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La verdadera historia...

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Seguí viendo al hombre frente a mí con la mirada firme, esperando una explicación sobre ese título, y finalmente el hombre dejó su lugar y se comenzó a acercar a mí.

- Tú debes ser Jeaneth Willerstong - dijo, extendiendo su mano. Asentí y la tomé levemente. Luego, él la besó con un gesto que me dejó confundida.

- ¿Puede decirme por qué tuve que venir aquí? Creí que solo me darían una nueva vida - dije, seria, mientras él soltaba mi mano.

- Primero porque mejor no me acompañas al estudio - respondió, comenzando a caminar. Lo seguí por un pasillo que recordaba a las fotografías del museo de arte, con un aire rústico y elegante. Abrió una puerta y entramos en una gran habitación llena de libros: era una biblioteca gigantesca.

- ¿Esto es suyo? – pregunté sorprendida, admirando el lugar.

- Cada libro aquí cuenta la historia del mundo, desde antes de mi padre hasta el día de hoy - dijo, sonriendo con orgullo.

- No quiero sonar grosera, pero no necesito saber sobre sus ancestros. Solo quiero saber exactamente por qué me trajeron aquí - dije, mirando a mi alrededor con una mezcla de curiosidad y desconfianza.

- Te entiendo, pero déjame ofrecerte, aunque sea la versión corta - dijo, acercándose a un estante y tomando un libro dorado como si la cubierta fuera de oro. - Espero que no les hayan contado mal - agregó, abriéndolo para mostrarme una imagen de diez personas.

- ¿Quiénes son? Acaso son... ¿Sus hermanos? - pregunté, frunciendo el ceño.

- Cuando mi padre mató a mis cinco hermanos como castigo a los mundanos, olvidó que algunos ya habían sido parte de un experimento. Esos experimentos no solo los volvieron singulares, sino que absorbían toda la magia de sus creadores, convirtiéndose en nuevos Celestiales - dijo, sonriendo con una mezcla de nostalgia y tristeza.

- ¿Quieres decir que la Élite está conformada por los hijos del Supremo, los Celestiales? - pregunté, tratando de procesar la información.

- Exactamente - asintió, moviendo su mano para que una bola de fuego verde emergiera de sus dedos. - Cada uno tiene un color particular y una habilidad única - dijo, mostrándome la imagen con varios colores y números.

- ¿Pero los singulares también, ¿verdad? - pregunté, buscando una confirmación.

- Como te lo mencioné, al ser una combinación de Celestiales con mundanos, sus particularidades tienen un color. Sin embargo, como cinco de mis hermanos murieron, esos colores son escasos, especialmente el rojo, gris, blanco, amarillo y el azul - dijo, mirando mis manos.

- Yo... el mío es azul - dije, sintiendo una mezcla de orgullo y confusión.

- Exacto de hecho, hace años que no veíamos ese color por aquí. La mayoría de la población dentro de la muralla tiene colores como el rosa, negro, naranja y muy pocos morados - explicó, observando sus propias manos.

- ¿Usted no tuvo descendencia? - pregunté, con curiosidad.

- No, y no la necesito, Jeaneth. Cuantos menos con tus capacidades haya en el mundo, mayor será tu poder - dijo, con un aire de egocentrismo que no pasó desapercibido para mí.

- Pero aún no me has explicado por qué tengo que estar aquí - dije, insistente.

- Bueno dentro de la muralla, solo hay dos personas con la habilidad de fuego azul y mi querida Jeaneth. Una de ellas eres tú - dijo, su tono volviéndose más serio – y no pienso dejar que te involucres con los demás como si fueran tus iguales. Eres la tercera en línea de descendencia directa con mi hermano Curkan el tercero, por lo tanto, perteneces directamente a la Élite. No eres una singular más, Jeaneth - dijo, y me quedé en shock unos segundos, tratando de asimilar la revelación.

- ¿Yo... pertenezco a la Élite? -susurré, sintiendo cómo mi mundo se desmoronaba y al mismo tiempo se reconfiguraba.

- Sí y ya es hora de que entiendas lo que eso significa - respondió, con una mirada que transmitía tanto desafío como esperanza.

- Entonces, ¿cómo se supone que viviré una vida normal si piensas tenerme en esta mansión? -pregunté, con el corazón acelerado.

Él soltó una leve risa, como si la pregunta fuera inesperada.

- Descuida, no te mantendré encerrada aquí, Jeaneth. Irás al colegio, aprenderás lo necesario y tendrás libertad. Puedes trabajar en lo que desees, o simplemente disfrutar de la vida aquí sin hacer nada - dijo, sonriendo con confianza.

