Sunshine

—¿Estás sonrojado?

James espera fuera del colegio de Harry pacientemente, o con toda la paciencia que es capaz de reunir con el grupo de madres mirándolo desde la sombra de un árbol en la esquina del edificio. Sus risas indiscretas y señalamiento nada discretos, le ponen los nervios de punta, Les sonríe de vuelta, por acto reflejo, cuando ellas levantan su mano agitándolas en el aire al despedirse, avanzando por la calle envueltas en cotilleos, risitas y miradas sobre sus hombros mientras sus hijos tiran de sus manos para que aceleren el paso.

Finalmente puede respirar.

Hacía varios minutos se había dado el timbre de salida y no había señas de su niño, ni ningún otro por ninguna parte. Incluso Bill, el mayor de los chicos Weasley, se había marchado llevándose a Ron con él, pero sin Harry. Por lo general, su hijo era de los primeros en salir, el no haberlo visto apenas puso un pie en el patio, extrañó demasiado a James.

Era un retraso menor, sí, pero James conocía bien a su Harry, presiente que algo ha ocurrido. Su preocupación aumenta dos niveles cuando pasa otro tortuoso minuto, y desciende cuatro al ver la característica cabellera azabache de Harry atravesar la puerta principal. James lo ve descender los escalones con pequeños saltos desanimados y avanzar arrastrando los pies el resto del camino. La pesada mochila roja cuelga sobre sus hombros como el caparazón de una tortuga, haciéndolo ver más pequeño de lo que en realidad era.

—Hola, amigo —saluda James agachándose un poco —mucho— para estar a la altura de Harry, extendiendo su mano para ajustarle sus pequeñas gafas torcidas —. ¿Fue un buen día?

—Sí... Blaise hizo sonrojar a Ron —responde Harry, alzándose de hombros—. Y tengo tarea extra.

Algo en el tono del Harry enciende las alarmas en el cerebro de James. La inquietud arrastrándose debajo de su sonrisa paciente.

—¿Oh? Creí que hoy era el último día de tu maestra.

—Lo es.

Harry no habla mucho después de eso, lo único que hace es retirar la mochila de sus hombros y extenderla hacia James antes de adelantarse, no muy lejos de la vista de su padre. Si James sospechaba que algo ocurría con Harry, ahora puede confirmarlo.

Y ese algo tiene que ver, de una forma u otra, con Sybill Trelawney y la famosa tarea extra.

—El abuelo me ayudó a preparar pizza, ¿tienes hambre? —pregunta James, poniéndose de pie con la mochila de Harry sobre su hombro, avanzando un paso para acercarse a él y tomar su pequeña mano entre la suya.

Juntos comienzan a caminar hacia su hogar a unas cuantas calles de distancia, en la parte menos asfixiante de la ciudad bordeando el campo.

—Algo.

Primer foco rojo. James siempre obtenía una reacción positiva al mencionar la pizza o cualquier tipo de comida casera. Piensa en algo más que pudiera servir para animar a la luz de su vida, o al menos averiguar qué sucedía.

Sin la sonrisa de Harry, el mundo se siente un poco más pesado y sombrío.

—Ya veo, supongo que comeremos un poco tarde hoy, tal vez podríamos usar ese tiempo en algo interesante. Tengo un cuadro por terminar, ¿te gustaría ayudarme?

James finge que toda su atención está en el camino, finge que su mirada no está sobre Harry y le deja tomar la decisión. Harry lo considera seriamente durante un segundo, sus cejas uniéndose en el medio y su puchero sobresaliendo en su labio. Cuando hace eso, se parece irremediablemente a Lily.

—Sí, me gustaría —responde Harry, finalmente, devolviendo la mirada.

James esboza una sonrisa ligera, alzando a su Harry en brazos al notar sus pasos ralentizarse, su agotamiento era obvio, y eso lo preocupa aún más. Lily solía decir que James sobre pensaba las cosas, preocupándose por situaciones fuera de su control. A veces, ella tenía razón. James no cree que esta sea una de esas ocasiones.

Si James estaba en lo correcto y algo le había sucedido a Harry en la escuela. Si alguien se había atrevido a herir o lastimar a su hijo, James solo puede esperar que esa persona cuente con un excelente seguro de vida o un pasaje de avión a Turquía.

El llegar a casa marcaba el comienzo de la rutina tacita entre ambos; Harry se quitaría los zapatos dejándolos junto a la puerta de entrada y subiría a su habitación para vestirse con ropa cómoda, mientras James recalentaba la comida y limpiaba un poco el lugar. Luego él bajaría, comerían juntos y verían un poco de televisión.

