Sink your teeth into my flesh
Nota:
Dedicado a novaak. Sin su guía, estaría bastante perdido.
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Tenía veintiún años cuando su vida se detuvo para siempre, un instante congelado. Cuando su verdadera naturaleza salió a la luz, cuando creyó que podía evitarla.
Noche oscura de mediados de junio, en un bar mugriento cerca de su universidad, conviviendo entre humanos (como sus padres habían despreciado), un rincón inusual donde la felicidad parecía un espejismo; compartió una copa de vino con su profesor de Literatura Inglesa, sin saber que esa simple decisión la llevaría al abismo. Un amanecer desgarrador la encontró en una habitación descuidada, mientras el remanente de una mordida se escurría de sus labios en forma de gotas carmesí, formando un lamento que nunca había imaginado.
El desengaño se deslizó como un veneno sobre su piel, una vida entera basada en mentiras mientras un cuerpo se desangraba en la habitación de un hotel, como un regusto amargo después de haber comido algo que debió haber sido dulce, ¡adiós a Jonathan Miller! No cree que nadie quiera volver a saber de él, siquiera su exesposa, siquiera sus mediocres lectores. Su memoria se fragmentó y disolvió tras aquella noche de locura; el hambre visceral, devoradora y angustiosa, fue el único sentimiento que conoció durante horas que se tornaron en días, y días que se alargaron hasta convertirse en semanas interminables. Se aferró a la desesperanza, esperando la muerte como una liberación o un milagro como una salvación.
Sus padres, figuras fantasmas desdibujadas en su vida, estaban demasiado ausentes para notar su sufrimiento, para explicarle qué hacer, cómo seguir adelante con este sentir y ella, cobijada en su propio dolor, se volvió demasiado distante para confesarlo. Aprendió por su cuenta, la lectura satisfizo su curiosidad y dio las respuestas que necesitaba, comprender a lo que pertenecía.
La antigua casona familiar, elegante pero fría, ese palacio de cristal en el que había crecido y del que había escapado en el momento en que su admisión a la universidad fue aprobada, se convirtió en su nuevo refugio. Allí, como una reclusa voluntaria en su propia prisión dorada, vio el tiempo pasar como los granos en un reloj de arena, sus padres se marcharon (¿murieron?, ¿vivieron? No lo sabe) y Cairo siguió adelante sin ellos. La soledad no le resultó ajena.
Su única amiga de la universidad, Winnie, fue su primera. Estaba desesperada, demasiado cansada para luchar contra el instinto, las alimañas que cazaba de madrugada ya no le satisfacían; su sangre era espesa, con regusto amargo al final del trago (no la ideal, no la indicada), pero sació su apetito y la fortaleció, se sintió como un fénix renaciendo de sus cenizas. Pero ella, al igual que los hombres y mujeres que siguieron después de ella, se convirtió en menos humana y más en un cascarón vacío de quien fue, reducida a una simple bolsa de sangre para la insaciable Cairo Sweet.
Y así siguieron muchas décadas después.
Son horas antes del atardecer cuando el hambre la despierta de una siesta tardía (de la cual no recuerda haberse dormido). Sus ojos cansados recorren rápidamente el dormitorio donde yace recostada, las cortinas oscureciendo la habitación, los libros abiertos en la cama, un cigarrillo a medio fumar en el cenicero de la mesita de noche y un bolígrafo en su mano. Es el preámbulo a su desequilibrio alimentario, tan débil; ha pasado un tiempo desde que se alimentó, una semana cree recordar.
Sin más dilación, se levanta de la cama, y cada paso que da se siente como un eco dentro de su cráneo, un sonido que reverbera con la urgencia de su necesidad, abandona el dormitorio, siguiendo el pasillo hacia la habitación donde se alimenta; aquí solían guardarse las botellas de vino de su padre, su sagrada colección, hoy en día solo guarda las botellas de cristal y cada entrega de su alimento.
La última botella llena, con su forma elegante y la etiqueta descolorida por los años, parecía reírse de ella mientras derramaba dos onzas en una copa de cristal. Tomó asiento en la fría madera de la mesa de caoba, el eco de sus movimientos resonando con un tono sombrío en la penumbra del atardecer, y su mente divagaba hacia el abismo de su situación, pensando en cuándo tendría que volver a alimentarse.
Porque solo le quedaba sustento para un mes y medio.
Hace décadas que no había tomado a una presa; la cacería había dejado de ser un arte, solo los más salvajes de su especie lo encuentran entretenido, en cambio, se había acostumbrado a abastecerse de donantes anónimos o amantes de una noche (fetichistas dispuestos a ser mordidos), o de intercambios furtivos en el mercado negro donde la sangre valía lo mismo que alguna de las joyas de su madre. Y, ahora, la fortuna que sus padres le dejaron le era útil, sin embargo, el acceso a más formas de sustento empezaba a tornarse limitado, ¿qué podrá hacer? El hambre siempre tiene un precio.
A medida que la noche se adentraba y la luna asomaba su rostro plateado, una suave brisa traía consigo el aroma de la vida: una fragancia que, por primera vez en décadas, comenzó a despertarle el instinto. Aquel olor dulce y cálido, una mezcla de tierra húmeda y un sutil susurro de sangre fresca, era tanto un regalo como una maldición, y sus sentidos se agudizaban a medida que un cosquilleo familiar recorría su piel. Es extraño, piensa, nadie se ha adentrado en sus terrenos en años, mucho menos en esta época.
Solo espera que no sean visitantes no deseados.
Los vampiros sólo invadían tierras humanas para cazar o cuando eran desterrados de sus propios terrenos, como fueron sus padres, quienes formaron su propia senda en este lugar abandonado de Tennesse, junto a otras familias desterradas.
