3

Siempre y para siempre

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Me desperté temprano, tanto era el frio que sentía mis dientes casi crujir. Había dejado la ventana abierta, así que era obvio por qué me congelé durante toda la noche. Me estremecí mientras me levantaba, tratando de calentarme con la manta.

- Buenos días - dijo mi madre con una calma que me desconcertó al verla en la cocina. La miré confundida, ¿acaso olvidó que habíamos peleado anoche? O tal vez... ¿solo lo soñé?

- Buenos días - respondí con la voz áspera y ronca. Mi madre se acercó de inmediato, colocando su mano en mi frente con ese gesto de madre preocupada, un gesto muy familiar para mi desde que era pequeña.

- Estás helada, ¿dejaste la ventana abierta otra vez? – esta me preguntó con una ceja alzada.

Asentí levemente, mientras un gran bostezo escapaba de mis labios.

- Olvidé cerrarla cuando ya iba a dormir - dije con indiferencia. Ella suspiró, preocupada, como siempre.

- Bueno, ve a abrigarte. Iremos temprano a la muralla a comprar algunas provisiones - anunció sacando su vieja cartera del mueble.

Suspiré levemente, fastidiada.

- ¿No puedes ir tu sola? - solté de golpe, la pregunta cargada venia llena de mi gran molesta que se había acumulado anoche.

Mi madre se detuvo un momento, se volteo a mirarme con una mirada firme y seria. Podía ver la tensión en su expresión, pero su voz se mantuvo calmada.

- Ya soy lo suficiente vieja como para cargar todo yo sola, Jeaneth. Además - hizo una pausa, su tono se volvió más serio - no pienso quitarte la vista de encima por un buen tiempo.

Me sentí molesta por aquella amenaza, pero me limité a suspirar mientras me levantaba para buscar el abrigo más grande que tenía en el pequeño armario.

- Pues no entiendo por qué sigues con eso... dijiste que ya llevas más de 10 años sabiéndolo -protesté mientras me colocaba el abrigo y las botas. Había visto un poco de nieve caer por la ventana unos minutos antes, por lo que era mejor ir preparada para el frio.

- Y planeaba mantenerme calla porque nunca me habías hablado de esa manera, Jeaneth. Me dolió, te escapaste de casa, a pesar de que te pedí que no lo hicieras - respondió con una dureza que no solía mostrar. Su mirada me hizo sentir culpable por un instante, pero me resistí a dejar que lo notara.

- No lo haré más, ¿contenta? - dije secamente mientras cruzaba los brazos resignada a su regaño - pero necesito salir de vez en cuando con mis amigos.

Ella suspiró, cansada de discutir, mientras se ponía su bufanda.

- Lo entiendo y son bienvenidos en esta casa cuando lo deseen, Jeaneth. Hugo adora venir a esta casa - respondió, intentando suavizar la conversación y persuadirme.

- Venir aquí? En esta choza no caben ni cuatro personas - dije de manera despectiva, observando las paredes agrietadas y el techo bajo. Mi madre me miró con dureza.

- Esta como tu llamas "choza" es tu hogar, y me costó muchísimo convertirla en uno - su tono era frío y cortante. Podía sentir la verdad en sus palabras, pero me dolía admitirlo.

Sin más agarré el carrito para el mandado, ignorando la punzada de culpa que sentí.

- Pues no habrías tenido tanto trabajo si me hubieras dejado ayudar y trabajar - le lancé, abriendo la puerta de la casa - ya que nunca me dejaste estudiar con los otros niños, al menos pude haber hecho algo útil.

Salió detrás de mí y cerró la puerta con fuerza.

- Aprendiste lo mismo que esos niños en casa, Jeaneth. Y sabes perfectamente que no estoy hablando solo del dinero -respondió, claramente irritada, mientras caminábamos hacia la calle.

- Sí, claro, aprendí exactamente lo mismo. Excepto que nunca obtendré un diploma, ni la oportunidad de entrar a una de las pocas universidades que existen. Aunque supongo que lo planeaste así porque tampoco tendríamos el dinero para pagarlo - dije con sarcasmo, mirando las calles nevadas.

Ella suspiró, pero no con tristeza, sino con una mezcla de frustración.

