↠Capítulo 11. "Primera señal"
Luciale.
Suelto mi cabello mientras permito que la magia haga su trabajo para recogerlo en una media cola que lleva dos trenzas pequeñas y un broche dorado con la forma de la estrella Skara.
Nunca he sido muy fan de desayunar, prefiero no ingerir alimentos en las mañanas, pero dada la petición de mis padres decidí acceder. Más allá de querer darles el gusto, también necesitaba salirme de la rutina por un rato.
Suspiro mientras dirijo la taza de café sin azúcar a mis labios. El sabor amargo me relaja un poco y el aroma es una de las pocas cosas que me gusta de esta bebida. Adoraría desayunar con vino, pero no sé qué tan adecuado sea para continuar con mis tareas más tarde.
Si bien el alcohol no me afecta gracias a mis poderes, quisiera un poco más de paz y un mejor aliento al hablar.
—Buenos días —saluda Rowan, mientras se sienta en una de las sillas.
Se encargan de servirle un buen desayuno, a pesar de que ella insiste en que puede hacerlo sola y que no necesita ayuda, de todas formas les agradece a la cocinera y ama de llaves porque entiende que es su trabajo. Y porque es un amor de persona que siempre intenta ser amable con todos, por más que muchas veces no pueda expresarlo.
—Buenos días —digo por inercia, con cierta monotonía en mi voz—. Quería hablar sobre...
—¿Sobre lo que soy? Claro, yo también quería hablar de ello —murmura con un ápice de nerviosismo en su voz mientras corta un trozo de la tarta de chocolate—. Estuve leyendo lo que me trajiste.
—Si lo leíste, entonces no es necesario que yo mencione tu especie. ¿Verdad? —hablo un poco cortante mientras dejo la taza, ya vacía, en la mesa.
—Soy una... ¿Ninfa del sol? —su respuesta resulta más en una pregunta que en la afirmación que yo esperaba.
Mantengo mi expresión impasible mientras tomo una magdalena de naranja para llevarla a mi boca.
—En definitiva, lo eres. Tus ojos son la viva imagen de lo que relata la leyenda los ojos del sol de Astenont —menciono sin perder mi severidad, aunque intento ser más delicada al hablar con ella.
Me he percatado de que hay ciertos tonos de voz que la atemorizan, lo puedo visualizar a través de sus ojos oscuros que se tornan cristalinos o brillan de la forma en que lo hacen las almas que se hunden en una oscuridad más profunda de la que ya estaban.
Elijo no recordarle ciertos momentos que aún perduran en lo más profundo de ella y que relucen cuando hay un detonante a su alcance.
Si eligió quedarse en mi imperio, es para escapar de su tortuosa vida en la Tierra. Debo darle una mejor estadía, no recordarle su antigua vida con cada tono o actitud que tengo.
—No entiendo —habla estupefacta, dirijo mis ojos grisáceos hacia ella para demostrarle que tiene toda mi atención en este momento—. Sigo sin saber cómo llegué aquí, como desperté cerca de ese bosque y... no comprendo. ¿Por qué yo estaría en la Tierra? Se supone que soy una especie muy exótica o eso decía ese libro.
Trago la parte que mastiqué de la magdalena antes de suspirar y apoyar mis manos en la mesa, analizo muy bien las palabras que voy a decir.
—Pasó algo más que tú no recuerdas para que terminaras en la frontera con Khiat, Rowan —opino estoica—. Alguien te llevó a la Tierra para ocultarte de algo y otra persona quiso traerte de regreso al lugar que perteneces. Tu hogar siempre estuvo aquí.
Sus cejas fruncidas se serenan al escucharme, deja con cuidado el tenedor sobre el plato para luego apoyar su frente sobre sus manos antes de recomponerse de nuevo y continuar con esta conversación.
—Yo te dije ese día que no tenía ni idea de cómo llegué aquí, ¿No? —sus orbes oscuras buscan alguna reacción de mi parte, pero solo me dedico a asentir en silencio—. Lo último que sé es que estaba hablando con mis amigas en una cafetería. Es todo lo que recuerdo.
—¿Has pensado que alguna de ellas te mintió sobre sus orígenes? —indago, es un detalle que debería haber pensado antes, pero lo pasé por alto sin percatarme de ello.
—Sí, pero mi respuesta siempre será un no —asegura a muerte—. Jenna jamás me dañaría y las demás ni se interesaban en mí lo suficiente, sé cuando una persona quiere algo de otra y cuando no. Aprendí a diferenciarlo desde muy pequeña.