Sus labios, enmarcados en un rictus de curiosidad, una mezcla de, tal vez, temor y anticipación la envolvía, como una red tejida con hilos de angustia y la esperanza de lo prohibido. ¿Quién se atrevería a cruzar el umbral de su dominio? Deja la copa vacía y se marcha, mirándose en un espejo en el pasillo.
Cabello inmaculado, impecable camisa blanca, una falda elegante y un chaleco bordado con rosas y espinas, todo confeccionado para favorecer a su cuerpo. Perfecta, atractiva, una belleza asesina.
Los sentidos agudizados de Cairo detectaban cada sonido, cada aroma. Algunos más agrios que otros. Avanza por la arboleda, por el sendero de tierra, el rocío nocturno es un aroma que nunca olvida, sin embargo, algo más impregna el aire, olfateó, atrapando el dulce y metálico olor de la sangre, adulterado con un aroma terroso, como hojas mojadas.
Siquiera se ha adentrado en el bosque cuando sus ojos seguían a... Una mujer joven, derrumbada en el suelo, huele intensamente a césped recién cortado, sudor y a esfuerzo. No mucho más alta que ella, pero puede ver brazos fuertes debajo de una camiseta deportiva con el nombre "Unicorns", tiene las rodillas raspadas (con rastrojos sanguinolentos deslizándose por la piel de alabastro) y tierra en todo su ropaje.
Parece que ha perdido el conocimiento, solo ve como su pecho sube y baja en una respiración calmada.
Su boca se llena de saliva, luce tan apetitosa, un banquete gourmet solo para ella, con su poderoso aroma, tan rico en vida y en potencial, mucho más nutritivo que la sangre de venado que acaba de consumir.
Cairo se siente fuera de control.
Una humana blanda, cada momento que esté viva sería presa de criaturas mayores que ella. La mujer la observaba, cautivada no solo por su vitalidad, sino por la belleza y peculiaridad que de ella emanaba. El roce de la brisa nocturna, cargada de feromonas y de peligros, serpenteaba entre los árboles como un susurro insidioso, invitándole a acercarse. Pero, había algo más en ella, algo que la hacía destacar entre las sombras de esta noche perpetua.
La mujer yacía allí, su respiración irregular rompiendo el silencio como un eco doloroso. Cada exhalación parecía deliberadamente diseñada para torturar al ser oscuro que se encontraba ante ella. Mientras Cairo se acercaba, un impulso inexplicable brotó de lo más profundo de su ser, una necesidad que iba más allá del deseo famélico.
De repente, un ruido rompió el aturdido silencio, un crujido a sus espaldas. Cairo giró rápidamente, un grupo de jóvenes se alejaba corriendo por la arboleda, riendo, despreocupados, ajenos al peligro que acechaba en la oscuridad, dejando a su víctima a su suerte. No vampiros invasores, quizá solo jóvenes imprudentes, ¿una novatada?, ¿algo que salió mal y prefirieron dejar el cuerpo ahí a que se pudra en un bosque que nadie pisa?
Suspiró, la joven era un plato perfecto para las otras criaturas de la noche, carne fresca aferrada a la vida, riendo, disfrutando del calor humano en la noche. En un movimiento decidido, Cairo se agachó al lado de la mujer, su rostro justo en frente de la otra. Su corazón inerte dulcemente desgarrado por un impulso ajeno a su naturaleza: podía sentir su vida fluyendo, su esencia vibrando, y eso lo llenaba de un hambre que no conocía.
Sin mirar atrás, tomó a la joven entre sus brazos, la cargó con cuidado y se fundió en la oscuridad, como un recluso en busca de la libertad que había renegado durante siglos.
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Su nueva invitada no ha despertado.
El cigarrillo arde entre sus labios color borgoña; inhaló el humo profundamente y lo retuvo hasta que sintió los pulmones ardiendo antes de dejar que el humo saliera de su boca en forma de anillos hacia abajo. Ha hecho este baile antes, es un proceso largo pero tan satisfactorio, mucho más gratificante que beber de alguna víctima anónima. No, ella quiere saber el nombre y el apellido de esta nueva presa.
Solo tiene un apellido, Walker.
Cenizas caen como los compases de una melodía triste en el silencio de la habitación, el aire se impregnó del aroma a nicotina y chanel, y en cada bocanada el mundo alrededor se desvanecía, dejándola a solas con sus pensamientos oscuros. Cada persona tiene una historia que contar, y detrás de cada nombre había una vida que había vivido, amores, decepciones, un viaje tan complicado y hermoso como el de cualquier otro. Sin embargo, para ella, esas historias no eran más que piezas de un juego en el cual era la única que marcaba las reglas.
Con un movimiento ágil, aplasta el cigarrillo contra el marco de la ventana y se acercó a su invitada. Luego, se acercó a la cama donde su invitada permanecía sumida en un sueño profundo, la luz tenue que entraba por la ventana dibujaba sombras suaves sobre el rostro de la durmiente, destacando sus rasgos delicados. A través de las pestañas cerradas, la mujer parecía una figura etérea, casi fuera de este mundo.
— ¿Quién eres? —susurró, inclinándose hacia ella.
Las heridas empezaban a sanar. La intriga, como un halo invisible, se entrelazaba con la tensión palpable en el aire. Su mente trabajaba rápidamente, formando pensamientos eléctricos que chisporroteaban como los cables de un viejo generador. La curiosidad crecía, empujándola a desentrañar el misterio que yacía en la vida de aquella mujer.
Se acomodó en la silla junto a la cama y, con paciencia, comenzó a observar cada detalle: la forma en la que los mechones rubios y castaños de cabello caían suavemente sobre la almohada, los suaves contornos de su rostro que seguían el ritmo de su respiración. Lucía bastante joven, ejercitada y en forma, ¿era una jugadora? La camiseta parecía pertenecer a un equipo deportivo. Podía ver vestigios de un tatuaje en su hombro descubierto y varias cicatrices en las rodillas que vendó, además de tener pantorrillas desarrolladas.
