Capítulo 20. "Primera herida"
Preparen los pochoclos/palomitas y una buena gaseosa, porque se viene intenso este capítulo. 7000 palabras para que disfruten.
Resumen de este capítulo: montaña rusa emocional.
TW: este capítulo contiene escenas de maltrato físico y psicológico, con abuso sexual no descrito explícitamente. También se describen emociones como la ansiedad, la desesperación, el dolor o la tristeza.
Al igual que en la advertencia de contenido, se recomienda discreción.
Rowan.
—¿Rowan?¿Qué sucede? —la voz de Chrystel me distrae, golpea las puertas con preocupación—. Te escuché gritar.
—Ayúdame, Chrystel —le pido, temblorosa. Ella no duda en entrar a la habitación de Luciale y se paraliza al encontrarme con su mejor amiga sobre la cama, en un estado entre la inconsciencia y la vida—. No sé qué pasó. Se desmayó en mis brazos, yo...
—¿No te hace daño? —capto que su pregunta se refiere a la bruma que me rodea al igual que a Luciale y niego en silencio—. Traeré a los Arino, no te muevas de aquí e intenta que regrese a la realidad.
—¿Qué tiene? —mi voz se oye desesperada, a lo que Chrystel niega repetidas veces—. ¿No sabes que tiene?
—No, Rowan. Podemos ser muy amigas, pero ella nunca me cuenta nada. ¡Imagino que su familia sabe de esto!¡No te vayas a ir de ahí, por favor! —habla mientras se aleja, cada vez sus palabras se oyen más fuertes, pues la distancia distorsiona lo que dice.
Suspiro profundo antes de regresar mi atención a la mujer inconsciente en la cama, sus ojos grisáceos reflejan la pérdida del control de su cuerpo, como si estuviera en un estado de trance del que no puede huir. Paso mis dedos por su cabello rubio para peinarlo, en un vacuo intento por tranquilizarme. Estoy al borde del llanto, sucumbiendo a la desesperación, el miedo y la ansiedad.
Respiro, me fuerzo a respirar de forma normal. Inhalo profundo y exhaló repetidas veces, recuerdo el consejo que me dió ella esa vez sobre buscar cosas que pueda percibir a través de mis sentidos y es entonces cuando el olor de su perfume me invade.
—Lu, ¿Puedo entrar? Por favor, quiero ayudarte —susurro sobre su rostro, sin detener a la lágrima traicionera que escapa de uno de mis ojos y cae sobre su nariz, eso parece hacerla reaccionar. Su mano atrapa mi brazo con delicadeza, impide que me aleje—. ¿Eso es un sí?
Por un efímero instante, juraría que sus ojos grises me observaron con ese brillo tan extraño que le he visto desde el primer día en que nos vimos, juraría que por un instante volvió a ser ella y no esa mirada vacía que obtengo de su cuerpo en este instante.
Los pasos de los familiares de Luciale se aproximan a la habitación, luego son reemplazados por un silencio tortuoso hasta que oigo los tacones de Dríhseida y los zapatos de Vorkiov acercarse hacia mí.
—¿Estás bien, Rowan? —me interroga Dríhseida, sin apartar la vista de su hija. Pareciera estar acostumbrada a que esto suceda—. ¿La oscuridad no te hace daño?
—¿Eh? No, yo... estoy bien, físicamente hablando, claro —me pongo de pie con mucho esfuerzo, pues no quiero apartarme de la mujer a la que le prometí, sin que ella lo sepa, compartir el resto de mi vida a su lado—. ¿Qué tiene Luciale, señores?¿Es algo muy grave?
—Me encantaría decirte que no, Rowan, pero lamentablemente sí —murmura Vorkiov con la voz apagada, sus facciones se tiñen por la angustia y el dolor de ver a su hija en este estado—. La última vez tardó días en despertar.
El pesar que lo inunda me conmueve hasta lo más profundo de mi ser, intercalo la mirada entre él y su esposa, pero ambos parecen cansados de esta situación, preocupados al cien y hasta diría que sienten temor. Se siente tan extraño que el gran Vorkiov Meire aparezca en este estado vulnerable frente a alguien que no es parte de su familia cercana, aunque es comprensible si tenemos en cuenta que yo soy su nuera.
—¿Cómo qué días? —me preocupo, mi cuerpo se alarma y veo a la desesperación pedirme una entrada para abrazar mi alma una vez más, como en todos estos años de torturas y traumas—. Yo... lo siento, sé que soy una extraña para ustedes y no quiero incomodar.
Diviso en el umbral de la puerta a los Arino. Laissa está cruzada de brazos con la mirada baja, me atrevería a decir que en un estado de trance o disociación, ajena a todo lo que sucede. Su hermano la abraza de los hombros para otorgarle un poco de consuelo, pero él tampoco se atreve a mirarme.
La única que lo hace es la joven de cabellos rojizos con esa alma de fiera y de persona que siempre fue incomprendida por sus ideales tan diferentes a los de la sociedad. Sus ojos azules, tan fríos como de costumbre, pero a la vez pidiéndome en silencio "Haz lo que tengas que hacer". Vinavina entiende mi desesperación sin decirlo, como si ya lo hubiese vivido en carne propia y hubiese perdido a alguien muy preciado para ella.