Harry amaba el "espectáculo de Rosier", que, en opinión de James, era muy malo y poco imaginativo. Pero cualquier cosa que hiciera feliz a Harry, estaba bien para James —incluso si eso significaba pasar una tarde completa recortando partes del monólogo, seleccionado los chistes más blancos solo por él—. Le ayudaría con la tarea del día, cruzarían el pequeño campo e irían a comprobar que Monty siguiera lo más cuerdo posible con su recién adquirido trabajo voluntario como cuidador de los chicos Weasley. Harry jugaría con Fred y George e intentaría ayudar con sus deberes a Ron y dormiría una siesta con Ginny, mientras James y su padre preparaban la cena para los niños y Molly, que llegaría a casa a las seis en punto. Todos cenarían juntos y charlarían un poco antes de que James llevara a Harry a su hogar para darle un baño y prepararlo para dormir.

Era una buena rutina.

Pero ese día sería diferente.

—¿Quieres buscar tu delantal mientras preparo el estudio? —pregunta James, observando a su hijo dejar los zapatos en su sitio. Harry asiente y sube a su habitación llevando su mochila con él.

James no pasa por alto ese detalle mientras se quita sus propios zapatos, la alfombra mullida rozando sus pies descalzos. Como un hombre con una misión, James baja al sótano donde estaba instalado su estudio de arte. Quita la complicada pintura en la que había estado trabajando esa mañana, ocultándola detrás de otras tantas piezas que jamás logro vender, apiladas en una esquina de la habitación. Coloca un nuevo cuadro en el caballete, ajusta la altura para Harry, y en el cajón de apoyo, dispone una selección de acuarelas vibrantes junto a los pinceles que había comprado especialmente para el niño tiempo atrás, y la paleta que siempre usaba.

Revisa todo dos veces, solo por si acaso.

No pasa mucho tiempo cuando ve a Harry bajar, su delantal manchado de pintura le llega un poco por debajo de la rodilla, el cabello rebeldes cae sobre su rostro, cubriendo el vitíligo en su frente y parte de las pecas oscuras en su piel cálida. Harry brinca al llegar al último escalón, sus pies descalzos arrastrándose sobre la alfombra, llegando junto a James en una carrera precipitada.

—Me alegra mucho contar con tu ayuda, Bambi. No tengo la más mínima idea de que pintar y si no pienso en algo pronto, deberemos pedirle dinero al abuelo de nuevo. ¿Tienes alguna sugerencia para mí? —pregunta James, contemplando con seriedad el lienzo en blanco mientras su mano se curva en los suaves rizos de Harry.

Harry duda, toma un pincel y muerde el palillo, su ceño fruncido y sus ojos esmeralda permanecen fijos en el lienzo, antes de apartar la mirada hacia James.

—¿Puedo intentar imitar uno de tus cuadros?

—No veo porque no —concede James y, más suave y seguro, añade —. Lo harás bien, Haz.

Harry elige pintar el pez "alado". No tenía alas realmente, solo aletas demasiado grandes, pero James no tiene el corazón para arruinar la ilusión del niño. Su ocurrencia lo hace reír, se encoge de hombros y presiona un pequeño beso sobre su frente, apartándose un poco para verlo trabajar. Sus trazos son temblorosos al comienzo, su pulso no es el mejor y sus líneas son débiles, y eso le hace saber a James que algo lo inquieta. No dice nada, no va a presionarlo para que hable, Harry merece tener la elección sobre confiar en él o no.

James lo observa dibujar la base del pez con una acuarela azul grisáceo. La pintura es pequeña y fea, pero aun así James lo colgara en su pared más tarde, junto al resto de pinturas que su hija había hecho en esos cinco, casi seis años.

Harry cumpliría seis años ese año, el tiempo había pasado en un abrir y cerrar de ojos. James aún puede recordar, con cierta aprensión y vergüenza hacia sí mismo, la noche que trajo a Harry a casa. Lo pequeño y frágil que era. James estaba orgulloso de Harry, era un niño maravilloso, generoso y amable. Y si Lily estuviera ahí, se sentiría igual o más orgullosa que James.

Lily lo habría presumido y amado tanto.

—Fui el último en presentar su ensayo —dice Harry, al cabo de unos minutos, sacando a James abruptamente de sus memorias y lamentaciones —. C-creo que lo hice bien. Nadie creía que olvidaste a mamá en el taxi.

—Ese fue un gran día —ríe James, removiéndose un poco en su sitio —. ¿Algo más, Haz?

—El perro de Ron se comió su tarea... Papá, ¿podemos tener un perro?

—Los Weasley no tienen un perro, Harry, a menos que cuentes al pulgoso que se cuela por el hueco en la valla —dice James —. Y no tenemos tiempo para cuidar de un perro. Tal vez cuando seas un poco mayor.

Harry agacha su mirada un poco y James desea arrepentirse. Nunca ha conseguido negarle nada a esos ojos verdes.

—Lo voy a pensar —musita James, finalmente, cruzando los brazos sobre su pecho con resignación.

