Capítulo 35. "Todo se paga"
Advertencia de contenido:
Este capítulo contiene descripciones de violencia, tortura y asesinato.
Para nada estoy de acuerdo con estas prácticas, actitudes y acciones que llevan a cabo algunos personajes de esta historia.
Se recomienda discreción. Si desea saltarse esta parte, puede leer la narración de Luciale hasta el cambio de escena y luego adelantar hasta que aparezca Rowan en la narración.
Gracias por su comprensión. Disfrute de la lectura. <3
Luciale.
Acomodo los guantes negros que cubren mis manos y parte de mis brazos. La seda es una caricia para mi piel, funcionará como protección para lo que haré en unos minutos.
Odiaría que mi piel pálida se viera decorada por moretones o heridas que cicatrizarán en un día, quizá en un par de horas como mínimo. Mi energía se agota, y con ello, mi capacidad curativa instantánea.
Elevo mi mirada de mis manos hasta el reflejo que me enseña el espejo de marco dorado frente a mí. Mi cabello rubio cae por mis hombros, sus ondulaciones naturales le otorgan cierto aire de elegancia y de amabilidad a mi rostro marcado por mi mirada penetrante, que en el día de hoy, destella con intenciones de acabar con la vida de dos escorias.
Las iris grisáceas que tanto me caracterizan hoy brillan con alegría: acabaré con las basuras que dañaron a mi esposa por años, les daré el castigo que ella no puede otorgarles. Mi lado como ser de la oscuridad reclama que no tomaré la decisión de drenar sus energías y absorber sus almas.
Podría hacerlo, debería, mas considero que la mayor condena —tortuosa como ninguna otra— es condenarlas a la desgracia eterna. A ser almas en pena que jamás descansarán, y que si tienen la oportunidad de reencarnar, pagarán todo lo efectuado en esta vida. Nuestras acciones definen nuestro destino en la eternidad, en muchas ocasiones se tornan nuestra salvación, pero en este caso, es todo lo contrario.
Una vez aseguré "Ni olvido, ni perdón" y lo cumpliré hoy mismo. No me interesa cuánto supliquen por sus vidas, cuánto rueguen por la paz de sus almas, yo no perdono, no olvido y no brindo segundas oportunidades a nadie que no las merezca.
La imagen esbozada en el cristal del espejo adquiere bordes distorsionados al intentar suplantar mi reflejo con el de la Luciale que yo fui años atrás, con aquella muchacha adolescente que sufría en silencio los maltratos de su pareja. Visualizo las lágrimas deslizarse por sus mejillas, caer por sus ojos grises teñidos del color de la vida, de la esperanza y de la falsa alegría; se cristalizan al cabo de un par de segundos, mientras ella controla los sollozos que desean escapar de su boca.
Inspiro hondo, me obligo a presenciar su intento por apoderarse de quién soy hoy y me aferro al recuerdo de mi yo del presente, de la mujer de veintitrés años que aprecié en ese cristal un par de minutos atrás. A la emperatriz de la corona de oro que se caracteriza por su fortaleza, su mirada penetrante, su postura segura y las decisiones acertadas que toma, con la vista enfocada en el bienestar de su pueblo, de su esposa, de su familia.
—Sé que eres alguien obstinado, pedazo de escoria —siseo bajo, la sonrisa cargada de suficiencia que me devuelve el reflejo de la Luciale del pasado me provoca náuseas—. Sin embargo, no puedes contra mí. Nunca podrás. Es una realidad.
Aparto la mirada del cristal al percatarme de que se ha esfumado una vez más y que mi rostro me saluda de nuevo. Las leves ojeras violáceas que comienzan a formarse debajo de mis ojos me atemorizan un poco, no lo negaré. Pronto el maquillaje no será suficiente para ocultarlas, no obstante, eso significaría que él ganó y que mi alma es suya.
No ocurrirá. Ya he firmado la unión de mi alma con la de Rowan, su magia es poderosa como para acabar con esa farsa de la fusión de almas que impuso Herafel en mí; mi esposa posee la única alma que deseo y desearé en esta vida, es con quién yo quiero vivir mi eternidad en libertad, con quién anhelo reír por horas y compartir anécdotas que recordaré en la siguiente vida.
