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Te amo, para siempre.

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Anoche dormí con una inmensa sonrisa en mi rostro. Era difícil creer que todo lo que había sucedido la noche anterior no era un sueño. Abrí los ojos lentamente, y lo primero que vi fue el anillo en mi mano, sencillo, pero con un gran significado. Sabía que no era costoso, pero eso no importaba. Hugo lo había escogido para mí, y me había prometido, entre risas, que algún día trabajaría tan duro que me compraría un diamante gigante.

- Como si necesitara uno de esos para amarlo más - susurré, sonriendo para mí misma.

Me levanté, todavía en una nube de felicidad. Caminé hacia la cocina, donde encontré a mi madre ya ocupada con sus quehaceres, y no pude evitar que una pequeña melodía se escapara de mis labios.

- ¡Buenos días, madre míaaa! - canturreé alegremente llegando a su lado.

Mi madre me miró divertida, con una sonrisa que reconocí al instante.

- Esa sonrisa la conozco a la perfección - dijo mientras removía algo en la estufa - Un joven cerrajero nuevo en la ciudad me causó esa misma sonrisa hace veinte años - agregó, lanzándome una mirada llena de cariño.

Mi sonrisa se suavizó un poco, y el aire se llenó de una mezcla de nostalgia y amor.

- Hubiera deseado que papá estuviera presente anoche - murmuré, sintiendo el peso de esa ausencia, como siempre.

Mi madre dejó lo que estaba haciendo y se acercó, poniendo su mano cálida sobre mi cabello.

- Él siempre está con nosotras, Jeanie. Por eso hemos sido tan fuertes, por eso hemos sabido salir adelante - dijo suavemente, mirándome con ojos llenos de sabiduría. Había algo en la manera en que lo decía que me dio paz, aunque solo fuera un poco.

Después de un momento de silencio, volvió a su tono animado.

- Por cierto, ya hablé con la modista a primera hora - anunció de repente, con una sonrisa traviesa.

La miré curiosa sin entender.

- ¿Y qué le dijiste? - pregunté.

- Me dijo que tomará tus medidas hoy mismo, y desde ya comenzará a idear tu vestido de novia -dijo con una emoción casi infantil.

- ¡Madre! - protesté, cruzándome de brazos, sorprendida por la rapidez con la que todo avanzaba- ¡Ni siquiera nos vamos a casar tan pronto! Pueden pasar años antes de que eso suceda.

Mi madre me miró con el ceño fruncido, como si hubiera dicho algo ilógico.

- No digas esas cosas o tu boda nunca se llevará a cabo. Eso es de mala suerte, Jeaneth - dijo en un tono serio.

No pude evitar reírme un poco ante su superstición.

- Escucha, esa boda sucederá, pero algún día - le dije con más calma, tratando de tranquilizarla, mientras me sentaba en la mesa a disfrutar de unas galletas.

Ella me miró como si no estuviera completamente convencida, pero terminó colocando una taza de leche frente a mí.

- Solo te aconsejo, que no juegues con el destino, Jeanie - dijo mientras negaba con la cabeza.

Suspiré.

- Está bien, iré contigo a ver a la modista más tarde - dije, resignada. Inmediatamente, vi cómo su rostro se iluminaba con satisfacción.

- Bien y ponte algo bonito, salimos en veinte minutos - dijo con una sonrisa de triunfo.

Rodé los ojos, terminando mi leche y dirigiéndome a mi habitación. Me vestí con una falda, una camisa blanca, y me puse un suéter de lana azul. Mis botas negras y la gabardina completaron el look. No podía evitar pensar lo raro que sería pasar de pedir medidas para una falda a medir todo mi cuerpo para un vestido y no cualquier vestido, si no uno de novia.

Cuando bajé, mi madre ya estaba lista, como si hubiera pasado horas preparándose para hoy.

