Capítulo 41. "Sin redención"
Capítulo especial por las 40K, muchas gracias por el apoyo. Los amo 🥹🫶🏻✨
Si quieren, pueden seguirme en mi instagram (me encuentran como _merqueen o Rochitus. Tengo la misma foto de perfil que acá en Wattpad), ya que en los próximos días subiré un post hablando sobre las jerarquías en los distintos imperios y los árboles genealógicos (también los voy a subir por acá).
Advertencia de contenido:
Este capítulo contiene escenas de violencia explícitas y descripciones de un asesinato.
Si lo desea, puede saltarse esas escenas.
De lo contrario, puede escuchar alguna de las siguientes canciones para acompañar la lectura:
Darkside - Neoni
Survivor - 2WEI
Vinavina.
Libero el aire que contengo en mi boca desde que salí del Palacio Imperial de Abdrion. Me es difícil creer que este momento ha llegado, he esperado durante años para escuchar su voz otra vez y ver una sonrisa amable plasmada en su rostro al observarme.
Cuando mi padre cayó en esa especie de coma que lo mantuvo inconsciente durante años, tuve que soportar los comentarios incómodos de las hermanas de Mon Arino que se referían al parecido entre mi padre y yo. Alegaban que yo era su viva imagen, incluso si solo heredé las tonalidades de su cabello y ojos.
Por desgracia, mis rasgos, mi tipo de cuerpo y mis ataques de ira han sido un terrible obsequio de mi familia materna. ¿Debería llamarles familia? Son personas con las que he convivido durante toda mi vida, pero jamás los sentí como cercanos a mí.
Tal vez a Normelt o Kraya. Son los únicos que no me han dirigido una mirada juzgona cuando exponía mis ideales revolucionarios, como me gusta denominarlos.
Shinkira siempre criticó esa parte de mí que debí ocultar durante años. Ella odiaba que yo pensara en la libertad como algo posible, deseaba verme atada a una vida donde las cuidara a ella y a la mujer que debería llamar madre. Solo ansiaban amarrarme a un esposo, a una familia inexistente y a una vida desgraciada.
Hoy en día conseguí la libertad que tanto perseguí durante veinte años. Vivo en el Palacio Imperial, tengo el derecho sobre mi futura profesión, sobre el papel que desee ocupar en el imperio y sobre mi vida. Nadie más que yo puede decidir sobre mí, y si bien es probable que Luciale quiera imponerme sus ideas, Rowan jamás la dejaría hacerlo.
Trago saliva al contemplar la inmensa mansión de arquitectura gótica que se alza frente a mis ojos. Ha pasado demasiado tiempo desde mi última visita a este lugar, la cárcel de los Arino de la última generación antes de la Guerra de los treinta años.
Los arbustos del jardín se han marchitado al no haber sido cuidados, algunos árboles dejan caer sus hojas anaranjadas y rojizas, el suelo está lleno de éstas: secas, marchitas, sin vida. Al igual que yo.
Solo soy un cuerpo vacío. Una joven de veinte años que asegura estar viva y lo único que hace es respirar.
Una brisa gélida inunda el lugar, los vellos de mis brazos se erizan por completo al sentir el frío. El anuncio de una pequeña batalla a la que deberé sobrevivir ni bien ingrese a la mansión. Reencontrarme con la mujer que me dió la vida y con el padre que extrañé durante este tiempo, no será nada sencillo.
Por un momento, la sensación de asfixia me invade. El temor se cuela por mis huesos, por mi fría piel que se ha estremecido ante el pequeño viento que sopló. El nudo en mi garganta incrementa con el pasar de los segundos, lucho por respirar con normalidad y no obligarme a retroceder para no entrar a esta mansión.
¿Por qué es tan complicado visitar a alguien que amo con cada parte de mi alma? Él nunca me dañó. No como Shinkira o Mon.
Él siempre me cuidó mientras estuvo presente.
Mi padre adoraba lo inteligente que pude llegar a ser. Amaba escuchar mis charlas con anécdotas curiosas, datos raros provenientes de la Tierra, personajes de novelas que investigué durante mi estadía en el mundo mortal, moda, avances tecnológicos, ciencia, historia... ¿Qué cambió?
¿Por qué le temo, si no me ha dado razones?
Oigo un crujido de hojas secas a mis espaldas y me veo obligada a darme la vuelta para encarar a la persona que ha decidido seguirme. La sorpresa me invade ni bien compruebo que no hay nadie de manera física.
