Capítulo 43. "Tormento"
Advertencia de contenido:Este capítulo contiene, de manera indirecta, menciones a abuso sexual.Se recomienda discreción.
Rowan.
No he podido apartarme del cuerpo de Luciale en horas, tampoco he sentido la necesidad de dormir o de comer. Pasé toda la noche a su lado, por si despertaba, por si necesitaba algo, por si me pedía ayuda o si me permitía entrar a su mente.
Todo el Palacio se ha paralizado ante el estado de inconsciencia de nuestra emperatriz, esposa, hermana, amiga y prima. Quizá los más afectados de esta familia —porque lo hemos dejado ver—, hemos sido Chrystel, Dríhseida, Vorkiov, Laissa y yo.
La Señorita Chrystel Dreim no fue capaz de ocultar el horror en su rostro al observar a su mejor amiga, a su hermana del corazón, desmayada en mis brazos. Sé que han ocurrido este tipo de episodios antes, pero ninguno había preocupado tanto a todos como este.
Mi esposa lloró lágrimas de sangre, tuvo convulsiones, pequeños espasmos y su respiración es casi inexistente en estos momentos. La palidez mortecina que la caracteriza ha incrementado, la ha vuelto casi tan blanca como una hoja de papel; las ojeras violáceas debajo de sus ojos se han tornado más evidentes junto a las venas negras que se han esbozado en gran parte de su cuerpo.
—Tienes que comer algo —Normelt interrumpe mi silencio, la preocupación tiñe su voz—. Debes descansar un rato, Rowan. Ella no se irá a ninguna parte.
—No voy a dejarla —susurro firme, mi mano derecha entrelaza los dedos de mi esposa con los míos. La gelidez de su piel se siente más que nunca, porque sé que ella no está en este plano en este momento. Solo su cuerpo me recibe, su alma es víctima de la maldición que Herafel empeoró—. Ella jamás me dejaría si estuviese en su estado. Además, soy la única que puede ayudarla.
Una lágrima se desliza por mi mejilla izquierda, la aparto con rapidez antes de que las demás caigan sin que pueda impedirlo. Mi visión adquiere un carácter difuso conforme las lágrimas se arremolinan en mis ojos, no sé cómo retenerlas por más tiempo.
El escozor en mi pecho se presenta, como una presión que me obliga a respirar de manera entrecortada, como un ardor que quema todo a su paso. Mi garganta se cierra, las lágrimas caen, mi campo de visión se vuelve borroso, me tiemblan las manos y no logro respirar en paz.
El caos se ha apoderado de mi mente, los pensamientos que antes se hallaban unidos por un hilo conductor, ahora se encuentran sueltos, desordenados e incoherentes. Aparecen uno tras otro como imágenes mentales, como risas, llantos, recuerdos, gritos, como la preocupación que me invade en este instante. No puedo pensar con claridad.
—Rowan, está bien —susurra Dríhseida al abrazarme contra su pecho. Peina mi cabello con sus manos como si supiera que es algo que me encanta y que mi esposa siempre ha hecho para calmarme—. Respira conmigo, por favor.
—No puedo —niego con la cabeza repetidas veces.
—Sí que puedes, Rowan, por favor —murmura suave. Percibo su terror, está tan atemorizada como yo, pero se esfuerza en ser la cuerda en esta situación. No desea sucumbir a la desesperación y la comprendo—. Todo estará bien, sé que tienes un ataque y es momentáneo. Respira lento, inhala profundo, mantén el aire y luego suéltalo. Luciale estará bien, Rowan.
Sigo el ritmo de su respiración, su tonada dulce y maternal me relaja por los siguientes minutos. Permanece a mi lado, con sus brazos rodeándome a la altura de los hombros, hasta que consigo respirar en paz: sin esa opresión en el pecho, sin esa sensación de asfixia, sin ese miedo inmenso a morir, a perder al amor de mi vida.