—Cuando Luciale nació, las personas que se hacían llamar mi familia no estaban contentas con su llegada a este mundo —comienza a relatar Dríhseida y yo me concentro en sus palabras, en su tono, en como su mirada verde se pierde en sus manos al ser incapaz de dirigirme la vista, a diferencia de su esposo—. Sucedieron cosas que nunca voy a olvidar, porque marcaron la vida de mi hija para siempre. Cada día se enfrenta a su propia oscuridad, a ese lado que intenta ocultar y que es lo que ella cree un "monstruo". Su alma fue maldecida, Rowan.
—¿Eso significa que ahora ella está en una especie de viaje dónde se hace daño a sí misma porque su contraparte malvada no quiere que sea feliz?¿Como un demonio que la posee? —Dríhseida asiente ante mis palabras. Suspiro de forma pesada, sopeso muy bien lo que voy a decir a continuación—. ¿Qué puedo hacer para ayudarla?
—Herafel empeoró la maldición. Solo las personas que tienen una magia que pueda luchar contra la oscuridad de Luciale pueden detenerla, o ser consumidas en el proceso —explica Vinavina de forma repentina, a la vez que se acerca a nosotros—. Entra a su mente, Rowan. Si ella te da el permiso, haz lo que creas necesario para que regrese.
—¿Cómo? Ni siquiera sé qué hacer —la confusión tiñe a mis pensamientos, miles de ellos se amontonan en mi mente y es imposible callarlos. Siento que voy a explotar, no puedo ni respirar—. ¿¡Cómo!?¿Qué hago?
—Cariño —la madre de Luciale apoya sus manos sobre mis hombros, su tonada maternal me tranquiliza un poco—, no tengo ni idea de cómo responder tus preguntas, porque las maldiciones solo son conocidas por la persona que las impuso y por quién las porta, pero sé que Luciale te indicará cómo quiere que la ayudes.
—Ella confía en ti, Rowan —me recuerda Vorkiov, su sonrisa serena me devuelve el alma al cuerpo—. Solo necesitas confiar en ti misma también. Tu magia es capaz de muchas cosas, este es uno de los momentos donde puedes descubrir qué tanto puedes hacer. No te preocupes por no hacerlo bien, todos tienen su primera vez.
—Estaremos fuera por si necesitas algo —finaliza Dríhseida antes de retirarse junto a su esposo y sus sobrinos, me deja con las palabras en la punta de la lengua y un mar de dudas que intento disipar.
Luciale fue maldecida.
¿Por ese motivo a veces me observaba de una forma tan extraña, como si no me conociera en lo absoluto?
Regreso a su cuerpo y me siento a su lado, mi mano derecha toma su izquierda y entrelazo mis dedos, mientras que mi otra mano se encarga de acomodar su cabello con cariño y timidez. Fijo mis ojos en sus orbes grises que parecen recobrar la vida en cuánto se encuentran con las mías y pronto soy sumergida en un abismo oscuro, lúgubre, hasta que el paisaje a mi alrededor cambia.
Me encuentro parada en el centro de una habitación de paredes grisáceas, con una cama matrimonial tamaño king cubierta de almohadas y mantas de color rojo con un par de símbolos extraños.
Los símbolos de Astenont.
Escucho unos pasos fuertes y firmes aproximarse hacia la puerta, reconozco a la dueña de ellos, solo que se siente un poco extraño la manera tan diferente en la que actúa, hasta en la que camina. Una completa extraña.
—¡Herafel! ¿Qué mierda hiciste? ¡No te vayas! —le exige en un grito, casi desgarrador, doloroso, la puerta se abre con brío—. ¿A dónde demonios crees que vas?
—¿Cuántas veces debo recordarte que no me debes enojar, Luli? —la voz masculina de Herafel se oye más joven, denota falsa dulzura y una casi creíble suavidad, tal vez para engañarla y manipularla a su antojo—. Dime.
—¿Qué mierda me hiciste?¿¡Por qué siento que me estoy desgarrando!? ¡Respóndeme, maldita sea! —demanda la heredera de Abdrion, sus mejillas se tornaron rojas por la furia y su dedo índice apunta hacia el rostro de Herafel, quién se mantiene estoico al oír sus gritos. Si yo escuchara gritar a Luciale de esa manera, el miedo recorrería mi cuerpo sin duda—. ¿Qué me hiciste?
Detallo sus facciones jóvenes. A juzgar por la forma de sus cejas y el brillo ingenuo de sus claros ojos grises —tan distantes a los oscuros grisáceos actuales—, diría que está entre los dieciocho y diecinueve años de edad. Su cabello rubio está más largo, llegando casi a su cadera, y con sus ondulaciones naturales.
Una bofetada repentina azota su mejilla izquierda, Herafel continúa con su semblante serio, pero esta vez le dirige la mirada, una mirada azul tan asesina e intimidante. Rodea el cuello de la joven mujer rubia con su mano derecha, acción que la asusta.
—¿Qué haces? ¡Suéltame, idiota! —lo golpea en el rostro, pero la presión en su cuello aumenta. Su respiración se vuelve pesada, por más que intenta alejarlo o utilizar sus poderes, le es imposible—. Herafel...
—¿Te crees tan lista, amor mío? —ronronea sobre su rostro, casi que disfruta de infligirle daño a la mujer de mi vida—. ¿Creíste que te ayudaría?¿De verdad creíste en mis palabras? Nunca pensé que resultarías en este miserable ser tan patético, Luciale. Mírate, apenas puedes mantenerte en pie, ¿Esa es la imagen que quieres demostrar de los Meire?
—Que...
