Capítulo 44. "Sentencia"

Lamento la demora de un día, esta semana fue bastante complicada para mí. La próxima semana regresamos con las actualizaciones los días jueves. <3

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Rowan.

Inspiro hondo, mis dedos tiemblan un poco debido a los nervios que me invaden. Me mantengo en una postura recta, imponente, no debo permitir que alguien ajeno a la familia imperial y a nuestro círculo cercano, note siquiera algún rastro de debilidad o temor en mi persona.

Acaricio mi anillo de casada, un símbolo que para muchos podría resultar insignificante, pero que a mí me otorga la fortaleza necesaria en estos instantes como para afrontar lo que se viene en el futuro y lo que sucederá hoy. Soy la máxima autoridad en Abdrion en estos momentos, debo comprender la magnitud de un título tan poderoso como ese.

El collar que Luciale me obsequió en su coronación, descansa en mi pecho cual recordatorio de que, hoy en día, la represento a ella. Nos represento a ambas y a nuestro imperio. Al imperio que ella me entregó para que lo cuide, para que lo mantenga a flote, mientras ella se debate entre la vida y la muerte. Entre el limbo eterno y esta dimensión terrenal donde sufre a cada segundo por personas que creyeron tener derecho a decidir sobre su vida.

El vestido que envuelve mi cuerpo, de seda negra con una falda a cuadros blancos y azabaches, de un corsé con escote de corazón lleno de pedrería en dichos tonos, es tan similar al que yo vestí en una de mis tantas visiones. Solo que ahora no utilizo guantes, pues ya superé ese temor a enseñar mis manos, a qué critiquen su delgadez y las venas que se marcan en mi piel.

Chrystel me dedica una sonrisa tranquilizadora. Ella, a diferencia de mí, lleva recogido su cabello blanco en una trenza de lado. Yo, por mi parte, lo llevo suelto y lacio, detrás de mi espalda. Lo único que mantiene los mechones sujetos en su lugar es la corona que se alza sobre mi cabeza.

—Con ustedes, sus majestades, la emperatriz consorte de Abdrion: Rowan Becker, y la Señorita Chrystel Dreim —anuncia uno de los guardias antes de permitirnos entrar a la sala de reuniones.

Todos los gobernadores se inclinan ante nosotras, en una larga reverencia que termina en cuanto nos ubicamos en nuestros lugares de la mesa redonda. Ella prefiere sentarse, al lado izquierdo de la silla que le pertenece a Luciale; he decidido mantenerme de pie, del lado derecho del lugar que le pertenece a mi esposa.

Las costumbres dictan que debería sentarme, pues tanto los gobernadores como el actual emperador o emperatriz, están en igualdad de condiciones y casi con los mismos derechos a decidir sobre el imperio. Sin embargo, no tengo tiempo para continuar con costumbres irrelevantes para mí. Mi esposa se muere, no debo perder el tiempo en estupideces que no marcarán ninguna diferencia en lo que anunciaré.

—Marqueses, marquesas, duques, duquesas, condes y condesas —anuncio, la seriedad se apodera de mi tonada. Todos me dirigen la mirada, expectantes a lo que diré—. He sido informada de una posible traición del Conde Kreim Liweul de Mellster.

—Eso es mentira —asegura Meydila Liweul, se levanta de su silla con notable molestia—. Mi hermano jamás traicionaría a este imperio o a sus emperatrices, majestad.

Alzo las cejas para plantar la duda en ella y en los demás presentes en esta habitación. Solo Chrystel y yo estamos enteradas de lo que sucede con Kreim, solo nosotras sabemos que él fue enviado a Khiat por un bien mayor y para salvar la vida de su hermana. Una vida que Meydila no merece.

—Lamento ser obligada a contradecirla, Condesa Liweul —suspiro, sin perder mi seriedad. Ella baja la mirada al comprender su lugar en esta conversación. No tiene derecho a opinar nada más—. Hemos encontrado pruebas fehacientes de que el Conde Kreim Liweul estuvo enviando información confidencial a la emperatriz de Khiat: Nymra Polvest. Dado que un acto criminal de ese tipo es considerado como alta traición al imperio y a la corona, será ejecutado en cuánto lo encontremos.