Sus últimas palabras resuenan en mi mente como si se tratasen de una daga que intenta clavarse en lo profundo de mi ser.
Jenna.
Su mejor amiga se llama Jenna Bransen. Lo vi el primer día y la primera vez que hablé con Rowan. El nombre de su mejor amiga se quedó grabado en mi mente, porque había algo que no me cuadraba del todo, pero no presiento nada malo contra esa muchacha.
—¿Por qué estaría viviendo en la Tierra una vida de mierda, Luciale? —cuestiona, lo que me llena de sorpresa al percibir el valor que debió tomar para formular esa pregunta.
—No lo sé. Eso solo tus padres lo saben, si es que ellos eran conscientes de todo esto... —murmuro con más suavidad que antes.
El tema de su familia es algo complicado para ella. Después de todo lo que revelé de su vida y lo que leí en su sangre, no me quedaron dudas de que hay heridas que Rowan Becker todavía no ha sanado. Y tal vez no esté próxima a sanar.
No era mi derecho meterme en su vida, por ello no hago comentarios al respecto. Si ella quiere confiarme una parte de su alma, la escucharé y no la juzgaré. Si no quiere revelarme nada, no está obligada.
Rowan parece a punto de replicar mi frase cuando Chrystel aparece por la puerta sin dar explicaciones. Su semblante dista demasiado de ser el usual en ella, es como si hubiera visto al Lucifer actual. O algo grave hubiese ocurrido.
—Tienes visitas, Señorita Luciale —musita en mi dirección—. Es importante.
—¿Quién o quiénes? —me coloco de pie mientras aliso la falda de mi vestido.
—La emperatriz Einer Ditnova te espera en el salón de invitados.
La muchacha castaña comparte una mirada inquisitiva conmigo, pero al mismo tiempo, insegura. Quizá por la frialdad que cubrió mi rostro en cuestión de segundos, o por mis acciones.
Seguro no ha pasado desapercibido para ella la forma en que mis cejas endurecieron mi expresión, en cómo mis ojos oscurecieron su tonalidad grisácea habitual dejando ver a los ojos de la muerte; tal vez hasta mis labios adquirieron un aire tétrico al permitir que se colara una pequeña sonrisa de suficiencia por ellos.
—Ya regreso.
...
Peino un par de mis mechones rubios antes de liberarlos para que caigan por mis hombros, los cuales quedan a la vista por el vestido de mangas que no empiezan por ellos como es habitual. La falda de seda negra cae por el suelo, seguida por la de transparencia negra que contiene hilos de plata y oro.
Las mangas son de encaje, al igual que el torso y escote, solo que este tiene una tela protectora debajo en el mismo tono que el resto del vestido, además de portar rubíes adheridos, lo que le da un toque de sofisticación.
Los guardias me observan llegar y realizan una efímera reverencia antes de abrir las puertas, anunciando mi llegada en el proceso.
—Su majestad, la emperatriz Luciale Meire.
El sonido de mis tacones negros resuena en la gran habitación silenciosa. Una figura femenina me recibe de espaldas, su postura segura y su cabello azabache es algo que siempre la caracterizaron.
—Majestad Sheneira —pronuncia con elegancia mientras se voltea. En el momento en que quedamos cara a cara, me regala una sonrisa confiada a la vez que se reverencia.
Su cabello negro cae hasta sus hombros en un corte recto, a simple vista parece suave y lacio, según lo que yo recuerdo lo llevaba más largo la última vez que nos vimos. Sus ojos azul profundo, como un par de zafiros, me reciben con una mirada entre desafiante y a la vez segura de sí misma. Sus labios rojos esbozan una sonrisa, como ya he detallado antes, confiada. Algo muy importante en ella.
La corona de la antigua emperatriz de Astenont se alza sobre su cabello. Plateada, con incrustaciones de rubíes, zafiros y una piedra en forma de corazón en el centro. Una adalia negra, un codiciado y bello mineral que solo es posible de encontrar en Astenont, y que hasta donde poseo conocimiento, siempre fue propiedad de la corona roja.
Mantiene sus manos ocultas en los bolsillos de su pantalón de tela negro. Su traje del mismo color es impoluto, al igual que su camisa, lo único blanco de su atuendo.
—¿A qué debo su presencia, emperatriz Einer Ditnova? —prosigo con las formalidades, al mismo tiempo siento un pinchazo de disgusto.
Creo tener cierta idea del porqué ha decidido visitarme.
—Tomemos asiento, majestad —sugiere firme, sus orbes azules viajan hasta sus uñas para distraerse.