Pero yo sé que sí hay alguien. Una persona que no conozco en lo absoluto y no comprendo el porqué me seguiría hasta aquí, ella sabe que tiene prohibida la entrada al Valle Infernal. Luciale jamás le permitiría ingresar a esta zona, jamás admitirá que cuida mucho a cierta jovencita que considera su mano derecha y su mejor amiga.
—Para ser la heredera de Abdrion, no eres muy silenciosa ni astuta —comento con cierta burla antes de que Chrystel Dreim haga acto de presencia frente a mis ojos—. ¿Qué carajos haces aquí?
Su perfume de vainilla inunda el ambiente. Evito arrugar las cejas ante el aroma tan dulce y sutil que proviene de ella.
Su presencia contrasta con lo lúgubre y lo sombrío que rodea a la Mansión de los Arino de la Guerra. El vestido blanco que envuelve su cuerpo es similar a los de la época victoriana en la Tierra: mangas tres cuartos con decoraciones y volados, una aparatosa falda con detalles en hilos plateados que son más que nada flores de loto y estrellas Skara; el torso lo lleva liso, con un escote cuadrado.
Sonríe de manera nerviosa a través de sus pálidos labios. Su mirada marrón brilla con cierto temor e inseguridad, debe preguntarse el porqué quiso venir a este lugar. Yo también me lo cuestiono.
—¿Quise asegurarme que no le sucediera nada a una de las Ladys de la emperatriz Luciale? —su respuesta se oye más como una pregunta que como una afirmación, sus uñas juguetean con los volados de una de las mangas del vestido mientras mantiene el contacto visual conmigo—. Es peligroso que vengas sola, Vinavina...
Griseynna me abandonó en el portón del jardín. Mencionó que debía atender unos asuntos en la Mansión de los Jóvenes Arino, por lo que tendría que entrar sola a esta edificación. De todas formas, Luciale y Rowan me dieron autorización para entrar, así que no debería preocuparme por lo que pueda pasar.
—No tienes permitido estar aquí, Chrystel —espeto, mi voz suena ruda sin quererlo así. Su expresión facial adquiere cierta seriedad ante mi tono—. Luciale jamás te permitiría entrar a este lugar. No va a perder a su única heredera y mejor amiga.
Se queda callada, sin tener el valor para responderme. Sabe que mis palabras son ciertas y que Luciale me mataría si algo le ocurre a su querida hermana. Pues eso es Chrystel para la emperatriz de Abdrion: su hermana, su heredera, su mejor amiga.
—Está bien, puedes seguirme —me rindo ante su presencia. Una sonrisita dulce se cuela en sus labios pálidos, pero yo no abandono mi postura inexpresiva—. No te apartes de mi lado.
No deseo admitirlo, pero me viene bien un poco de compañía en la soledad de esta estancia. Después de todo, sé que Chrystel Dreim no juzgará nada de lo que verá entre estas paredes y tampoco le dirá nada a su hermana del corazón. Se podría decir que puedo confiar en ella.
Me siento cansada de desconfiar de cada palabra expresada por la emperatriz legítima de este imperio, como le gusta llamarse. Suelo temer de que un día se despierte y nos asesine a todos por la maldición que la condena junto a Herafel. Él puede tomar el control de ella cuando lo desee, jamás se daría cuenta hasta que Rowan le explique.
Si es que él no mata a esa chica que se robó el corazón de la emperatriz más temida de los cuatro imperios centrales. Enamoró a la poderosa Diosa Sheneira, a alguien que frente al público es filosa, intimidante y peligrosa, pero que en lo privado es una mujer encantadora, extrañamente amable y dulce.
Aún no sé si llamarla "prima". ¿Debería?¿Aun si desconfío de cada paso que da?
No entiendo al cien esta desconfianza que nació entre Luciale y yo. Ella está casada con una maravillosa persona de buen corazón, nadie negará que Rowan es dulce, amable y empática. Nunca permitiría que su esposa lastime a alguien inocente, entonces, ¿Por qué no confío en mi supuesta prima?
¿Por qué es tan complejo relacionarme con los demás? No comprendo a la gente. No comprendo sus gestos, sus actitudes o reacciones. Tampoco sé si deseo entenderles o socializar con ellos.
—¿Papá? —pregunto al abrir la puerta de la habitación donde ha vivido mi padre en los últimos años.
Su sonrisa amable me recibe mientras deja el café en la mesita al lado de su cama. Aprecio unas ojeras debajo de sus ojos azulados, idénticos a los míos. Su tez es más pálida que de costumbre, imagino que por la falta de luz de esta habitación.
—Hija —me saluda antes de que yo me acerque para abrazarlo—. ¿Cómo has estado?