Le resultaba bastante atractiva.
Ella sale de la habitación horas después, para empezar su investigación.
Si va a tener a una humana entre las paredes de la casa, será mejor saber cómo debe cuidarla.
La humana despertó al día siguiente, bastante alterada, mirando la habitación desesperada. Cairo se sintió atraída por sus ojos, un hermoso color menta; la joven se movía inquieta, buscando en cada rincón respuestas que el silencio de la habitación no podía ofrecer.
Cairo, oculta en la penumbra, observaba con un deleite casi cruel cómo la confusión pintaba el rostro de su nueva invitada. Las pupilas de la joven se dilataban y contraían, buscando comprender su nueva realidad. Su corazón latía con fuerza.
— ¿Dónde estoy? —su voz temblaba, con una mezcla de miedo y adrenalina, mientras sus dedos temblorosos tocaban las sábana.
—Bienvenida —saluda Cairo, dejando que una sonrisa sutil asomara en sus labios. Se acercó lentamente, tomando asiento en la silla al lado de la cama.
A medida que Cairo se aproximaba, la mirada de la mujer cambiaba, pasando por la sorpresa hasta llegar a una intensa desconfianza.
— ¿Y tú quién eres? —preguntó la joven, esta vez con más firmeza. Su voz resonaba en la habitación como un eco de valentía contra la vulnerabilidad—. ¿Por qué estoy aquí?
—Soy Cairo, Cairo Sweet —respondió ella, sin ver la necesidad de mentir—. ¿Cuál es tu nombre?
La joven se sentó en la cama, la confusión aún pintada en su rostro como un lienzo en blanco. Cruzando los brazos, se enfrentó a Cairo con una mirada desafiante.
— ¿Cairo Sweet? ¿De verdad? Suena como el nombre de una mala película de Hollywood. —El sarcasmo brotó de sus labios, como un reflejo instantáneo de su personalidad.
Cairo se rió entre dientes, un sonido suave y melódico, que contrastaba con la gravedad de la situación.
—Cairo... —repite ella, saboreando cada sílaba—. Soy CC Walker, seguro debes conocerme.
— ¿Debería? —Cairo enarcó una ceja.
CC apretó los labios, su mirada escaneando a Cairo, tratando de encontrar alguna pista entre las líneas de su rostro, pero todo lo que encontró fue un rostro sereno y curioso, casi divertido por la situación.
—Soy futbolista. Estaba en una parada técnica junto a mi equipo —explicó CC, aunque sabía que no era la respuesta que Cairo esperaba. Con cada palabra, la tensión en su cuerpo parecía incrementar—. No sé cómo llegué aquí, pero... —su voz tembló ligeramente—. ¿Es esto alguna clase de secuestro? Porque no dudaré en denunciarte.
Cairo la contempló detenidamente, sintiendo una punzada de diversión mezclada con curiosidad. Era admirable cómo, a pesar del evidente miedo, esa joven mantenía su espíritu combativo.
—No es un secuestro —replicó Cairo, con un tono que pretendía ser tranquilizador—. De hecho, estás aquí porque la noche anterior te encontré en mi propiedad, desmayada y herida, pero deberías saber que no estás en peligro... al menos no de mí.
CC la miró desconcertada—. ¿Desmayada?, ¿herida? —ella asintió—. No es posible, estaba con mis compañeras, ellas no me harían nada.
—Ellas no deben quererte mucho si te dejaron a medio morir en el bosque, a la espera de que una criatura de la noche te devorara.
—Mph, criaturas de la noche —resopla CC, como si ella hubiera dicho un chiste muy malo—. ¿Acaso un lobo va destriparme en el bosque?
"Interesante", piensa, quizá los lugareños no se los mencionó cuando se detuvieron aquí. "Siquiera sabe en dónde ha entrado".
— ¿No lo sabes? —el tono de Cairo es sutil en expresar su falsa incertidumbre—. En estos bosques viven... vampiros —y le agregó dramatismo, expectante de la reacción de CC.
—Vampiros, ¿eh? —CC arqueó una ceja, claramente no impresionada, como muchos jóvenes en la actualidad—. ¿Y qué sigue? ¿Hombres lobo y fantasmas? No, ¡ahora me dirás que hay un lago con una sirena!
Cairo la mira, disfrutando del escepticismo de su invitada. Se levantó de la silla y comenzó a caminar lentamente alrededor de la cama, sus pasos apenas audibles sobre el suelo de madera.
—No te preocupes, no hay hombres lobo aquí o sirenas o lo que te imagines —dijo Cairo con un tono tranquilizador, aunque sus ojos brillaban con un destello de diversión—. Pero los vampiros... eso es otra historia.
CC se cruzó de brazos, su mirada fija en Cairo, tratando de descifrar si todo esto era una broma elaborada o si había algo de verdad en sus palabras.
—Entonces, ¿qué quieres de mí? —preguntó CC, su voz firme pero con un toque de curiosidad.
Cairo se detuvo y la miró directamente a los ojos.
—Quiero que entiendas dónde estás y lo que eso significa —respondió Cairo—. Salvé tu vida.
La habitación quedó en silencio, solo roto por el sonido del viento que soplaba suavemente contra las ventanas. CC sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no estaba segura si era por las palabras de Cairo o por la fría brisa nocturna.
—Por ahora, solo tienes que mantener la calma —trató de tranquilizar Cairo. No está segura de si esas eran las palabras correctas, ha pasado mucho tiempo desde que interactuó con alguien, y mucho menos haber tenido a alguien que cuidar—. Estarás bien. Sólo cierra los ojos.
Cairo se acerca a la puerta, sonriéndole de forma de despedida.
—Descansa.