Me aparto de Dríhseida en cuanto siento la respiración de mi esposa un tanto agitada. Al girarme para comprobar su estado, me encuentro con sus ojos grisáceos fijos en mí, pero sin ese brillo característico de ella al mirarme. Reflejan un vacío abismal, una inexpresividad absoluta, como si volviese a ser esa Luciale que fue herida por Herafel de múltiples maneras.
—¿Lu? —contengo las lágrimas al acercarme a ella, tose un poco antes de dirigirme la mirada. Sin embargo, esas orbes que tanto amo y que siempre me han contemplado con admiración, en este momento lo hacen con desconfianza y sin lograr reconocerme.
Ella no me reconoce.
O quizá no puede verme.
Acerco mi mano a la suya para entrelazar nuestros dedos, pero cuando nuestras pieles se rozan, ella se aparta de manera brusca. El temor se apodera de sus extremidades, puedo confirmarlo al notar la tensión en sus hombros, sus manos cerradas con fuerza y esa manera de mantener el torso hacia atrás. Reconozco cuando ella se encuentra en posición de alerta, la he visto varias veces en ese estado y la mayor cantidad se relacionaban con Herafel, sus encuentros para atormentar a Luciale, su aparición en nuestra boda, incluso su sencilla mención.
—Lu, soy yo —le extiendo mi mano para que la tome, titubea un poco antes de hacerlo—. ¿Qué pasa?
—No veo nada —murmura, intenta ocultar sus nervios. Su voz se oye temblorosa por ello, su respiración acelerada no se ha calmado—. No puedo ver, Tree.
Su agarre se afirma a mi mano en el instante en que es obligada a tirar su cabeza hacia atrás, con el riesgo de romperse el cuello, antes de escupir sangre oscura por sus labios. Contengo el aliento, incapaz de ocultar el terror que siento en mi cuerpo ahora mismo; debo mantenerme firme, racional y tranquila. Alguien debe estarlo.
Su mirada grisácea adquiere un deje azabache que pronto se transforma en oscuridad pura en sus ojos. Las escleróticas se tornan violetas, las pupilas grises y las iris mantienen ese tono negruzco. Las bolsas debajo de sus ojos se incrementan, la tonalidad violáceas que las describía se ha vuelto una negruzca, con bordes verdosos, con la piel reseca.
Una bruma espesa de un tono morado oscuro brillante la envuelve. Nos envuelve, puesto que pronto llega a mí, como si deseara tragarme junto al alma de mi esposa. Tomo una respiración profunda para reprimir el grito de horror que desea escapar de mis labios.
Imagino que esta es la faceta que el amor de mi vida ha luchado por ocultar: su forma como ser de la oscuridad. Por lo general, este tipo de seres sobrenaturales se caracteriza por perder su forma humana definida al momento de convertirse, pues la reemplaza una silueta negra que se asemeja más a una sombra. Lo único que mantienen son sus ojos y sus manos, que se transforman en garras de largas uñas afiladas.
La bruma que nos rodea debería quemarme, intoxicarme hasta sufrir múltiples hemorragias internas. No obstante, mis especies me han brindado cierta inmunidad ante este tipo de situaciones.
Las manos de Luciale —o lo que quedan de ellas— se ciernen sobre mi cuello, me paralizo al instante al sentirla sobre mí, con ansias de acabar con mi vida. Sé que no es ella y considero que esa es la razón que más me quiebra por dentro: ella es una espectadora de este suceso mientras Herafel quiere asesinarme desde un cuerpo que no le pertenece.
Una fina aguja se clava en una de sus manos, y tras unos segundos, la fuerza ejercida sobre mi cuello disminuye. Cae inconsciente sobre la cama luego de ello, recuperando su forma humana en el proceso.
Acaricio mi cuello al recuperar el aire, la quemazón invade las zonas donde antes estuvieron sus manos. Creo tener la certeza para afirmar que una línea roja y morada se ha dibujado en mi piel. Las lágrimas se acumulan en mi visión, desbordan mis ojos, caen por mi rostro sin que pueda evitarlo.
No creí volver a sentirme en esta situación de nuevo. Tan vulnerable, pero sin sentirme segura de dónde estoy o de si quienes me acompañan no me apuñalaran por la espalda.