- ¿Acaso tú crees que no quería que fueras una mujer exitosa, Jeanie? - respondió, su tono de voz era triste pero me negué a ceder - pero ahora sé lo que arriesgas. Tener una carrera universitaria te pondría en el ojo público, y eso es lo último que quiero. No puedo permitir que te pongas en peligro de esa manera.

Mi madre aceleró el paso, caminando delante de mí. Su preocupación siempre parecía desbordar, como si llevara un peso que nunca me había atrevido a preguntar.

Nos adentramos en las frías calles de Londres, el viento cortante y las nubes grises haciendo que la ciudad pareciera aún más imponente. Llegamos hasta la gran muralla, la estructura que separaba a los comunes de la Elite. Afuera de sus puertas, el mercado se extendía, lleno de vendedores de frutas, verduras, ropa, y artículos de limpieza. Un lugar caótico y aterrador.

La Elite controlaba todo. Nadie podía tomar más de lo que podía pagar, y siempre estaban los guardias vigilando, como si tuviéramos algún lujo que robar. A veces, los mismos guardias eran enviados por la Elite a hacer sus compras, caminando entre nosotros, pero siempre con la cabeza en alto, como si fuéramos invisibles y menos para ellos.

- No entiendo por qué insistes tanto en mantenerme oculta. No soy una niña - dije mientras empujaba el carrito por el hielo resbaladizo.

- No te oculto, Jeaneth. Te protejo - respondió sin mirarme, sus ojos fijos en el bullicio de gente recorriendo aquel mercado

Me quedé en silencio, observando a la gente que pasaba, todos enfocados en su propia lucha diaria. Sabía que había cosas que mi madre no me contaba, secretos que ella guardaba con recelo, y no sabía si estaba lista para indagar en ellos.

- Mira ven, parece que el padre de Enid trajo unas fresas - dijo mi madre con una chispa de entusiasmo, caminando hacia el puesto de frutas en una esquina.

Me arrastré detrás de ella, aún molesta por la conversación anterior.

- Pero si es Jamie Willerstong y la pequeña Jeaneth - nos saludó Rudolf, un hombre canoso, con una sonrisa que siempre mostraba una gran calidez.

- Buenos días, señor Rudolf - respondí amablemente, devolviendo una leve sonrisa, aunque mi mente seguía atrapada en los problemas de casa no podía atacar a los que me rodeaban.

- Veo que trajiste fresas. ¿Cómo es que la Elite te dejó alguna para vender? - preguntó mi madre emocionada como niña pequeña mientras inspeccionaba las fresas, colocándolas en la canasta con cuidado.

Rudolf dejó escapar una carcajada seca.

- Ni creas eso, los hombres de la Elite, siempre tan ambiciosos. Me compraron todo, pero tiraron por accidente dos cajas. Solo las fresas de encima se ensuciaron, pero aun así decidieron dejarlas ahí, tiradas, y se fueron. Enid y yo las pudimos recuperar, y aquí están, casi intactas - dijo, moviendo la cabeza con resignación.

- Me parece perfecto, haré unas tartaletas de fresa – le respondió mi madre con una sonrisa de satisfacción mientras le pasaba la canasta para que la pesara.

- ¡Ah, me parce muy bien tienes que invitarme unas, Jamie! - respondió Rudolf divertido mientras le devolvía la canasta. - ¿Llevaras algo más?

Mi madre asintió, mirando las verduras.

- Dame unas cuatro cebollas, dos jitomates, cuatro calabacines y diez papas - enumeró con precisión la cantidad de verduras.

El hombre envolvió todo en una bolsa de papel, moviéndose con la rapidez de alguien que ha hecho esto toda su vida.

- Okey, entonces serían 16 monedas -le anuncio el precio, esperando el pago.

Mi madre empezó a contar el dinero, pero de repente su expresión cambió al darse cuenta de que no le alcanzaba. Frunció el ceño, claramente apenada.

- Me faltan cuatro monedas. Déjame entonces solo cuatro papas, por favor - dijo, intentando no mostrar su incomodidad.

Rodé los ojos. Sin decir nada, metí la mano en mi saco y saqué las monedas que faltaban, entregándoselas al señor Rudolf.

- Aquí esta tomé, y dame un plátano - dije con un tono serio, casi de reproche.

Rudolf, sin perder la sonrisa, me entregó la fruta.