—Bien, supongo. ¿Cómo te sientes tú? —él corresponde a mi abrazo, no puedo explicar la sensación que me invade.
Vuelvo a sentirme como esa niña de siete años que abrazaba a su padre cuando no lograba comprender porque todos en la familia la observaban de manera extraña y prejuiciosa. Él siempre me calmó con su dulzura y con la seguridad que transmitía, era el único que defendía y apoyaba a su amada hija.
Mi corazón se siente presionado por el nerviosismo, sé que en cualquier instante puede presentarse Mon o Shinkira en la habitación y arruinarán mi tranquilidad. Las lágrimas se acumulan en mis ojos, ansiosas por correr por mis mejillas y manchar la piel de mi rostro a su paso.
—Es raro moverme, creo que no podré caminar por el momento... A no ser que utilicé mis poderes, lo cual traería consecuencias negativas para mí a largo plazo, ¿Verdad? —me mira con atención y yo asiento. Eso significa que me ha oído esas veces que yo lo visitaba para comentarle su estado, con la esperanza de que pudiera escucharme—. Has crecido mucho, Vinavina.
—Me lo dicen seguido —respondo sin sentirme forzada a hablar. Una sonrisa emocionada se dibuja en mis labios—. ¿Quieres comer algo?¿O solo vas a desayunar café como siempre?
—El café es lo mejor, no me lo niegues —bromea y mi sonrisa aumenta—. ¿Cómo estuviste estos últimos meses?
—Bien... Me mudé al Palacio —murmuro, su mirada se tiñe de sorpresa y curiosidad—. Con Luciale, su esposa y sus padres.
—¿Su esposa? —pregunta casi perplejo, yo asiento en silencio—. ¿Me lo dices en serio?
—Sí, se llama Rowan Becker y tiene diecinueve años. Te encantaría conocerla, es una chica muy amable y ama las plantas como tú —le digo tranquila, su sorpresa no disminuye—. Creo que la considerarías tu sobrina, así como haces con Luciale.
—Me alegro que tu prima haya encontrado a alguien con quién compartir su vida —habla sereno, me asombra encontrar paz en su rostro y buenos deseos hacia Luciale. Yo sigo sin entender como mi padre pudo casarse con Mon Arino—. ¿Qué me cuentas de los demás?
—Los hijos de Danira también viven conmigo y Normelt fue traído hace poco al Palacio... —suspiro, indecisa de si hablarle sobre mis planes de llevarlo a vivir con nosotros. Mi padre no merece habitar un lugar tan sombrío como esta mansión—. Papá... Dentro de unos días te mudarás al Palacio, ¿De acuerdo?
—¿Y tu madre?¿Tu hermana? No puedo abandonarlas, Vinavina... —murmura con pesadez.
—No voy a dejarte en esta pocilga para que te pudras. Vendrás conmigo, papá. Sé que ellas también son tu familia, pero no mereces una vida infeliz, atado a una mujer que ha sido condenada por herir a la actual emperatriz de Abdrion... —espeto sin pensarlo dos veces. Él se queda paralizado ante mis palabras, trago saliva en seco—. Lo siento, papá, yo...
—Tienes razón.
La voz ronca de Shinkira me obliga a voltear la cabeza en su dirección. Cruza el umbral de la puerta, con una sonrisa arrogante que aparenta amabilidad, el cabello peinado en trenzas y un vestido azul oscuro que la convierte en el centro de atención a dónde quiera que vaya.
—Tienes razón, Vinavina —continúa, casi burlona—. Anda, dile a papá que mamá y yo somos las malas de esta historia... ¿Acaso tú no has hecho nada? No eres una blanca paloma como para señalarnos a nosotras, ¿No fuiste tú quien aceptó ir con Luciale Meire al Palacio?
Me estremezco ante su tono filoso, su voz provoca escalofríos en cada parte de mi cuerpo. Mi padre me abraza como si así pudiera protegerme, un poco molesto por la interrupción de nuestro reencuentro.
—Joven Shinkira Arino —menciona Chrystel a sus espaldas, con una sonrisa entre burlona y dulce—. No esperábamos su visita en este lugar... ¿Puede decirme el motivo por el que se encuentra aquí?
—Vine a ver a mi padre, Chrystel —sisea la aludida, molesta.
—No creo que eso sea posible, Joven Shinkira —la toma del antebrazo antes de que pueda avanzar un paso más hacia nosotros. Su mirada marrón adquiere un brillo de firmeza que jamás había visto en ella desde que la conozco—. Usted no está autorizada a entrar a la Mansión de los Arino que alberga a los padres de la primera generación después de la Guerra. Imagine la desgracia que ocasionaría si las emperatrices Luciale y Rowan se enteraran de esto...