Normelt y Laissa se encargan de sacarme de esta habitación al tomarme de los brazos para levantarme. No opongo resistencia, no hablo, no emito ni una sola palabra. El silencio se apodera de mis adentros en cuánto nos encontramos fuera del dormitorio que comparto con mi esposa.
Mi mirada se pierde en el suelo de madera oscura, aún no logro asimilar lo que sucedió. Lo único de lo que soy capaz de hacer es escuchar mis latidos retumbar en mi interior, mientras miles de ideas se agolpan en mi cabeza, los murmullos de las personas a mi alrededor incrementan y las lágrimas continúan esbozando un río de tristeza en mis mejillas.
Siento como si me hubieran arrebatado la capacidad del habla, el temblor en los dedos de mis manos incrementa. La sensación que se adueña de mi cuerpo es como si yo no fuese dueña de él, sino que una simple espectadora de todo lo que sucede en cámara lenta.
Herafel intentó matarme.
Casi se lo permití. No fui capaz de reaccionar.
—Rowan —me llama Chrystel, regreso a la realidad en cuestión de segundos. Libera el aire que llevaba contenido, a juzgar por su rostro, acaba de aliviarse al percatarse de que he reaccionado a su llamado. Aun si no he respondido como se esperaba—. Necesitas descansar.
Rodea mis hombros con delicadeza antes de besar mi mejilla derecha con cariño. Ese tipo de afecto que se tienen las amigas, ese amor que sientes cuando ves a la persona que quieres pasarla mal y deseas ayudarle con ello. Chrystel Dreim intenta animarme un poco, aunque no lo consigue por el momento.
—No... —murmuro, niego con la cabeza repetidas veces—. Tengo que cuidar a Luciale.
—Sus padres se encargarán de eso por el momento, ¿Si? Ahora necesitas descansar —asegura gentil, comienza a caminar con lentitud y yo sigo sus pasos para no quedarme atrás. O tal vez sea por inercia—. Tienes mucha carga sobre tus hombros. Es muy probable que los poderes de Luciale hayan drenado tu energía.
—No fue ella —aclaro, en cierto punto ofendida por si llega a creer que mi esposa sería capaz de herirme—. Fue él. Yo lo reconocí. Conozco a mi esposa, esa no era su mirada, ni eran sus actitudes, tampoco su sonrisa.
—Lo sé —suspira con pesadez, debe estar abrumada por todo lo que sucede. Chrystel ama a Luciale como su hermana y mejor amiga—. Él se apoderó de ella, pero no puedes ayudarla en este instante. Tu piel está pálida, Rowan, tienes ojeras y tiemblas al moverte. Pareciera que estás por desmayarte. Sé que quieres ayudarla y es por ello que te digo que debes descansar.
Me mantengo unos minutos en silencio antes de aceptar con un asentimiento. No tengo fuerzas para discutir sobre qué sería lo sensato en este momento y que no. Chrystel no dice ninguna mentira, tampoco incoherencias. De hecho, es bastante racional y lógico lo que me ha pedido que haga.
Por mucho que me niegue a abandonar a Luciale, me necesita viva por si llega a despertar pronto. No puedo permitirme morir, desmayarme, entrar en alguna especie de coma o lo que sea que pueda devenir del hecho de que ha sido drenada mi energía.
...
Termino mi almuerzo y suspiro profundo antes de beber del jugo de naranja, el preferido de mi esposa. Las demás personas en esta mesa continúan con su silencio, expectantes de alguna reacción mía, ya sea buena o mala. La ausencia de Dríhseida y Vorkiov se siente más que nunca, al igual que la del amor de mi vida.
Apoyo mi mentón sobre mis manos, no me siento capaz para emitir alguna palabra de consuelo y sé que la familia Arino no va a obligarme a hablar. De hecho, Normelt y Martz prefieren no mantener sus miradas sobre mí para no incomodarme, acción que les agradezco de sobremanera.