—¿Crees que estoy enamorado de ti?¿O que en verdad iba a calmar tu alma atormentada? —se ríe en su rostro, una carcajada tan macabra que caló mis huesos desde el primer instante—. Tan ilusa e inocente. No te amo, Luciale Meire. Jamás podría amar a alguien tan inferior como tú. Inútil. Incompetente. Despreciable. Idiota.
Cada palabra e insulto que suelta las percibo como una estocada hacia mi alma y mi corazón, contengo las lágrimas que quieren desbordarse de mis ojos, pero la Luciale del recuerdo no puede y falla en ello. Es justo ese momento en el que Herafel aprovecha para utilizar sus poderes y abrazarla de la cintura con su mano libre.
—Para que siempre me recuerdes, corazón mío —el grito de Luciale resuena hasta en lo más profundo de mi mente, él la quemó con parte de su oscuridad. Las venas de ella se tornan negras, suben de forma lenta hasta su rostro y allí se quedan por un par de segundos—. Tendrás un tatuaje en tu abdomen, un bonito tatuaje que te recordará a quien le debes agradecer por arruinar tu vida, Luciale Meire. Y sobre todo, te recordará todas esas veces que me besaste, que me amaste, me adoraste y juraste amarme.
Si un ser de la oscuridad es dañado con la oscuridad de un Draskhara como Herafel o cualquiera del linaje de los Ditnov, los daños son irreparables e incurables. Más allá de dejar alguna quemadura en la piel, que se asemeja más a un tatuaje de uno de los símbolos de Astenont, esa persona tiene el alma "marcada". Esto quiere decir que se vuelve más propensa a la inestabilidad, a perderse en su propia oscuridad y no encontrar "salida", a ser rodeado por una niebla oscura que asesinaría a cualquiera que se le acerque, sus fuentes de energía se reducirían solo a consumir el alma de otros y no a ingerir rosas azules. En resumen, un ser de la oscuridad inestable y que pronto podría ocasionar un caos mayor o fallecer por algún fallo en su sistema.
—No volverás a verme hasta que yo te lo permita, consumiré cada uno de tus pensamientos y sueños. Somos el uno para el otro, amor mío, debes tener eso muy claro. No importa con cuántas otras personas intentes ser feliz, jamás podrás porque tu alma me pertenece —susurra antes de soltarla y permitir que caiga al borde de la inconsciencia al suelo—. ¿Comprendes lo que acaba de suceder?
En su obsesión por Luciale, Herafel selló sus almas en una sola y es por ello que él es quien controla la maldición de Luciale. Todo se podría resumir a la frase de "Están destinados a arder juntos", pero es mejor decir que estaban, porque ya no.
A mi mujer ningún idiota la quiere condenar a la infelicidad.
Analizo todo el escenario que acaba de suceder, sé que la clave para que Luciale pueda regresar de forma temporal está en algo de este recuerdo. De lo contrario, ella no me lo hubiese enseñado de primeras, porque sé que no es su recuerdo más traumático ni tampoco la primera vez que Herafel la maltrató.
Me acerco a la Luciale del recuerdo y suspiro, si bien no puede verme ni nada, sé que la Luciale del presente sentirá lo que procederé a hacer. Espero que funcione en algo.
Acerco mi mano temblorosa a la zona que fue quemada, canalizo su energía. La siento en mí, como si a mí me doliera y creo ser capaz de absorber el dolor, de sanarla, a pesar de ser algo imborrable, acabo de sanar esa herida emocional de ella. O eso creo.
Su energía canalizada me golpea con rudeza, el dolor está en cada una de mis extremidades y sobre todo en esa zona de la cintura dónde Luciale fue herida. Suspiro, contengo el dolor como he hecho tantas veces en el pasado, porque no es la primera vez que paso por algo de este estilo.
Acabo de sanarla con mis poderes de druida, de sanadora sobrenatural. Y acabo de canalizar su energía gracias a la magia del sol que existe en mi alma, ¿Qué carajos?¿Yo hice eso?
El recuerdo se desvanece frente a mí y me noto aturdida al regresar a la realidad. Me percato de que los ojos de Luciale se hallan cerrados, me preocupo por eso; tomo su rostro entre mis manos para acariciar sus mejillas.
—Serena, Tree. Eso fue... impresionante —susurra en un hilo de voz al abrir los ojos, parece un poco débil, como si estuviera enferma—. ¿Por qué lloras?
—¿Por qué me miras así? —seco mis lágrimas y vuelvo a acariciar sus mejillas de forma delicada gracias a mis pulgares. Su mirada gris me analiza con palpable detenimiento.
—No todos los días despierto con la chica de la sonrisa tierna sobre mí —ríe leve, su voz me reconforta y el hecho de que la escucho sin preocupaciones me alivia—. ¿O no?
—Técnicamente no estoy sobre ti... —murmuro nerviosa, la calidez pinta mi rostro de un seguro y tenue color rojizo—. Estoy cerca de ti.
—¿Hay alguna diferencia?¿No estás hablando sobre mi rostro y con tu pecho apoyado sobre el mío? —observo sus labios y ella los míos, contengo la respiración ante sus preguntas que suenan a una burla encubierta.
Presiono mis labios sobre los suyos y ella corresponde a mi acción, me atrae a su cuerpo al rodearme a la altura de la cintura. Una de sus manos se dirige a mi cabello para peinarlo, acariciarlo como si fuese algo tan preciado para ella y eso, por algún motivo, derrite a mi corazón. Profundizo el beso, su lengua choca contra la mía en una batalla que está claro quién ganará como siempre.