La mirada asesina de Shinkira no pasa desapercibida para la Señorita de Abdrion, aunque prefiere ignorarla y sonreírle con burla.
—En este imperio, la palabra de las emperatrices se cumple. Usted sabe las consecuencias que conlleva el accionar suyo —le señala, sin perder la amabilidad que la caracteriza. No suelta el antebrazo de la mujer frente a ella en ningún momento, de hecho, reafirma su agarre—. Además, faltarle el respeto a la actual heredera de Abdrion es un acto atroz... Retírese si todavía le apetece conservar su vida.
—Mira, Chrystel...
—Señorita Chrystel Dreim —aclara firme, sin apartar su mirada de la rubia que le lleva casi una cabeza—. Vuelvo a repetirle: si aprecia su vida, retírese en este instante. De lo contrario, deberá atenerse a las consecuencias de desobedecer una orden de las emperatrices de Abdrion y de la actual heredera. Es su decisión.
Shinkira suspira exasperada y se ve obligada a marcharse de la habitación, con una total resignación en su postura, no sin antes dedicarme una mirada furiosa. Si las miradas mataran, ella me acaba de enviar seis metros bajo tierra.
—Así que... ¿Chrystel Dreim? —menciona mi padre, intrigado por la muchacha que se quedó con nosotros. La nombrada asiente con una sonrisa nerviosa—. Es un honor conocer a la segunda hija de Dríhseida y Vorkiov. Gracias por... intervenir.
—No es nada, señor Wellezpve. Shinkira Arino incumplía las normas de las emperatrices y mi deber como representante de ellas es vigilar que su palabra se cumpla —explica cortés—. Me disculpo por haber interrumpido su momento familiar, estaré esperando a Lady Vinavina en el jardín.
...
Luciale.
Tree toma mi mano para entrelazar nuestros dedos mientras esperamos que Kreim se presente frente a nosotras para hablar sobre su situación de ahora en más tras ser elegido como nuestro infiltrado en Khiat.
—¿Crees que acepte? —susurra mi esposa, con su mirada fija en mí, una sonrisa dulce se adueña de sus labios, aunque la duda brilla en su voz—. Kreim me produce cierta desconfianza, a pesar de que sé que su lealtad está con Abdrion.
—No le daré más opciones, debe aceptar o su hermana será ejecutada —sonrío maliciosa, ella alza las cejas ante mi comentario. Puede afirmar que yo no permitiré que Meydila Liweul siga viva después de esto y es correcto—. Ya verás que aceptará, Tree.
Una mancha en la reputación de los Liweul sería entregarle la confianza que los Meire hemos depositado en ellos, a cualquier otra familia de Abdrion. Hay muchas casas familiares en este imperio que luchan por ser reconocidos y por obtener la confianza de las máximas autoridades.
Sin embargo, no importa lo mucho que se esfuercen en llegar a mi confianza. No se la otorgo a nadie que no esté dentro de mi círculo familiar, siempre pienso en las posibilidades que existen de que otros me traicionen. Las personas no son leales por mucho tiempo si su lealtad es producto de la conveniencia o los intereses personales.
Solo la lealtad desinteresada es aquella que perdura en el tiempo y nadie puede derribarla, excepto un sobrepaso en los límites morales o éticos.
—Majestades —saluda Kreim al entrar por la puerta, se reverencia ante nosotras de manera forzada—. ¿Para qué solicitaban mi presencia?
Que decepción sería para la familia Meire enterarse que los Liweul nos han traicionado. Una desgracia para ellos, Meydila firmó la sentencia de muerte y olvido de su familia.
—Siéntate, Kreim —le sugiere mi mujer, sin perder esa amabilidad que la caracteriza—. Es importante lo que te diremos.
Él frunce las cejas antes de sentarse en la silla frente al escritorio. Observo como su rostro se tiñe de confusión en estado puro y de cierta extrañeza, aunque por algún motivo desconocido, también distingo un tipo de temor hacia mí que crece en su mirada anaranjada.
Él sabe cuál puede ser el motivo de nuestra conversación y el final de la misma.
—¿Hasta dónde eres capaz de llegar por salvar el honor de tu familia? —inquiero con cierta curiosidad en mi voz, él se paraliza en su lugar ante el tono de advertencia en mis palabras que nadie podría pasar desapercibido—. Respóndeme, Kreim.