- Bueno, vamos - dijo mientras salíamos por la puerta. Ambas caminamos hasta la tienda de la modista, un lugar lleno de color, con telas que colgaban por todas partes, desde suaves algodones hasta brillantes telas de seda.

- ¡Querida y bella Jamie! - gritó una voz desde detrás de una pila de telas. Me reí levemente, viendo su cabeza asomarse desde el otro lado de la habitación.

- Traje a mi Jeanie - dijo mi madre, sosteniendo mi mano mientras nos acercábamos a esta.

La modista, una mujer de baja estatura, pero con una energía increíble, se acercó rápidamente y me ofreció una sonrisa cálida.

- Antes que nada, déjame decirte felicidades, Jeanie. Una boda es siempre algo hermoso de celebrar en este lugar - dijo emocionada, y asentí con una sonrisa tímida.

- Sí, aunque fue todo tan... repentino - admití.

Ella negó con una risita.

- Créeme, no fue tan repentino como crees. El pequeño Lander vino hace tiempo a dejarme dinero.

La miré confundida, sin entender.

- ¿Dinero? ¿Por qué dejaría dinero? - pregunté confundida.

- Para que más cariño, ¡Para tu vestido de novia! - respondió ella como si fuera lo más obvio del mundo- Hugo ha estado ahorrando y pagándome durante todo un año. Dijo que su futura esposa tendría el vestido más hermoso y costoso de toda la ciudad.

Mis ojos se agrandaron por aquella sorpresiva noticia.

- ¿Hugo hizo eso? - pregunté incrédula.

- ¡Así es! El mismo me lo dijo hace un año. "Quiero que mi novia tenga el mejor vestido de toda la ciudad", y ha estado trabajando para lograrlo - dijo la modista con una sonrisa cómplice.

Me quedé en silencio por un momento, intentando procesar todo. Siempre supe que Hugo era un hombre dedicado, pero esto era otro nivel.

- Vaya y yo que creía que recién se le había ocurrido la idea de casarnos... - murmuré, aún asombrada.

La modista se río junto a mi madre.

- Querida te sacaste al mejor partido, Jeanie. Un hombre que trabaja tan duro para su amada es una joya - dijo, guiñando un ojo.

Mi madre asintió mirando su anillo de matrimonio.

- Así era mi Jonathan cuando llegó a la ciudad. Siempre detrás de mí, cortejándome como si yo fuera la única mujer del mundo – dijo mi madre con una sonrisa melancólica.

- Ese Jonathan Willerstong... siempre persiguiendo a la pequeña Jamie Kenton - dijo la modista, con una risita. Mi madre sonrió, pero también suspiró.

- Sí, ese era Jonathan Willerstong - dijo, como si estuviera recordando algún momento precioso.

La modista, queriendo romper la nostalgia, me tomó del brazo.

- Bueno ven conmigo, que te tomaré las medidas -dijo llevándome a una pequeña plataforma. Con una cinta métrica en mano, empezó a medir mi busto, cintura y cadera.

- ¿Y que tan pronto tendrás listo el vestido? -preguntó mi madre, mientras la modista anotaba las medidas en una agenda.

- Cuando me des una fecha estará listo – sonrió a ambas- aunque por supuesto esperen para tener hijos, este cuerpo pequeño crecerá mucho cuando vengan los hijos - dijo, bromeando.

Sonreí nerviosa, mientras mi madre intervenía rápidamente.

- Oh, no nada de eso no te apresures con eso. Jeaneth aún es pequeña para pensar en hijos - dijo con una sonrisa protectora.

- Sí, eso puede esperar - dije, riendo tímidamente, pero en mi mente, la imagen de una vida futura con Hugo se volvía cada vez más real.

- Bueno, ¿necesitarán algo más? Es que quedé de verme con Hugo - dije, llamando la atención de ambas.

Sora negó levemente.

- Ve, hija. Me quedaré un rato más aquí, te veo en casa - dijo mi madre, y asentí, saliendo de la tienda y caminando hacia la casa de Hugo.