Chrystel termina su plato para luego girarse a dedicarme una tenue sonrisa cargada de buenos deseos y de apoyo hacia mi persona. No correspondo a su gesto, tampoco la miro, a pesar de que he visto de refilón como sostiene sus ojos marrones hacia mí por varios segundos.
Perséfone, Klay y Kelly no están por aquí. Decidieron quedarse con Luciale, incluso cuando Vorkiov quiso alejarlos de ella por si resultaban dañados debido a la magia que desprende el cuerpo de mi mujer en algunos momentos. Sin embargo, ellos se han quedado, como los guardianes espirituales que son, y cómo hijos preocupados por su madre.
Allí fue cuando comprobé que quién está en peligro en estos instantes es ella y por ello se han quedado a su lado. No tenemos idea de lo que es capaz de hacer Herafel con su cuerpo, solo somos conscientes de que puede poseerla en este tipo de acontecimientos de debilidad y que se ha robado gran parte de sus poderes, como si fuesen propios.
—No quiero sonar... impertinente —masculla Laissa antes de soltar sus cubiertos para dirigirme la mirada y el rostro. Sus ojos verdosos reflejan angustia, al igual que sus expresiones—. Luciale firmó un decreto dónde te declara igual a ella. Una emperatriz legítima de Abdrion, con los mismos cargos, responsabilidades y derechos que la emperatriz de sangre. Yo... supongo que ella ya sabía que esto ocurriría... Lamento traer el tema a colación, Rowan.
Soy incapaz de ocultar el desconcierto que cubre mi cara en cuestión de milisegundos. Mi esposa firmó un decreto dónde me delega todo tipo de facultades sobre su imperio en su ausencia, o en su incapacidad para gobernar por motivos personales. ¿Entonces ella ya suponía que esto sucedería?
De todas formas, no entiendo que me sorprende. Fui atacada por Herafel en su presencia. Él se metió en mi mente y quiso quebrarme por dentro.
—No, está bien. No tenía idea de ese decreto, así que lo agradezco, Laissa... —encuentro el valor para hablar y no escucharme como una muerta viviente. El temblor en mi voz ha disminuido, pero en cambio, me oigo inexpresiva—. Agradezco que se encuentren conmigo en este momento y lo siento por si se sienten obligados a permanecer a mi lado. No tienen porqué ocuparse de mí.
—Sí que tenemos —asegura Kraya, quien se había mantenido ajena a este almuerzo familiar durante todo el tiempo que comíamos—. Eres parte de esta familia, Rowan, y eres una amiga para algunos de nosotros.
—Además, no queremos que se muera nuestra emperatriz, ¿Verdad? —bromea Vinavina con su característico humor ácido que logra sacarme una sonrisa—. La emperatriz ya sonrió, descansen tranquilos.
—Yo quería sacarle esa sonrisa —murmura Normelt, finge estar enojado, pero en realidad solo se encuentra preocupado por mí—. En otro momento será.
—O en otra vida tal vez —concluye Kraya, tranquila—. Bueno, eso se oyó bastante... feo.
Amplío mi sonrisa al oírlos tan serenos. Sé que acaban de hacer todo esto con la intención de animarme un poco, y al final, lo han logrado. Han podido aminorar la preocupación que me invade por no tener idea de que le depara a mi mujer.
Su futuro es incierto. No termino de descifrar que sucederá con ella. En este instante, solo la Corte de Dioses y la Diosa Skara lo saben. Y en el momento en que hayan decidido el veredicto final, me lo comunicarán como sueño, visión, recuerdo o algo por el estilo.
—Majestad, Señorita, Ladys, Sir y consejera de la emperatriz Luciale Meire —se reverencia uno de los guardias de la entrada principal del palacio al ingresar al comedor—. Hemos sido notificados de una carta proveniente del imperio de Astenont firmada por los emperadores Ditnov.
Chrystel se levanta de su silla para acercarse al hombre y tomar el sobre negro con el sello de Astenont en cera rojiza ya fría. Le agradece al guardia antes de que este se retire.
—¿Quieres que me ocupe de esto? —me pregunta con serenidad—. No sería bueno que te sobrecargues en estos momentos, Rowan.