Percibo una lágrima rodar por mi mejilla derecha y es en ese instante en que mi postura fuerte e imponente se derrumba en mil pedazos, como el imperio Arino cuando mi madre se rebeló junto a mi padre. Mis hombros tiemblan por la presión de mantenerlos en su lugar, a pesar de que es en vano, me desplomo en segundos sin poder impedirlo.
Unos cálidos y delgados brazos me sostienen de la cintura por la espalda, su cabeza se apoya contra mí mientras oigo su respiración serena. Mis labios tintados de un tono bordó, se curvan en una sonrisa suave, que expresa más que mil palabras.
—Lu —susurra aún contra mí, me niego a levantar mi cabeza o mi mirada—. Lu, escúchame. Por favor.
Siento sus manos tomar mis brazos para ayudarme a voltearme. Su rostro se eleva para analizar mis expresiones faciales, puedo apreciar la preocupación en sus orbes cafés, y al mismo tiempo, el deseo de querer asegurarme que todo estará bien; las ansias por aferrarse a mí por temor a que me suceda algo; el amor que recorre su ser cada vez que nuestras miradas se conectan en un efímero instante, pero que se transforma en la eternidad si ninguna lo detiene.
Adora cada parte de mí, incluso las que detesto a más no poder, como esta faceta que le demuestro en este momento: la mirada cristalizada, un semblante colapsado, un alma rota que ha ingresado a su ciclo infinito de decadencia hace unos años. Esta es quien soy cuando no me obligo a desprender fortaleza o resiliencia, o cuando la maldición con la que cargo me sobrepasa.
Sus dedos aterciopelados alcanzan mi rostro para acunarlo, su cálido y agradable aliento acaricia mis mejillas gélidas. Se mantiene en silencio por unos minutos, el único sonido que inunda mis oídos es su respiración en completa calma, son los latidos de su corazón crear un golpeteo rítmico, sutil, acogedor.
Me pierdo en su mirada café coloreada por la angustia y por el anhelo de ayudarme, si supiera que su sola presencia serena mis pensamientos más oscuros o mis temores más recónditos. La sonrisa esbozada por sus labios amarronados me regresa a la vida, como un elixir para que yo vuelva a vivir. Es la obra de arte más preciosa que he visto y que puedo admirar: sus hoyuelos son como los cráteres lunares, sus pequeñas pecas son como estrellas dibujadas en el cielo que es ella. Es el cielo y la luna, es el paraíso personificado.
Unos mechones rebeldes caen por su frente, las ondulaciones perfectos de estos me impulsan a admirar cada parte de su divino rostro. Sus espesas y largas pestañas danzan con ligereza, hipnotizadas por el brillo en mis orbes grisáceas; sus cejas, un poco alzadas, expresan esa felicidad que ella mantiene oculta en muchas ocasiones por miedo a resultar «intensa».
Si supiera que el nivel con el que ella siente, es lo que más admiro de su persona. Sus emociones son fuertes, se desbordan de su alma una vez aparecen; sus sentimientos son nobles, fluyen como un río en calma. No hay nada de malo en Rowan «Tree» Becker, mi Tree, solo hay personas que jamás se detuvieron a apreciar quién es ella, cuáles son sus intenciones, cuál es su color favorito o su comida preferida, a quién extraña más que nada en este mundo, a qué le teme.
Llevo mis manos a las suyas para presionar con delicadeza, sentir la suavidad de sus dedos con mis uñas, la amabilidad que fluye en cada movimiento que efectúa. En múltiples ocasiones, nosotros podemos inferir las intenciones de otros de acuerdo a su lenguaje corporal, a la fuerza o temor con el que llevan a cabo diversas acciones.
—Te oí —murmura contra mí. Inspiro profundo para no negar con la cabeza. El café de sus iris tranquiliza cualquier reacción dolorosa en mí, abraza cada parte de mí que se encuentra en pedazos y se sienta conmigo a reconstruir todo—. No tienes que explicarme nada, ¿De acuerdo, Lu? Estoy contigo, no estás sola. Somos un equipo, para todo, para siempre. Me aseguraré de que estés bien en todo momento, y si no es así, estaré aquí para afrontar lo que sea contigo. Tus batallas también son las mías.