Salí de la tienda, el aire fresco me golpeó la cara mientras caminaba por las calles de la ciudad. Cada paso me acercaba más a la casa de Hugo, pero no podía quitarme de la cabeza lo que acababa de descubrir: Hugo había estado ahorrando un año entero para mi vestido de novia. Era dulce, sí, pero me sentía mal por no haberlo sabido antes.

Caminé por la gran calle principal, la cual estaba ocupada con la rutina de siempre. A lo lejos, un carro de la Elite pasó cerca, y noté cómo uno de los jóvenes a bordo me miraba rápidamente antes de apartar la vista con desprecio. Sabía que muchos de ellos veían a los "mundanos" como inferiores. Esa división entre los que vivían dentro y fuera de la muralla seguía siendo un recordatorio constante de cómo estaban estructuradas nuestras vidas y la sociedad.

- ¡Annie! - escuché la voz familiar de Hugo desde el final de la calle, y vi cómo corría hacia mí - Llegaste antes —dijo, con una sonrisa radiante, pero antes de que pudiera acercarse por completo, le di un suave golpe en el hombro - ¿Y eso? - preguntó con una mezcla de sorpresa y preocupación.

Me crucé de brazos, y lo miré seria.

- ¿Pasaste todo un año pagando por un vestido? - dije, alzando una ceja - Hugo, podría ponerme cualquier cosa para casarme contigo. No necesitabas gastar tanto ni pagarle a esa mujer durante casi un año.

Su expresión cambió, y vi cómo su rostro se llenaba de arrepentimiento, pero también de una determinación silenciosa.

- Annie - dijo con suavidad, tomando mis manos entre las suyas- mi sueño es que seas la mujer más afortunada de esta ciudad. Yo sé que tu vida sería muy diferente si vivieras dentro de la muralla, y como sé que eso no va a suceder, al menos quiero que la vida que tengamos aquí sea la mejor de todas, una vida digna de una reina.

Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír ante su sinceridad. Era tan terco, pero de la mejor manera posible.

- Escucha mi vida ya es mejor que la de todos aquí porque te tengo a ti, Hugo - le dije, con una sonrisa que sabía que lo tranquilizaría.

Hugo me miró nervioso, algo torpe, como siempre que le lanzaba un cumplido. No se daba cuenta de lo increíble que era, y esa humildad suya solo hacía que lo amara aún más.

- Vamos galán, deja de apenarte - le dije, dándole un pequeño empujón en el pecho- pronto serás mi esposo, y necesitas tener más confianza. No puedes andar tan nervioso todo el tiempo.

- Aún no puedo creer que serás mi esposa - dijo, con una risa nerviosa, rascándose la cabeza- soy tan afortunado que creo que en mi otra vida debí haber salvado una nación o algo, y al fin me dieron mi recompensa.

Me reí mientras se acercaba y me daba un beso en la frente. Era ese tipo de amor simple y puro que siempre había soñado tener.

- Mejor vámonos, Romeo - dije, bromeando, mientras tomaba su mano y comenzábamos a caminar.

Ambos nos dirigimos hacia la vieja torre, uno de los lugares más simbólicos para nosotros. De pequeños, solíamos escaparnos a este lugar para jugar. Era nuestro refugio, un escape de la realidad. La torre, aunque algo descuidada, seguía en pie y las vistas desde lo alto siempre eran espectaculares.

Subimos las escaleras, que crujían bajo nuestros pies, hasta llegar a la gran ventana que ofrecía una vista clara de la muralla. Desde allí, el contraste era innegable. Podíamos ver hasta lo más profundo de un bosque las casas del otro lado, más grandes, más luminosas. Todo parecía tan ordenado y próspero al otro lado, mientras que de este lado... la vida era dura.