Y así de simple, Harry vuelve a levantar la mirada y sonríe, grande y brillante, asintiendo conforme con el trato. James bufa, exagerando su molestia por ser manipulado por un enano de seis años. Era hijo de Lily, sin duda alguna. Harry continúa pintando como si nada; añade un poco de verde y azul por aquí y por allá en pinceladas descuidadas, salpicando ocasionalmente el piso y la punta de sus pequeños dedos de los pies. James le aconseja usar un tanto de marrón en el cuadro.

Y entonces, Harry pregunta algo que James no esperaba responder tan pronto.

—¿Ser diferente es malo?

James debe tomarse unos segundos para acomodar sus ideas, intentando encontrar las palabras adecuadas para contestar.

—No, no lo es. Ser diferente te hace ser quien eres, Harry —responde James, cauteloso —. Jamás debes sentirte mal por no ser igual al resto.

—¿Qué hay de las familias normales?

James no lo entiende a la primera, cuando piensa en ello, una incomodidad se instala en su pecho.

—¿Por qué preguntas eso?

Su mente comienza a relacionar los eventos ocurridos, desde Harry tardando en salir de la escuela hasta su mirada cabizbaja y su tono de culpa. Desea equivocarse, desea que eso que está pensando no haya ocurrido.

—La señorita Sybill lo dijo cuando terminé de hablar sobre ti y mamá. Ella preguntó si ustedes estaban casados. Intente explicarlo, pero ella no entendía, dijo que no somos una familia normal, que estábamos mal. ¿Realmente estamos mal, papá?

James puede notar el momento exacto en el cual los ojos de Harry se humedecen. Y su propia ira burbujea en su pecho al ver la primera lágrima resbalar por su mejilla.

—No, no, no, Haz, por supuesto que no estamos mal... Tú no estás mal, es ella quien está equivocada. Jamás debes sentirte presionado u obligado a explicarle tu vida a otra persona, ¿de acuerdo? Nadie tiene el derecho a juzgarte.

Harry no se ve muy convencido, las lágrimas se mantienen y James lo entiende, conoce perfectamente ese sentimiento. Esa misma inseguridad lo ha atormentadopor años, el pensamiento constante de hacer lo correcto para criar a un niño. Harry era muy pequeño para pasar por eso. Se acerca a Harry y apoyándose en una rodilla frente a él, sus manos acunan su rostro, limpiando cuidadosamente las lágrimas en sus mejillas con ambos pulgares antes de rodearla en un abrazo. James lo sostiene y le permite llorar sobre su hombro.

—Existen familias diferentes, Harry, y no por eso están mal —murmura James, suavemente, ofreciendo algunas caricias cuidadosas en la espalda de Harry, tratando de minimizar sus sollozos—. A veces cuesta un poco comprender, a veces es difícil explicarlo, pero no hay ninguna ley o decreto que diga exactamente como debe ser una familia. Solo basta con que esas personas te amen y cuiden. ¿Y no te amo yo lo suficiente?

Harry hipa un poco y sorbe por la nariz, James siente la humedad en su hombro, pero no le importa lo suficiente.

—Sí, si lo haces

—¿Ves? ¿Dónde está lo malo en eso? El abuelo Monty y tu padrino Remus te adoran, al igual que tío Peter, tía Marlene y la tía Mary. Tu madre te amaba con todas sus fuerzas, Harry. El que ella no esté aquí no cambia nada de lo que hay aquí —James señala su corazón y repite la misma acción con Harry—, o aquí. Somos tu familia, por muy extraños que seamos. ¿Entiendes?

James espera que sí.

—Lo hago... Solo deseo que el resto de las personas también lo hagan —hipa Harry, limpiándose la nariz en la camisa de James —, porque eres el mejor papá del mundo y no me gusta que digan esas cosas de nosotros. No me gusta que hablen feo de mamá.

James parpadea, se toma un segundo para asimilar y tragar el nudo en su garganta, separándose de Harry lo suficiente para esbozar una sonrisa calmada.

—Bueno... No todos pueden ser tan inteligentes como tú, Bambi.

—¿Soy inteligente aun si saco mala nota?

—Sí, Harry, aun si sacas una mala nota —afirma James, con seguridad —. Sabes que eso no importa. Eres muy pequeño para preocuparte por eso, ese es mi trabajo, junto a la gigantesca tarea de asustar a los monstruos bajo tu cama y tratar de hacer que comas tus vegetales.

Harry ríe, visiblemente aliviado. James no buscaba hacerlo reír, pero tampoco se queja. La risa de Harry era lo más puro y brillante que tenía la vida por ofrecer. Era un bálsamo para sanar todas las heridas en el corazón y el alma de James.

James mataría y viviría por su hijo.

—¿Te sientes mejor ahora que me lo has contado?

—Un poco —dice Harry, acomodándose las gafas en un pequeño gesto nervioso.

James piensa en que hacer para enfatizar su punto, algo que funcionara para levantar un poco el ánimo de Harry, y entonces lo recuerda. Recuerda a un Harry mucho más pequeño calmándose ante el sonido de la música, y se recuerda a sí mismo cantándole por las noches para hacerlo dormir. Podría intentarlo. James haría el ridículo mil veces para verlo feliz.