- Bueno chicas, las esperamos más tarde a ambas para tomar café y comer la tartaleta, Jamie —dijo, mientras mi madre recogía las compras.

Comenzamos a caminar de nuevo por el mercado, y mi madre no tardó en cuestionarme.

- ¿De dónde sacaste ese dinero Jeaneth? -me dijo de repente, mirándome con sospecha.

Suspiré, preparándome para la conversación que sabía que vendría.

- Pues como sabes anoche salí, canté en la plaza con los chicos. Sobró algo de dinero de la cena, y nos lo repartimos, pero no fue mucho, no te preocupes - respondí, dándole un mordisco al plátano, intentando minimizar el asunto.

Mi madre detuvo su paso y me miró con seriedad.

- Sabes que los ladrones siempre están al acecho en la plaza, siguiendo a quienes ganan dinero allí. La guardia no protege a gente como nosotros, Jeaneth - dijo con una mezcla de preocupación y desaprobación.

- Madre, íbamos en grupo. Éramos seis, y Marco iba con nosotros - dije con firmeza, pensando en lo musculoso que era Marco. Ningún ladrón se atrevería a meterse con él.

- Aun así, no quiero que sigas ganando dinero de ese lugar - respondió con la cabeza baja, mientras continuaba caminando – yo gano lo suficiente para cubrir nuestros gastos. Solo que hoy me dejé algo de dinero en casa.

- De verdad dejaste dinero en casa? ¿Estas segura? - pregunté, sintiendo que algo no cuadraba.

Esta asintió y me miro seria.

- Está bien, traje justo el dinero que necesitábamos, pero todavía falta comprar el pollo y pagarle a la modista por la ropa que encargué.

Rodé los ojos, molesta.

- Ya te dije que no necesito más ropa. La que tengo es suficiente y todavía me queda - insistí, cruzando los brazos.

- Señor Lander - saludó mi madre en cuanto llegamos al puesto de carnes. Frente a nosotras estaba el padre de Hugo, un hombre alto y atractivo que sin duda le había heredado su buena apariencia a su hijo.

- Buenos días, Jamie, Jeaneth - dijo el señor Lander con su voz grave y le sonreí al hombre.

- Hola, Hugo - dijo mi madre sonriendo, al verlo detrás del mostrador.

- ¿Cómo está, madre? - respondió Hugo, con una sonrisa encantadora. Mi madre se ruborizó un poco, como si el simple gesto de Hugo la alegrara.

- Algún día hijo, serás parte de nuestra familia oficialmente - respondió mi madre, bromeando, y negué con la cabeza, mirando a otro lado, tratando de ignorar la incomodidad que sus comentarios siempre me producían.

- ¿Cómo estás, Jeaneth? - preguntó el padre de Hugo, mirándome con interés.

- Podríamos estar peor - dije con desgana, notando cómo Hugo intercambiaba una mirada con su padre.

- ¿Cuatro piernas de pollo? -preguntó el señor Lander a mi madre, que asintió.

Hugo salió de detrás del mostrador y me hizo una señal para que lo siguiera.

- Regreso en un segundo - dije a mi madre, y ella asintió al ver a que iba con Hugo y mientras continúo hablando con su padre.

- ¿De nuevo peleaste con ella? - preguntó Hugo tan pronto estuvimos fuera de la vista de estos. Sus palabras me golpearon como un martillo. ¿Cómo podía leerme tan bien?

Suspiré y me apoyé contra la pared.

- Sí... Ella siempre supo que salía en las noches desde hace tiempo - empecé a explicarle - anoche me prohibió volver a hacerlo, y ambas dijimos cosas que no debimos decir.

Hugo me miró comprensivo.

- Tu madre te entiende, aunque no lo creas, osita - dijo con una sonrisa, tratando de aliviar la tensión - aunque te lo advierto, cuando tengamos hijos, y si tenemos una hija como tú... rezaré para no quedarme calvo antes de los cuarenta.

Solté una leve risa por el comentario.

- Rezaré para que sean idénticos a ti, así no tendrás de qué preocuparte - respondí, sonriendo.

Señaló detrás de mí. Mi madre nos miraba, claramente esperando que regresara.

- Iré a verte esta noche o mañana - dijo, y asentí antes de volver con mi madre.