- Ojalá esa muralla no nos dividiera - murmuré, dejando que mis ojos se perdieran en el horizonte. Era una realidad con la que había crecido, pero nunca la había terminado de aceptar del todo.

Hugo se quedó en silencio por un momento, contemplando la misma vista. Luego, apretó suavemente mi mano.

- Algún día, Annie -dijo con convicción- Algún día, esa muralla caerá. Todos viviremos juntos de nuevo, sin divisiones, sin clases... Y tú y yo estaremos aquí para verlo.

Me giré hacia él y vi la intensidad en su mirada. Era un soñador, sí, pero también un luchador. Sabía que haría todo lo posible por asegurarse de que, aunque esa muralla no cayera, nosotros seríamos felices juntos, de este lado o del otro.

- Si que eres un soñador, Hugo - dije, sonriendo levemente.

- No importa si soy un sonador, porque tú, eres mi realidad - respondió, inclinándose para besarme suavemente.

Nos quedamos en la torre un buen rato, simplemente disfrutando del silencio y la compañía del otro. Desde allí, el mundo parecía tan vasto, lleno de posibilidades. Tal vez la muralla seguiría ahí por años, pero con Hugo a mi lado, me sentía capaz de superar cualquier obstáculo.

Cuando finalmente decidimos volver a casa, el sol comenzaba a ponerse. Caminamos tomados de la mano, como dos niños que habían crecido juntos, pero con el corazón lleno de nuevos sueños.

- Te prometo que pronto todo cambiará, Annie - dijo Hugo, rompiendo el silencio mientras nos acercábamos a la entrada de mi casa - Y cuando lo haga, quiero que sepas que pase lo que pase, siempre estaremos juntos.

Me detuve, tirando de su mano para que se volviera hacia mí.

- Oye no necesito que nada cambie, Hugo. Lo único que necesito es a ti. Para siempre.

Se quedó en silencio por un segundo, asimilando mis palabras, y luego asintió, con una sonrisa que iluminaba sus ojos.

- Siempre - repitió, y nos quedamos allí, bajo el cielo teñido de colores cálidos, como si el mundo fuera solo nuestro por un momento.

...

Las horas del día pasaron, y el sol ya comenzaba a ocultarse. El bullicio en la plaza se iba apagando poco a poco, mientras terminábamos de tocar nuestra última canción. Hugo guardó con cuidado las monedas en el sombrero, listo para marcharnos, cuando de repente un grito rompió la calma.

- ¡Por favor, te juro que no tenemos nada! - Tim, el más joven de nuestro grupo, gritó con desesperación.

Lo miré y sentí una punzada de miedo en el pecho. Tres tipos, los mismos que solían rondar la plaza buscando a quién molestar, lo tenían sujeto del cuello contra la pared. Eran conocidos por ser violentos, y aunque nunca nos habían hecho daño directamente, la amenaza era constante.

- ¡Ey vamos, déjenlo! - exigió Hugo, caminando hacia ellos sin pensarlo. Su voz era firme, pero sabía que por dentro estaba tan asustado como yo.

Uno de los tipos sacó un cuchillo, haciéndolo brillar bajo la luz tenue del atardecer.

- Oigan, ¿Esto es lo que quieren no? - dijo Hugo mientras extendía las monedas hacia ellos- Llévenselas, tomenlas y déjenlo en paz.

Pero en lugar de tomar el dinero, uno de los chicos tiró el sombrero al suelo, esparciendo las monedas por todas partes.

- Queremos más que eso - dijo uno de los asaltantes, mientras otro avanzaba hacia nosotros - Denme sus cosas o esto se va a poner peor.

- ¡Váyanse! - gritó Enid, con los ojos llenos de furia y miedo - La guardia de la Élite estará aquí pronto, y no les gustará encontrárselos.

Los asaltantes soltaron una carcajada amarga.

- ¿Y crees que nos importan esos cobardes? Ellos no los protegerán, ni a ustedes ni a nadie de este lado de la muralla lo saben - dijo el que sujetaba a Tim, apretando aún más su agarre.