—Él quiere acabar conmigo, no sé hasta cuándo podré soportarlo —susurro, mi voz se quiebra con mis dichos. Ella me apega a su cuerpo para abrazarme, apoyo mi cabeza sobre la de ella y permito que varias lágrimas caigan—. No quiero arrastrarte a este abismo, Tree.
—No me arrastras, yo decido meterme allí para ayudarte a salir —asegura con una preciosa sonrisa, tan radiante como de costumbre. Mis manos acarician sus mejillas, ella se encarga de secar las mías con sus dedos. Noto como dibuja un pequeño corazón con mis lágrimas—. Soy tu esposa, no pienso dejarte sola en nada. Como dije antes, somos un equipo y venceremos muchas batallas juntas. Si es necesario, dibujaré corazones sobre tus lágrimas y sonrisas sobre tus heridas.
—Y bailaremos a la luz del amanecer en cada momento doloroso —murmuramos al unísono. Su mirada café se tiñe por el asombro—. Creo que pronto leeré tu mente.
Ambas reímos un poco ante mi intento de broma. Me abrazo a su cuerpo, ella repite mi acción. Mis brazos en su cintura me recuerdan lo mucho que me ama y lo demasiado que la amo, lo tanto que adoro compartir mis momentos con ella, incluso si son tan dolorosos como este.
No importa que tan oscuro sea el camino, siempre iluminaremos la vida de la otra. Somos un equipo en este «juego» denominado vida y vinimos a ganar cada guerra que se nos presente.
—Ahora sí, vamos a recostarnos un momento en la cama. No te dejaré ir hasta que te encuentres bien en serio —afirma con una sonrisita dulce, respondo con un beso en sus labios que no tarda en corresponder.
...
Chasqueo mis dedos para abrir la puerta donde están recluidas Katie Müller y la desgracia de la familia Vertiev: Marissa Vertiev. Tengo la certeza de que dicha familia la habría asesinado de ser posible, nunca representó nada de lo que simbolizan ellos, de acuerdo a lo que dijeron toda su vida.
Eirene siempre destacó en todo, su corazón bondadoso y su carácter gentil elevaron su reputación como el orgullo de los brujos de sangre Vertiev. Hubiese sido una perfecta Duquesa junto a Pefther Koulliov, aunque en mis adentros poseo ciertas dudas respecto a su relación.
Una mujer joven, dulce, caritativa y de un gran corazón, ¿Por qué estaría con alguien diez años mayor que ella? Quizá fueron muchos años más, no logré conocerlos y mis padres no mencionaron mucho al respecto. Más allá de ello, Pefther fue acusado de la muerte de su anterior esposa: Venni Lairovst.
El silencio que embarga la lúgubre habitación me produce cierta intriga, ¿Acaso temen respirar en mi presencia?¿Tan conscientes son las consecuencias de sus actos? Vaya, es una grata sorpresa. Sin embargo, aún no se responsabilizan de lo que ocasionaron y lo que las condenó, aún creen que sus almas merecen un perdón, una disculpa, una redención. No seré yo quien se las dé, nadie se las brindará.
Mi dedo índice señala al techo y al cabo de unos efímeros segundos, unas pesadas cadenas de plata rodean los brazos de mis prisioneras. Un quejido proveniente de Katie Müller resuena en mis oídos, sonrío satisfecha como respuesta.
—Bienvenidas a Abdrion, me disculpo por no poder recibirlas hace unos días. Ser emperatriz es tener una vida ocupada —comento con sorna, acomodo los guantes de seda negra que recubren mis manos bajo la atenta mirada de la jovencita que se atrevió a herir a mi esposa—. Me encantaría saber cómo es que llegaron aquí, pero creo que sé la respuesta. ¿Les agrada mi imperio?
—Quiero ver a mi sobrina —espeta Marissa, sus ojos claros se clavan en mí, como si intentara imponerse contra la emperatriz que es capaz de reducirla a cenizas en cuestión de milésimas de segundo.