El sabor a menta que ella suele tener me invade, disfruto de el como si mi vida dependiera de ello, como si fuese la última vez, cuando sé que no será así. No puedo ocultar que me preocupé muchísimo por ella en esta última hora, sobre todo porque jamás la había visto en ese estado tan vulnerable y tan perdida.
—Es la primera vez que me besas —susurra al separarse de mí, pero sin distanciarse más de unos pocos centímetros de mi rostro. Su respiración es lenta y serena—. ¿Despertó algo nuevo en ti?
—Supongo que mis ganas de salvarte la vida —bromeo un poco con la mente caótica, pero reflexiono sus palabras.
Ella acaba de destacar un hecho que no me había atrevido a hacer desde unos cuantos años y es el de besarla. Siempre esperaba que ella lo hiciera por mí, por temor a que me rechazara o que me apartara de una forma cruel, incluso cuando yo sabía a la perfección que nunca tendría ese tipo de reacciones conmigo.
La besé. Por primera vez yo tomé la iniciativa.
—Lamento haberte hecho pasar ese mal rato... —murmura con cierta pena en sus palabras, sonrío comprensiva en forma de respuesta y niego con la cabeza—. Pude haber acabado con tu alma, Tree.
—Pero no lo hiciste, Lu —le recuerdo tranquila, sin sentir nada más que paz al estar a su lado—. Gracias por confiar en mí, espero poder ayudarte más para que te libres de todo eso.
—Te lo agradezco, de verdad —susurra dubitativa mientras toma mi mano para dejar un cálido beso en ella—. ¿Qué fue lo que hiciste con exactitud?
—Canalicé tu energía. No sé cómo lo hice ni porqué, solo surgió así. Mi mente parecía saber que era canalizar la energía de alguien y cómo hacerlo, no tuve que pensar mucho —explico en un pequeño suspiro exhausto que le provoca una sonrisa burlona—. ¿Qué? No entiendo en qué momento dejé de ser una humana normal que solo se preocupaba por sobrevivir un día más.
—Ahora conoces lo que es vivir —afirma con un pequeño ápice de alegría en su última palabra, coloca un mechón de mi cabello detrás de mi oreja—. Sé que tus traumas no van a desaparecer de un día al otro, ni dejarás de sentir esa... ¿Ansiedad? Que te consume cada segundo que respiras, pero estoy en verdad muy aliviada de que puedas conocer lo que es vivir, sonreír, compartir pasatiempos que te gusten o hacer cosas que te llenen por dentro.
—Gracias —beso su mejilla, dispuesta a levantarme para que ella regrese a sus tareas habituales junto a mí, pero me detiene al agarrarme del brazo sin ejercer presión—. ¿Qué pasa? Tu familia nos está esperando afuera, están preocupados por ti.
—Aquí quién debe agradecer creo que soy yo, por el sencillo motivo que desde que llegaste, cambiaste mi vida al cien por ciento y la transformaste en el buen sentido, Tree —su voz melódica llega a mi oído, suspiro enamorada—. Gracias por quedarte a mi lado y por querer ayudarme.
Dejo un corto beso en sus labios sin omitir alguna opinión más, me deja sin palabras, porque creo que ambas debemos agradecerle a la otra. Ella, sin saberlo, me salvó la vida. Y yo la salvé a ella porque su vida debe continuar, es muy digna de seguir respirando y atormentando a las personas que la dañaron en un pasado.
—¿Podemos pasar, hija? —la voz de Vorkiov nos saca de nuestros ensimismamientos y Luciale asiente en silencio antes de afirmar un "Adelante".
...
Luciale.
Recobrar la consciencia, despertar y encontrarme a Rowan a centímetros de mi rostro es una experiencia única en su clase que no titubearía al querer repetirla si pudiera, claro está que jamás podría, porque las sensaciones que me invadieron las sentiría de otra manera o con más intensidad.
La angustia que adornaba sus ojos removió esa parte de mí que creí que había muerto hacía cuatro o cinco años, el día que él me condenó a la pena más dolorosa: ser un alma miserable amarrada a su destino, fusionada con él y dependiente de las decisiones que tome o las condenas que se le impongan.
Percibí esas ansias de llorar junto a ella, de abrazarla y prometerle que jamás permitiría que la lastimen de nuevo, una promesa que si la dijera, sería la firma del contrato que mi alma creó con la suya; un vínculo irrompible, sempiterno, una conexión que ambas sentimos porque es semejante a una melodía que fluye en ambos sentidos y que nos persigue para que no nos separemos.
Estoy destinada a ella. Mi destino es Rowan Becker y estoy preparada para aceptarlo, para abrazarlo y adorarlo por la eternidad si me es posible.
Por años busqué la manera de romper la condena de Herafel hacia mí y revertir los daños que dejó en mi alma antes de marcharse. Su ausencia me carcomió durante un año, durante mi relación con Kreim y todo ese tiempo que después estuve sin vincularme con nadie de forma emocional, todo hasta que llegó Rowan ese día, un encuentro inesperado que me cambió la percepción de muchos asuntos.
Ahora veo que ella es la clave de todo esto y que, si yo no pude romper lo que Herafel generó, ella podrá hacerlo. La magia del sol es una de las más poderosas siempre y cuando su portador sepa manipularla a la perfección o con un total control de sus emociones.