—La lealtad de los Liweul está con Abdrion, Luciale —me recuerda, intenta aparentar estar impasible, pero por dentro sé que teme por su vida o por ser la decepción de sus progenitores—. Haré lo que sea que ustedes decidan.
—Entrarás a Khiat —dictamino fría, Tree acaricia el dorso de mi mano con delicadeza y le dedico una mirada dulce—. Pedirás refugio con Nymra Polvest, alegarás que Abdrion desea ejecutarte por difamaciones y por defender su postura ante la situación de Krissalida Trayshon.
—Luciale, no creo que yo...
—Tu hermana es sospechosa de la desaparición de Krissalida Trayshon. No la hemos encontrado, Kreim, y todas las señales invitan a pensar que Herafel se la llevó. Eso coloca a tu hermana como cómplice de él y de Nymra —indico, impasible. Reprimo la sonrisa satisfecha que anhela salir de mis labios al percatarme de que su nerviosismo ha incrementado—. Si tu hermana es encontrada culpable de esta traición, su vida sería perdonada por cumplir con el favor que yo y mi esposa te solicitamos, Kreim. Los Liweul no se verían afectados por el escándalo que se desarrollaría si esto se torna público.
—Herafel me asesinaría ni bien pise Khiat, Luciale —sisea, un tanto molesto—. No tendría oportunidad de ganarme la confianza de Nymra.
—Por ello es que solicitarás hablar pura y exclusivamente con la emperatriz de Khiat —habla Tree, con una serenidad admirable—. Serás enviado a la frontera de Khiat donde el actual Sadorx te recibirá. No hay probabilidades de que Herafel esté allí, cumple con sus deberes como el Vieya de ese imperio. Además, su objetivo no eres tú, es la actual emperatriz de Abdrion por derecho de nacimiento.
Esbozo una sonrisa que mezcla la sorna con la arrogancia, fijo mi mirada en la de Kreim por si debo utilizar mis poderes de hipnosis para que acepte este trato.
—Decide, Kreim. Salvas a tu hermana y a tu familia o todo se hundirá contigo allí.
Un silencio se adueña de esta habitación. Por primera vez en años, detallo la incertidumbre cruzar por el alma de este joven delante de mí. Un suspiro agotado es liberado de sus labios antes de asentir con pesadez.
—De acuerdo, aceptaré. Cumple tu palabra, Luciale, no quiero que luego salgas con cualquier otra cosa que no es lo que hablamos —espeta, con cierta indiferencia.
—Si la situación me lo permite, cumpliré con lo que te digo —vuelvo a sonreír, a pesar de que mi voz se oye adusta y distante.
...
Termino de colocarme mis guantes negros de símil cuero antes de contemplar el reflejo de mí que se dibuja en el espejo del tocador.
La palidez de mi piel es normal, pero las ojeras violáceas debajo de mis ojos grises no. Sin importar cuánto maquillaje utilice, ellas siguen ahí como una confirmación de que aún no lo he exterminado de mi cuerpo y de mi alma.
Nadie tiene idea de cuánto odio al desheredado de los Ditnov. Herafel arruinó parte de mi vida y de mi felicidad, me quitó la opción de decidir sobre mi cuerpo porque es mi vida.
Sé que podré romper la fusión de mi alma con la suya, solo lleva más tiempo de lo que esperé. Tree es alguien que brindará mucha ayuda en ese proceso largo y tortuoso, espero poder asesinarlo lo más pronto posible.
Aunque eso significaría la posibilidad de morir. Mi alma no lo soportaría, no importaría la inmortalidad que cargo por mi rango de Diosa de la oscuridad; ante maldiciones que refieren al alma o fusiones entre almas, no tiene efecto alguno. Pueden acabar conmigo en un instante si así lo desean.
Herafel sólo desea torturarme antes de apropiarse de mí. Ni en mil vidas le daría el gusto de lograrlo.
Tomo el delineador negro con pequeños cristales y lo deslizo desde la esquina de mis ojos hasta casi las puntas de mis cejas. Luego regreso al párpado para rellenar los espacios vacíos. El pincel se quiebra en mis dedos al aplicar más fuerza de la necesaria.
Suelto un suspiro profundo. Mis labios están tintados de un rojo carmín, polvo dorado de las sombras de ojos que usé cae por mis mejillas como si fuesen lágrimas y, por alguna extraña razón, no me disgusta el resultado. Sonrío al admirar mi pequeña obra de arte.