Una sensación de hambre la invade y no puede negar que quiere probar la sangre de su linda visitante. Tan joven, especialmente en términos vampíricos. Aún así, estaba al final de su adolescencia, entrando a pasos agigantados a la adultez. Cairo sonríe, incluso cuando CC se mejore, se quedará con esta.
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Han pasado un par de semanas desde que alojó a CC en su casa.
Cairo hojeó uno de los pocos textos que tenía sobre humanos, con un cigarrillo en su mano. La mayoría de ellos hablaban de tratar a los humanos como ganado y de formas de hacer una granja de humanos, no exactamente lo que estaba buscando. Sin embargo, explicaba bastante bien sus necesidades: sus ciclos de sueño, sus hábitos de higiene, cuánta comida necesitan y qué tipo de comida. No pueden regenerarse al ser heridos ni hibernar como los vampiros, sino que necesitan ingesta de alimentos y atención casi las veinticuatro horas del día.
Son mucho más quisquillosos que los de su propia especie.
Los humanos son, por supuesto, criaturas frágiles, pero algo es diferente con esta humana, quizá por ello siente la necesidad de controlar y tratar las lesiones de CC. Cierra el libro, con un suspiro, dejando escapar una nube de humo que se disipó rápidamente en el aire denso de su habitación; sabía que su interés por los humanos no era del todo convencional, muchos de los suyos los menospreciaban, los veían como seres inferiores, meros recursos, alimento nada más. Pero para ella, había algo fascinante en su fragilidad, en las ruinas de un ser sensible.
Ha aprendido un poco acerca de esta CC Walker, jugadora estrella del equipo nacional de fútbol femenil, fue jugadora estrella de su equipo de preparatoria en Los Ángeles. Muchas ideas de futuros proyectos inundan su cabeza, su mano inquieta escribiendo cada pensamiento errante; una nueva musa.
Su oído se agudiza, escucha ruido provenir de la habitación donde se aloja CC. El interés despierta y, de repente, sale de la habitación dirigiéndose hacia el origen del sonido. Se escuchan como jadeos de esfuerzo, puede olfatear el aroma a sudor, ¿qué estaría haciendo?
La puerta estaba entreabierta, por lo que puede vislumbrar el interior: CC estaba haciendo ejercicios, ¿es lo común de los humanos? No recuerda haberlo leído o visto en sus escasas interacciones. Decide empujar la puerta, anunciando su entrada.
—Buenas tarde —Cairo esbozó una sonrisa cautelosa—, ¿puedo entrar?
—Claro, pasa.
La sentencia de CC Walker fue firmada con esa frase.
—Agradezco tu hospitalidad —dice CC con una expresión relajada, secándose el sudor con una toalla.
Cairo dio un lento parpadeo, mirando detalladamente a CC: tenía un cuerpo esculpido, tonificado por las horas en el campo y destellos de sudor que adornaban su piel después de un entrenamiento intenso. CC tenía esa forma de moverse que demostraba que no se dejaba intimidar fácilmente y, aunque la noche tenía un aroma a soledad, la soledad ya no se sentía tan solitaria.
—No es necesario que exageres —replicó Cairo, mientras se acomodaba en el borde de la cama. La habitación estaba llena de libros desordenados y unos pocos mobiliarios, pero la atención de Cairo se centraba en la joven futbolista y en el hecho de que estaba haciendo lagartijas—. Con calma, niña, podrías hacer sangrar una de tus heridas.
CC pareció querer responder mil cosas que pasaron por su mente pero todas las palabras se atascaron en su garganta—. No soy una niña —aclaró, poniéndose de pie.
— ¿Cuántos años tienes? ¿Catorce?
—Voy a cumplir veintidós.
Cairo sonrió, ¡la juventud!—. Eres una niña.
— ¿Pues tu cuántos años tienes?
—No es relevante en estos momentos —responde de forma ominosa.
CC arqueó una ceja, intrigada por la respuesta evasiva de Cairo. La figura de Cairo, elegante y etérea, parecía desafiar el paso del tiempo, como si hubiera estado ahí antes del nacimiento de CC; extraño.
—Lo que sí es relevante es que no puedes cometer el error de sobrecargar tu cuerpo —Cairo continuó, su tono suavizándose un poco—. La recuperación es esencial, especialmente después de una lesión como la que has tenido.
CC soltó un suspiro, frustrada pero comprendiendo la preocupación genuina detrás de esas palabras. Se acercó a su botella de agua y tomó un sorbo, sin dejar de observar a Cairo.
—No estoy sobrecargando mi cuerpo, estoy entrenando —respondió finalmente—. Eso es lo que los atletas hacen, se preparan para la batalla.
Cairo dejó escapar una risa suave, casi melodiosa—. Ah, muy cierto. Pero, quizás deberías considerar que no todas las batallas se ganan a base de fuerza física. A veces, la mente y el cuidado son las mejores armas.
CC frunció el ceño, rodando los ojos—. Suenas como mi hermano Wyatt.
Deja la botella sobre la mesa, tomando asiento en la cama.
—No sé si te lo dije, pero este lugar luce impresionante —comenta CC de forma descuidada, mirando las suntuosas decoraciones: mesas de caoba, pulidas y brillantes, plantas exóticas en macetas con adornos dorados, cuadros abstractos de autores de renombre. Todo iluminado por la luz de candelabros que cuelgan del techo—. Y caro, ¿mataste a alguien de la mafia o qué?
—Si te hace sentir mejor, es el dinero de mi familia y puedo usarlo como quiera.
—Entonces, ¿eres una niña malcriada, y quieres malcriarme a mí también? —bromea CC.
Cairo arqueó una ceja, un brillo juguetón en sus ojos.
—Malcriada, quizás. Pero no tengo intenciones de malcriar a nadie. En todo caso, podría ofrecerte un estilo de vida diferente, si así lo deseas.
CC se rió, la idea de ser malcriada bajo el cuidado de alguien como Cairo le pareció tanto ridícula como intrigante.