—Me ocuparé en un rato —digo con firmeza antes de terminar mi jugo de naranja. Al menos comer o hacer cosas que a Luciale le gustan me hace sentir mejor—. Te agradezco tu ayuda, Chrystel.
...
14 de febrero de 699.
Leerralde, Capital de Abdrion.
Majestades de la corona roja, actuales emperadores de Astenont y las máximas autoridades dentro de dicho imperio.
Les escribo para confirmar nuestra posición en el acuerdo que mi esposa, la emperatriz Luciale Meire, y yo, Rowan Becker, hemos efectuado con ustedes con anterioridad.
Como se había planeado, Kreim Liweul, actual Ex Conde de Mellster, ha sido exiliado de Abdrion y en estos instantes está en camino a Khiat; con un pedido de asilo bajo sus brazos. Declararé ante la multitud aridiense que es un traidor a la corona y que será buscado por las emperatrices de Abdrion, en lo posible vivo, para ser ejecutado públicamente a la posterioridad.
Me complacería poder visitarles en estos momentos, pero deberé rechazar su propuesta de una reunión con Pefther Koulliov. Como ya deben saber, mis responsabilidades como emperatriz de Abdrion me impiden salir del imperio todo el tiempo. Sepan entender este hecho y, si es posible, en un futuro acordaremos otra reunión con él.
Dado que ya hemos cumplidos con nuestras partes del acuerdo, ahora solo debemos esperar la respuesta de Nymra Polvest —que no tardará en llegar— y procederán con lo planeado.
De antemano me disculpo por no poder participar de forma activa de nuestro trato. Luciale Meire y yo los apoyaremos como hemos asegurado el día en que aceptamos conformar la coalición política que une a los tres imperios restantes para atacar a Khiat y nuestra amenaza más grande: Herafel, el desterrado y desheredado de los Ditnov.
Sin más que decir, nos mantendremos en contacto.
Saludos cordiales.
Atte.
Rowan Becker, emperatriz consorte de Abdrion.
Luciale Meire, emperatriz por derecho de nacimiento de Abdrion.
La amargura se instala en mi garganta al releer la fecha en la que escribo esta carta. Si todo estuviera bien, Luciale me habría enseñado su sorpresa por San Valentín y yo me habría emocionado por lo que haya planeado.
Amo sus detalles, ella realiza y planifica todo con tanto esmero que es imposible no amarlos. Siempre sabe qué decir, cómo actuar, qué decisiones tomar. Ella siempre tiene las palabras correctas, las acciones adecuadas y los abrazos asertivos para ciertos momentos.
Me aterra saber que existe la posibilidad que no la vuelva a ver nunca más. Ser consciente de que es posible que jamás despierte y que fallezca por ser destruida de manera álmica por Herafel, me rompe por dentro, me destruye y ya no sé cómo soportar esta carga.
Quisiera ayudarla, como la primera vez que sucedió en mi presencia, pero no tengo idea alguna de por dónde empezar. Entrar en su mente es una actividad que me desgastaría en demasía, aún más con Herafel allí dentro e incluso él podría aprovechar mi entrada para acabar conmigo.
No solo desea arruinar la vida de Luciale, también la mía. Su obsesión ha incrementado de nivel y me lleva a preguntarme, ¿Por qué?¿Por qué tanto interés?
¿Qué busca con nosotras?¿Hay algo más detrás de sus acciones y sus tormentos hacia alguien que jamás le ha herido, lastimado o siquiera conocido? Porque yo no lo conozco, nunca había oído hablar de él hasta que llegué a este mundo y mi esposa jamás actuó contra él.
—Luciale ha tenido movimientos que se pueden denominar como reflejos —la voz de Dríhseida en el despacho de mi esposa me produce un sobresalto—. Lamento asustarte, Rowan.
—No se preocupe —le sonrío amable antes de colocar el sello de Abdrion debajo de mi firma en la carta—. ¿Eso significaría que ella está en coma?