Siempre supe que cualquier ninfa del sol o legendario, como los llaman a ellos, podría ayudarme con esta maldición que se apodera de mi cuerpo y espíritu cada cierto tiempo, solo que creía que estaban extintos. Hace años ningún imperio reportó nacimientos de un seguidor cercano a Skara como ellos, la última ninfa del sol era Nymra Polvest, pero ni siquiera hubiera podido ayudarme.
—Hija —la voz de mi padre me lleva de regreso a la realidad, alzo la mirada para analizar su expresión y la de mi madre. No pasan desapercibidas sus cejas fruncidas que reflejan la misma angustia que Rowan antes de que yo despertara—. ¿Cómo estás, Luciale?¿Qué sientes?
Se sienta a mi lado sin rozarme siquiera, pero otorgándome esa oportunidad para abrazarlo o darle un beso en la mejilla como cuando yo era más joven. Por más que desee hacer algo como ello, con tanto público presente me es inexistente pensar en esa posibilidad.
—Tal vez estoy un poco aturdida, pero me siento bien. Mejor que antes —admito dubitativa antes de dedicarle un vistazo a Rowan, sus iris cafés me obsequian el mismo vistazo y complicidad—. ¿Sucedió algo en mi ausencia?¿Cuánto tiempo estuve así?
—Unas pocas horas —responde mi madre, sus manos se cruzan de forma elegante—. Gracias por ayudar, Rowan.
—No es nada, señores. Haría lo necesario para que Luciale esté siempre bien, claro, si me lo permiten —afirma con esa sonrisa amplia que tanto me gusta y que quisiera tener la dicha de apreciar por la eternidad.
La sonrisa que mi padre intenta disimular delata el aprecio que le tiene a Rowan, se acaba de ganar su aprobación con ese comentario tan honesto. Vorkiov Meire solo había aprobado a uno de mis tantos vínculos amorosos y ese fue Kreim Liweul, por la cercanía de nuestras familias, más allá de que él siempre supo cuál era su lugar, quién era la autoridad en este imperio y de lo que era capaz mi padre si alguien se le ocurría dañarme.
—La líder de los Quishenas, Krissalida Trayshon, desea hablar contigo —me comunica Chrystel desde la puerta y yo asiento repetidas veces sin mencionar nada al respecto.
Me resulta muy curioso que esa mujer anhele conversar conmigo, ¿Qué tiene para decirme que no puede tratarlo con su otra emperatriz? No soy la única soberana de Abdrion. Rowan posee los mismos títulos honoríficos que yo y el mismo poder político, las decisiones se toman en conjunto, las reuniones se realizan con ambas presentes.
—Puedo hablar con ella en lo que Luciale se recupera —sugiere Rowan, se levanta de la cama con cuidado para no arrugar su vestido—. ¿Nos vemos después, Lu?
—Claro, tienes derecho a aceptar esa reunión. También eres emperatriz, Tree —le sonrío para serenar sus nervios, ella agradece mi gesto franco antes de retirarse de mi habitación.
Chrystel sigue sus pasos, al igual que Laissa y Martz, quienes prefieren retomar sus ocupaciones diarias como consejera y Sir de la emperatriz. Poco a poco el silencio gana en esta inmensa habitación de colores tan sobrios como el morado oscuro, el gris plata y el negro.
—¿Estás herida de alguna manera? La última vez te cortaste la palma —indica mi padre, su tono afligido me llama la atención.
—No. Si fuese fuese el caso, Rowan ya me lo hubiese señalado —suspiro llena de pesadez, el odio al recapitular las palabras de Herafel, que creí haber dejado en el mar del olvido, crece dentro de mí. Se alimenta del rencor que hay en mi alma después de sus acciones, de su partida, de su engaño y su traición.
Nunca hubo lugar para el amor si se trataba de él. Desde el día en que me traicionó a sangre fría, no existió lugar para el amor. Ese sentimiento acaba cuando golpean tu confianza, proceden a lanzarte dentro de un abismo oscuro y huyen con una parte tuya entre sus manos.
—El día que reparaste la barrera con Rowan... —Vinavina interrumpe la ausencia de otro sonido que no sean nuestras respiraciones, expone sus palabras con ese aire tajante, seco y gélido que siempre le perteneció a ella—, lo viste. Así como también al espíritu de Nymra Polvest.
—Hubiera preferido que fuese su espíritu —siseo, cargada de ironía. Me pongo de pie con esa indiferencia que me ha rodeado durante años, esa máscara de imperturbabilidad que uso al estar con otras personas. Acomodo las mangas de mi vestido, como si le restara importancia al asunto—. Era ella, en cuerpo y alma. Nymra Polvest se reverenció ante mi mujer.
—¿Cómo? —la nariz arrugada de Vinavina me enseña su confusión ante mis palabras, a pesar de que ella odia con todo su ser el hecho de que exista la posibilidad de que alguien lea su lenguaje corporal, pero en este momento pareciera interesarle poco y nada aquello—. ¿Se reverenció ante ella?
—Eso significa que Rowan le inspira respeto, jamás fui testigo de que un Polvest se reverenciara frente a una persona que no sea parte de su familia —expone mi madre, sus dedos se enredan en su cabello rubio mientras mantiene su vista orientada hacia mi padre sin tener idea de que más decir.
—¿Cuántas posibilidades existen de que Rowan sea familiar de Nymra Polvest? —inquiero pensativa, a la vez que camino hasta mi tocador para retocar mi cabello rubio y mi maquillaje—. Ella mencionó que Rowan tenía familia en este mundo, pero... descuiden, es prácticamente imposible. Destacó Abdrion, no Khiat.