You are my sunshine —canta James, mientras se pone de pie.

La expresión de Harry, al escucharlo, es digna de enmarcarse, el asombro se pinta en su rostro en un cuadro perfecto de inocencia y sorpresa. Con una sonrisa cómplice, James toma las manos diminutas de su hijo, consciente de la diferencia de estatura, y lo invita a elevarse sobre sus propios pies.

Su estudio se transforma en un improvisado salón de baile, la pintura manchando el piso funcionando como guía para sus pasos.

—¿Qué haces? —inquiere Harry, su risa cristalina y cálida resonando en el espacio.

James opta por no responder con palabras; en su lugar, su voz se eleva de vuelta con la canción.

You are my sunshine, my only sunshine —canta James, haciéndolos girar en su sitio, provocando una nueva risa en Harry—. You make me happy when skies are gray.

Es ahora cuando James piensa en lo mucho que ha cambiado su vida desde que Harry forma parte de ella. Si le hubieran dicho al James Potter de hace seis años que sería padre de un niño tan asombroso como lo era Harry, probablemente se habría reído y habría mirado directamente en la dirección de Lily. Habría bromeado sobre el futuro juntos, para silenciar la voz de duda en su cabeza << ¿Serás suficiente para ellos? >> Pese a crecer en una familia maravillosa y tener amigos increíbles, nada había preparado a James para ese desafió de ojos verdes y sonrisa deslumbrante.

Fue muy difícil hacerlo sin Lily ahí para acompañarlo en la aventura. Ella estaba mejor preparada que él. James se equivocó en muchos aspectos, sufrió demasiado con cada cambio, se cuestionó mil veces si estaba haciendo lo correcto respecto a Harry. Pero ahora que está ahí, escuchando la risa alegre de un niño que crece rodeado de amor, le hace saber que lo hizo y seguirá haciéndolo bien.

James perdió a Lily, y se perdió un poco a sí mismo, pero lo había ganado a él.

Y no cambiaría eso por nada del mundo.

You'll never know dear, how much I love you —tropiezan en el próximo giro y ríen juntos — Please don't take my sunshine away.

You are my sunshine, my only sunshine —canta Harry, tomando a James desprevenido— You make me happy when skies are gray.

Las piernas de James se sienten débiles. Hay demasiados sentimientos dentro de su corazón y no sabe cómo expresarlo correctamente. Atina en agacharse y abrazar con fuerza a Harry, exhalando un suspiro tembloroso sobre sus rizos.

I'll always love you and make you happy and no one else could come between. You are my sunshine.

—Papá, ¿estás llorando?

—No, Haz. Pero los adultos también lloramos, sentimos casi tanto como los niños —explica James, pacientemente —. Hacerlo está bien bajo ciertas situaciones.

Harry tararea, apoyando su mejilla en el hombro de James—. Pero tú eres papá y eres valiente.

—Llorar no te hace ser menos valiente, Harry. Se requiere de un gran coraje para admitir que no siempre podemos soportarlo todo.

—¿Algún día seré tan grande e inteligente como tú, papá?

—Espero que no. ¿Sabes por qué? —pregunta James, poniéndose de pie, alzando a Harry entre sus brazos, burlándose un poco cuando él extiende las manos hacia arriba con la intención de tocar el techo —. Serás mejor que yo, Harry. Alguien extraordinario y especial, sin importar lo que hagas, porque tienes la mitad de Lily en ti.

—Suena divertido, papá —exhala Harry.

—Como una gran aventura —concuerda James, subiendo los escalones hacia el piso superior —. ¿Sabes qué otra cosa suena divertida? Planear una gran, gran broma.

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Después de dividirse sus porciones de pizza y escuchar al comediante favorito de Harry, James empaca una mochila ligera con el juguete favorito de Harry y algunos bocadillos para compartir, antes de salir de su hogar y atravesar el pequeño campo en la parte trasera para llegar a la casa Weasley. La cálida residencia los recibe con el bullicio habitual de siete niños.

—Charlie, deberías estar haciendo tarea —señala James al ver al niño descansar plácidamente en los escalones de entrada. Él se encoge de hombros y abre sus brazos hacia Harry esperando su habitual abrazo.

—No hay tarea —se defiende Charlie, sosteniendo a Harry entre sus brazos, alzándolo sobre su hombro con facilidad, para gran diversión del pequeño mocoso.

—No has tenido tarea en cinco semanas.

—La escuela es rara. Y si me disculpas, tengo un juego pendiente con tu hijo y mis hermanos. Creo que Monty estaba quemando algo en la cocina. ¡Suerte!