- ¿Y cuándo iré a ese...colegio? - inquirí, nerviosa.

- Bueno, hoy ya es muy tarde - respondió, mirando el reloj adornando su muñeca - Mañana será un buen día para comenzar. Te pondré con uno de los mejores estudiantes en el uso de la magia que conozco. Mientras Horace te llevará a tu habitación para que te duches y te cambies, y cuando estés lista, puedes bajar a cenar - dijo, con una mirada alentadora.

Un mayordomo entró en ese preciso momento.

- Venga conmigo señorita, por favor - dijo el hombre, y tras una breve mirada al hombre, lo seguí. Caminamos por las grandes escaleras de la entrada, ascendiendo al segundo piso.

Llegamos al final de un pasillo y el mayordomo se detuvo frente a una gran puerta adornada con una piedra que brillaba como un diamante.

- Esta de ahora en adelante será su habitación. La ropa está en el armario y el baño es la puerta a la izquierda - dijo, abriéndome la puerta.

Entré, y la vista me dejó sin aliento: la cama era enorme, frente a ella había una gran pantalla que seguramente era un televisor. En la mesita del centro había controles, y a un lado, un tocador deslumbrante. Abrí el armario y encontré una gran variedad de ropa, desde vestidos sencillos como el que llevaba puesto, hasta sacos, zapatos y prendas de todo tipo. Caminé hacia la puerta a la izquierda y descubrí un baño su tamaño era el doble de mi ático.

- Hugo hubiera amado esta mansión - murmuré, acariciando el collar en mi cuello que ahora llevaba mi anillo de compromiso.

No tardé en meterme en la bañera y darme una ducha. Al salir, me puse un pijama de felpa y unas suaves pantuflas. La ropa interior era exactamente de mi talla. Al mirar la cama, vi una caja cuadrada sobre las sábanas iba a abrirla, pero justo entonces, tocaron a la puerta.

- La cena está lista, señorita Willerstong - anunció el mayordomo.

- Gracias - respondí, saliendo con él. Caminamos de nuevo por el pasillo y sentí una mirada detrás de mí. Cuando me di la vuelta, solo vi cómo se cerraba una puerta en una habitación.

Bajamos las escaleras y entramos en un gran salón con una mesa inmensa adornada con un banquete inmenso y de apariencia deliciosa.

- Oh, adelante y bienvenida Jeaneth - dijo el hombre que me había recibido, su lugar en la mesa era en una orilla, mientras todos los demás asientos lo rodeaban.

- ¿Solo seremos nosotros dos? - pregunté, un poco sorprendida.

- Bueno como es tu primera noche aquí, decidí que todos los demás cenaran en sus habitaciones - explicó, mientras colocaba un plato frente a mí con una especie de pasta.

- No había necesidad de molestarse con eso. Digo, solo soy una invitada más - dije, un poco incómoda, mientras el aroma de la comida me envolvía.

- Creo que te lo mencione antes, no eres solo una invitada, Jeaneth. De las 16 personas que viven en esta casa, tú eres una de las tres con mayores privilegios después de mí - dijo, sonriendo con complicidad mientras comenzaba a servir mi plato.

- ¿Puedo preguntarle algo? Sé que me pidieron que olvidara mi pasado y mi vida fuera de la muralla, pero... - dije, divagando un poco.

- ¿Quieres saber qué sucedió con las personas que hirieron a tu amigo? - preguntó, y suspiré, asintiendo, aunque el nudo en mi garganta se hacía más fuerte.

- No era solo mi amigo. Su nombre era Hugo Lander, y él era... mi prometido - respondí, la emoción apretando mi voz mientras miraba hacia abajo, intentando no dejar que las lágrimas afloraran.

Él me miró con seriedad, comprendiendo de mejor manera el porqué de mis acciones como si al fin completara un rompecabezas.

- Bueno, lo lamento demasiado Jeaneth. Pero la vida aquí puede ofrecerte nuevas oportunidades, aunque sé que el dolor de tu pérdida es real. Si decides abrirte a esta nueva vida, tal vez encuentres paz con el tiempo - dijo, con un tono de empatía.

- Pues eso espero yo también - murmuré, levantando la mirada y tomando un bocado de la pasta, sintiendo el sabor del nuevo mundo en el que estaba atrapada.

- Por cierto, si te hace sentir mejor los responsables han sido expulsados de la muralla - continuó, mirándome con seriedad.

- Pero ¿no dijo que no quería que los singulares convivieran con mundanos? - pregunté, asombrada.

- Claro, solo que antes de sacarlos, les cancelamos su peculiaridad - explicó, y asentí, comprendiendo su lógica - Ahora vivirán entre los demás y aprenderán a respetar la vida.