—Algo así —suspira profundo—. Se recuperará, no sobrepienses ese tema. Estoy segura que ella saldrá de esta, siempre lo ha hecho. Es una mujer muy fuerte.
—No lo dudo —la invito a sentarse frente a mí y ella accede—. Necesito preguntarle algo, Dríhseida... Y debe ser lo más detallista posible.
—Adelante, Rowan. Te escucho.
Doblo el papel en mis manos antes de introducirlo en un sobre morado brillante con la bandera de Abdrion y el destinatario de la carta. Mi respiración se torna pesada, intento encontrar valor para preguntarle lo que deseo saber si voy a ayudar a Luciale.
—La maldición que lleva mi esposa sobre ella... ¿Qué es con exactitud? Sabemos que Mon Arino la ha condenado a la oscuridad eterna y a luchar consigo misma, pero, ¿Eso a qué se refiere? —suelto sin pensarlo dos veces antes. Si llegaba a analizar cada palabra que diré, nunca tendría el coraje de preguntar algo que me ayudará a salvarle la vida a mi esposa.
Los ojos verdes de Dríhseida adquieren un deje melancólico, baja la mirada un par de segundos antes de sostenerme el contacto visual. Noto su aura cubierta por un manto de tristeza absoluta, en verdad el tema de la maldición de su hija le duele demasiado.
—Luciale es una de las mujeres más poderosas en este momento. Nació de una mujer a la que denominaban "la profecía" y de un hombre al que llamaron "el brujo oscuro más peligroso". En su interior habitan múltiples especies que aún no has conocido, Rowan. Casi nadie lo ha hecho... excepto Mon Arino —explica con lentitud, como si cada palabra pesara y no pudiese formular bien una oración. Asiento en silencio a la espera de que continúe y, tras un par de minutos, lo hace—. Mon Arino es una especie de médium y ser de la oscuridad. Nunca pudo lidiar con mis poderes, tampoco iba a poder con los de Luciale. Según me han dicho Danira y otros, ella estaba convencida de que los Dioses la incitaban a maldecir a Luciale, de que le dieron el poder de hacerlo y lo hizo. La condenó a ser débil, incluso si es considerada la más fuerte.
Frunzo el ceño, comprender sus palabras es complejo. Por muy ninfa del sol que sea, en ocasiones se me dificulta acceder a información sobre otras personas. No todos son un libro abierto, dispuestos a que los demás los lean.
—Cada vez que Luciale utiliza sus poderes, ya sea como ser de la oscuridad, lectora de almas, lo que sea, ella se debilita. Su energía se drena, incluso si lo que ha realizado no es considerado un acto de gran esfuerzo —detalla con intranquilidad—. Por ello las ojeras, la palidez, el cansancio o los sangrados. Ella está débil. Pero Mon Arino no solo la condenó a ser débil. La condenó a vivir una vida llena de desgracias, donde cada cierto tiempo, pierde el control de su cuerpo y la oscuridad que habita en ella sale a la luz. Es impredecible cuando ocurrirá, pero ella se desmaya, pierde el conocimiento o incluso algunos recuerdos. En ese estado, es más vulnerable ante cualquier persona que desee devorar su alma, como Herafel.
—Luciale no me atacó. Herafel lo hizo —le aclaro al comprender el rumbo de la conversación. Ella asiente repetidas veces—. Su hija sería incapaz de herirme, Dríhseida y eso usted lo sabe bien. No importa que tan oscura sea, que tantas ansias de absorber almas posea, ella jamás me dañaría.
—Lo sé a la perfección —asegura—. Al principio creí que no sería así... Y ella me confirmó a cada momento que jamás te haría daño, que sus únicas intenciones eran protegerte y amarte.
Sopeso sus palabras, una por una. Dríhseida acaba de explicarme, sin saberlo, como es que Luciale terminó en este estado por ejecutar a Katie y Marissa. Si ella no hubiese utilizado sus poderes ayer, todavía estaría aquí, a mi lado, disfrutando del día de San Valentín.
No puedo detenerme a pensar que es mi culpa, porque no es así. Sin embargo, es inevitable que esa sensación me invada al comprender la gravedad de su maldición y el cómo utilizar sus poderes no es la mejor opción en este instante.