Charlie le sonríe con tranquilidad mientras se lleva a Harry al patio trasero dónde George y Fred parecían estar. Desde su lugar en la puerta de entrada, James puede escuchar todo el escándalo sucediendo allá; distingue la voz aguda de Ginny gritándole a un pobre Ron que era su turno de caminar sobre la plancha. Al parecer los había convencido a todos de jugar a los piratas y, claro, ella era el único pirata. James casi siente lástima por ellos. Su única experiencia con pelirrojas le había enseñado que era una pésima idea el tratar de llevarles la contraria. Huye antes de que alguien saliera y lo arrastrara a unirse al juego.

—¿Papá? Llegue —anuncia abriéndose paso dentro de la sala de los Weasley, no lo ve por ningún lado —. Papá, ¿quemaste las cortinas de Molly otra vez?

El silencio reina mientras James avanza hacia la cocina, al cruzar el umbral que la separa del comedor, siente el golpecito de una cuchara contra su nuca.

—¿Cuántas veces debo repetir que fue un accidente? —pregunta Monty, su mueca seria reduciéndose a una sonrisa tranquila, palmeando el hombro de James amenamente — ¿Harry está contigo?

—Charlie lo llevó a jugar con ellos, están en el patio trasero.

—Bien, quiero hablar de algo contigo.

Esa frase solía ser el preludio de problemas, y James lo sabía. Con un gesto nervioso, se lleva una mano a la cabeza, rascándose el lado afeitado.

—Bien, sí... ¿De qué se trata?

—Hace mucho tiempo que no sales —comienza Monty, con voz pomada —. Si lo que te detiene es el horario de Harry, sabes bien que no me molestaría cuidarlo. Eres joven, James, mereces poder salir con tus amigos, disfrutar y divertirte, o tal vez conocer otras personas. Tuvida no puede quedarse en pausa por siempre.

—No siento que mi vida esté en pausa.

—Ver cómo te aíslas le rompería el corazón a Lily —dice Monty, su mano cálida y reconfortante acaricia la mejilla de James —. Ella no habría querido esto para ti y si estuviera aquí...

—Pero no lo está —corta James, bruscamente, más ácido y a la defensiva de lo que desearía —. Aprecio el ofrecimiento, pero no estoy interesado. Estoy perfectamente bien así, papá, además, tengo a Harry y debo pensar en él. No quiero que se encariñe con alguien que puede marcharse en cualquier momento.

Monty frunce los labios, formando una línea tensa, mientras las arrugas en las esquinas de sus ojos se marcan más profundamente. Su mirada impregnada de paciencia desgarradora permanece fija en James, observándolo con atención. Un silencio pesado se cierne sobre ellos, estirándose por segundos que parecen eternos. Finalmente, Monty rompe el silencio, con una voz cargada de algo indescifrable, dice:

—¿Estás seguro de qué es por Harry?

James suelta una risa hueca, retrocediendo para escapar del afecto y la mirada penetrante de Monty. Sintiéndose repentinamente vulnerable y expuesto. Se gira, dándole la espalda a Monty, y se dirige hacia los estantes de la cocina, sacando cosas al azar. El sonido de frascos y cucharas chocando entre sí rompe el silencio, llenando el espacio con la cotidianidad.

—Voy a preparar la cena —anuncia James.

El resto de la tarde pasa sin mayor problema, Fleamont se abstiene de hacer comentarios adicionales y James elude cualquier mención al incidente en la escuela de Harry. Cuando Molly llega a casa, después de un día alternándose entre el trabajo y visitar a Arthur en el hospital (un desafortunado accidente), James se siente aliviado al notar que Harry, al igual que Ron, parece haberlo olvidado. Lo que menos necesitaba en ese momento, era a la pandilla Weasley uniéndose en contra de la maestra sustituta.

James podía encargarse de ella por su cuenta.

Las personas pueden hablar, pensar u opinar lo que quisieran de él, no le importa lo suficiente, James sabe lidiar con la mierda. Pero hay una línea que nadie debe cruzar: meterse con un niño.

Y menos aún si ese niño era su hijo.

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La mañana siguiente, James está más que preparado para asistir al colegio de Harry y resolver civilizadamente el asunto del ensayo. El que use los pantalones rasgados y su vieja camisa favorita —esos que deja ver el tatuaje cubriendo su tobillo y los otros tantos en sus brazos—, su arete a juego con Remus y las uñas pintadas de negro no tiene nada que ver. Por supuesto que su intención no es incomodar a nadie.

Claro que no.

—¿Por qué vistes tan gracioso? —pregunta Harry, dulcemente atándose los zapatos — Hoy no viene tío Remus, tampoco tío Peter.

—No, pero es una ocasión especial, ¿recuerdas lo que hablamos ayer?

—Sí... ¿Por qué?

—Hoy tendrás un diez en tu ensayo —asegura James, pasándose las manos por el cabello tratando de hacerlo ver menos desastroso y fracasando en el intento —. Si esto no funciona, llamarás a tu tía Mary.

Y Harry comprende lo que está por ocurrir.

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—¿Es esto cierto, señorita Trelawney? —cuestiona el subdirector Tonks mirando con reproche a la mujer. A su lado, el director Dumbledore une sus manos por debajo de su mentón, manteniendo un silencio neutral.