Meydila intenta hablar, pero yo la interrumpo al levantar mi mano. Las traidoras como ella no son bienvenidas en Abdrion y, de hecho, siento mucha pena por su hermano. Prácticamente se sacrifica para salvarle la vida.

—¿Cómo?¿Ha escapado, majestad? —inquiere la Marquesa Griseynna Liels para distraer la atención de todos. Sé que ella ha visto mucho en sus visiones, y como leal gobernadora de este imperio, me ayuda en este tipo de situaciones que son una farsa.

—Al parecer sí. Lo más probable que a Khiat —respondo inexpresiva, oigo jadeos de sorpresa, observo la duda en algunos rostros y la decepción de la mayoría. Por lo visto, estiman mucho al joven Liweul—. No se preocupen, la gobernación de Mellster quedará en buenas manos. La nueva Condesa de Mellster será Chrystel Dreim, nuestra heredera y Señorita.

Un silencio se instala en el recinto, sé que más del 50% de estas personas está en contra del gobierno actual y nos consideran usurpadoras al trono. Somos una amenaza para ellos, pero aún así, reconocen su lugar en la sociedad y no dejan entrever su traición hacia nosotras. No obstante, no importa cuánto intenten ocultar sus verdaderas intenciones, yo las identifico sin mucho esfuerzo.

—Nos alegra mucho esta noticia, majestad —finge felicidad una de las gobernadoras más respetadas de Abdrion por dirigir uno de los condados cercanos a la frontera con Khiat. Su sonrisa amable destila falsedad, pero logra disimularla. Lo único que no puede disfrazar es el odio presente en sus ojos—. Estamos seguros que la Señorita Chrystel Dreim será una excelente Condesa.

—No hay dudas sobre ello —asegura Griseynna para calmar el ambiente, su mirada oscura se encuentra con la mía y me sonríe con ella, como si quisiera tranquilizarme para que no explote—. El Valle Infernal y el Marquesado de Weyt ofrecerán bendiciones para la nueva Condesa y heredera de Abdrion.

La mujer a mi lado, reconocida como heredera de Abdrion sin ser una Meire o Arino de sangre, sonríe ante el comentario de la Marquesa Liels e inclina su cabeza en señal de respeto por las palabras de la ninfa. Si bien nunca se habla de las posiciones de las distintas especies en esta sociedad, las ninfas de cualquier tipo y los Quishenas están a la cabeza.

Esbozo una pequeña sonrisa en mi rostro antes de girarme para retirarme de la sala de reuniones, pues este anuncio ha terminado. No obstante, me detengo en seco al oír un carraspeo tras mi espalda.

—Majestad, disculpe la intromisión —habla uno de los hombres de mayor edad, un Conde del Norte. No descifro cuál es la región que gobierna, pero debe ser importante por su estilo de vestir—. ¿La emperatriz Luciale Meire se encuentra bien?

Su cuestionamiento me descoloca, mis extremidades se paralizan por unos segundos al comprender las intenciones de su pregunta. Fuerzo una sonrisa que aparenta ser natural, una de esas tantas que hace meses dejé de dibujar en mi rostro.

Nadie en este imperio, salvo la familia imperial Meire y los Arino que conviven con nosotros en el Palacio, tiene idea alguna de lo que sucede con mi mujer. Para muchos, ella se ha enfermado, y para otros, ha decidido descansar de sus funciones tras unas semanas de malestar general. Nadie sabrá que sucede con ella y así se mantendrá hasta que regrese de ser torturada por Herafel.

La libraré de ese idiota. Solo necesito tiempo. Un tiempo que no poseo.