Los ojos de Cairo se fijan en una franja carmesí en la mano de CC. Ah, de ahí proviene el exquisito aroma que olisqueó antes.
— ¿Qué te pasó? —cuestiona de inmediato.
CC se mira la mano, parpadeando—. Oh, debí haberme golpeado con algo, no te preocupes, ya sanará.
Sintió un vuelco en su pecho muerto, relamiéndose los labios de forma inconsciente, no obstante, su cuerpo se movió en cámara lenta, acercándose precipitadamente hacia ella, tomando su mano en un gesto desesperado. Ha pasado un tiempo desde que probó sangre humana.
—Lo siento...
Acarició su rostro con la nariz justo encima de esa mancha roja. Era embriagador desde esa distancia, haciendo que le dolieran los colmillos. Su lengua recorrió la piel, hasta que sintió como la empujaban lejos de su objeto de deseo.
— ¿Por qué... Por qué hiciste eso? —ella luce escandalizada, como si hubiera matado a alguien justo frente a ella.
Cairo se detuvo en seco, su mente clara de inmediato, pero su corazón aún latiendo con fuerza por la adrenalina del momento. Se apartó rápidamente, consciente de lo que había hecho. Nunca había perdido el control de esa manera. Su instinto por la sangre humana siempre había permanecido bajo control, pero ahora, ante la fragilidad y el aroma irresistible de CC, se había dejado llevar.
—Perdóname —dijo Cairo, su voz era un susurro tenso—. No sé qué me pasó. No debí...
Si lo sabe.
CC retrocedió un paso, su mirada entre la confusión y la desconfianza. Su corazón latía con fuerza, no solo por el ejercicio, sino por el repentino giro de los acontecimientos.
—No... —dice ella, negando varias veces con la cabeza—, no —repite—. ¡Tú eres...!
"Sobreviene el drama", piensa Cairo.
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CC empezó a caminar en círculos en la habitación de invitados, pensando en todo lo que ha descubierto, de haber aceptado estar en la metafórica boca del lobo. CC, entonces, pensó en su familia, en los vínculos que habían reparado. Pensó en Ava. Pensó en el equipo de fútbol. De correr bajo la luz del sol, el balón de cuero al pie, el aire fresco en sus pulmones.
¿Y si la convertían en un monstruo también?
— ¡¿Qué me hiciste?!
Cairo no parecía ofendida por su exclamación, en cambio, la miraba fijamente. CC levantó la mano y se pasó las manos por el cuello, se sintió normal, no había piel magullada o una herida.
—No te he mordido, si es lo que estás pensando —habla Cairo, se alejó, dándole más espacio—. Como te dije, estás a salvo aquí.
— ¿No me vas a convertir? —es la primera pregunta que sale de su boca.
—Estarías en peores problemas si lo hiciera —menciona Cairo—. Una humana convertida dentro del territorio vampírico: escápate de aquí y solo te encontrarás con alguien que realmente quiera comerte, los convertidos son muy buscados en el área.
Así es, puede que todas estas hectáreas pertenezcan a su familia, pero hay más vampiros allá fuera, un pueblo casi fantasmal por el día, un hervidero de diferentes especies de vampiros por la noche. CC no tendría oportunidad alguna ahí, estar con Cairo es su boleto para la seguridad.
CC tragó, saliva corriendo por su garganta. Eso es... ya era bastante difícil sobrevivir cuando estaba rodeado de humanos, sabiendo los peligros de la noche.
—Si no me vas a comer, ¿qué diablos estoy haciendo aquí? —pregunta. Su voz es tranquila, ronca en cada palabra—. ¡Confiaba en ti!
Las palabras dolieron un poco, pero no significaron mucho. Era perfectamente natural que CC arremetiera. Los humanos lo hacían cada vez que sentían que estaban en peligro. Recuerda cuando Winnie la atacó cuando evadió sus preguntas, lo enojada que estaba de haber convivido con un monstruo sin su consentimiento.
Un delicioso aroma atrajo su atención: CC se había mordido tan fuerte el labio que lo había hecho sangrar, al soltarlo, reveló un corte poco profundo, algo sangrante. Cairo se inclinó hacia delante, casi de forma inconsciente, y le dio un beso desnudo en la herida.
CC se estremeció, echándose hacia atrás.
— ¡¿Qué demonios?! ¡No te me acerques!
Lamiéndose los labios, Cairo la soltó, el sabor floreció en su boca. Fue sólo una gota más o menos, apenas lo suficiente para saciar su apetito. Aún así, la sangre de CC era... la mejor. Cairo sintió que sus instintos se aceleraban, deseando más. Se imaginó mordiendo esa delicada piel, sintiendo oleadas y oleadas de esa delicia corriendo por su garganta.
Pero ella era mayor, ahora la responsable de CC.
Dejó a un lado ese sentimiento, recomponiéndose. Cairo inclinó la cabeza y la miró de reojo—. ¿Tienes miedo, CC?
CC se limitó a mirarla por un momento, sin decir una palabra, hasta que habló con una voz que hizo que el corazón de Cairo diera un vuelco.
—No quiero morir —su voz empezó a tornarse áspera—. No quiero eso.
—Estarás a salvo —repitió—. Te trataré bien.
— ¡Dije que no quiero eso! —estalló CC—. Tengo amigos, una familia, un equipo. Objetivos. ¡Una vida! ¡No actúes como si me estuvieras haciendo un favor!
Sintiendo que CC se enojaba, Cairo suspiró. De alguna manera, había algo honesto e ingenuo en la forma en que ella reaccionó tan emocionalmente. Era dulce, tan humano.
—Entonces no lo haré —admitió—. Sé que esto será difícil para ti, no tienes que cambiar lo que eres o quién quieres ser.