—¿Qué es tan importante como para que debamos conversar sentadas? —mi mano izquierda baja hasta la silla de la mesa que ha aparecido a nuestro lado. Acomodo el objeto sin apartar mi campo de visión de ella.
—Usted ya debería saberlo —su actitud despreocupada me desconcierta de cierto modo, pero no se lo dejo entrever.
Desabotona su saco y luego se lo quita para dejarlo descansar en el respaldar de la silla frente a mí. Se sienta con una delicadeza y a la vez firmeza dignas de una gobernadora y diosa de Astenont.
Estar ante Darkar dit nivskrova, lo cual traducido a los idiomas humanos significaría «Dama o Señorita de la noche», no me afecta en lo absoluto.
—Ha tardado su tiempo en venir a hablarme —puntualizo cautelosa—. Cinco años si soy más específica.
—No creí que llevaras la cuenta de los años —cruza sus piernas mientras acomoda los puños de las mangas blancas—. ¿Eres meticulosa con eso? Que novedad.
—Sea directa, emperatriz Ditnova —exijo, cortante y bastante seca, pero sin inmutarme ante su presencia.
Tampoco acorto la distancia que hay entre nosotras, prosigo por darle un trato formal y educado. No quiero que pierda el respeto, ni que se confíe mucho.
Ella capta el mensaje.
Las comisuras de sus labios rojos se elevan hacia arriba, dejando a la vista sus perfectos dientes blancos y esos colmillos que pocas veces deja ver. El gesto transmite más que ironía y a la vez cierta coquetería que siempre fue su sello personal.
—Herafel Ditnov —nombra sin culpa, sin emoción alguna.
—¿Qué hay con él? No comprendo que debe ser tan importante para tener a su majestad de la corona roja aquí frente a mí —enfatizo con gelidez disfrazada de cortesía—, en mi salón de invitados. En mi imperio.
—Desde hace una semana ha dejado de ser parte de la familia Ditnov y el Ejército Rojo no abogará por su seguridad —informa sencilla e indiferente—. Quería disculparme por lo ocurrido hace unos años.
—Quien se debe disculpar es él, no usted, emperatriz Ditnova —mi voz es contundente, llena de acidez—. ¿Algo más que deba saber?
—Mi hermano y yo estamos profundamente arrepentidos por las acciones tomadas en una situación que no nos concernía. Puede ponerle un precio a la cabeza de Herafel Ditnov y evitarse futuros problemas —habla de forma seria. Su postura se ha tensado un poco, pero no deja de ser tan segura como desde el momento en que se sentó a hablarme.
—Lo pensaré —opino impasible, aunque siento la rabia creciendo a fuego lento en mi interior, el resentimiento serpentea por mi espalda y amenaza con tragarse la poca cordura o racionalidad que me queda—. Sé que Nymra Polvest lo ha vuelto a hacer.
Su rostro se mantiene igual que al comienzo de esta charla sin sentido. Su mentón se mantiene un poco elevado, sus cejas se hallan ligeramente fruncidas, sus labios son lo único expresivo en ese pálido rostro por la luz que se filtra de los ventanales.
Una especie de la noche exponiéndose a los peligros del día. Me causa muchísima curiosidad hasta donde es capaz Einer Ditnova de limpiar su honor, si es que eso quiere. Dudo que todo esto sea por benevolencia, ella es lo opuesto a su madre.
Yo no soy a quien la gente le pueda ver la cara de idiota.
—Aquí todos sabemos lo que representa ella y su llegada al poder de Khiat.
—Frenar a un diablo antes de tiempo alimentará con odio a las masas que lo apoyan —me atrevo a decir y es la única opinión honesta que le daré a alguien que no sea de mi confianza.
—En efecto —concuerda Einer, seria—. Pero no me refiero a detenerla antes de que comience. Tú sabes, majestad.
Claro que sé a lo que se refiere. Planea mantener a Nymra en su mundo ideal donde se cumple lo que ella desea mientras los demás nos encargamos de alejar y enemistar a cada persona que se haya aliado con la emperatriz de Khiat.
No es muy rebuscado y hasta podría ser un poco obvio para Polvest, pero tampoco debo subestimar a la mujer frente a mí. Es impredecible, tanto como lo soy yo.
Un golpeteo en los ventanales desvía mi atención, me percato de que ocurre lo mismo con Einer. Visualizo al culpable del ruido, mi mirada viaja por toda la habitación hasta detenerse en el ventanal más cercano a la pared izquierda, donde un cuervo negro de ojos naranjas pica el cristal para que yo le abra.
—Oh, ¿Tienes un cuervo? —formula la emperatriz Ditnova con palpable fascinación. No aparta sus orbes azul oscuro del conde Liweul.