—Se encuentra bien, Conde —respondo con la mayor calma posible para no alertar a ninguno de ellos—. La emperatriz Luciale Meire ha decidido tomarse un descanso de sus obligaciones como máxima autoridad de Abdrion. Sabemos que ella se preocupa en demasía por el bienestar de sus ciudadanos y en ocasiones eso puede conllevar a estrés. Volverá a sus funciones en unos días.

Sí, ha decidido tomarse un descanso. Pero en el más allá, porque temo que no regrese conmigo.

—¿Usted ha sido delegada para representarla? —su tono filoso provoca que la desconfianza se adueñe de mi sentir en este instante—. No quiero ser impertinente, pero usted no puede tomar ese tipo de decisiones sin la presencia de la emperatriz de sangre.

Reprimo la risa que desea salir de mis labios. Para ser un Conde de una región importante del Norte, no ha leído ninguna ley sobre su imperio ni tampoco tiene en cuenta el papel del emperador o emperatriz consorte de Abdrion.

No necesito ser delegada para tomar ese tipo de decisiones, sin embargo, para decidir sobre la Guerra sí lo necesito y es por ello que mi esposa firmó ese decreto. Ella supuso lo que se avecinaba y procuró dejarme las herramientas necesarias para gobernar sin problemas en su ausencia.

Aunque me cueste admitirlo, su ausencia me duele. No han pasado muchas horas desde que ella entró en esa especie de coma, mas siento su falta en cada lugar que en algún momento compartimos. Y me aterra reflexionar la posibilidad de que ella no despierte nunca, de que Herafel se adueñe del alma de mi esposa, y en consecuencia, del imperio.

Necesito encontrar el origen de todo, la raíz para romper esa maldición con la que carga y que la debilita cada vez que utiliza sus poderes. Hay algo que desconozco en todo esto, de hecho, todos desconocemos. Hay algo oscuro que aún no se ha presentado ante nosotros, y según mi corazonada, no es nada de lo que debamos alegrarnos. Podría convertirse en nuestra peor pesadilla.

Porque la unión entre Herafel y Luciale, ese vínculo de almas, viene de vidas pasadas. No sé si yo tenga la fuerza, el poder y el favor de los Dioses para romper algo tan inmenso como ello.

Si lo pienso mejor, el favor de los Dioses me importa un carajo, solo las dos primeras razones son importantes. A mí lo que me interesa es salvar la vida de mi esposa, su futuro y su destino.

—He sido delegada para ello, sin necesidad de tener que ser delegada. Soy la emperatriz consorte de Abdrion, tengo casi las mismas facultades que la emperatriz de sangre y mi palabra, al igual que la de ella, debe ser respetada sin importar que —siseo con una sonrisa amable—. Conozcan su lugar, gobernadores, porque desde este instante se acabaron las faltas de respeto. Cualquier contradicción hacia mis decisiones o mis órdenes, será considerada como alta traición a la corona de oro de Abdrion.

—¿Y los emperadores Arino? —vuelve a cuestionar, frunzo las cejas sin comprender su punto y su insistencia por alargar esta reunión que ya ha terminado—. Los Meire han usurpado ese trono, ¿Dónde están los verdaderos herederos de la corona de oro?

Muerdo mi labio inferior antes de sonreír, segura de lo que diré y lo que haré. No permitiré que duden sobre el derecho al trono de mi esposa. Menos en su ausencia.

—No tengo idea de que me habla, Conde. En este imperio solo ha existido una familia que gobernó desde sus comienzos y es la familia Meire. La verdadera heredera al trono de Abdrion siempre ha sido Luciale Meire, mi esposa y compañera de vida. Dudar de su legitimidad es un acto grave —siseo antes de verlo caer al suelo sin una gota de remordimiento por haber acabado con su vida con un solo pensamiento—. ¿Alguien más desea cuestionar la legitimidad de su emperatriz? Ya saben a qué atenerse.

Todos se reverencian ante mi persona tras comprobar que el Conde está muerto. Asiento en silencio, evalúo cada una de las expresiones de estas personas. Salvo Griseynna, la mitad de ellos me temen, y la otra mitad respeta mi figura.