—Gracias por responder mis preguntas —murmuro con dificultad, bajo la mirada sin tener el valor de dirigirle la mirada otra vez—. Debo analizar cuál es el comienzo de todo esto para detener la maldición de Luciale, aunque sea de manera temporal. Herafel obtuvo demasiado poder en el último tiempo.
—Rowan —me llama, dulce, suave, serena. Levanto la mirada para encontrarme con sus ojos verdes y con ese rostro tan similar al de mi esposa. Dríhseida me observa con cariño, no con el odio que yo esperé en algún momento—. Por nada en este mundo creas que es tu culpa lo que sucedió con Luciale, ¿Si? No lo fue y nunca lo será. Los únicos culpables en esto son Herafel y Mon Arino.
Asiento en silencio, las lágrimas se acumulan en mis ojos mientras inspiro hondo para no llorar otra vez. El nudo en mi garganta regresa más fuerte que nunca, y a pesar de ello, debo forzarme a mantenerme fuerte. Inquebrantable.
Mi esposa me necesita más que nunca, tengo un imperio que mantener en pie y una familia a la que proteger.
—Señora Dríhseida —la llamo, ella me observa con atención—. Le agradezco el apoyo. Si no es mucha molestia, dígale a Chrystel que convoque una reunión entre todos los gobernadores de manera urgente. Debo continuar con lo pactado con su hija.
—De acuerdo, Rowan —acepta con una tenue sonrisa amable—. Todo saldrá bien.
...
Luciale.
Retiro el maquillaje corrido de mi rostro, lágrimas negras se deslizan por mis mejillas sin que pueda impedirlo. O siquiera procesarlo. El reflejo que me devuelve el cristal frente a mí es desgarrador, y más allá de ello, es atemorizante. Me aterra observar mi silueta de la mujer joven que alguna vez fui hace cinco años.
Él se ha encargado de que yo reviva mis peores pesadillas, que en realidad son solo recuerdos dolorosos provocados por él. He olvidado muchos de estos sucesos, se ha encargado de revivirlos desde el abismo que separa mi mente en el presente de mi pasado.
—Creo que una de las cosas que más me atrajeron de ti fue tu fortaleza —comenta su voz a mis espaldas, ruedo los ojos y continúo con mi proceso de desmaquillarme—. Nadie sobrevive a una maldición tan fuerte, ¿No crees?
—Existió una persona. Mejor dicho, una semidiosa —ironizo con una sonrisa vacía. Evito dirigirle la mirada para no sentir el miedo que me invade cada vez que nos vemos en mis pesadillas. El odio que siento por él, incrementa cada día—. Es curioso que todo esto nos suceda y que desees involucrar a mi esposa cuando no se relaciona a ti en lo absoluto.
—¿Todavía no te has dado cuenta? —apoya sus manos en mis hombros y me encargo de apartarlas con rapidez. Su tacto quema, arde, revive mil recuerdos que creí olvidados y que, al mismo tiempo, vivo cada día con ellos. Tan invisibles y tan latentes, son una especie de veneno que me destroza por dentro en cuánto recuerdo algo mínimo—. ¿Prefieres que lo explique?
—No comprendo de qué hablas y no me interesa —siseo adusta, mis ojos recaen en el moretón que se ha esbozado en una de mis clavículas. Quisiera olvidar el día en el que se apoderó de mi cuerpo, quisiera borrar esa parte de mis memorias y creo que es una de las pocas cosas que deseo con todas mis fuerzas—. Tampoco quiero saber que me has hecho esta vez. Ríndete, Herafel. No puedes doblegarme ni quebrarme.
Su risa seca inunda la habitación donde nos encontramos. Se aleja de mí para detenerse a mi lado, acomoda su saco y finge sacudir polvo invisible.