Elevo las cejas con fingido desconcierto, ¿De verdad osa en darme órdenes?¿Quién es la prisionera aquí? En definitiva no reconoce su estatus en este momento, pero se lo haré saber.
Me acerco hasta donde se encuentra, a medio metro de Katie Müller. Esbozo una sonrisa burlesca antes de detallar cada facción de su rostro. Si bien los genes que determinan las tonalidades de cabello, ojos y piel no han sido heredados por Tree, es evidente que mi esposa heredó toda su estructura facial. Aquellos ojos redondos de espesas pestañas, la nariz romana, la cara redonda, las mejillas un poco hinchadas, los hoyuelos a pocos centímetros de las comisuras de los labios, la frente pequeña, los labios carnosos y las cejas pobladas.
Con el pasar de los meses, mi mujer se asemeja cada día más a su difunta. Sé que en su mente ella solo es una copia de su padre —o eso quiere creer—, pero la realidad es muy diferente. Ella se ve como una Vertiev, como la simpática mujer que Eirene solía ser.
—Que descortés de mi parte no llevarte con ella —finjo pena, su mirada se mantiene en mi rostro sin objetar nada más—. ¿Puedes decirme cómo se llama tu sobrina?
—Rowan...
—¿Rowan Becker? —río un poco, arrogante—. Mi esposa y emperatriz de Abdrion no tiene ningún lazo de sangre contigo, Vertiev. Su única familiar Vertiev es Eirene, su madre. ¿Sabes lo peligroso que es suplantar una identidad ajena en Abdrion? La pena más simple es la reclusión perpetua en una cárcel y la más grave es la ejecución. No creo que quieras estar allí, ¿Verdad?
Traga saliva de manera sonora, sus ojos escudriñan mis facciones en busca de algún atisbo de misericordia en mí. No obstante, un manto de indiferencia se cierne sobre mi rostro. El único rastro de expresividad es la sonrisa dibujada en mis labios oscuros.
—Majestad... —murmura al percatarse de que comencé a caminar hacia Katie.
Sus ojos, oscuros debido a la activación de sus poderes por el dolor provocado por las cadenas de plata, se clavan en mi sonrisa divertida. El aura sombría que desprende me provoca un ligero malestar, uno que incrementa hasta convertirse en odio al recordar que esta basura se encargó de drenar la energía del amor de mi vida y despedazarla cada vez que tuvo oportunidad.
—Katie Müller —pronuncio lento y severo—. Miembro de una de las familias demoníacas de primera jerarquía. La energía de las ninfas del sol es reconfortante, ¿Verdad?
—Usted debería saberlo ya, ¿No cree? —intenta burlarse, pero solo queda en un intento.
Una de sus piernas se quiebra gracias a mis pensamientos, procedo a realizar lo mismo con la otra. Sus quejidos de dolor inundan la habitación, su respiración se agita al mismo tiempo en que un pequeño río de sangre brota de sus sienes y sus ojos.
—¿A qué viniste a mi imperio? —siseo, una de mis manos se presiona contra su hombro con suavidad. Un grito desgarrador abandona su boca en cuánto mis dedos contactan con su piel, la cuál ha comenzado a tornarse negruzca en dicha zona—. No escuché tu respuesta.
—Por favor... —implora en un susurro, su cuerpo entero comienza a temblar mientras que el líquido carmesí se desliza por sus mejillas y cuello—. Por favor...
Mi mano izquierda impacta contra su pecho, el solo roce de mis dedos quiebra sus brazos, costillas, y disloca sus hombros. Los gritos de dolor se mezclan con su respiración entrecortada al comprender que sus poderes han sido inhibidos si yo me encuentro presente. Por muy demonio de primera jerarquía que sea, no es más fuerte ni poderosa que yo, y en estos momentos, controlo su alma completa.
Soy la entidad que la atormentará por el resto de su eternidad.
—¡Haz que pare!¡Haz que pare, Marissa!¡Por favor! —chilla desesperada, mi mirada se mantiene en su pecho, en la zona donde se aloja su corazón. Sus latidos disminuyen con el paso de los segundos, la angustia quema en cada parte de su mente, el dolor ya no le permite respirar.
