Jackson responde a los signos de un brote psicótico. Quise poner un personaje que sería fácil culpar y otra "manada" de tipos que no representan, en principio, una amenaza cuando sabemos que, de hecho, los ataques a mujeres suelen efectuarse por conjuntos de varones totalmente sanos.

Y sí, el video Pretty Please (que si no lo han visto, ¿a qué esperan?) representa una historia de amor vintage y yo, con mis ojos actuales, pude retorcerla en favor de esta historia. Recuerden: el acoso es romántico (bueno, no, jamás, pero supongamos que sí) en la ficción. En la vida real, pidan ayuda.

Galle, he aquí mi escrito, espero te guste y no sé si imaginaste algo así jaja

:)

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