En resumen, James había sido atendido de inmediato, en cuanto dejó a Harry en su aula de clases. Habían llegado más temprano de lo habitual, por lo que no fue sorprendente que los pocos niños dentro del salón estuvieran sin supervisión adulta. James no estaba preocupado; el jardín de niños era conocido por ser un espacio seguro. Además, según Harry, su aula era divertida.

A Harry le encantaba pertenecer a la clase de Slytherin.

James, por su parte, no lograba entender la razón de asignar nombres tan peculiares a los grupos escolares. Tampoco recordaba que ese día llegaría el nuevo profesor de su Harry. De haberlo hecho, no se habría puesto esos pantalones.

Tonks lo encontró en uno de los corredores y lo acompaño hasta la oficina del director. Dumbledore le sonrió paternalmente y preguntó cuál era el motivo de honrarlos con su presencia. James se sentó frente al escritorio del director, extendió el ensayo de Harry hacia él y le contó todo. La explicación borró lentamente la sonrisa bonachona en el rostro del anciano, al terminar el relato, Dumbledore mando a llamar a Sybill.

Y ahí estaban.

Sybill lloraba y moqueaba sobre el escritorio y James tenía una migraña increíble.

—¿Señorita Trelawney?

—Tal vez, no recuerdo muy bien —croa Sybill, sonándose furiosamente la nariz en la manga de su suéter de punto —. Si cometí un error puedo arreglar la calificación e irme con mis niños, puedo...

—Creo que ya hizo suficiente, Sybill —interrumpe Dumbledore, con dureza, las puntas de su barba rozando el escritorio —. La calificación no es el verdadero problema, y creo que usted no comprende el daño que sus palabras pueden causar, especialmente en un niño tan pequeño. Cruzó una línea sagrada, fue más allá de su deber profesional y evaluó un trabajo que pretendía de ser inofensivo de acuerdo con creencias personales. Creencias, que esta escuela no comparte.

Dumbledore atraviesa a la mujer con su mirada, James puede ver la molestia y decepción coexistiendo en el azul de sus ojos, detrás de las gafas de medialuna. Sybill llora un poco más. James casi se siente mal por ella. Casi.

—Es una maestra excelente, Sybill, por ello me sorprende y decepciona demasiado enterarme de esto. Usted no solo cambiará la calificación del joven señor Potter, sino que también ofrecerá una disculpa al niño y a su padre por su actitud tan poco ética, y más tarde, discutiremos en privado su permanencia en este colegio.

—Por supuesto —responde Sybill, en un murmullo bajo, limpiándose las lágrimas, manchando sus mejillas con un pañuelo que el subdirector Tonks le ofrece. Ella sorbe por la nariz y mira a James con ojos grandes y acuosos enmarcados por feas gafas de botella —. Lo siento mucho, señor Potter, no era mi intención causar una molestia en Harry. Lo lamento tanto.

James corresponde su mirada, no quiere ni desea las disculpas de esa mujer. No puede tolerar a nadie que haga llorar a su hijo o darle motivos para hacerlo. La disculpa se sentía hueca, forzada y hasta cierto punto, incorrecta.

—Quiero que le quede claro, que usted no tenía ningún derecho para hablar sobre la madre de mi hijo u opinar sobre nuestras vidas. No es quién para señalar a un niño y destruirle su ilusión. No la disculpo, Trelawney, porque no soy yo a quien le debe esas palabras—responde James, empujando sus gafas sobre el puente de su nariz en un gesto indiferente —. Pero tampoco llevaré esto más allá de lo estrictamente necesario, aunque podría hacerlo. Y espero que comprenda, que la próxima vez que suceda algo de esta naturaleza, no seré tan comprensivo ni amable. Mi hijo es lo más importante para mí y no toleraré que nadie intente pasar sobre él o las cosas que intento enseñarle. No la quiero cerca de Harry, de ninguna forma. Nunca más.

Dumbledore asiente modestamente, aceptando en silencio la exigencia de James. Sybill, por su parte, solloza un poco más, agachando la mirada. Su vergüenza es real, James no sabe lo que suceda dentro de la cabeza de la mujer, pero tampoco le interesa.

—Tómelopor hecho, señor Potter —musita Sybill, suavemente, sus mejillas coloreadas en vergüenza cruda —. Realmente lo lamento, no es... No era mi intención. Me enseñaron cosas diferentes cuando tenía la edad de Harry, no pensé que fuera a afectar tanto un comentario. Lo lamento tanto, espero pueda darme la oportunidad de disculparme con Harry, él es un niño maravilloso y...

—Sé que lo es —corta James, secamente —. Le dejaré esa decisión a mi hijo, hasta entonces, respete los límites, Trelawney. Y espero que su calificación cambie, es lo mínimo que puede hacer por él.

—No se preocupe, resolveré ese asunto con el nuevo profesor, entregué mis listas hace unos momentos, pero puedo hacerlo.