Reflexionar que le di acceso a esa chica de la sonrisa tierna para introducirse en mis memorias más dolorosas se siente más ligero de lo que llegué a pensar. Por mucho tiempo consideré la idea de que quizá lo mejor era nunca darle la entrada a mi mente, por todas las situaciones que podrían terminar con la poca cordura que le queda, con su casi nula estabilidad.
Por un momento, juré que sentiría culpa por entregarle mi confianza a una "desconocida", cuando yo más que nadie sé que Rowan Becker «Tree» no es una extraña en ningún sentido, nuestras almas se reconocen como si hubieran vivido en otras vidas y esta sea en la que al fin nos reencontramos.
Lo lacerante que sentí no fue entregarle la llave para que rebusque en mi corazón y en mi mente alguna solución a esas heridas que Herafel creó en mí; lo lacerante fue revivir esos instantes que pensé que habían sido alcanzados por las tierras de la desolación y del olvido que habitan en mí. Ella sintió mi dolor y yo lo reviví por milésima vez en tanto tiempo.
—Creo yo que habría que investigar sobre la familia de Rowan, Luciale. Nymra sabe muchas cosas —propone Vinavina, un poco más animada. Pareciera ser que hablar de la mujer que ocupa mi corazón le devuelve un poco ese ánimo que estuvo perdido desde que comprendió que vivía en un encierro. No hubo ataques hacia mí en estos días, aunque no descarto la posibilidad de que los habrá—. ¿No piensan lo mismo?
—Algún día la pondremos en práctica —aseguro antes de que mi madre decida hablar—. Ya sé que no quieres invadir la privacidad de Rowan, mamá, yo tampoco. Por eso trataré de comentarle este asunto a ella y que sea ella quien decida si quiere descubrir sus verdaderos orígenes.
La muchacha de cabellos rojizos no contraataca mi criterio, mucho menos se atrevería a tan solo pensarlo después de la fugaz —pero mortal— mirada que le lancé a través del reflejo del espejo de mi tocador. Por mucho que ella le lleve la contraria a todos, pues así es la famosa Vinavina Arino, sabe que lo más lógico y sensato es no atacarme en este momento.
Es tan astuta, racional y calculadora como yo. Si no existiera esta enemistad entre nosotras, creo que podríamos vincularnos como una amistad o lo más parecido a esa conexión.
—Nos retiraremos para que te prepares y vayas a la reunión con la líder de los Quishenas, si necesitas algo, por muy mínimo que sea, nos llamas —dictamina mi padre y yo asiento, centrada en mis objetivos temporales.
Una vez oigo como las puertas son cerradas y los pasos de ellos tres se alejan de mi recámara, me permito soltar un suspiro profundo, exhausto, uno que llevaba conteniendo todo este tiempo. Enfoco mi vista y pensamientos en el delineado que intento remediar, luego de perder el control de mi cuerpo, mis ojos lagrimearon y producto de ello, mi maquillaje se corrió.
Deslizo el delineador negro por la línea de agua debajo de mi ojo, lo que le da un aspecto de mirada más sombría y penetrante. Procedo a trazar el delineado del párpado superior, pero me veo obligada a detenerme en el instante en que siento una presión en mi cuello.
Mi mano izquierda tiembla con el delineador en mis manos, el grito que me persigue desde que Herafel me unió a él, regresa a mi mente. Tomo una honda respiración para alejar cualquier pensamiento de ese día de mi cabeza, pero es imposible.
Recuerdo mis gritos.
Mis lágrimas.
Mi desesperación.
Mis esperanzas de que él estuviese mintiendo.
Su mano en mi cuello, ahogándome.
Robándome la vida.
Mis súplicas que nunca le grité, esos "Déjame en paz, por favor" que se quedaron en mi mente.
"Deja de arruinar mi vida como si te perteneciera"
"Te lo ruego, suéltame"
"Déjame. Por favor"
"¿Qué te hice para que me odiaras tanto?"
Los hechizos que él selló en mi alma se repiten en mi mente, «Consumiré cada uno de tus pensamientos y sueños» «Inútil. Incompetente. Despreciable. Idiota» «No te amo, Luciale Meire» «Somos el uno para el otro, amor mío» «Tendrás un tatuaje en tu abdomen, un bonito tatuaje que te recordará a quien le debes agradecer por arruinar tu vida, Luciale Meire»
Mi mano libre se acerca de forma instintiva a ese sector de ese tatuaje, que más bien luce como la cicatriz de una quemadura, dónde brilla la imagen del kreive de Astenont.
Consiste en una espada que atraviesa a un corazón y a una estrella de seis puntas. Desconozco los significados de ese símbolo presente en la bandera de Astenont, uno de esos tantos símbolos que ellos tienen.
Una lágrima navega por el valle de mi mejilla, la gelidez que invade los lugares por los que ella pasó no me asusta ni tampoco me devuelve a la realidad. Recuerdo sus besos sobre mi piel, sus promesas de falso amor, sus golpes, las caricias que me daba después de cada pelea, los besos prohibidos, la tentación que nos embargaba a ambos. Sus besos están marcados en mi piel y detesto sentirlos, quiero borrarlos, ignorarlos, porque nada de eso debió suceder. Nunca.
Agradezco tanto que Rowan no haya llegado hasta el día fatal, el día en que comenzó todo este camino donde yo me fui rompiendo en miles de pedazos que jamás pude recomponer, ni siquiera los tengo todos en mi poder.