—Si fuera tú no estaría tan segura. Conozco lo que sucede contigo a la perfección, sé como infundir miedo en tu esposa y como mantenerla cerca de ti. He drenado parte de su energía, Luli —menciona indiferente. Sus palabras provocan que la furia comience a hervir en mi interior, se atrevió a tocar a mi esposa y yo no pude hacer nada. No tuve el control de mis movimientos—. Además, he notado que Rowan tiene demasiado trabajo para ayudarte. ¿Cuál será la causa de todo esto?¿Tu maldición? Ella descartó esa opción desde el primer instante. Existe algo más detrás de todo y tú sabes la razón. En el fondo, te niegas a aceptarlo.
—Que tu padre haya muerto en el enfrentamiento armado entre los herederos de Astenont para decidir quién sería el próximo emperador, no es mi problema —le recuerdo, molesta. Él se tensa a mi lado—. Que hayas sido criado por tu tía tampoco es mi problema. En realidad, me siento apenada por ella. Es una mujer demasiado noble para haber sido tu figura materna, no mereces nada de lo que te entregó. Ni siquiera su tiempo.
—¿Intentas atacarme con mi pasado, Luli?
—¿Tu hermana sabe que el verdadero asesino de Trayvanna Belttigeh eres tú?¿Hilayn tiene idea alguna de que todas sus desgracias son por tu maldita culpa? Nunca pudiste asimilar la idea de que ella es dueña de su propia vida, toma sus propias decisiones y no te necesita. Ya no —sonrío burlona al divisar su expresión furiosa, a pesar de que controla sus emociones para no explotar. Siempre fue una persona muy impulsiva y sencilla para perder el control, sé que esta vez no será la excepción, pero al menos me permitirá descansar por unos momentos sin que intente traer a la vida mis recuerdos más tormentosos—. No tienes familia, no estás destinado a ninguna corona. Acéptalo de una vez, Herafel. Y déjame en paz.
Su mano envuelve mi cuello con fuerza, toso por la repentina sensación de asfixia que me invade. Me ahogo entre sus brazos sin poder apartarlo, él inhabilitó mis poderes para poder utilizarlos a su antojo.
—A ver, Luciale. Sé que ansías matarme y lamento demasiado tener que afirmar que eso jamás ocurrirá —su presión en mi cuello aumenta, rasguño sus manos para apartarlo o para que queden rastros de lo que ha sucedido—. Estás destinada a mí. Estamos destinados a gobernar juntos, no separados. ¿Cuánto más vas a negarlo?
—Yo estoy destinada a gobernar junto a mi esposa. Mi única esposa y el amor de mi vida, Electra Aelianna Vertiev Koulliov —su rostro se contrae por el desconcierto que lo invade. Aprovecho el momento para alejarme de él con rapidez—. No importa cuánto tiempo tome, estarás muerto al final del día, Herafel. Ningún supuesto lazo que nos una a los tres ganará. En la antigüedad de Lilium no existieron este tipo de historias, solo dos semidiosas viviendo su vida en tranquilidad mientras que quien las atormentaba permanecía en una condena eterna. El hecho de que estés aquí, no significa nada. Solo te han traído del limbo sempiterno por un fin, uno que no se cumplirá.
...
¡Buenas, buenassss!
¿Cómo se encuentran el día de hoy? 👁️
¿Les gustó el cap? Estuvo bastante tranqui (digamos), porque se viene lo bueno y lo doloroso en próximos capítulos.
¿Herafel ya conocía el verdadero nombre de Rowan? 👁️👁️
¿Qué se supone que lo une a Luciale y Rowan?
Todavía no sabemos cuál iba a ser la sorpresa de Luciale 😭😭😭
Maldito Herafel. Ya te vas a morir 🤠🔪
Próximamente veremos a Rowan en modo emperatriz que no le teme a nada 🛐
Sí, acá le rezamos a Rowan y Luciale. Nuestras diosas
¿Teorías de lo que se aproxima? 👁️
Sin más que decir, nos vemos en el próximo capítulos y muchísimas gracias por las 50K. Me alegra mucho saber que aman esta historia tanto como yo, y sí, tendremos segunda parte ♥️
¡Nos vemos la próxima semana! Besos y abrazos. <3
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