Quienes me temen son posibles traidores de este imperio en un futuro, aunque ya llevan ese título por encima de sus cabezas.

—El Conde será reemplazado por la consejera de la emperatriz Luciale Meire, Laissa Arino. En estos días realizaremos su ceremonia de nombramiento de manera oficial y seguiremos todos los protocolos correspondientes —señalo antes de retirarme, seguida por Chrystel.

Al cruzar la puerta, suelto el aire que llevaba reprimido durante todo este tiempo. Mis músculos se relajan, me permito suspirar con pesadez y con cierta tristeza. Una tristeza que me invade, silenciosa, tortuosa y que me roba el poco ánimo que me he esforzado por mantener. Ese tipo de tristeza que te tira a la cama, te deja sin fuerzas para continuar con el día como es debido.

...

Tuve que abandonar la habitación que comparto con Luciale para evitar que Herafel intente herirme o algo parecido. Sé que Dríhseida y Vorkiov la cuidan, así como Perséfone no se separa de su lado, y aún así, yo no me siento segura con respecto a ella.

Tengo un fuerte presentimiento de que algo ocurrirá, detesto pensar en las posibilidades que existen de que ella no despierte, de que se mantenga así por siempre. Hay un porcentaje de probabilidad de que yo pueda ayudarla, y sin embargo, la incertidumbre me carcome.

Mi mirada se mantiene fija en el techo acupulado de la habitación en la que residí por mucho tiempo antes de trasladarme a la de mi esposa.

Las paredes blancas iluminan el ambiente en la oscuridad de la noche, los inmensos ventanales que enseñan la vista del jardín se encuentran cubiertos por las cortinas de seda celeste. Estas cuatro paredes aumentan mis ansias de salir a cuidar a mi mujer, de investigar qué es lo que la une con el imbécil de Herafel y como es que puedo ayudarla.

No tengo idea de nada, no sé cómo comenzar con ella. Mi punto de partida es inexistente por el momento, no logro identificar en qué punto de su historia me encuentro, cuál fue la raíz de la maldición y cuál es el punto más alto antes de que el efecto decaiga.

Según comprendo, las maldiciones funcionan de esa manera. Existe un porqué, luego se descifra alguna característica de una vida pasada —si la hubiere— que explica lo que sucede en este presente, poco después se vive el pico más alto de la maldición y sus consecuencias. Entonces llega el final y la nada misma, ya no ocurre nada referido a la maldición, la vida de la persona que la porta ya no está en peligro —o al menos eso se cree— y su historia regresa a la normalidad.

Una silueta femenina se dibuja a mi lado, parpadeo un poco hasta identificar a la dueña de ese cabello castaño ondulado y esos ojos avellanas con lunares debajo de ellos que mantiene a tres imperios al borde del colapso, de la inestabilidad y del comienzo de una guerra mundial. Aunque podríamos considerar que ya ha empezado.

Nymra Polvest.

Me hace una seña para que mantenga el silencio que reina en esta habitación, su aspecto no es el mismo de siempre. Algo ha cambiado en ella, sus ojos permanecen vacíos y distantes, la sonrisa burlesca que la caracterizaba fue reemplazada por una mueca de fastidio y tal vez de pena.

Pronto el escenario a mi alrededor cambia. Ahora mismo me rodea una gran habitación iluminada, de paredes color crema, candelabros antiguos con velas, inmensos ventanales que permiten la entrada de la luz exterior. Un bello día soleado se dibuja a través de los vidrios, no obstante, este lugar no comparte la misma alegría que fuera de él.

—¿Qué sucedió con Nathior? —pregunta una joven mujer, quizá de unos veinticuatro años o poco más—. ¿Cómo se encuentra, Shiskter?

Reconozco sus ojos avellanas y esos lunares debajo de ellos, pues su hija de dieciocho años es portadora de esos mismos rasgos. El cabello castaño claro lo lleva recogido en un moño elegante, perfecto y que despeja su rostro en forma de corazón. Su expresión preocupada me desconcierta, pero lo hace aún más la melancolía que se refleja en su mirada.