Cuando entregas un sentimiento a una persona, si la traición, el engaño o el desacuerdo rompe el vínculo y esa persona se aleja, siempre se lleva una parte de nosotros. Es inevitable.
Herafel se llevó muchos más pedazos de mí de los que yo hubiese querido. Se robó mi cordura, mis sentimientos, emociones, mi corazón, mi destino tranquilo. Me lo arrebató todo.
El eco de sus besos en mi piel y en mis labios junto a mis muñecas sostenidas sobre mi cabeza por él, me atormentan y es imposible reprimir las lágrimas que escapan de mis ojos cuál presa de su depredador. El sentimiento desolador que me invade es como una caricia a mi yo herida.
Luli Meire murió ese día que Herafel la traicionó y la abandonó.
Así como su Lai Arino. A ella también la destruyó e incluso me atrevería a decir que más que a mí. Lo puedo divisar en sus ojos verdes cada vez que conectamos.
Seco mis lágrimas con delicadeza para no arruinar el maquillaje que todavía no sucumbió a mi llanto y sereno mi respiración grandes bocanadas de aire. Regreso a mi tarea de retocar mi maquillaje para despejar mi mente.
Tengo ocupaciones que cumplir, una escoria a la que encontrar y asesinar, y un futuro por delante con mi emperatriz Tree Becker.
...
Mis tacones negros anuncian mi llegada en la mansión de los Quishenas, al aproximarme al gran portón de la entrada junto a la Ashtare Paularah Kreshton y sus soldados más leales, soy recibida por las segundas al mando de la líder Krissalida Trayshon.
—Majestad, Ashtare —se reverencian ante nosotras, la muchacha que me ha dirigido la palabra, toma el coraje de formular:—. ¿Desea continuar con la reunión que la emperatriz Rowan ha aceptado?
—Así es —me limito a responder, la frialdad tiñe cada uno de mis gestos, pero es mi indiferencia lo que la asusta.
Es una joven de unos veinticinco años, desconozco su nombre o familia, pero si Krissalida confió en ella como para que sea su segunda al mando, es porque debe haberle demostrado una lealtad y valentía dignas de ese puesto.
A Trayshon pocas personas la convencen.
No espero una indicación por su parte, cruzo el portón de rejas negras y me introduzco dentro del jardín que me llevará hasta la tan temida, y a su vez adorada, mansión dónde residen los Quishenas más poderosos de Abdrion.
La edificación de estilo victoriano me da la bienvenida, sus paredes oscuras inspiran una energía siniestra, sombría, además de estar cubierta por un pequeño halo de oscuridad similar a la barrera que nos protege. No temo en atravesarlo y Paularah no tiene problemas con ello, al ser dos especies oscuras, este tipo de magia nunca atentaría contra nosotras.
En cuanto cruzo sus puertas, varios Quishenas se reverencian ante mí y murmuran varios "Emperatriz" "Diosa Sheneira", que si bien no los ignoro, tampoco envío señales que indiquen que estoy entusiasmada por oírlos. Sé que la mayoría de los que habitan en esta mansión son traidores a la corona y a la familia real, pues su lealtad está con los Arino.
Cada quien es libre de elegir hacia quienes van dirigidas sus lealtades, pero deben tener muy presentes las consecuencias que pueden haber.
Casi no tardo en llegar a la sala donde están mi futura esposa y Krissalida Trayshon. Podría haber utilizado mis habilidades de teletransportación, pero estoy agotada lo suficiente como para no cometer ese error que me podría llevar a obligar a quien sea que me entregue su suspiro de vida para satisfacer mi falta de energía.
Presencio y oigo un par de gritos que no se oyen para nada felices, alzo mis cejas sin que haya sorpresa en mi rostro, tan solo un velo de inexpresividad mezclada con la gelidez que me invade en situaciones así.
De más está decir que esta situación me disgusta por completo, ¿Cómo se atreve a gritarle a una de las emperatrices del imperio? Vaya, yo que pensaba en darle una oportunidad a esta mujer Trayshon.
—¿Qué espera, majestad? —susurra Paularah a mi lado, seria como nunca. A ella tampoco le resulta agradable lo que oyó.
—Escucha lo siguiente y entenderás porque esperé —le indico en un susurro casi inaudible, pero bastante molesto por lo vivido.
—¿¡Qué parte de lo que acabo de decir no entiendes!? ¡Me da igual si la emperatriz te nombró igual a ella, tú nunca serás igual a ella, Rowan Becker! —grita esa tonada seductora y ronca que describe a la perfección quién es la mentira divina nombrada como Krissalida Trayshon.
—Soy tu emperatriz también, Krissalida. Y como emperatriz debes respetarme, ¿Qué sucede?¿Represento una amenaza para ti? —la calma de Rowan me sorprende, pero disimulo el asombro. A pesar de haberle gritado en respuesta con anterioridad, en este momento se mantuvo tranquila para demostrar su autoridad frente a alguien que ni debería pensar en rebelarse contra su figura—. Sé que no estás muy contenta con los cambios que han habido en Abdrion, pero debes aceptarlos por tu bien. ¿O crees que no sé qué fuiste parte de quienes ayudaron a nuestros enemigos?
La falta de respuesta por parte de Krissalida la deja en evidencia que lo indicado por Tree es más que una verdad. Es un hecho. Ella es consciente que firmó su sentencia de muerte y que nada de lo que haga, por más súplicas o ruegos que me envíe, podrán salvarla del trágico destino que le espera si ordeno su ejecución.