Una de sus costillas ha perforado uno de sus pulmones, con el bloqueo de sus habilidades sobrenaturales ya no posee esa capacidad curativa de su especie. Tampoco puede introducirse —o intentarlo— en mi mente, ni rasguñar mi alma para derribar mis barreras mentales.
Decido retirar el guante de mi mano izquierda y con la uña de mi dedo índice, pincho con lentitud una de sus clavículas. Se retuerce bajo mi toque, los crujidos de sus huesos inundan estas cuatro paredes y provocan una amplia sonrisa de satisfacción en mis labios oscuros. Me complace afirmar que no le queda mucho.
—Deja mi mente en paz, por favor —suplica, cierra sus ojos de una forma tan fuerte.
Río satisfecha antes de soltarla, la sangre ha parado de brotar de sus sienes. Sin embargo, aún llora sangre y dolor, aún se remueve en búsqueda de paz, de redención, aún desea que yo la perdone. Eso jamás ocurrirá.
Mi silueta inunda cada uno de sus pensamientos, al igual que mi sonrisa arrogante, mis risas delicadas. Las únicas proyecciones que se esbozan en su mente son sobre mí y sobre cómo acabo con su vida en una tortura que durará días, semanas, meses, años y siglos. Nunca olvidará mi nombre.
—Si me dices que haces aquí, te dejaré ir, Katie —susurro en un tono que aparenta ser honesto. Un suspiro adolorido se escapa de su boca—. Solo debes decirme qué haces aquí y quién te trajo.
—Yo... yo... no lo sé.
Interrumpo su habla con mi mano en su cuello, mis uñas se clavan en él sin cuidado alguno. Un leve crujido proviene de dicha zona, la sangre rojo oscuro se escurre por su torso y clavículas destrozadas. Sus gritos se han detenido, mas su vida pende de un hilo ahora mismo.
«Tu condena es el limbo eterno. Serás mi propiedad y utilizaré tu alma a mi antojo, tendrás la oportunidad de reencarnar si yo lo decido y yo seré quién seleccionará la vida que vivirás. Yo soy tu Diosa y la entidad que recordarás en cualquier vida, en cualquier dimensión. Nunca escaparás»
Suelto su cuello con brusquedad al comprobar que sus pulsaciones han disminuido estrepitosamente. Al cabo de unos minutos, ella morirá o será ejecutada. Todo dependerá de mi estado de ánimo.
Hay algo que ya es un hecho y es que su alma me pertenece. La controlaré si me apetece. No descansará en paz.
—Muy bien, Marissa Vertiev, responde mis preguntas y tu querida Katie sobrevivirá —aseguro con una sonrisa cruel, su ser se paraliza por completo conforme hablo—. Soy consciente de que Katie Müller no respondió a mis interrogantes por proteger a un ente superior, quisiera confirmar quien es, si no es molestia. Dijiste que serías colaborativa en esto, ¿No? Entonces empieza.
—Sacame esto —mueve sus muñecas para que las cadenas resuenen.
Finjo pensar, a pesar de que ya sé que responder. Disfruto de su impaciencia y su desesperación por salir viva de esto.
—No, así hablaremos mucho más cómodas —explico con una fingida sonrisa amable—. Habla, Vertiev. No tengo todo el día para estar contigo.
—Pefther Koulliov es quien nos trajo, creo que ya lo has deducido —asiento sin responder nada, ella toma una larga respiración antes de continuar—. Mi cuñado planifica algo de lo que desconozco, pero es él quien manipula los portales entre dimensiones... Yo me alejé de este mundo con Rowan para protegerla de otras entidades como el rey del infierno, los reyes del cielo, Pefther o incluso otros emperadores de Lilium. Mi cuñado cree que el lugar de Rowan es este mundo.
—Siempre lo fue —espeto con dureza—. Jamás entenderé que aseguras haberla "protegido" y vaya protección que le brindaste.