- Me hubiera gustado verlos... Por cierto, dejaron una caja en la habitación - dije de repente, recordando el objeto olvidado.

- Primero que nada, esa es tu habitación, Jeaneth - dijo, sonriendo - Y lo que encontraste es un celular.

Lo miré confundida mientras sacaba un pequeño aparato de su bolsillo y el mayordomo me lo llevó.

- ¿Para qué sirve? - pregunté, intrigada por esta tecnología que me parecía tan avanzada.

- Es como un teléfono de casa - dijo, explicando con paciencia. Mis ojos se abrieron de par en par.

- ¿Dentro de la muralla tienen teléfonos portátiles? - inquirí, atónita. A mi mamá le había tomado ahorrar durante años para conseguir un teléfono para nuestra casa.

- Bueno aquí es un aparato común, y una ventaja de ser tú es que... te daré permiso para llamar a tu madre. Claro, si ella ya tiene un teléfono en casa - dijo, sonriendo con complicidad.

- ¿Cuántas veces puedo llamarla? - pregunté, ansiosa.

- Nuestros teléfonos no tienen un límite de datos. Mientras lo cargues, servirá toda la vida -respondió, y asentí, sintiendo que una pequeña chispa de esperanza que iluminaba mi corazón.

Comí rápidamente, no dejando ni una migaja en mi plato. En cuanto terminé, subí a mi habitación y seguí las instrucciones para usar el teléfono. Busqué el símbolo para marcar el número de casa... sonó una, dos veces...

- Jamie Willerstong, quien habla? - preguntó mi madre, su voz sonando cansada, como si el peso de la preocupación la hubiera desbordado. Mi corazón se hundió; había sido egoísta al no pensar en su sufrimiento.

- Mami... soy Jeaneth - dije de golpe, y escuché cómo comenzaba a llorar desconsoladamente. Las lágrimas también brotaron de mis ojos.

- ¿Jeanie? ¿Realmente eres tú? - preguntó, entre sollozos. Asentí, aunque sabía que no podía verme - ¿De dónde estas marcando? ¿Cómo estás? No sabes lo preocupada que estuve estas dos semanas... ¿cómo es que estás llamándome? - La avalancha de preguntas me hizo suspirar.

- Mami... ¿qué pasó con Hugo? - dije, incapaz de contenerme.

El silencio que siguió fue incómodo, era un vacío de silencio que parecía gritar la verdad.

- No pudimos salvarlo, Jeaneth. El disparo le atravesó la cabeza - dijo, y tragué con dificultad. El dolor se hizo más agudo - El entierro fue hace días, justo cinco días después de que te fuiste. Al menos creíamos que te dejarían venir a despedirte - añadió, su voz temblando.

- Recién pude salir - dije, sintiéndome confusa y vacía - Escucha, no regresaré porque me... me es imposible, pero te llamaré cada día a esta hora, ¿de acuerdo? - pregunté, tratando de darle un rayo de esperanza.

- Sabía que no regresarías, pero me reconforta al corazón al menos poder escuchar tu voz, Jeanie - dijo, sollozando nuevamente.

- Descuida, mami. Voy a hacer todo lo posible por salir de aquí y recuperar mi vida - afirmé, sintiéndome decidida - Voy a vengar a Hugo y acabar con todos aquí... nadie volverá a tocar a las personas que amo.

- No, no hagas más locuras, Jeaneth. No te pongas en peligro, por favor - dijo, su angustia palpable en cada palabra.

Suspiré, sabiendo que mis planes eran arriesgados, pero la determinación ardía dentro de mí.

- Te prometo que tendré cuidado, pero no me detendré. No puedo permitir que su muerte quede sin justicia - respondí, sintiendo que la lucha apenas comenzaba.

- Te llamare mañana - dije, temiendo colgar y perder la oportunidad de escuchar su voz de nuevo.

- Adiós, mi niña - respondió, y su voz se quedó grabada en mi mente, como un eco, recordándome la última vez que escuché a papá.

Puse el teléfono en la mesita de noche y me recosté en la gran cama. La habitación se oscureció lentamente, con la luz de la luna filtrándose a través de las cortinas. En cuestión de segundos, caí en un profundo sueño.

Sueño

- Oye, ¿a dónde vas? - preguntó una voz melodiosa a mis espaldas justo cuando salté por la ventana y caí al suelo.

- ¿Acaso estabas robando en esa casa? - inquirió un niño pálido, y yo negué con molestia.

- ¿Crees que tengo cara de ladrona? - protesté, mi voz sonando más chillona de lo que pretendía. Él me miró de arriba abajo, su rostro se sonrojó.

- Lo siento, es que no eres de por aquí - dijo, mirando el barrio.