Lleva un velo sujeto por su moño, cubre sus hombros descubiertos por el escote de su vestido. La corona dorada de piedras naranjas se alza por la cima de su cabeza. Pareciera ser una feliz emperatriz, pero no lo es y nunca lo fue.

—La salud del emperador Nathior Polvest no es buena, majestad. No tenemos un buen pronóstico —informa el hombre interrogado. Al parecer, es el antiguo Vieya de Khiat—. Lo lamento muchísimo, majestad.

—Nathior mencionó que se avecinaba una guerra con Astenont, ¿Tienes idea a qué se refería? —indica seria, su postura firme disfraza su desorientación en temas políticos. Zarahíe Wellezpve fue aislada de todo asunto referido a la política y al imperio "de su esposo".

Un imperio del que debió hacerse cargo y gobernar por el tiempo en que Nathior estuvo fuera de sus cabales, incapacitado mentalmente para gobernar como se debe.

—Él intentó atacar los puertos de Astenont, señora —responde con pesar. Ella suspira profundo, se limita a asentir en silencio—. Puedo preparar a nuestras tropas para un posible ataque del que debamos defendernos.

—Se lo agradezco —es lo único que dice antes de que él se retire.

Para la época del recuerdo que observo, Zarahíe Wellezpve, madre de Nymra Polvest y esposa del emperador Nathior Polvest, era muy querida por sus ciudadanos. Todos los habitantes de Khiat apreciaban sus actos caritativos, su buen humor y su amabilidad a la hora de "gobernar", si es posible llamarle así. Lo que nadie sabía era que, en privado, Nathior la mantenía alejada de las decisiones importantes que debían ser tomadas con la cabeza fría, ya que la consideraba poco capacitada para aportar ideas coherentes. Cuando en realidad, era todo lo contrario, y quién estaba poco capacitado para tomar decisiones, era él.

Esto ocurrió solo cinco años antes de su muerte, solo cinco años antes de ser ejecutada por el público que tanto la amó. Su condición como humana fue ocultada durante todo el tiempo que se mantuvo en el poder, pues nadie estimaba a los humanos y los consideraban una amenaza para este planeta. Una amenaza que debía ser eliminada cuanto antes.

El recuerdo se desvanece frente a mí junto a la imagen de Zarahíe quitándose el velo que cubre sus hombros y la corona que portaba.

Al regresar a la realidad, la figura femenina de Nymra Polvest me dedica una leve sonrisa antes de desaparecer al cabo de unos segundos. No comprendo la razón por la que ella me enseñaría algún recuerdo de su madre, y aún más, ese tipo de recuerdos que le duelen por el simple hecho de analizar todo lo que sufrió Zarahíe mientras estuvo en ese matrimonio.

...

Me siento junto a Luciale, tomo su mano con la esperanza de que ella entrelace sus dedos con los míos, como siempre ha hecho desde que fuimos más cercanas y descubrimos que este sentimiento que nos invade, fluía en ambos sentidos.

La palidez de su piel es casi mortecina, como de costumbre, pero su frialdad me descoloca por completo. Cualquiera que la viera en este estado y notara la ausencia de respiración en ella, diría que está muerta. Yo sé que no lo está, tengo la certeza para afirmar que está viva y que solo entró en una especie de coma.

Sonrío con tristeza al percatarme de la expresión serena que se ha esbozado en su rostro. Pocas veces la he visto así de tranquila en público, puesto que todo el tiempo temía de sufrir algún ataque de su maldición o de Herafel en su cabeza, le aterraba la idea de que la consideraran poco apta para gobernar y quisieran rebelarse contra ella. También le asustaba demostrar algún rasgo de debilidad o inestabilidad frente a sus gobernadores y ciudadanos, en tiempos como estos dónde su legitimidad es cuestionada, ella debía mantenerse más firme e imponente que nunca.