- Ese chico habría sido todo lo que Jonathan quería para ti - dijo mi madre cuando llegué a su lado. Miré de reojo a Hugo, que volvía al mostrador. Tenía razón, él era todo lo que mis padres querían para mí. Y aunque no habíamos formalizado nada, ambos sabíamos que nuestros padres lo daban por hecho.

Era difícil negarlo porque Hugo era el único hombre en mi vida con quien podía imaginar un futuro.

- ¿Pues vamos a recoger la ropa? - pregunté para cambiar de tema. Mi madre asintió y nos dirigimos hacia la modista.

La tienda de la modista era grande, y muchas de mis prendas habían salido de ahí, hechas a medida. Coloridas faldas y suéteres que, aunque no eran lo que yo elegiría, tenían algo de especial, quizás por la dedicación que ponía la modista en cada puntada.

...

De vuelta en nuestra casa, ayudé a mi madre a lavar la ropa y limpiar. Mientras ella seguía concentrada en preparar las tartaletas de fresa, yo intentaba estudiar en la sala, aunque me costaba concentrarme. Finalmente, alguien tocó la puerta.

- Abre, Jeanie, voy por la silla que llevé a mi cuarto - dijo mi madre, y asentí, levantándome para abrir.

- Hola, querida Jeanie - dijo la madre de Enid con una sonrisa cálida al entrar. Detrás de ella estaban su esposo y Enid, con su habitual energía.

- Hola, guapa - dijo mi amiga, entregándome un tazón. La miré, confusa.

- Mi madre trajo algunas galletas de chocolate para ustedes - me explicó, guiñándome un ojo. Reí suavemente.

- Rose querida, llegaron - anunció mi madre, apareciendo con la silla y señalando el sofá para que se sentaran.

- Ven, vamos acompáñame a mi "cuarto" - dije, haciendo comillas con los dedos. Enid asintió, siguiéndome por las escaleras hasta mi pequeña habitación.

- Mi madre me contó un chisme - dijo de repente, tirándose en mi cama. La miré curiosa mientras mordía una de las galletas.

- ¿Un chisme? ¿Un chisme sobre quién? -pregunté, esperando algo trivial.

- Alguien escuchó a Hemilt Lander decir que Hugo planeaba proponerte matrimonio - dijo con una sonrisa traviesa.

Escupí la galleta que estaba masticando.

- ¡¿Qué?! ¿Por qué haría algo así? - pregunté, sorprendida, mientras Enid se encogía de hombros.

- Vamos Jean, desde que los conozco, ni siquiera confirman que son novios. Ya va siendo hora de que lo hagan oficial, ¿no crees? - dijo con tono serio, aunque la emoción en su rostro era evidente.

Mi mente daba vueltas. ¿En serio Hugo iba a proponerme matrimonio?

- Solo te diré una cosa - dije, recuperando la compostura.

- ¿Dime, qué cosa? - preguntó Enid, mirándome expectante.

- Vas a ser mi madrina de boda - respondí, sonriendo, y ella soltó un grito de emoción.

Después de un largo rato de charla con la familia de Enid, escuchamos de nuevo un golpe en la puerta. Ambas nos miramos, confundidas.

- ¿Quién será? - preguntó Enid, y recordé vagamente que Hugo había mencionado que quizás vendría por la noche.

- Hugo dijo que tal vez vendría, pero no era algo seguro - dije mientras bajábamos las escaleras.

Al llegar a la puerta, mi madre la estaba abriendo. Y ahí estaba él. Hugo, con un ramo de flores en sus manos y un traje que lo hacía lucir más guapo de lo habitual. Sentí que el corazón me latía más rápido.

- Hugo, ¿qué haces aquí vestido así? - pregunté, atónita, tratando de comprender lo que estaba pasando.

Hugo estaba claramente nervioso, pero aun así me sonrió.

- ¿Saldrías un momento, Annie? - preguntó, con una voz que me hizo temblar. Miré a mi madre, quien asintió con una leve sonrisa de complicidad.

Salí, y entonces lo vi: sus padres, los chicos del equipo musical... todo estaba preparado.

- ¿Qué es todo esto? - pregunté, completamente desconcertada.

Hugo me entregó las rosas con una sonrisa cálida.