— ¿Por qué tú...? —comenzó, antes de callarse. Juntando sus palabras, murmuró—. No tienes que fingir que te preocupas por mí para mantenerme aquí.
Parpadeando, se enderezó un poco—. ¿Crees que pretendo? No, CC Walker, lo digo en serio.
— ¿Pueden los vampiros siquiera sentirse así? ¿No somos los humanos para ustedes solo bolsas de sangre? —frunció el ceño—. ¡Eso es lo que dicen!
—No soy un monstruo —dijo Cairo, la voz cargada de un genuino desgaste emocional—. Quien ha venido a mí nunca se marcha desilusionado.
CC arqueó una ceja, cruzándose de brazos con una sonrisa desafiante—. ¿Y qué más se supone que debería hacer? No tengo intenciones de ser comida, si es eso lo que piensas.
Cairo soltó una risa suave. Había algo en CC que le recordaba el chisporroteo de los días más cálidos, esos momentos en que creía que el sol no podría ocultarse jamás—. Esa actitud no te llevará a ningún lado, querida.
—Por favor, no me llames "querida". Me hace sentir como si estuviera hablando con mi abuela. Deberías saber que soy más fuerte de lo que parezco, ¡ninguna vampira con nombre de caramelo va a dominarme!
Cairo no pudo evitar reírse ante su arrebato. La ferocidad de CC era cautivadora, y la mezcla de desafío y vulnerabilidad en su mirada la fascinaba aún más. Pero había algo en la forma en que CC se defendía que resonaba con Cairo, una chispa que encendía recuerdos de épocas pasadas, cuando intentó ser más humana.
—Eres libre de irte, no soy quien para detenerte –dio un paso hacia adelante, lo que hizo que CC diera otro paso hacia atrás.
— ¡Lo haré! Y no volveré jamás a aquí —su tono es firme y brusco, sin acobardarse.
Cairo se dejó llevar por el desafío, y un destello de interés iluminó sus ojos oscuros. Un rechazo, ella ya ha lidiado con el rechazo, esto no es nuevo.
—Está bien, disfruta tu última noche, CC Walker.
Era un juego intrigante, y estaba lista para jugar.
Cuando rayó el alba, Cairo vio desde su habitación a CC Walker marcharse a escondidas, ignorante. Los sabios dicen: "si amas algo, déjalo libre; si vuelve a ti, siempre te perteneció".
Y CC Walker volvería.
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— ¿Cómo se tomó tu familia tu partida?
La voz de Cairo resonó en la penumbra de la habitación, como si buscara rasgar el velo de incertidumbre que colgaba entre ellas. Su visitante se encogió de hombros, su mirada desviándose hacia los libros alineados ordenadamente al otro lado de la pared, leyendo en silencio los títulos.
Sus suposiciones fueron correctas cuando, un par de meses después, vio a CC Walker en su puerta, con un bolso y un viejo balón de fútbol, pidiendo quedarse. ¿Quién era Cairo para negarse?
—Está todo bien —murmulló, una nostalgia empañando sus palabras—, mi familia todavía está sentimental al respecto, pero no es como cuando fui aceptada en el equipo nacional y tuve que irme de mi ciudad.
Cairo escuchó, una ligera sonrisa jugando en sus labios, antes de que CC interrumpiera el espacio íntimo que se había creado.
Los ojos de CC ahora se fijan en ella—. Por cierto, ¿qué es esta habitación? ¿Tú vienes aquí a menudo?
—Sí —es la respuesta corta—. No te había visto venir por aquí antes, ¿qué te trae por aquí? —agrega, antes de llevarse la copa a los labios.
—Tu casa es grande —CC se encogió de hombros—. Tenía curiosidad, ¿acaso no podía entrar?
Su mirada se detuvo en la botella descorchada y la copa servida, un indicio de que Cairo había estado disfrutando de algún tipo de ritual privado.
— ¿Estabas bebiendo? ¿Hay alguna ocasión especial y te interrumpí? —su voz, un murmullo lleno de interés, casi imperceptible.
Cairo tenía una sonrisa tan relajada en su rostro—. No hay ocasión —Casualmente, agitó el contenido de la copa en su mano—. Y esto no es alcohol —dijo con un tono que parecía burlarse de la inconsciente inocencia de CC—. Es sangre. Me alimento aquí.
Parpadeó mientras escuchaba—. ¿Sa-sangre? —El cuerpo de CC dio un brinco hacia atrás, como si de repente recordara la verdadera naturaleza de Cairo.
—Tranquila, CC, no hay razón para asustarse —y, después de un momento, agregó—. No es sangre humana, si eso es lo que te molesta.
CC la miró fijamente, los ojos llenos de preguntas no formuladas, fascinante y aterrorizada al mismo tiempo. Nunca había visto a Cairo alimentarse, y la idea de que pudiera haber contenido la vida de una persona en su contenido, inquietó a CC.
— ¿De qué es entonces? —exige saber.
—Proviene del mismo tipo de animales que comen los humanos —contesta con desdén—. No lo recuerdo exactamente.
CC la miró fijamente, aprensiva.
—Lo guardaré si no te gusta. Intento no alimentarme delante de ti —ofreció ella.
Qué considerada, piensa CC.
—Puedo prestarte uno de mis libros, si necesitas mantenerte distraída.
—Paso, no soy del tipo cerebrito —se negó con un bufido—. Ese es mi hermano Wyatt... o mi mamá.
Cairo le lanzó una mirada de soslayo, con una mezcla de curiosidad y diversión.
—No —concede, su tono era casi de aceptación—. Eres del tipo de chica atlética, popular, con muchos amigos y que es adulada por todos y lo mejor es que lo disfrutas.
CC hubiera reaccionado de manera cortante y brusca a aquella afirmación de no ser porque, pensándolo un poco, era cierto, pero la manera en que lo decía le hacía sentir que era una chica ególatra y narcisista, ¡y ella no era nada de eso!