El tono borravino de sus labios fue reemplazado por un rosado con tintes de violáceo, anoche decidí retirar el maquillaje que cubría su rostro al notar que este comenzaba a quemarla. Sus párpados cerrados se encuentran un poco rojizos, irritados, pero se recuperarán y volverán a la normalidad de antes.

—He seguido tu plan como deseabas —susurro sobre su rostro, sé a la perfección que Herafel no puede escuchar en estos momentos. Cuando la respiración de mi esposa es inexistente, es porque él la ataca y pierde la capacidad de tomar el control sobre el cuerpo de mi mujer—. Mantendré nuestro imperio en pie y nuestra familia. Cuidaré de ellos en tu ausencia, incluidos Perséfone, Klay y Kelly.

Beso su frente con delicadeza, acomodo los mechones despeinados de su cabello rubio y suspiro. Espero alguna señal, algún gesto o reflejo que me indique que ella está aquí, que me ha escuchado y que volverá.

Mis uñas bordean el lunar con forma de corazón debajo de su ojo. Cada vez que lo observo, recuerdo que fue una de las características que más me llamó la atención de ella, más allá de sus ojos grisáceos y su piel pálida.

Me atraía mucho como ella podía verse tan angelical y tan malvada al mismo tiempo, sus rasgos son imponentes, fuertes, seductores, a la vez que delicados y femeninos. No necesitaba poner mucho esfuerzo en aparentar ser intimidante o ser una persona inocente y que jamás ha asesinado a nadie.

—Te amo, mi Lu —susurro antes de apretar un poco su mano, sin obtener ninguna respuesta a mi gesto.

Inspiro hondo antes de levantarme de la cama y caminar hacia la puerta. Al salir, el aire me resulta más fresco que allí dentro, más limpio, más agradable. Puedo respirar con mayor tranquilidad, o quizá con mayor velocidad, no sé muy bien como describir lo que siento.

Mi garganta se cierra al ritmo en que mis ojos se llenan de lágrimas. Mi campo de visión se torna borroso, por mucho que respire profundo, no logro detener el curso del llanto que he reprimido todo este tiempo.

Cubro mi boca con mis manos para apagar los sollozos que amenazan con escapar de mis labios y dejo ir este sentimiento que me carcome por dentro. Las lágrimas inundan mis mejillas, mis ojos y algunos de mis dedos, mi respiración se acelera, algunos espasmos se adueñan de mi cuerpo en el proceso.

Una sensación de vacío me invade, no tengo idea de porqué, pero así es. No estoy segura de que provenga de la sensación de ver a Luciale casi muerta, supongo que debe ser algo mucho más grande que eso.

—Rowan... —murmura Laissa al encontrarme junto a las puertas de la habitación de mi esposa—. ¿Quieres que te haga compañía?

Le sostengo la mirada por unos cuántos segundos, sus ojos verdes se centran en los míos con ese cariño de hermana mayor que he visto en ella, con esa faceta de familiar sobreprotectora en la que se ha convertido por las circunstancias en las que creció. Asiento sin decir nada al respecto, pero dejo de llorar.

Me fuerzo a no romper en llanto frente a personas que ya cargan con suficientes dolores como para cargar con los míos. Los Arino, mis suegros y Chrystel tienen demasiado con sus propias vidas como para que se sientan obligados a consolarme.

—Imagino que debes sentir mucho dolor por lo que sucedió con Luciale... —murmura al rodearme con sus brazos a la altura de los hombros. Su tonada es suave y cálida—. Ella es una persona importante para ti y entiendo que estés asustada por lo que pueda ocurrir. Es válido pensar en que puede morir y llorar por ello, no tienes que sentir que eres una carga para nosotros.

—No quiero que se sientan obligados a ayudarme —confieso en un susurro, apenada—. Puedo con esto sola, Laissa. Agradezco que quieran apoyarme y acompañarme, pero...

—Si puedes sola, ¿Por qué aceptaste que te haga compañía? —su voz suena lejos de querer regañarme, más bien pareciera que entre en razón—. ¿Lo ves? Esta situación te sobrepasa, como a todos, y no está mal necesitar compañía o apoyo. No te aisles en ti misma, Rowan.