Mi comentario irónico no le causa ninguna gracia. Al no obtener una reacción de su parte, quemo parte de su brazo izquierdo con mis dedos para oírla gritar. Cree ser tan fuerte, pero solo es ante los débiles, como lo fue una niña de cinco años, porque delante de mis ojos es un cordero que ruega por un poco de piedad.
Patético.
—La protegí. No quieres creerlo porque no te conviene, pero la protegí. La mantuve oculta de las arpías que gobiernan en este mundo y arruinaron la vida de mi hermana.
—La vida de Eirene Vertiev la arruinaste tú —señalo severa, tomo su mentón entre mis manos. La piel pálida de ella adquiere un tono negruzco, gime de dolor—. Tú fuiste quien la mató, tú fuiste quien le arrebató a su hija. No hay otra culpable de las desgracias de Eirene, solo tú, Marissa Vertiev. Yo no creo el cuento de que no pudiste controlar tu instinto cazador aquel día.
—Suéltame o no seguiré —amenaza, aumento el agarre en su rostro. Un chillido se escapa de su garganta, cierra sus ojos para no ser víctima de mi mirada asesina—. Me necesitas para llegar a Pefther.
—No lo creo —río divertida antes de soltarla. Su precioso rostro se ha convertido en una mancha negra que debe arder como los mil demonios, lágrimas azabaches caen por sus ojos de pupilas alargadas—. No necesito de nadie para cumplir mis objetivos.
—Está en una de las zonas prohibidas de Astenont —indica, cansada—. Llevé a Rowan a la Tierra para que Ver Dreim la cuidara.
Mi semblante se paraliza al oír ese nombre tan apreciado por mis padres. La mención del Conde Ver Dreim, uno de los gobernadores más amados de Abdrion y el padre de Chrystel Dreim: actual heredera al trono de oro.
Ver Dreim está muerto, eso aseguraron mis padres. Falleció meses después de la muerte de su esposa, Nilu Willekster, a causa de una enfermedad que arrasó con el pobre hombre.
¿O no?
—¿Qué sabes de Ver Dreim? —inquiero inexpresiva, sería un peligro que percibiera el interés en mis palabras.
Demostrar emociones en una conversación es un arma de doble filo. Nunca sabemos cuándo nuestro adversario tomará nota de las expresiones faciales que enseñemos al mundo, o el tono de nuestra voz al pronunciar determinadas palabras. Practicar el arte de la indiferencia es complejo, un trabajo arduo, pero de grandes recompensas.
—Eirene suponía que pronto moriría, por lo que habló con Ver Dreim para asegurarse de que su hija estuviera bajo el cuidado de alguien de su confianza. Él nunca murió, atravesó los portales cuando yo desaparecí con Rowan —explica con la voz entrecortada, el escozor en sus extremidades no le permite pensar con la claridad suficiente—. Tus padres saben la verdad, pero sería una tragedia para Chrystel enterarse que su padre prefirió cuidar a la hija de una amiga antes que a su propia hija, ¿No crees?
—Dime algo, ¿Pefther está detrás de Ver? —mi pregunta golpea en su fibra sensible por algún motivo desconocido.
—Sí.
...
Rowan.
Parece ser que Paularah se siente mejor como para regresar a su trabajo, pero Laissa no se lo permitirá por el momento. Tampoco quiere que vuelva a su mansión, así que ahora reside en el Palacio a la espera de mejores resultados en sus controles médicos.
Sé que en el fondo, Laissa disfrutó del poder que le brindó el puesto de Ashtare del imperio y teme ser relegada otra vez. No ocurrirá, pues Paularah piensa hablar con Luciale y yo sobre nombrar a la prima de mi esposa como segunda Ashtare. Se crearía un cargo exclusivo para la hija mayor de Danira Arino.
En muchas ocasiones siento pena por ella y la vida que tuvo. Desde pequeña fue criada para proteger a sus hermanos cuando los separaran de sus padres, se mentalizó ser una figura materna, una mujer responsable, una persona de buen corazón. Siempre existió en ella la idea de dar la vida por Martz y Kraya, o por alguien más de la familia, dado que consideraba que era lo único que tenía.