Maquillarme es una de mis más grandes pasiones y una acción que me relaja. Me encanta probar con estilos nuevos, a pesar de nunca alejarme del excéntrico delineado que me describe ante el mundo y esos labios en tono vino tinto que se han convertido en mi marca personal. Adoro pasar horas para lograr un delineado perfecto, pues al estar allí durante tanto tiempo enfocada en una actividad mundana, me invade una sensación de seguridad y de control de la cuál carezco cuando él me ataca.
He perdido el control de mis pensamientos en incontables ocasiones, incluso mi cuerpo ha dejado de responder a las órdenes que emite mi cerebro. Maquillarme me encierra en emociones falsas, pero que sanan cierta parte de la Luciale joven que se encuentran mucho más heridas que antes.
Tan solo anhelo volver a sentir que soy dueña de mi cuerpo, así como he recobrado el sentido de propiedad sobre mi corazón y mis sentimientos; Herafel ya no gobierna allí, no tiene oportunidad de hacerlo. Logré convertirme en dueña —otra vez— de ese espacio mental.
Presiono mi labio inferior sin llegar a morderlo antes de salir por la puerta que se encuentra al lado de la sala de ejecuciones. Una multitud de ciudadanos aridienses pertenecientes a la élite me reciben con una reverencia larga.
Un silencio sepulcral tiñe esta inmensa estancia de tensión. Nadie emite el más mínimo ruido mientras me aproximo al gran escenario de interminables escaleras, el único sonido que es posible escuchar es el de mis tacones al impactar contra el suelo de mármol.
—Ciudadanos de Abdrion —sonrío orgullosa al terminar de subir los escalones de metal. Acomodo la capa de larga extensión que cargo desde los hombros y dirijo la mirada al público—. Hoy es un día que se quedará grabado en la memoria de cada habitante de este imperio.
La reverencia de las personas espectadoras de lo que ocurrirá, termina unos segundos después de que yo hablé. Aprecio sus expresiones confundidas, extrañadas, aterrorizadas y algunas se encuentran fascinadas por lo que ocurrirá. La familia Trayshon, más que nadie, sabe lo que sucederá a continuación.
Ellos siempre han sido mis espectadores en cada ejecución que he cometido. Sin embargo, ninguna ha sido de la misma magnitud que la de hoy.
—Dos mujeres serán ejecutadas bajo los cargos de intento de homicidio a la emperatriz consorte de Abdrion: Rowan Becker. No obstante, una de ellas también ha sido acusada de otro cargo muy importante: atentar contra la vida de la emperatriz por derecho de nacimiento —anuncio con satisfacción. Esperé este momento desde que supe que ellas habían torturado a mi esposa durante años—. Marissa Vertiev, exiliada de Astenont. Y Katie Müller, demonio de primera jerarquía del Reino Infernal.
Chasqueo mis dedos y en un instante, las siluetas de esas escorias que mencioné, aparecen a mi lado con las manos encadenadas con plata envenenada. Un potente veneno que las mantendrá inmovilizadas por el tiempo que me lleve ejecutarlas, si no fuesen personas con rasgos demoníacos, la plata no les haría ni un rasguño.
Una lástima. El mundo no extrañará sus almas.
—Katie Müller —me posiciono frente a ella con una sonrisa entusiasmada. La joven me dedica una mirada de horror y suplica, una mirada que ignoro—. Tienes dos minutos para bajar de este lugar y cruzar la puerta del templo. Si lo logras, perdonaré tu vida.
Un simple pensamiento basta para que las cadenas que aprisionaban sus manos se desvanezcan en el aire, una estela de polvo violeta brillante se forma tras su paso. Borro la sonrisa de mi rostro mientras espero a que mi próxima víctima reaccione.
No tarda mucho en tomar el valor de correr en dirección a las escaleras de metal. La sonrisa en mis labios oscuros regresa de una manera amplia, llena de satisfacción y de diversión. Me extraña que haya caído en mis juegos tan fácil, cualquiera que me ve sabe que yo no podría dejar escapar a alguien a quién ya le he firmado su sentencia de muerte.
Finjo interesarme en mis largas uñas negras, a los pocos segundos oigo un golpe seco contra los escalones metálicos. Levanto la mirada para comprobar que Katie se encuentra inmovilizada contra los escalones, no puede moverse por más que así lo desee y es gracias a mis poderes que actúan sobre su cuerpo.
Me acerco a pasos lentos, tortuosos para ella, impredecibles para el resto de espectadores que anhelan ser testigos de una ejecución con tortura incluida. Jamás dejaría que estas mujeres se mueran sin haber sufrido antes.
Incluso si eso no repara el daño que le hicieron a mi esposa.