— ¡Ey!
Los días con Cairo son más interesantes de lo que previó en su primera visita, conocerla fue algo que no puede describir. No es un monstruo. No es un esperpento, ni una criatura dispuesta a devorarla. Es casi como una amiga.
Es extraño.
A ella le agrada.
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—Mierda.
CC estaba navegando por su teléfono, golpeando la pantalla con sus uñas mientras navegaba aburrida por las redes sociales, hasta que la maldición de Cairo llegó a sus oídos, alzando la mirada para verle con los ojos abiertos.
— ¿Qué pasó? —cuestiona de inmediato, dejando el teléfono sobre la mesa.
Cairo tiene una mirada desesperada, con ambas manos sobre la cabeza,
—Mi proveedor no puede conseguirme más sangre para los siguientes meses y ya se ha acabado mi suministro de este mes —explica—. Es el único en la zona con quien mantengo un estricto contacto.
—Pues... ¿No cazas o algo? —habla CC—. Leí un fanfic donde los vampiros cazan para sobrevivir.
—No me gusta el dolor innecesario.
CC asintió, tratando de mantener la calma a pesar de la gravedad de la situación. Cairo era un vampiro diferente; no porque simplemente evitara cazar, sino porque parecía tener un código moral que la guiaba. CC lo mira, sintiendo el tirón de la empatía. Aunque había leído sobre vampiros en libros y series, la profundidad de lo que Cairo enfrentaba no podía compararse a ninguna de esas historias.
—Sigues siendo un vampiro, Cairo. Deberías poder encontrar otra forma, ¿no? —insiste, cruzando los brazos como si eso pudiera ayudar a acotar las posibilidades.
Cairo se deja caer en la silla frente a ella, un suspiro profundo escapando de sus labios.
—He estado recopilando información sobre otros proveedores en la ciudad, pero... —sus ojos se oscurecen—. No son de fiar. Podrían traicionar la confianza o, peor aún, arriesgar mi exposición.
Una ráfaga de determinación brota en CC.
—Tengo una idea —Cairo la miró con interés—. Digamos si, hipotéticamente —CC se toma un momento—, te alimentas de un humano, ¿con qué frecuencia necesitarías alimentarte?
—La sangre humana es más nutritiva, puedo sobrevivir alimentándome cada dos semanas, no requeriría mucho —contesta honestamente—. Sin embargo, ha pasado demasiado tiempo desde que me he alimentado de un humano.
Con la respuesta de Cairo, CC pareció tomar impulso para decir—. Puedes alimentarte de mí.
— ¿Qué? —los ojos de Cairo se abren.
CC se cruzó de brazos, su corazón palpitando un poco más de lo normal. La idea había salido de su boca sin siquiera haberla pensado del todo, pero la mirada de Cairo le decía que no podía retractarse. Ella parecía dividirse entre el asombro y la incredulidad.
—Mira, solo estoy diciendo que, hipotéticamente, si realmente estás en apuros y no tienes otra opción... —tartamudeó, intentando argumentar.
Cairo, todavía atónita, se pasó una mano por la frente, como si así pudiera despejarse la confusión. La luz tenue del atardecer se colaba a través de la ventana, creando sombras naranjas en su rostro preocupado.
— ¿Estás segura de eso? —preguntó, su voz temblando un poco. A pesar de ser un vampiro, podía parecer sorprendentemente humana.
CC se encogió de hombros, tratando de parecer desinteresada—. Quiero decir, soy consciente de lo que implicaría. No estoy hablando de una decisión a la ligera, pero si realmente necesitas... —se detuvo, haciendo una pausa, como si la gravedad del ofrecimiento pesara demasiado en sus labios—, podría ser una opción, ¿no?
La tensión en la habitación era palpable. Cairo se acercó un poco, la sorpresa dejándole espacio a la curiosidad.
—Debes saber que he hecho esto con otras personas, puede ser solo alimentarse, esto suelo tornarse... íntimo. —Hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas, como un escritor letrado que ajusta los sustantivos y paráfrasis de su obra—. Podría ser peligroso para ti.
—Oh, cállate y aliméntate de mí, Sweet.
Cairo coloca sus finos dedos debajo de la barbilla de CC, ella sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda. La idea de ser un objeto de alimentación era perturbadora, pero algo en su interior la impulsaba. Quizá era la mezcla de adrenalina por la novedad, o tal vez simplemente un deseo de ayudar a su amiga.
—Estoy dispuesta a asumir el riesgo, Cairo —declaró, su voz firme—. ¿Va a dolerme? —agrega ella.
—No, mi saliva contiene una especie de anestésico, como la picadura de un mosquito. Adormece los receptores del dolor —explica Cairo, poniéndose de pie—. Te picará un poco, pero no dolerá, será como tatuarte —añade, mirando el intrincado diseño grabado en el brazo de CC, una obra de arte—. En todo caso, probablemente te resultará... placentero.
Un rubor cubre las mejillas de CC ante la implicación. Cairo sonríe con confianza, notando cómo el rubor de CC se intensifica. Le gusta el efecto que tiene en ella, así que decide calmarla un poco más. Se inclina hacia ella, su voz se vuelve un susurro profundo y seguro.
—Está bien —dijo al fin—. Si decides seguir con esto, necesito que estés completamente segura y confíes en mí.
CC cierra los ojos por un momento, permitiéndose sentir la frialdad de su mano sobre su piel. La cercanía de Cairo infunde en ella una mezcla de nervios y emoción. A pesar de las dudas que la asaltan, hay algo en su voz que la tranquiliza, como si estuviera en las manos adecuadas.
—Estoy completamente segura y doy mi consentimiento —concede—. ¿Listo?
—Sí —Cairo sonríe, satisfecha—. Te lo agradezco, CC.
CC asintió—. ¿Cómo va a ser esto?