No respondo a lo que me dice, sé que de manera inconsciente, me aislo de todos cuando considero que no puedo controlar mis emociones o gestionarlas como debería.

—Mis hermanos, primos y yo tenemos algo que obsequiarte... ¿Me acompañas? —me sonríe amable, su expresión facial me asegura que no es necesario seguirla si yo no lo deseo. Sus cejas y ojos se encuentran en perfecta calma.

—De acuerdo —acepto tras pensarlo dos veces. La ilusión en sus ojos verdes me animó a hacerlo.

Me conduce al jardín, dónde nos espera sus hermanos junto a los dos primos que son los retraídos de la familia: Vinavina y Normelt. Chrystel me sonríe un poco apartada de los Arino. Noto que el cielo adquiere una tonalidad oscura, como si fuese de noche, pero es pleno mediodía.

—Son tus poderes, de forma inconsciente sabes que te entregaremos —explica Vinavina al captar mi desconcierto, el maquillaje que lleva hoy es menos extravagante que otras veces, lo único destacable en su rostro pálido es el delineador azul.

—Sabemos que hace dos días fue 14 de febrero, en la Tierra se festeja San Valentín, el día del amor y la amistad... —continúa Normelt, tranquilo, como si sonar misterioso fuese algo que debería mantenerlo sereno.

Alzo mis cejas, sin comprender su punto. Todos lucen demasiado calmados para mi gusto, no hallo rastros de angustia en sus rostros y creo que eso es lo que más me preocupa. En el fondo, no puedo aceptar que merezco un poco de paz en estos días que llevo.

—¿Y?¿Cuál es el punto, chicos? —inquiero para romper su silencio—. No comprendo a qué viene todo esto...

—Mira al cielo, Rowan —me pide Chrystel, con una sonrisa dulce.

Le dedico una mirada desconfiada por unos segundos antes de elevar mis ojos en dirección al cielo. Me percato de la presencia de varias constelaciones, cuyos nombres desconozco, y de las siluetas pequeñas de dos planetas. Uno celeste, similar a Saturno, por los anillos, y al mismo tiempo con cierto parecido a Júpiter. El otro, un poco más grande que el celeste, es de un tono violeta profundo, con una especie de capa brillosa que lo envuelve; semejante a la apariencia del sol de la Tierra.

—Este tipo de fenómenos ocurre una vez cada cien años. Sucedió la noche del catorce de febrero, Luciale quería traerte a observar el cielo —detalla Vinavina, también interesada en el firmamento oscuro que se alza sobre nosotras—. Le llaman La noche de los encuentros, ya que Siev, el planeta celeste, pocas veces se presenta junto a Nia, el sol violeta con apariencia de planeta. Nia es una potente estrella que alimenta a nuestra galaxia y a este planeta, Lilium. Siev es un planeta menor sin relevancia, como Plutón en la Tierra.

Mi mirada viaja a Vinavina una vez termino de comprender sus palabras. Ellos están aquí, junto a mí, para continuar con los planes que el amor de mi vida dejó pendientes; así como para hacerme saber que ellos son mi familia también. Aun si los Arino y yo no nos conocemos tanto, están firmando en silencio un pacto de lealtad y de protección hacia mí, en nombre de mi esposa y en nombre de la emperatriz que ahora mismo decide sobre Abdrion.

—Luciale nos entregó esta caja —me extiende una caja aterciopelada en un tono violeta, su rostro amargado es reemplazado por una sonrisa amable—. No sabemos qué contiene, solo nos mencionó que te la entregaramos si ella no podía hacerlo.

Mis manos tiemblan al contemplar la caja, es posible que sea uno de los pocos recuerdos recientes que tenga de mi esposa y el amor de mi vida. Suspiro profundo, me armo de valor para abrirla.

