El Eco del Silencio

"•||Capítulo 1||• "

El sonido de las campanas resonaba en el aire, un eco lejano que marcaba el final de una vida y el inicio de un vacío interminable. Taehyung se encontraba en el cementerio, rodeado de rostros sombríos, cada uno reflejando una tristeza que él sentía profundamente en su interior. La caja de su hermano, Seokjin, yacía ante él, cubierta con flores blancas que contrastaban con el tono grisáceo del día. La atmósfera estaba impregnada de un silencio reverente, interrumpido solo por el murmullo de palabras de consuelo que se desvanecían en el viento.

A pesar de la multitud que lo rodeaba, se sentía más solo que nunca. Su mente estaba atrapada en un ciclo de recuerdos, imágenes de Seokjin riendo y bromeando, momentos que ahora parecían tan lejanos y etéreos. La idea de que había tomado una decisión tan drástica como el suicidio lo atormentaba.

En medio de sus pensamientos, un recuerdo dulce y nostálgico emergió. Era un día de verano en casa de sus abuelos. Su madre había preparado una carne asada en el jardín, y toda la familia estaba reunida. Seokjin y Taehyung jugaban a ver quién podía asustar al otro acercándose lo más posible al fuego. Luego se reían y se lanzaban pedazos de lechuga y risas mientras su padre los regañaba, tratando de mantener el control, aunque su sonrisa los traicionaba.

Otro flash de memoria lo transportó a un cumpleaños pasado, en el que su madre había preparado su famoso pastel de fresas, el favorito de todos. Era la última rebanada, y Seokjin y él se miraban con intensidad, cada uno sosteniendo su tenedor y evaluando la mejor forma de reclamar el premio final.

—Es mío, Tae, ni lo pienses— dijo Seokjin, acercando su tenedor al plato.

—¡Lo soñaste, hyung! —exclamó Taehyung, interceptando el tenedor y logrando cortar la última rebanada. Con una risa triunfal, llevó el trozo a su boca antes de que Seokjin pudiera reaccionar.

Sus padres, al ver la escena, se rieron con ganas, mientras Seokjin intentaba hacerle cosquillas para vengarse. Aquellos momentos, tan simples y familiares, ahora parecían pertenecer a otra vida, a una realidad donde nada malo podía suceder.

La ceremonia avanzaba con lentitud, cada palabra pronunciada por el sacerdote resonando como un eco vacío en su corazón.

—Lo siento tanto, Taehyung—, le dijo una tía, acariciando su brazo con ternura. —Seokjin siempre fue un buen chico. No debería haber terminado así—.

—Gracias, tía—, respondió él, su voz quebrada. Pero las palabras no le ofrecían consuelo; se sentía atrapado entre el dolor y la incredulidad.

Mientras los familiares y amigos se acercaban para ofrecer sus condolencias, algunos murmuraban en voz baja.

—No puedo creer que la policía haya cerrado el caso tan rápido—, dijo un viejo amigo de Seokjin, alzando la voz. —Lo catalogaron como suicidio sin más pruebas—.

—Es una injusticia—, agregó una amiga de la infancia. —Hay algo más en esto, lo sé. Seokjin no habría hecho algo así. Era feliz, al menos eso creímos—.

Taehyung los escuchaba con atención, pero cada palabra lo hirió más. Recordaba la última vez que habían hablado. Había sido una conversación trivial, como tantas otras. Seokjin había mencionado algo sobre un nuevo lugar en Busan, un club donde decía que la música era increíble y la gente, interesante. Taehyung ahora deseaba haber prestado más atención, haber notado cualquier señal de que algo no estaba bien.

Al regresar a casa, Taehyung encontró a sus padres sumidos en una tristeza silenciosa. Su madre estaba sentada en el sofá, con la mirada fija en una foto de Seokjin que sostenía entre sus manos, mientras las lágrimas caían sin cesar. Su padre estaba de pie junto a la ventana, mirando hacia el exterior, con los ojos perdidos en la nada.

Taehyung se acercó a su madre, arrodillándose frente a ella. La tomó de las manos con delicadeza, sintiendo la frialdad que emanaba de ellas.

—Mamá... —murmuró, intentando transmitirle algo de consuelo.

Ella lo miró, sus ojos reflejando un dolor que Taehyung jamás había visto antes.