- Si no lo sueltas, tendrás problemas - dijo Hugo, acercándose más a ellos, con los puños cerrados.

Justo en ese momento, el sonido lejano de los camiones de la guardia comenzó a resonar por la calle. Los asaltantes se miraron entre sí, tensos, pero en lugar de huir, el que sujetaba a Tim sonrió con malicia.

- Entonces nos llevaremos al niño - dijo, apretando aún más el cuello de Tim, quien gimió por el dolor.

El pánico comenzó a subir por mi garganta. No podía permitir que se llevaran a Tim. Miré a Hugo, quien estaba a solo unos pasos de ellos.

- ¡No! - dijo Hugo de repente, su voz parecía cortarse por lo alarmado que estaba - ¡Llévenme a mí! Lo resolveremos en otro lugar, pero déjenlo ir a él.

Mi corazón se aceleró. ¿Qué estaba haciendo el idiota?

- No! ¡Hugo, no! - grité, pero antes de que pudiera detenerlo, uno de los tipos ya lo había agarrado - ¡HUGO! - mi grito resonó en la plaza mientras veía cómo tiraban a Tim al suelo, como si fuera un objeto roto.

Intenté correr hacia ellos, pero algo en mi interior cambió en ese momento. Sentí una ira tan intensa que quemaba. Hugo me miró, su rostro lleno de preocupación.

- ¡Annie, vete! No intentes nada - me dijo serio, su voz era firme pero desesperada.

Lo miré molesta, sentía una rabia incontrolable. No podía dejar que se lo llevaran. Miré mis manos, temblando de furia.

- Suéltenlo ya mismo o les juro que los voy a lastimar tanto que desearán no haber nacido -amenacé, con mi voz más grave de lo que jamás la había oído.

Los tipos comenzaron a reír, completamente ajenos a lo que estaba por suceder. Mis amigos se quedaron paralizados por un segundo, pero sabían que algo andaba mal.

- ¡Váyanse ahora! Llévense todo y váyanse – ordené a mis amigos, con la vista fija en los asaltantes.

Enid abrió la boca para protestar, pero al ver mi expresión, simplemente asintió. Noe y Tim, aun temblando, se apresuraron a recoger nuestras cosas mientras se alejaban rápidamente. Solo quedábamos Hugo, los asaltantes y yo.

Uno de ellos, sin dejar de reírse, acercó el cuchillo al cuello de Hugo.

- ¿Tu noviecita te va a salvar, héroe? - dijo con una sonrisa cruel.

Hugo me miró, sus ojos estaban llenos de súplica.

- Jeaneth, por favor, mira el cielo. Cálmate. No puedes enojarte - me dijo con la voz rota, suplicante.

Pero no podía. El amor de mi vida estaba en peligro y yo podía salvarlo.

- ¡Dije que lo soltaran, ya! - grité, sintiendo un calor abrasador en mi pecho.

Miré mi mano y vi con horror cómo se encendía en un fuego azul, un fuego que no veía desde hacía años.

- ¡Jeaneth! - gritó Hugo con desesperación.

Los asaltantes se quedaron boquiabiertos, sin saber qué hacer.

- ¿Cómo fue que hiciste eso? - murmuró uno, retrocediendo.

Pero ya no era solo una mano, sino ambas, llenas de aquel fuego azul que parecía tener vida propia.

- ¡Está loca! - gritó uno de ellos, soltando a Hugo y corriendo despavorido, seguido de los demás.

Justo cuando pensé que todo había terminado, un grito retumbó a mis espaldas.

- ¡Alto ahí! – vimos a diez guardias de la Élite que aparecieron, sus armas estaban apuntándome.

Miré mis manos aún envueltas en llamas, no se apagaba. Había perdido el control.