En su interior se halla un collar de plata, del cuál cuelga un dije de una constelación cuyo nombre desconozco. Pequeños diamantes rosados están incrustados, simulan ser las estrellas de la constelación. El fondo es una especie de cielo violáceo, con nubes blancas.

Al darle la vuelta al dije, un grabado en una tipografía cursiva, muy delicada y similar a la letra de mi mujer, reza:

"Ma impi, Rowan Becker. Ma «Tree» a ma «mev impi dit selsh»

Ma sievts. I su vieners, ma amor.

Un sievts nev seiz niv vieners.

—L.M"

«Mi emperatriz, Rowan Becker. Mi «Tree» y mi «emperatriz del sol».

Mi estrella. Soy su universo, mi amor.

Una estrella no existe sin su universo»

Una lágrima resbala por mi mejilla derecha al ser testigo del último momento en el que ella vivió sin preocupaciones, sin temores a ser poseída por Herafel y sin pensar que su vida correría peligro.

Su último momento en paz fue cuando ella le encargó a la joyera de la familia Meire este collar, expresando que se trataba de un presente muy importante para la emperatriz consorte y que debía ser lo más perfecto, especial y único posible.

«Mi esposa es todo ello. Es perfecta, es especial y es única en este mundo. Quiero obsequiarle algo que la represente por como es» fue lo que le dijo a la mujer que se encargó de confeccionar esta obra de arte.

Me aferro a ese último recuerdo feliz, a esa última sonrisa honesta y emocionada que esbozó en sus labios oscuros. Me aferro a esa sensación de efímera tranquilidad, pues esa memoria desaparece, junto a ese sentimiento. El collar me obsequió un instante de paz al traer algo del pasado al ahora.

—Si Luciale no vuelve... —murmuro, con la mirada enfocada en el collar entre mis dedos para no llorar.

—Va a volver, Rowan. Siempre lo ha hecho —asegura una alarmada Chrystel por mis palabras—. Sabes que ella es fuerte y...

—Ustedes me ayudarán a destruir a los culpables de todo esto —hablo firme, antes de dirigirles la mirada. Los hijos de Danira Arino junto a Chrystel caen en el desconcierto absoluto, mientras que Normelt y Vinavina dibujan una sonrisa satisfecha en sus labios—. Si mi esposa no regresa, si ella muere, si Luciale Meire abandona este plano terrenal, los culpables pagarán. No me interesa si son familiares suyos y la mano derecha de Nymra Polvest, pagarán uno por uno. ¿He sido clara?

...

¡Buenassss!

¿Cómo se encuentran?

Ya la próxima semana volvemos a los capítulos los jueves. Esta semana la tuve un poco complicada por problemas personales y en fin, acá toy.

Por ciertoooo, el capítulo del 28 de marzo (jueves) pasará al 30 de marzo. Más adelante en Instagram les contaré porqué <3

¿Qué les pareció este capítulo?

¿Creen que Nymra esté ayudando a Rowan?¿Por qué le mostró ese recuerdo?

Ah, Rowan se puso en modo diosa a la que nadie la desobedece. Que mujer 🛐

En la parte donde Rowan fue a ver a Luciale sonó Another Love, ahre JAJAJAJAJA

No les voy a mentir, en el primer boceto de la trama de Siniestra Nebulosa, sí que pensé en matar a Luciale. Luego me dije: nooo, no mates a tu prota más querida
Y entonces decidí no matarla xd. Aparte, si la hubiese matado, no iba a tener lógica la segunda parte.

Sí, esta primera parte termina bien, tranquis. Van a ver qué se van a resolver las cosas

¿Vieron que linda que es Luciale con los detalles? LUCIALE, DESPERTATE 😭😭😭
Yo no puedo con el sufrimiento de Rowan

En el próximo capítulo, volverá a narrar Luciale 👁️👁️ Veremos que pasa del otro lado y como podemos matar a Herafel de una vez. Ya queremos que muera ese cucaracho hdp 🤠🔪

Besitos y abracitos 💕🫂

Nos vemos en el próximo capítulo semanal. Los amoooo. <3

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