- Recuerdas que te dije que a veces las palabras no me salen en el orden correcto... - comenzó, claramente nervioso y asentí divertida- Entonces decidí cantarlas para ti...

If this is to end in fire
Then we should all burn together
Watch the flames climb high into the night

Calling out father oh
Stand by and we will
Watch the flames burn auburn on
The mountain side (high)

And if we should die tonight
Then we should all die together
Raise a glass of wine for the last time

Calling out father oh
Prepare as we will
Watch the flames burn auburn on
The mountain side
Desolation comes upon the sky

And if the night is burning
I will cover my eyes
For if the dark returns
Then my brothers will die
And as the sky is falling down
It crashed into this lonely town
And with that shadow upon the ground
I hear my people screaming out

Now I see fire
Inside the mountains
I see fire
Burning the trees
I see fire
Hollowing souls
I see fire
Blood in the breeze
I see fire
Oh you know I saw a city burning out (fire)
And I see fire
Feel the heat upon my skin, yeah (fire)
And I see fire (fire)

And I see fire burn on and on the mountain side

Hugo se arrodilló repentinamente frente a mí, con una expresión de mezcla con nervios y determinación.

- Jeaneth Willerstong, ¿quisieras casarte conmigo? - preguntó, su voz temblando ligeramente, pero lo suficientemente fuerte para que todos los presentes lo escucharan.

Miré a mi alrededor, procesando lo que estaba pasando. Mi madre, con los ojos llenos de lágrimas, me sonreía. Los padres de Hugo, parados cerca, también observaban con una mezcla de orgullo y emoción. Enid me guiñaba un ojo desde un rincón, sonriendo como si hubiera esperado este momento durante años.

Respiré hondo. Me acerqué a Hugo, que todavía estaba de rodillas, su expresión era una mezcla de esperanza y miedo.

- La verdad, Hugo... - comencé, haciendo una pausa para darle un toque dramático a la situación. Él me miraba con una mezcla de nervios y expectación- ...a este paso, con tu timidez, pensé que yo sería la que tendría que pedir tu mano - dije en tono de broma, rompiendo la tensión.

Todos rieron, y Hugo me miró, claramente esperando una respuesta más definitiva.

Le sonreí dulcemente y, antes de que la preocupación se apoderara completamente de su rostro, lo miré directamente a los ojos.

- Claro acepto, si quiero casarme contigo, Hugo - respondí, inclinándome para darle un suave beso en los labios, uno de los pocos que le había dado. Sentí cómo se quedaba sorprendido por el gesto, mientras a nuestro alrededor los aplausos y las risas llenaban el aire.

- ¡Bienvenido a la familia, hijo! - gritó mi madre, corriendo hacia Hugo para abrazarlo con una energía que solo ella podía tener. Los padres de Hugo también se acercaron a mí, abrazándome con calidez. Me sentí envuelta en una nube de felicidad, aunque una pequeña parte de mi corazón se sintió vacía, pensando en mi padre, deseando que él estuviera aquí para darnos su bendición.

"Donde quiera que esté", pensé, "sé que nos está bendiciendo."

Hugo se acercó, abrazándome con fuerza, y susurró en mi oído:

- Hola, futura madre de mis hijos - dijo con una mezcla de cariño y timidez.

Le sonreí, aun sintiendo el calor de sus palabras, aunque no pude evitar sonrojarme.

- Siempre y para siempre, ¿está bien? - pregunté suavemente, asegurándome de que él también sintiera lo profundo de este compromiso. Hugo asintió sin soltarme, mientras los aplausos seguían alrededor.

Nuestros amigos comenzaron a tocar una melodía suave, mientras todos comenzaban a acercarse, ofreciéndonos felicitaciones y buenos deseos.

- ¡Esto merece una celebración! - dijo la madre de Enid, levantando su vaso de jugo. Todos la siguieron, levantando sus vasos y brindando por nuestro compromiso.

Nos quedamos un rato más en la puerta de la casa, conversando, riendo, y disfrutando del momento. Hugo no me soltaba la mano, como si temiera que todo aquello fuera un sueño del que no quería despertar.


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Espero les haya gustado el capítulo, esta reeditado y mejorado, agregue algunas escenas y cambie algunos diálogos.

Espero les guste el capitulo y bueno nos vemos.

Con cariño A.

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