—Lo que sea que funcione para usted —responde James, levantándose de su asiento, sacudiéndose una capa de polvo imaginario del hombro—. Gracias por su tiempo, subdirector Tonks, director Dumbledore.

—Gracias por venir, James —murmura Dumbledore, viéndose de pronto diez años más viejo de lo que realmente era—. Lamento que haya sido en estas circunstancias. Por favor, envía mis saludos a tu padre.

James asiente rígidamente en dirección a Dumbledore y Tonks como despedida, girándose para de salir de la oficina, dejando atrás a la mujer llorosa y la amarga experiencia. Las cosas habían salido mejor de lo que había esperado, no tenía nada más de que preocuparse. Al menos hasta que Harry fuera adolescente.

El pensamiento le provoca un escalofrío desagradable.

Demasiado pronto para pensar en ello. James no necesita imágenes aterradoras tan temprano en la mañana, debería marcharse pronto para abrir temprano el estudio, antes de que Remus amenace con arrojarlo a la autopista más cercana por dejarlos a ambos sin trabajo.

James sabe que debe irse, pero algo lo impulsa en ir al salón de Harry y despedirse de él, prometiendo regresar justo a tiempo para la hora de salida. No es realmente consciente del camino que toman sus pasos. Recorre el pasillo del área infantil, sintiendo que destaca demasiado entre los tapices de flores, abejas y cientos de animalitos demasiado felices.

Cuando llega al salón de Harry, no hay nadie ahí, ni una sola alma, todo es pupitres vacíos y mochilas abandonadas y el nombre escrito en la pizarra. Lee la letra pulcra, admirando los suaves relieves, el color vibrante y la formalidad en el nombre. Recitarlo en voz alta, resulta en un cosquilleo agradable sobre los labios. James se pregunta dónde estaban todos, rara vez los sacaban del aula y no hay muchos lugares donde pudieran ir sin supervisión de un adulto. La única opción viable era el patio de juegos.

Y ahí se dirige.

James no entiende por qué se siente tan inquieto, el presentimiento cosquilleando bajo su pulso. Algo muy bueno o malo estaba por ocurrirle, considerando su suerte, James apuesta por la segunda.

Entonces, recuerda el nombre escrito en la pizarra.

Regulus A. Black.

Él debía ser el nuevo profesor de Harry. Hay algo en ese nombre, que hace acelerar su corazón, no hay razón para que eso ocurra. James no lo entiende, pero tampoco lo asusta, tuvo esa misma sensación con Lily, con Remus e incluso con Peter.

James no cree en las coincidencias y duda que esta sea una.

El aire matutino golpea su rostro como una suave brisa, sutil y cálida al poner un pie fuera del edificio y en el patio de juegos. Los compañeros de clase de Harry están dispersos en pequeños grupos, agachados y hablando entre ellos mientras parecen estar buscando algo en el césped, pero James no ve a Harry por ningún lugar, tampoco ve al famoso profesor Black.

Y de pronto, escucha a Harry llamarlo, está a unos cuantos metros de distancia, descendiendo de la rama más baja de un árbol, siendo auxiliado por un hombre que parece ser más bajo que James.

Harry baja de un salto, como un pequeño mono, esquivando al niño rubio sentado en las raíces del árbol y corriendo directamente hacia James, con el extraño siguiendo de cerca con pasos rápidos. Mientras se acercan, James puede detallar mejor al nuevo profesor; bucles de cabello negro atado meticulosamente con una cintilla azul cayendo sobre su hombro, ojos grises como plata líquida ocultas detrás de unas delicadas gafas de lectura y piel marfileña, sonrojada por el sol. Se detienen a un paso de distancia, James sabe que Harry le está hablando de algo, pero no escucha el qué. Lo único que procesa su cerebro es al bello hombre parado frente a él, mirándolo como si James estuviera loco, James cree que sí, tal vez haya enloquecido un poco. Incluso ha olvidado como hablar y respirar correctamente.

Y, cuando él arquea su ceja, enmarcando la expresión divertida en su rostro, James se siente peligrosamente cerca de entrar en combustión, como una estrella moribunda.

Entonces, por supuesto, siente la mano de Harry curvarse en su muñeca y tirar suavemente, buscando llamar su atención. James acepta ese salvavidas, agradeciendo a la vida por su pequeño y maravilloso hijo.

—Papá, ¿estás sonrojado?

James desea que la tierra se abra en ese instante y se lo trague.

—No, Harry, no lo estoy.

—Te estoy viendo, estás sonrojado —exclama Harry, sonriendo ampliamente, como si Remus hubiera aparecido de pronto para ofrecerle todo el chocolate del mundo.

—Harry, no estoy sonrojado, es el frío.

—Pero hace calor...

La vergüenza de James aumenta al escuchar la risa del profesor Black, el sonido bajo, grave y controlado, rebotando dentro de su pecho y cosquilleando en su piel.