La pérdida de su hijo le afectó mucho más, nunca le dijo a nadie el dolor que sintió durante años y que hoy, casi siete años después, la persigue. Las pesadillas se apoderan de sus noches, la única que lo sabe es ella misma y ahora Paularah.
Si pudiera acabar con Herafel en este mismo instante, lo haría sin dudar. Debe pagar por el daño causado hacia muchas personas, entre ellas mi esposa, Laissa, Nymra, los emperadores Ditnov.
Es una escoria que no merece vivir.
—¿Me nombraste? —una voz varonil se pronuncia a mis espaldas, el libro en mis manos cae sobre la mesa sin cuidado alguno—. Solía pensar que la única que mantenía mi recuerdo vivo era Luciale, veo que no es así.
Me levanto de la silla donde me encuentro, la silueta del hijo de puta que atormenta a mi esposa se alza entre las sombras de la biblioteca del Palacio. Vislumbro sus ojos azules brillar en la oscuridad, su cabello moverse con la leve brisa que se cuela por las ventanas, su traje negro en su totalidad y sus manos escondidas en los bolsillos de los mismos.
No voy a negar que su altura me intimida un poco. Es incluso más alto que Vorkiov, pero no más poderoso que yo.
—Déjame adivinar —finjo pensar antes de sonreír irónica—. Ingresaste al Palacio gracias a que lograste manipular la magia de mi esposa.
—Vaya, sí que eres inteligente —reconoce con tranquilidad—. Me atraen mucho las mujeres así, Rowan, pero no vine aquí para enamorarme ni nada parecido. Solo a conocerte.
Chasqueo mis dedos y unas cuántas ramas sobresalen del techo, rodean su cuerpo para atraerlo hacia mí sin que él pueda resistirse no oponerse. Sus habilidades de ilusionista y Draskhara no tienen ningún efecto en mí. No hay magia que iguale la mía a no ser que se presente frente a mí otra ninfa del sol con raíces de los brujos de sangre.
La luz palidece su oscura piel, es cuestión de segundos para que perciba como si sus extremidades expuestas a la luminosidad se quemaran. Los Draskharas tienen esa desventaja frente a este tipo de situaciones.
—Maldita —susurra al no poder liberarse de las ramas que lo aprisionan.
Soy sorprendida por un haz de luz dorada que desaparece la silueta de Herafel al intentar acercarse a mí. Me alejo en dirección a las inmensas puertas de entrada luego de oír un estruendo.
Varios libros se han caído.
Y Perséfone está recostada sobre ellos.
—¿Usted vio...? —pregunto al chocarme con Dríhseida, sus ojos verdes se dirigen a mí con preocupación.
—¿Te encuentras bien? —se preocupa, su sonrisa dulce me recuerda lo bonita que se ve su hija cuando sonríe—. Vi lo que ocurrió.
—¿Fue Perséfone? Porque yo no utilicé mi magia para desaparecer a Herafel —aclaro como si no fuese una obviedad.
—Sí, fue ella —afirma Vorkiov mientras se acerca a nosotras luego de inspeccionar la biblioteca. Sostiene a la gata siamesa en sus brazos, quien se muestra muy cómoda de que la carguen—. Al parecer Perséfone es algún tipo de espíritu guardián. En el momento en que se manifiestan, es para alejar malas energías de las personas que les fueron asignadas. Se transforman en estelas o haces de luz que actúan como una barrera protectora.
...
Luego de lo ocurrido en la biblioteca, decidí no separarme de Perséfone, Klay y Kelly. Sé que la gata siamesa es un tipo de espíritu guardián al parecer, pero tampoco quiero que se preocupe más por mí o se vea involucrada en situaciones parecidas a lo que sucedió con Herafel.
Es impresionante el avance que tiene sobre el alma de Luciale. Sin embargo, estoy segura que al llegar a un punto, reaccionará con mi alma y será expulsado de la vida de mi esposa. Luego iremos tras él.
Yo no olvido. Le daré la muerte que se merece.
—¿Estás segura de hablar con Keatlyn Trayshon? —inquiere Chrystel cuando los guardias de la mansión de los Arino abren las puertas.