—Imaginaba que eras más inteligente, Katie Müller, veo que me equivoqué —me burlo sin desdibujar mi sonrisa socarrona—. Es una pena para tu familia tener que solicitar tus cenizas, si es que quedan.
Mi mano izquierda envuelve uno de sus tobillos y comienzo a subir los escalones de nuevo, sin importarme sus quejidos de dolor y sus súplicas susurrantes de que le permita irse en paz, de que la perdone por todo el daño causado.
Yo no creo en la redención.
Una vez llego hasta el último escalón, lanzo el cuerpo adolorido de esta joven insolente sobre el mármol. Suelta un grito de dolor ante el contacto con la gelidez del suelo. Intenta encogerse para calmar su escozor, pero los hilos invisibles que la retienen no se lo permiten.
—¿Sabes por qué te arrastré por esas malditas escaleras? —siseo casi en un murmullo para que la multitud expectante no pueda oírnos. Katie me mira extrañada—. Porque vas a pagar cada herida que has hecho sobre mi esposa, cada llanto, cada grito de dolor, cada pesadilla y cada miedo que le provocaste. Fui demasiado suave en tu estadía en prisión, ese tiempo se ha acabado.
Enfoco mi mirada en su rostro, el cuál se torna pálido en cuestión de efímeros instantes. Sus labios adquieren un aspecto agrietado, morado, casi mortecino, y de sus ojos escapan líneas de sangre a borbotones. Su respiración adquiere una velocidad más lenta, tose de manera violenta para recuperar el aire que no ingresa a sus pulmones, y para salir de ese estado de asfixia que le producen mis poderes.
Por dentro, sus órganos internos mueren, quizá se presenten algunas hemorragias que a simple vista no se pueden apreciar. He cegado sus ojos, como si hubiera colocado algún tipo de veneno en ellos; está a ciegas, a merced de mí y de la compasión de la que carezco.
Atraigo su cuerpo a mi altura para envolver una de mis manos en su cuello. El largo de mis uñas afiladas aumenta, como si fuesen cuchillas que usaré en unos minutos.
—Sé que sientes como si te quemaras —señalo con superioridad, me encuentro orgullosa de mi trabajo y de la obra de arte grotesca que he hecho de esta imbécil que creyó salir indemne de dañar a mi mujer—. Tranquila, Katie, la sensación es similar a ahogarte.
Expulsa balbuceos de su boca antes de que un hilo de sangre escurra de sus comisuras. Pareciera atragantarse en su propio líquido vital, me limito a acariciar su yugular con el filo de mi uña del dedo índice. Capta ese movimiento casi de inmediato, con su poca fuerza trata de apartarme.
—No, Katie —la detengo, rompo sus muñecas por la presión ejercida en ellas. Escupe sangre al gritar, sin embargo, no la suelto—. Acabaré con tu agonía, tan solo sé paciente, ¿Si?
La dulzura fingida en mi voz la atemoriza de una manera incontrolable. Se remueve en mis brazos como si fuese capaz de vencer los poderes de la diosa de la oscuridad, y sin alargar mucho más esta ejecución, clavo mi uña en su yugular hasta atravesar su cuello.
—Tu vida y tu alma me pertenecen, yo decidiré sobre ti, sobre tu posibilidad de reencarnar. No escaparás de mí, es imposible hacerlo —sentencio antes de dejar caer su cuerpo inerte—. Estás condenada por la eternidad, Katie Müller.
Su silueta se esfuma en el aire y una bruma espesa de un tono gris oscuro reina en su lugar. Volteo a dedicarle una mirada intrigada a Marissa Vertiev, quien parece muy concentrada en el alma de su antigua compañera de celda.
—A mí no me vas a absorber, Luciale... —aclara sin tener la posibilidad de moverse ni un milímetro. Alzo las cejas ante su falta de respeto—. No puedes.
—¿Cree que existe lo imposible para la Corte de Dioses, Marissa Vertiev? —inquiero con cierta diversión. Su silencio es la respuesta que quiero—. Eso creí.
Rozo el lugar donde se encuentra su corazón, el filo de mis uñas rompe parte de la ropa y provoca ligeros cortes que sangran. Su mandíbula tiembla al estar inmovilizada, con la ira contenida y el instinto cazador deseando atacarme en este mismo instante.
—Dime, ¿Debería ser compasiva contigo? —susurro cerca de ella, mi aspecto la intimida. Supongo que debe ser por mis dientes afilados y los ojos violeta brillante—. ¿Después de todo lo que has hecho?¿Aún quieres suplicar redención?