- ¡No te muevas, tienes que venir con nosotros, niña! - gritó uno de los guardias corriendo así a mí.

Antes de que pudieran reaccionar, Hugo tomó mi mano y comenzamos a correr, el fuego fue desapareciendo segundos después.

- Hugo, ¿Te quemé? - pregunté mientras aun corríamos por los callejones, mi corazón latía a mil por hora.

Hugo no respondió, solo seguía corriendo, con las manos rojas y visiblemente heridas. Cuando por fin nos detuvimos, jadeando, lo miré con preocupación.

- ¡Hugo respóndeme! - dije, alarmada tomando sus manos, que estaban quemadas.

- Tranquila, un ungüento lo arreglará - dijo suavemente, acariciando mi rostro con sus manos aun lastimadas - te dije que te calmaras, Jeaneth.

Lo miré apenada, las lágrimas comenzaban a llenar mis ojos.

- Lo siento... Cuando pensé que podían hacerte algo, olvidé todo y... simplemente sucedió - murmuré.

Hugo suspiró y me abrazó con fuerza.

- Ven, tenemos que ir a tu casa. Te esconderás unos días y todo estará bien - dijo, intentando tranquilizarme.

Caminamos rápidamente, evitando los ojos curiosos. Cuando por fin llegamos a mi casa, me detuve frente a la puerta. Ambos nos miramos por un momento.

- Te amo - le dije, aun con el corazón aún acelerado- por favor, no vuelvas a hacer algo tan arriesgado.

Él sonrió, pero con cierta tristeza en su rostro.

- Yo también te amo, Annie. Para siempre - dijo, abrazándome una última vez antes de irse.

Hugo comenzó a caminar y se dio la vuelta para cruzar la calle, pero justo cuando lo hizo, un sonido seco y aterrador retumbó en mis oídos. Era un disparo.

Mis ojos se abrieron con horror cuando vi cómo su cuerpo se tambaleaba. La sangre corría desde su cabeza. Los segundos parecieron eternos mientras su cuerpo caía al suelo.

- ¡HUGO! - grité con toda la fuerza que me quedaba, casi quedando muda.

Intenté correr hacia él, pero antes de llegar, alguien me sujetó por la espalda.

- ¡Llévenla a la camioneta! - gritó un hombre armado. Estaba siendo arrastrada, mis gritos ahogados resonaban por todo el lugar.

Mi madre apareció asomada en el umbral de la puerta, corriendo hacia mí. Los guardias la detuvieron también.

- ¡Mamá! ¡MAMÁ, SALVA A HUGO! - grité desesperada, viendo su cuerpo inmóvil en el suelo.

Los padres de Hugo aparecieron y salieron corriendo hacia nosotros, gritando.

- ¡Déjenla! ¡Es nuestra hija! - gritaron mientras los tiraban al suelo también.

- ¡Hugo, levántate! – grité así a este, pero su cuerpo no respondía- ¡Dijiste que sería para siempre!

Mi cuerpo comenzó a temblar, la ira y el dolor crecían dentro de mí. Sentí el fuego surgir de cada rincón de mi ser, más fuerte que nunca. Las llamas comenzaron a envolver mi cuerpo, y en un impulso de furia, arrojé el fuego hacia los guardias que me retenían. Los había quemado.

- ¡Dispárenle el tranquilizante! - gritó uno de los guardias.

Miré a todos ellos y comencé a caminar hacia ellos, cegada por la ira.

- ¡Los voy a matar a todos! - grité, aunque de pronto sentí un pinchazo en mi pierna. Todo se volvió borroso, mi cuerpo se desplomó y la oscuridad me envolvió.

La única luz de mi vida acababa de apagarse... Hugo se había.



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Recuerdo hace dos años cuando escribí esto, llore mucho y ahora...también llore un poco. Pensé seriamente en cambiar esto, pero no pude, es necesario para la historia se le llama desarrollo de personaje creo jajaj

Con cariño A.

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