—¿Por qué, Taehyung? —preguntó en voz baja, su voz quebrada—. ¿Por qué tuvo que pasar esto?

Taehyung apretó suavemente sus manos, buscando las palabras adecuadas.

—No lo sé, mamá. Pero estoy aquí contigo. Y... sé que Seokjin nunca habría hecho algo así. Era demasiado fuerte para rendirse de esa forma.

Su madre asintió lentamente, aunque el dolor en su rostro no disminuía. Taehyung se acercó y la abrazó, dejando que ella apoyara su cabeza en su hombro. Cerró los ojos, sintiendo el peso de la tristeza de su madre, un dolor que se unía al suyo.

Luego se acercó a su padre, quien aún miraba por la ventana. Taehyung colocó una mano en su hombro, y su padre giró la cabeza hacia él, intentando mantener la compostura.

—Seokjin era un buen hijo —murmuró su padre, con voz grave—. No entiendo cómo pudo ocurrir algo así... Lo siento como un fracaso.

—No, papá, no pienses eso —respondió Taehyung con suavidad—. Nadie pudo haber sabido lo que estaba pasando. Pero yo... yo voy a encontrar respuestas. No me rendiré hasta descubrir qué fue lo que realmente sucedió.

Su padre lo miró durante un momento, y aunque no dijo nada, Taehyung notó una chispa de esperanza en sus ojos, una confianza silenciosa que parecía decirle que, de algún modo, estaba haciendo lo correcto.

Días después, aún con el peso de las despedidas, Taehyung decidió distraerse buscando una pelota de béisbol que recordaba haber visto en la habitación de Seokjin. Al entrar, el silencio de la habitación lo envolvió; todo estaba tal como su hermano lo había dejado. Miró alrededor y, al abrir el clóset, una caja cayó al suelo, provocando un ruido sordo. Al inclinarse para recogerla, algo dentro de él le dijo que revisara su contenido. Taehyung abrió la tapa y lo que encontró en su interior lo dejó sin palabras.

Había fotos de Seokjin, pero no eran fotos cualquiera. En cada imagen, Seokjin sonreía ampliamente, en algunas incluso con una expresión de felicidad casi palpable. Pero lo que más sorprendió a Taehyung fue que no estaba solo. En varias fotos aparecía tomado de la mano de otro chico, mirándolo con una intensidad que Taehyung jamás había visto en él. Era como si estuviera enamorado. Las manos de Taehyung temblaban mientras deslizaba las fotos, observando momentos capturados de su hermano en una faceta que desconocía por completo. Cada imagen, cada sonrisa, revelaba algo que Seokjin había guardado en silencio.

Además de las fotos, encontró cartas de amor y poesía. Algunos escritos eran cortos, casi como pensamientos al azar; otros parecían poemas apasionados. Taehyung sentía como si estuviera invadiendo algo íntimo, pero la curiosidad lo mantenía leyendo. En una de las cartas, Seokjin mencionaba lo especial que había sido su cumpleaños número 24 en Busan, y Taehyung pudo inferir que ese chico misterioso le había regalado el suéter rosado que descansaba al fondo de la caja.

Era un suéter de pelo suave, cálido y esponjoso, con un tono de rosa pálido que resaltaba en medio del resto de las cosas. Taehyung lo recordaba bien. Sabía que Seokjin lo había usado muchas veces y que se había convertido en uno de sus favoritos. Pero ahora, entendía el porqué. Ese suéter tenía un significado especial; era un regalo de alguien que había significado mucho para él.

Al fondo de la caja, vio una laptop. Se quedó observándola por un momento, su respiración acelerada mientras miraba hacia la puerta para asegurarse de que nadie lo viera. Luego, con cuidado, tomó la caja y se la llevó a su habitación, cerrando la puerta detrás de él.

Al abrir la caja sobre su cama y observar su contenido, se quedó estático, como si el tiempo se hubiese detenido. Sostenía entre sus manos fragmentos de la vida de Seokjin que jamás imaginó, un amor secreto, recuerdos ocultos, y una laptop que tal vez guardaba respuestas sobre lo que realmente había sucedido. Taehyung sintió que, en ese instante, estaba frente a algo mucho más profundo y oscuro de lo que había imaginado.

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