- Lo sé, porque recién nos mudamos. Soy Jeaneth, ¿y tú? - pregunté, quitándome el flequillo del rostro para mirarlo a los ojos. Sonrió, una sonrisa amplia donde faltaban dos dientes delanteros.

- Tienes un lindo nombre, Annie. Yo soy Hugo - dijo, contagiándome con su alegría. Ese día fue la primera vez que alguien me apodó "Annie", y para mi sorpresa, no me molestó.

El toque fuerte y repentino de la puerta me despertó de golpe. Rodé los ojos, me levanté y abrí. Allí estaba el mayordomo, firme y serio.

- Se irá al colegio en 15 minutos, señorita Willerstong - anunció y se fue sin más. Suspiré, caminé al armario y saqué un vestido similar al de ayer, pero esta vez me puse unas botas con algo de tacón.

Salí del cuarto, guardando mi teléfono en una pequeña bolsa y empecé a caminar por el pasillo, notando que nuevamente todos los cuartos estaban cerrados. Al llegar a las escaleras, las bajé con rapidez.

- El auto la está esperando afuera - dijo el mayordomo al llegar a mi lado. Asentí, sintiéndome un poco nerviosa.

Salí y vi el auto esperando, con la puerta abierta.

- ¿Y dónde está el señor Aurkan? - pregunté, mirando a mi alrededor.

- Seguramente está con la Elite en una reunión. Lo verá cuando regresé a casa para la cena - dijo, y asentí, subiendo al auto. Era similar al que tomé cuando llegué aquí; una ventana de cristal nos separaba del chofer, quien arrancó sin dudarlo.

- ¿Está lejos el colegio? - pregunté, sintiéndome inquieta.

- A unos kilómetros de la mansión. De hecho, podrías ir a pie, pero nadie de la Elite suele hacerlo; sería un desperdicio tener tantos autos y decidir caminar - dijo, y me reí, encontrando humor en su lógica.

- ¿Usted es singular? - pregunté, curiosa.

- No, lamento informarle que no todos los nacidos de este lado de la muralla son singulares, pero tenemos más privilegios que los mundanos - explicó, y suspiré, reflexionando sobre esa jerarquía absurda.

- Vaya, eso si que no me lo esperaba - respondí, y el resto del camino transcurrió en silencio.

Minutos después, el auto frenó y el chofer me miró por primera vez, su cabello rubio brillaba por los destellos del sol.

- Puede bajar, señorita Willerstong o ¿necesita que le abra la puerta? – su pregunta sonó sarcástica y negué abriendo yo misma - Estaré aquí a las 4 para llevarla a casa - dijo, sonriendo. Asentí y bajé del auto, admirando el colegio, que era aún más grande que la mansión. Me pregunté cuántas personas estarían allí.

- ¿Disculpa, eres Jeaneth? - preguntó una voz a mi derecha, sobresaltándome. Era un chico alto de piel oscura.

- Sí, mucho gusto - respondí, sonriendo tímida.

- Un gusto ven conmigo, te daré un recorrido por el Colegio de Artes y Peculiaridades Singer me encomendó a ti el señor Aurkan - dijo, invitándome a pasar primero. Asentí y lo seguí, asombrándome con la elegancia del interior.

- Este es la estancia, a tu derecha como ves están los alumnos de educación básica y a tu izquierda, los de preescolar - explicó - En el tercer piso están los universitarios y en el segundo, nosotros, grado superior - dijo, sonriendo.

- Es muy grande este colegio - dije, maravillada.

- De hecho, es de los mejores colegios de la Elite. La capacidad es limitada, solo hay 20 alumnos por grado - dijo, y lo miré asombrada. - Aun así, eres la número 21 en educación superior - añadió mientras caminábamos hacia las escaleras.

Al llegar al segundo piso, una voz me dejó estática.

- Y esto es una traglomeniasita - dijo la voz. Su sonido era familiar, pero no podía ser él, ¿verdad?

- ¿Sucede algo, Jeaneth? - preguntó mi compañero, confundido al verme quedar quieta. Asentí levemente, incapaz de moverme.

- Esa voz... es un profesor? – miré al chico que asintió, sentí mi corazón palpitar fuertemente- ¿Y quién es el profesor? - pregunté, casi en un susurro.

- Ah ese es el profesor Jonathan Willerstong - respondió, sonriendo.

De repente, me sentí mareada y caí al suelo, comencé a ver borroso a mi alrededor después de escuchar ese nombre: el nombre de mi padre, quien había desaparecido hacía 12 años.




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Un capítulo más, editado y mejora.

Espero disfruten este nuevo giro en la historia.

Con cariño A.

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