—Sé que no miente. Por alguna extraña razón, no lo hace. Además, soy más comprensiva que Lu —hablo tranquila mientras entramos a la gran sala.
Kraya sigue nuestros pasos con Perséfone dormida en sus brazos. Por lo que he podido apreciar, han formado un hermoso vínculo. Esa muchacha ama a los animales tanto como yo y es por ello que le gustaría estudiar una carrera que se asemeje a la de medicina veterinaria.
Griseynna Liels baja las escaleras del hall, un portazo se escucha en el piso de arriba y ella sonríe nerviosa. Su cabello rizado azabache es similar al cabello africano, su piel es morena. Es muy reconocible dentro de una multitud debido a que no porta las características típicas de los aridienses.
Su mirada oscura se encuentra vacía, desesperanzada, agotada, sin vida, como si deseara ser otra persona y no estar aquí, con el trabajo que todos quisieran tener.
Ella no es feliz. Quisiera saber el porqué.
—¿Vienen por la joven Trayshon? —inquiere y yo asiento en respuesta, su sonrisa amable se mantiene en su rostro—. Pueden ir por ese pasillo hasta la primera puerta.
—Muchas gracias, Gris —le sonrío gentil, no responde por la idea de respeto que le impusieron desde su familia.
Yo no soy más que mis ciudadanos, soy igual que ellos, mismos derechos, valores, mismo nivel. No soy superior en ningún aspecto y nunca lo seré, me agradan las formalidades, pero no deben pensar que están muy lejos de alcanzarme.
Kraya decide quedarse a conversar con la Marquesa Liels, al parecer mantienen algún tipo de relación de amistad. Es imposible no hablar con esa adolescente, casi que te obliga a charlar con ella, aunque no niego que es muy amable y tiene temas interesantes.
Me recuerda a la persona que creí conocer en Jessera Dissett. En mi Jenna Bransen, que hoy en día, ya no existe. Todo lo que en algún momento creí conocer, no era más que una mentira dolorosa.
Lo que más me entristece es que jamás encontraré a Jenna de nuevo. Nunca conoces personas iguales, ni siquiera en la misma persona. Es imposible que seamos los mismos que fuimos en el pasado.
Mis pensamientos son interrumpidos por el golpeteo insistente de Keatlyn Trayshon sobre la mesa. Me fuerzo a suspirar serena antes de hablar:
—¿En verdad estás dispuesta a ayudarnos a encontrar a Krissalida Trayshon?¿Aún si eso implica que en tu familia te llamen traidora?
—Krissalida ha llegado demasiado lejos. Debemos detenerla antes de que ocurra una desgracia peor. No puedo permitirme que destruya el imperio donde vivimos, majestad.
...
¡Buenasssss!
¿Cómo se encuentran el día de hoy? Espero que bien y si no es así, les mando muchos abrazos. 🫂
Hoy tuvimos la aparición sorpresiva (sarcasmo) del cucaracho de Herafel. No se preocupen, así como le llegó la muerte a Katie y a Marissa, a él también.
¿Qué les pareció el capítulo?
¿Quién es Ver Dreim? Ya que se supone que no está muerto, alguien debe ser, ¿Quién?
¿Creen que Marissa esté diciendo la verdad?
¿Qué trama Pefther?
¿Opiniones de los personajes?¿A quién aman más? (Además de Luciale y Rowan 💞)
Yo soy la fan de ellas JSJSJSJS
#LuwanForever
¿Vieron que la gata no era normal? Ya sospechabamos que no, ah, pero al fin se reveló 👁️
En el próximo cap veremos quién es Perséfone en realidad (aviso que puede resultar triste esa parte)
¿Creen que Keatlyn quiera ayudar?¿O solo busca engañar a Rowan?
Se viene el encuentro padre e hija más esperado (mentira, en realidad queremos desaparecer a Pefther por padre ausente, pero bueno).
Los amooo. <3
A los que son nuevos leyendo, ¡Bienvenidos! Espero que se sientan cómodos en este fandom que se está formando.
Besitos y abrazos a todos. Nos vemos en la próxima actualización semanal 💞
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