—No sé preocupe, yo le creo —dice él y, oh, James jamás había escuchado un acento tan precioso, ¿francés, tal vez? —. ¿Necesitaba algo, señor Potter?

—Solo James, por favor, el señor Potter es mi padre y me hace sentir viejo. No es que eso esté mal, la edad es genial, de hecho, solo... Dios, no sé qué estoy diciendo —ríe James, flexionando el brazo para frotarse la nuca y luego extender su mano hacia el profesor Black —. James está bien, sí. Un placer.

—De acuerdo, James, soy Regulus, Regulus Black —dice Regulus, aceptando la mano ofrecida, estrechándola con familiaridad.

Su toque arde, la pequeña corriente de electricidad lo recorre de pies a cabeza, mareándolo por completo. Los labios de Regulus se curvan en una pequeña sonrisa confusa, como si él también hubiera sentido ese chispazo antes de que el saludo termine. James se siente torpe, sin saber qué hacer ahora con sus manos.

—Aún no me ha dicho en qué puedo ayudarlo.

—Oh, yo solo pasaba para saludar a Harry, espero que no le esté dando problemas.

—En absoluto —responde Regulus, sus dedos cubiertos de anillos curvándose alrededor de su muñeca, la plata resaltando en la piel pálida —. Harry es un niño muy dulce, travieso, pero no problemático.

—Igual a su padre —bromea James.

Sintiendo las rodillas débiles cuando Regulus sonríe una vez más, un mechón oscuro cayendo sobre su frente y la forma en que lo aparta, debería considerarse ilegal.

—Es una lástima, porque me encantan los problemas.

James estaba acabado.

Lo único que puede pedir es que ese momento se prolongará por siempre.

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—Papá, aún estás sonrojado.

Es lo que dice Harry más tarde cuando James lo recoge en el colegio a la hora de salida. Harry se da la media vuelta en la acera para despedirse del profesor Reg —como los niños aparentemente lo llaman ahora—, de pie en la puerta principal y acto seguido mira atentamente a James.

—¿Tienes fiebre? ¿Estás enfermo? ¿Necesito llamar al tío Remus y tía Mary para que vengan a cuidar de ti?

—No se te ocurra —exclama James, horrorizado ante la idea.

No puede verlo, pero a lo lejos un joven profesor los mira emprender el camino a casa con ese mismo sonrojo en sus pálidas mejillas.

—Profesor Reg, ¿está sonrojado?

El padre de Harry se había marchado hacia varios minutos y las mejillas de Regulus seguían calientes, su piel cosquilleando donde el toque abrazador de Potter le había rozado al darse la mano. Fija su mirada en su inquieto alumno y sonríe temblorosamente.

—Solo es el frío. Vuelve con tu compañero y busquen sus insectos para el terrario. Y no escales más árboles, Harry.

Harry lo mira, ojos esmeraldas clavándose profundamente en él, Regulus siente que lo está juzgando, pero luego Harry se encoge de hombros y se marcha de vuelta para regresar donde Draco.

Regulus tiene la curiosa y familiar sensación de que ese momento había cambiado su vida para siempre y no entiende cómo.

—Mierda.

Susurra Regulus para sí mismo, aferrándose a la correa de su bolso y apoyarse en la pared junto a la puerta a sus espaldas y echando la cabeza hacia atrás. Exhalando una risa divertida al ver a Sybill Trelawney, la mujer que había sustituido, entrar corriendo al edificio desde el estacionamiento, cubierta de pintura roja, brillantina dorada y recortes enredados en su cabello. Cuando pasa a su lado, unos cuantos de ellos caen junto al pie de Regulus, eran pequeños números << 5 >> recortados en papeles de colores.

Era brillante, demasiado elaborado y preciso para tratarse de una simple broma. Y Regulus lo ama en secreto. Esa mujer no le agradaba.

La mirada avellana de James Potter lo persigue el resto de la tarde, incluso al mantener los ojos cerrados.













—Papá, el profesor Reg también tenía frío. 

Por si no quedó muy claro, James es multi talentos; padre del año, artista, bromista, cocinero, enfermero, niñera, bailarín y... ¿recuerdas que en la nota anterior te dije que era tatuador? Esto significa que Remus también lo es :D. Sorpresa. 

REGULUS APARECIO. Le rezó, lo amo, gracias. 

Y DRACO. 

En el fic original de esto, era el "show de Tozier", como Richard Tozier de IT, pero no sabía si iban a entender la referencia y coloque a Evan en su lugar. 

Este fic tiene de todo, que maravilloso. 

Y si la broma tampoco quedó muy clara, James básicamente llenó el auto de Sybill con una bomba inofensiva de pintura, brillos y colores. 

La pregunta es... ¿Dónde está Sirius? 

¡GRACIAS POR LEER, VOTAR Y COMENTAR! Significa mucho para mi que les guste mi trabajo <3<3<3 Nos vemos. 

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