—Necesito que te relajes —dice mientras se prepara—. Esto será rápido.
Ella cierra los ojos, intentando calmar la tormenta que tiene por dentro. Se imagina en el campo durante un partido, hierba bajo sus zapatos, con el sonido de las ovaciones y el calor del sol sobre su piel.
CC siente que la boca de Cairo se posa sobre su barbilla, besa la zona con suavidad.
—Me pones los pelos de punta, ¿sabes? —su garganta pasa saliva, sintiendo el filo de los colmillos nacarados raspando la piel sensible, el calor de su aliento erizando los vellos de su nuca.
—Eso no es todo lo que puedo hacer con tu piel.
Cairo hunde la nariz debajo de su barbilla para encontrar su lugar favorito para alimentarse, justo donde late la arteria. Fue en ese momento, cuando sus labios, rozaron la piel suave de CC, que sintió un dolor punzante en su pecho. La conexión que había forjado con ella durante sus encuentros pasó de ser un mero juego para conseguir lo que quería a algo trascendental. Los latidos del corazón de CC resonaban en sus oídos como un canto, llamando a su instinto.
Y, en un movimiento calculado, muerde. Sus colmillos perforan la carne suave y escucha un grito ahogado por parte de CC, el sabor estalla en su lengua, tan familiar pero más adictivo, como un drogadicto teniendo su dosis diaria de meta. Chupa y bombea hacia su boca, el sabor a hierro la nutre como ninguna otra cosa, la atrae hacia sí misma, aferrándose a la calidez del cuerpo ajeno, sintiendo los latidos de su vivo corazón.
Se detuvo un segundo, su mente luchando con la avalancha de emociones que experimentaba. ¿Era amor lo que sentía, o solo una atracción primitiva, un impulso impío? No importaba. Cada vez que sus colmillos se hundían en la piel de CC, se sentía más viva, más humana, a pesar de su naturaleza sobrenatural.
CC miraba el espejo frente a ella, el terror reflejándose su rostro, pero también había una chispa, una mezcla de deseo y resignación. Un rastro de sangre fluía desde su cuello, su lengua lo limpió con lamido tentativo, las uñas se CC se clavaron en sus hombros, con la fuerza suficiente para casi rasgar la tela mientras su cuerpo se arqueaba para ella.
—Cairo —susurró, su voz temblando.
De repente, Cairo se mueve, apartándose, sangre roja fluye por sus labios hasta su barbilla. Parecía voraz y cruel; CC, en cambio, ahora luce pálida, ojerosa, con ambas manos firmes en Cairo para no desplomarse en el suelo como una débil muñeca de trapo cuando sus rodillas parecían ceder.
Sus ojos azules, con apenas algo de vida en ellos, fijos en los suyos.
Cairo ya los adora, está tan feliz.
— ¿Eso es todo? —la decepción gotea de la voz de CC.
Cairo asiente—. Es tu primera vez, no quiero excederme —es su explicación—. Debes descansar para no desgastarte, será suficiente por ahora.
—No necesito que me cuides, Cairo —responde CC, tratando de reunir más fuerza de la que realmente tiene—. Quiero sentirlo todo.
Cairo se queda en silencio, sus ojos escudriñan el rostro de CC, buscando una verdad oculta. La vulnerabilidad de ella lo atrae de una manera que nunca imaginó, un eco de su propia dulzura perdida. La sensación de adoración se convierte en un deseo urgente, la necesidad de profundizar en esta conexión que han creado.
—Está bien —murmura Cairo, la sonrisa volviendo a sus labios, aunque esta vez tiene un tono más salvaje, más posesivo—. Si realmente lo quieres...
Con un movimiento rápido y decidido, la levanta con firmeza, como si fuera tan ligera como una pluma, y la lleva hacia la cama. CC apenas puede procesar lo que está sucediendo; el vértigo de sus emociones le da vueltas en la cabeza. Una mezcla de miedo y deseo la envuelve, cada latido de su corazón puede escucharlo en su cabeza.
Cairo la acuesta suavemente y, por un momento, se queda contemplándola, como si estuviera grabando cada detalle en su mente: la forma en que sus ojos brillan con un matiz de desafío a pesar de lo que acaba de suceder, la forma en que su respiración se acelera en anticipación.
CC tiembla.
—Dejémoslo aquí, CC, ya es tarde —su voz envolvente resonando en el aire entre ellos.
Antes de que CC responda, Cairo se reincorpora, su mirada fija en el cuello de CC. Y, en menos de un suspiro, ya está en la puerta de la habitación, mirándole con una amplia sonrisa.
—Buenas noches, querida.
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Pero, CC no volvió a dormir; dio vueltas en la cama, tratando de ponerse cómoda para calmar su cerebro después de esa sesión. La mansión siempre estaba tranquila durante el día, cuando la vampira residente dormía plácidamente en su propia recamara, siempre despertándose antes del atardecer, CC tuvo que adaptar su horario de sueño para coincidir con Cairo cada que se quedaba a visitarla, especialmente ahora que sus visitas serían más largas.
Había algo en Cairo que se abría paso hasta su corazón indomable, incluso si lo único que hacía era darle una mirada de soslayo mientras leía sus extraños libros acerca de humanos (algunas veces pidiendo consejos a ella para mejorar su estadía). No era solo por su belleza, o su descarada arrogancia, o su esbelta figura, o sus piernas cada vez que usaba un vestido, ni tampoco sus ojos que parecían hipnotizarla.
Siquiera eran las palabras tan grandilocuentes que plasmaba en las novelas que solía escribir en su estudio, siquiera el cigarrillo en sus labios, o la risa melodiosa que sale desde el fondo de su garganta.
—Ni siquiera me gusta así —murmura contra la almohada—. ¿Por qué quiero que beba mi sangre?
Quizás algún día lo sepa.
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