No emito palabra alguna hasta llegar al ventanal, destrabo con cuidado una de las hojas del cristal teñido de un leve celeste. Retrocedo unos pasos para que Kreim pueda entrar, quien se posa en mi hombro izquierdo.
—No era momento para que vengas —susurro, molesta de forma leve.
Tras un golpe seco, la figura humana de Kreim Liweul se alza a mi lado. Lleva un traje negro en su totalidad, pero el saco lo mantiene abierto y lo acomoda un poco para ganar más elegancia. Contengo mis ganas de rodar los ojos.
—Lamento interrumpir, majestad —se disculpa por pura educación, soy consciente de que no siente nada de lo que dice. Se reverencia ante nosotras.
—Kreim Liweul —articula la mujer de cabello oscuro, su mano se extiende en dirección al Conde, una vez se posiciona cerca de él—, conde de Mellster.
—Majestad de la corona roja —agarra con delicadeza su mano, y mientras acaricia con su pulgar el dorso, da un leve beso a los nudillos de la emperatriz—. Es un honor que nos agracie con su presencia.
Ambos se mantienen la mirada por unos cuantos segundos o quizá minutos, se desafían mutuamente, pero a su vez evalúan al contrario. Einer no parece disgustarse por la cercanía de él, algo extraño. Según lo que he podido apreciar estos años, ella detesta cualquier contacto o poca distancia con alguien, solo acepta a su hermano.
—Les dejaré continuar con su reunión, majestades —se despide luego de realizar una reverencia y desaparece por la puerta como si jamás hubiese aparecido por aquí.
Hablaré con él más tarde. Es una falta de respeto hacia su gobernadora que requiera verme sin avisar, no puede permitirse estas situaciones en público.
—Volviendo al asunto —fragmento el silencio que se creó entre nosotras tras las últimas palabras de mi casi mano derecha—. El plan no es muy rebuscado, pero sé a donde usted desea llegar haciendo eso.
—¿Ah, sí? —una mueca orgullosa se esboza en su rostro que comienza a recobrar su tono moreno habitual. La exposición al sol la colorea a una tez tan pálida que pareciera a punto de desaparecer—. Nos vamos entendiendo, majestad.
Me fuerzo a no rodar los ojos. Yo no quiero ni deseo entenderme con nadie, al fin y al cabo todos en algún momento me traicionarían. Es un malestar que busco evitar.
—¿Se le ofrece algo más, emperatriz Ditnova? —me pongo de pie a la vez que formulo mi pregunta, mis manos viajan hasta la mesa y se apoyan en ella para darme una postura más autoritaria que de costumbre—. No se preocupe si necesita unos días para volver a viajar. Mis padres le ofrecerán un sitio donde hospedarse.
Mantener a Einer Ditnova en mi territorio es una decisión arriesgada, pero me veo obligada a sugerir esto por el simple hecho de que me ha entregado en bandeja de plata el alma que más deseo en todo este mundo.
—Lo consideraré. Que pase un buen día, majestad.
...
Rowan.
Luego de la charla con Luciale, me dediqué a terminar mi desayuno tras recordar que "es la comida más importante del día". Siendo honesta, hay días en los que solo quiero dormir para que mi cabeza se silencie un poco, hoy es uno de esos días.
La esperé durante un buen rato en el que Kreim me saludó al pasar por el comedor, luego continuó su camino con tranquilidad. Hay muchas interrogantes en mi mente que giran en torno a él y la forma en la que la princesa de este imperio lo observa, o la confianza que aparenta darle.
Luciale regresó casi una hora después, su semblante no era el mejor. Podía apreciar su tensión y molestia, sus labios se presionaban con cierta fuerza y sus iris grisáceas parecían a punto de querer quebrar algo, pero por algún motivo no lo hizo. Se sentó a retomar nuestra conversación, aunque yo me limité a evadir el tema de mi familia, cosa que ella aceptó sin intentar indagar sobre ello.
Un alivio para mí. Las personas siempre tratan de investigar sobre mi vida privada, la relación de mis padres, mis familiares o vivencias. ¿Qué acaso nadie puede respetar la privacidad? Si elijo no revelar nada es por una razón importante, quisiera que comprendieran eso.
A veces la gente era cruel. Ponían en duda mis sentimientos al respecto, mis recuerdos, mis propias vivencias. Juzgaban mi manera de pensar, de reaccionar, incluso hasta minimizaban mis dolores. En otras ocasiones solo invalidaban mis emociones —que no es menos hiriente que lo otro, pero con el tiempo aprendí a soportarlo—, solo se centraban en ellos o en alguien que "haya sufrido más".