—Lo sé todo, Krissalida —agrega Rowan, con una firmeza que nunca había visto en ella—. Si valoras tu vida como tanto crees, respétame. La emperatriz Luciale resolverá tus dudas más tarde.
—Nunca te ganarás el respeto de nosotros, aunque te hayas ganado el de Crastare impi, Sevkesfva —espeta con desprecio la líder de los Quishenas y considero que es momento de intervenir.
Aparezco detrás de la mujer de mi vida tras abrir las puertas yo misma, debo admitir que su cabello oscuro se ve tan hermoso y brilla tan bellísima con esa postura de una persona que acaba de conocer la manera de hacer valer sus límites y reconoce el amor hacia sí misma.
—Majestad —las facciones de Krissalida Trayshon se tintan de asombro, temor y nerviosismo. Se reverencia ante mí con rapidez—. La había llamado hace unas horas.
Examino su aspecto físico. Es un poco más baja que yo, por unos pocos centímetros diría yo. Su tez es ligeramente pálida, sus grandes ojos aguamarinas me dirigen la mirada sin poder ocultar el miedo en ellos; lleva su cabello negro y morado oscuro recogido en un fino moño que deja dos mechones libres a modo de flequillo, uno de cada tonalidad que porta en el resto de su cabellera.
Tiene treinta años. Es la hija más preciada de los Trayshon, una familia de seres de la oscuridad que se han ganado un lugar entre los Quishenas tras años de utilizar su poder a su antojo y con fines para nada benévolos durante el gobierno de los Arino.
—Krissalida Trayshon, ¿A qué se debe su insistente llamado? —disimulo mis ansias de rebanarle la cabeza tras faltarle el respeto a Tree de esa manera. Mi semblante intimidante genera cierta timidez en mi interrogada—. ¿Podría aclararme cuáles son sus motivos para ser tan perseverante en una reunión que podíamos concertar otro día?
—Discúlpeme, majestad, es que... —empieza a argumentar, pero la detengo al alzar mi mano.
No me apetece oír sus estúpidos argumentos que no llevarán a ninguna conversación interesante. Tampoco dejaré correr una falta de respeto como la que efectuó contra una de sus emperatrices. ¿Con qué derecho? Rowan Becker, mi mujer, debe ser igual de respetada que yo, posee el mismo cargo político que yo y somos dos en este imperio, no una sola.
Mis manos adquieren la forma de un par de garras con perfectas, afiladas y largas uñas negras, tan afiladas como la hoja de un cuchillo. Tomo el rostro de Krissalida desde el mentón y la obligo a que me dirija la mirada.
—¿Usted piensa que yo no sé cómo osó faltarle el respeto a la emperatriz Rowan Becker? —siseo sin demostrar ninguna emoción, solo imposibilidad y tal vez una pizca de desprecio hacia su persona. Cualquiera que rinda cuentas a los Arino es un enemigo mío y de mi imperio, y como la emperatriz, debo tomar cartas en el asunto—. Escúcheme con atención, líder Trayshon. Las consecuencias por traición a la corona usted las conoce a la perfección, ¿Debo recordarle que una de sus hermanas fue ejecutada bajo ese cargo? Y no fue cualquier tipo de ejecución, usted sabe.
—Majestad...
—Si llego a ser testigo, o siquiera escuchar algún acto ilícito más que provenga de su parte, se atenderá a las consecuencias. Asumirá la condena que se crea necesaria para usted y ni su familia, ni sus líderes, ni tampoco los dioses que tanto alaba, podrán salvarla o redimirla —dictamino despectiva, hundo una de mis uñas en una de sus mejillas. La sangre negra escurre por su mentón, su leve quejido satisface mi persona—. Recuerde mantenerse del lado correcto, comprende a que me refiere, ¿No?
Asiente sin ser capaz de responder a mi sentencia, la suelto de forma brusca al mismo tiempo que mis manos adquieren su silueta original. Imagino que Tree debe estar bastante asombrada por mi actuar, pero ella es consciente de que soy capaz de mucho y no temo en reaccionar ante casos así.
—Ya que usted no se digna a responder mis preguntas, ¿Puedo exigirle que responda una? —la persuado un poco, ella asiente y se recompone—. ¿Por qué hay rumores de que usted se vio involucrada en los sucesos recientes que han ocurrido?
...
Holissss, a pedido de varios, les traje capítulo mucho antes del día de actualización. También fue porque me dio un brote de inspiración y dije: no puedo dejar pasar esta oportunidad.
Son 7000 palabras de puro drama y dolor que nos deja sin inestabilidad emocional JAJAJAJAJAJAJA 😭
Agradezcanle a mi ex por dejarme tan dolida que quiero hacer sufrir a mis personajes :). Es broma, esto del sufrimiento de Rowan y Luciale ya estaba planeado desde mucho antes.
¿Qué opinan del capítulo?
Mucha info, mucho dolor, pero también bastante amor.
¿No pensaron en los ✨mi mujer✨ de Luciale?
¿Creen que Krissalida es trigo limpio?
¿Alguien más odia a Herafel tanto como yo?
Espero poder traerles capítulo en unos días <3. Seguramente ustedes se hayan tragado este cap en 30 minutos y yo tardé como 6 horas en escribirlo 🤡
Cositas que pasan JAJAJAJAJ.
Nos vemos en el próximo cap, bebés. Los amo <3
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