La uña de mi dedo índice se clava en la zona donde se ubica su corazón. Este órgano es vital para los seres sobrenaturales, atacarlo es provocarle la muerte a dicha persona, sin importar cuán inmortal sea. Un corazón hecho pedazos equivale a un alma rota, una condena eterna de desgracias y la sensación de "vacío" durante cualquier reencarnación.
—No me has respondido, Marissa Vertiev —el filo se hunde aún más en su torso, un hueco se abre para permitirme observar su corazón—. Sabes que no es lo más adecuado dejar a tu emperatriz sin respuesta.
—Luciale... —balbucea con la respiración entrecortada—. Yo...
Un grito desgarrador abandona su garganta en el momento en que arranco su corazón de raíz. El órgano en mis manos, de un color negro brillante, deja de latir. Me percato de que ella cae al suelo, a pesar de que aún continúa con vida.
Destrozo su corazón en pedazos. Mis uñas lo despedazan con lentitud, como si sus quejidos de dolor me otorgaran algún tipo de paz interna.
Poco después se detiene, la sangre oscura baña mi mano izquierda y los pedazos que quedaban del órgano que la mantenía con vida, atada a esta dimensión terrenal, desaparecen en un efímero momento. Dirijo mi campo de visión hacia el cadáver de la mujer que se robó a mi esposa cuando era bebé, mató a su verdadera madre y, como si no fuese suficiente, la maltrató durante casi diecinueve años.
—No vas a reencarnar —dictamino antes de aplastar lo poco que quedaba de ella—. Serás un alma en pena sin posibilidad de acceder a la dimensión de los muertos. Yo me encargaré de torturar cada día de tu irrelevante existencia. Ojalá encuentres paz, Marissa, porque créeme que la necesitarás.
Sonrío satisfecha de mi trabajo. He provocado que los últimos instantes de estas imbéciles sean agonizantes, incluso suplicaron por su vida para que las dejara libres.
—Si alguno de ustedes atenta contra mi esposa, su emperatriz consorte, o siquiera piensa en dañarla... —alzo la voz, gélida y determinada a lo que sea por proteger al amor de mi vida—. Deberá atenerse a las consecuencias de sus actos.
Me toma un milisegundo aparecer detrás del matrimonio que lidera a la familia Trayshon, la tan infame familia que anhela arrebatarme mi trono y colocar a un Arino en mi lugar.
—Yo lo sé todo y lo veo todo. Como deben suponer, tampoco olvido —finalizo detrás de Weslyda Tripvoy y Kristhon Trayshon. Mis manos se posan en sus hombros como una señal de advertencia—. Ustedes dos me conocen mejor que nadie, ¿Verdad?
La mujer gira su rostro para enfrentarse a mí, con una postura petulante y una amarga sonrisa en sus labios oscuros. Puedo apreciar en sus ojos que me detesta por el infierno que debe pasar su hija mayor, Krissalida, en manos de un imperio desconocido.
—Lamento mucho lo de Krissalida —el tono burlesco en mis palabras no pasa desapercibido—. De igual manera, ella siempre supo cuáles serían las consecuencias de sus actos y las enfrentó como debía.
...
¡Buenasssss!
¿Cómo se encuentran?¿Su semana estuvo tranquila?
Hoy conocimos un shipp nuevo 👁️👁️ ¿Opiniones al respecto?
Yo sé que algunos de ustedes shippeaban a Einer con Vinavina, pero a mí se me hacía raro JSJSJSJS. Einer tiene 33 y Vinavina 20 🧍🏻♀️
¿Opiniones del cap?
¿Teorías?
Hoy pasaron cosas tranquis que nos gustan a todos (unboxing de tropas de Marissa Vertiev). Ah, la de Herafel va a ser más explícita 👁️🔪
Ese man va a desear no haber conocido a Luciale
En el próximo capítulo van a pasar cositas y se viene el caos. Esta vez sí que va a ser un caos de verdad, así que prepárense
LLEGAMOS A LAS 40K, *Gritito de emoción*
Muchas gracias a todos, no saben lo feliz que me hace esa noticia 😭🤍✨
Gracias por quedarse, por leer, acompañarme, comentar, votar y recomendar. Muchas gracias <3
Los amo muchísimo. 💞
¿Les gustaría una segunda parte de Siniestra Nebulosa? 👁️👁️
No quiero soltar a Rowan y Luciale :(
Adelanto del próximo cap: algo va a pasar con Luciale 👁️
Ahora, sin más que decir, ¡Nos vemos en la próxima actualización semanal! Besos y abrazos. 🫂✨
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top