Abro mis ojos, el techo con forma de cúpula me recibe. Es un cristal tintado de azul oscuro, así que la luz entra como si se tratase de una ventana más.
Creo que esta habitación es la más iluminada que he visto hasta ahora.
Quise descansar unas horas después de la información que hace horas mi cerebro anhela procesar. Todo es tan nuevo para mí, pero al mismo tiempo es familiar. Se siente como si yo ya hubiera vivido todo esto, como si supiera la razón de todo.
Supongo que es por ser una ninfa del sol. Sus almas aparentan ser milenarias, saben hasta lo más mínimo sin necesidad de haberlo estudiado. Una buena explicación del porqué todos me han considerado superdotada desde siempre.
He vivido diecinueve años creyendo que soy un bicho raro, que soy yo la que está mal en este mundo y no los demás.
Los bigotes de Perséfone se presionan contra mi rostro. Bajo la mirada hasta encontrarme con la suya que no deja de mirarme de manera inquisitiva.
—¿Qué pasa? —hablo suave para no asustarla—. A veces cierro mis ojos como si durmiera, pero no lo hago en realidad. No te asustes.
Maulla en respuesta antes de recostarse contra mí, su ronroneo me calma y es como la balsa que me salva de hundirme en la marea de nuevo. Ella me trae a tierra, apenas ha pasado poco tiempo desde que decidí adoptarla, pero me ha sacado de mi oscuridad varias veces.
Eso me trae recuerdos de Kelly y Klay. La añoranza que tengo por ellos es inmensa.
Inhalo profundo y espero unos segundos para tranquilizar mi respiración al soltar el aire contenido, mas no lo logro. Hay algo que incrementa mi nerviosismo e intranquilidad, lo veo al no poder respirar de forma normal.
Mi vista se nubla de repente, hasta que no hace más que tornarse negra. Lucho contra el temor de no tener idea de que sucede y de la falta de luz que me rodea, toda mi vida la he amado porque en ella podía ocultarme con facilidad, pero ahora es como si me quemara por dentro.
Sin previo aviso, mi campo de visión regresa a la normalidad, pero el escenario frente a mí ha cambiado.
Diviso a una mujer de cabello castaño ondulado, tez pálida, ojos cafés y dos lunares, cada uno bajo sus ojos como si fuesen lágrimas. Sus cejas se fruncen ante la presencia de otra persona que reconozco muy bien.
Su cabello rubio se alza con el viento que corre, el vestido negro que porta se ajusta a su silueta en la parte de arriba, pero la falda no es tan extravagante como otras prendas que le he visto utilizar. Los detalles violetas y dorados llaman mi atención, pero más lo hace la corona que mantiene en su cabeza.
Las iris grisáceas que tanto me he dedicado a admirar durante estos días, han sido reemplazadas por un tono violeta oscuro, con cierto brillo extraño.
—Nev tavisthe zavsist, impi.
«No debiste desafiarme, emperatriz»
Su tonada es fuerte, imponente. Se mantiene inexpresiva a la espera de una reacción de parte de la otra mujer, que al parecer es más joven que la heredera de Abdrion.
Desconozco el motivo por el cual puedo entender el idioma en el que hablan. O creo entender.
—¿Sarth, Luciale Meire?
«¿Segura, Luciale Meire?»
La voz de la muchacha es inesperadamente cálida, hogareña, pero es una lástima que solo sea una fachada de lo que tal vez es una persona indiferente a todo.
Su rostro se gira en mi dirección, obligándome a tragar saliva al percibir su mirada café sobre mí. Arquea una ceja, con un rastro de sorpresa imperceptible.
—Sevkesfva —sonríe sin apartar sus ojos de mí—. Mitre kashriara, Luciale Meire.
«Compañera. Tu protegida, Luciale Meire»
...
¡Buenas, buenas!
Este capítulo es un poco más largo que los anteriores, pero igual tiene bastantes cosas interesantes e importantes.
Dentro de unos capítulos, la trama se acelerará y empezarán a pasar muchos sucesos. Les aviso para que tomen nota de todo lo dicho hasta ahora ;)
¿Opiniones?
¿Han venido por los tiktoks recientes? Reportense.
Espero que la historia sea de su agrado, chiquis. Me divierto mucho escribiendo este mundo lleno de misterios, guerras y magia.
¿Qué opinan de Einer? Yo la amo.
¿Y de la chica que Rowan vio? 👁️
Nos vemos en la próxima actualización semanal. Que tengan buena semana <3
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