Regulus


Decir que Harry estaba confundido con la actitud extraña de su papá, sería un eufemismo.

Si bien no era raro ver a James bailar mientras cocinaba, no solía hacerlo en presencia de nadie más. Solo de Harry y Monty. Por ello, su expresión curiosa se extiende hacia los Weasley, sentados a su lado frente a la barra de desayuno en Potter's, siendo Percy el primero en decir algo al respecto.

—Harry, ¿tu papá se siente bien?

—Creo que lo picó una araña venenosa —responde George.

Fred se burla—. Ugh, yo diría que fue una cobra.

—¿Por qué una cobra? —preguntan al unísono Harry y Ron.

Ambos se miran en silencio durante un segundo eterno. Finalmente, es Ron quien extiende su mano hacia Harry, sus labios dibujando una pequeña sonrisa de triunfo.

—Yo lo dije primero, amigo, me debes una moneda.

Harry arruga su nariz en una pequeña mueca mientras se cruza de brazos y vuelve su atención hacia su papá vertiendo la mezcla de panqueques en la sartén.

—Papá, ¿me das una moneda?

James ni siquiera voltea a verlos, lo único que hace es meter su mano izquierda en el bolsillo trasero de su pantalón y extender un billete de cien euros sobre la barra. Harry parpadea, contando en silencio los ceros en el trozo de papel para asegurarse de ver bien y sí, ahí está. Sin embargo, James se mantiene concentrado en su tarea de voltear los panqueques en la sartén mientras tararea una canción de ABBA.

Harry y los Weasley miran el billete con la misma idea en mente.

—Es oficial, lo perdimos —declara Charlie, dramáticamente, arrastrándose debajo de su silla—. Ahora Harry vivirá con nosotros en el orfanato y no habrá más comida deliciosa.

—No quiero ir a un orfanato —musita Harry.

—No le hagas caso, Harry, solo está dramatizando. No serás huérfano, el señor Potter nunca lo permitiría —bufa Percy, dibujando una sonrisa —. Además, mamá te adoptaría, si pudiera, podrías compartir habitación con George, Fred y Ron.

Pese a que Percy busca ofrecer una especie de consuelo, lo único que consigue es que Harry comience a sollozar.

—Bien hecho, hermano —entonan Fred y George al unísono.

Como si se tratase de una especie de despertador, el llanto casi silencioso de Harry saca a James de su sueño de ojos grises. Ron emite un chillido bajo, apresurándose a esconder el billete en su zapato cuando James se gira para mirarlos.

—¿Qué hicieron esta vez? —cuestiona James, señalando a cada niño con la espátula. Ninguno dice nada, pero James los mira con ojos entrecerrados con sospecha—. No sé qué estén tramando, pero no metan a Harry en eso.

—¿Piensas mal de los niños que has visto crecer? ¿Tus propios vecinos? —Charlie se lleva una mano al pecho en señal de ofensa—. ¡Oh, has destrozado mi joven y dulce corazón!

—Precisamente porque los conozco, sé que ustedes traman algo o al menos hablan de ello a mis espaldas. No olviden quién les enseñó todo lo que saben —James pone los ojos en blanco al dejar la espátula sobre la encimera.

Se asegura de apagar la estufa antes de cruzar el pequeño espacio, rodeando la barra de desayuno y apoyarse con una rodilla en el suelo frente al asiento de Harry, extendiendo su mano para limpiar las lágrimas manchando sus mejillas con la manga de su suéter.

—¿Todo bien, Haz?

—Sí —dice Harry, sorbiendo un poco, subiendo sus piecitos sobre su silla, evitando la mirada de James.

James alza una ceja, no muy convencido de esa respuesta, sin embargo, no presiona, ni siquiera cuando ve a Ron rodear los hombros de Harry y a Ginny ofrecerle el resto del jugo en su vasito entrenador. Escucha a Percy murmullar algo parecido a una disculpa, pero antes de poder hacer algo al respecto, George y Fred lo interrumpen, otra vez.

—¿Ves? Nos duele que desconfíes de nosotros.

James se burla, mientras se pone de pie—. No siempre desconfío de ustedes —dice—, cuando duermen puedo descansar un poco. Ahora entiendo mejor a la pobre Molly y Arthur y a mis propios padres.

—Por suerte solo eres su niñero mientras Monty y mamá traen de vuelta a papá del hospital —murmura Charlie, disimulando una carcajada en el borde de su vaso —. Como padre serías una terrible influencia para nosotros.

—Si fuera tu padre, estarías castigado en este momento.

—¿Castigo por ser lindo?

—Desearías —responde James, cruzándose de brazos y arqueando una ceja con ironía —. No, por hacer llorar a Harry.

James puede escuchar la pequeña risa de Harry a sus espaldas, como burbujas elevándose en la brisa, el sonido agradable siendo acompañado por los murmullos "ofendidos" de Charlie y los más felices del resto de niños Weasley.

—De hecho, los castigaría a todos —añade James, como una ocurrencia tardía.

—¡Pero si yo no he hecho nada! —chilla Ron, poniéndose tan rojo como su cabello, Harry lo mira, con una pequeña mueca de preocupación.

Antes de que James o cualquier otro Weasley pueda decir algo más o Ron termine por explotar, Harry los interrumpe, sus pequeñas manos tirando de la manga de James para llamar su atención. Cuando James baja la mirada hacia él, se encuentra con las lágrimas asomándose en las esquinas de los ojos de su niño, gotas amargas empañando el cristal de sus diminutas gafas.

—No quiero que castigues a nadie, papá, estoy bien, mira —dice Harry, sonriendo un poco, limpiándose sus ojos con los pulgares —. Estoy bien.

James finge reconsiderarlo un segundo, peinando el cabello de Harry hacia atrás e inclinándose hacia él para besar su frente.

—De acuerdo, no voy a castigar a nadie —dice James, como si estuviera confiando un gran secreto —. ¿Eso te hace feliz?

—Sí —exhala Harry, con la misma confidencialidad —. Gracias, papá.

Harry sonríe, amplio y brillante, irradiando tanta ternura que bien podría ser capaz de iluminar una habitación, James cree que es así. Bill despeina su cabello y lo felicita por defender a sus hermanos. Percy asiente ante eso al igual que Charlie. Fred y George rodean a Harry en un abrazo, proclamándolo su salvador con Ginny y Ron a su lado, murmurando alabanzas.

Evidentemente, James no tenía intención de castigar a nadie, ellos lo saben, pero eso no les impide seguir el juego. Sabe que esos niños necesitan una distracción de las cosas sucediendo a su alrededor.

—Vamos, terminen su desayuno —señala James, tomando su propio plato para servirse el último panqueque olvidado en la sartén —. Tienen que irse al colegio y yo debo llevar a Harry y Ron al preescolar. Ginny, nena, te quedarás conmigo hasta que regrese Monty.

Ginny tararea felizmente robando las fresas en el plato de Ron.

—¿Puedo tener jugo y galletas para el almuerzo? —Pregunta Harry haciendo una pequeña mueca a la fruta en la orilla de su panqueque.

—Mientras termines todo lo demás que preparé para ti, no veo problema, Haz.

—¿Nosotros también podemos?

—No, Ron. El azúcar los pone extraños —responde James, dándoles la espalda para buscar los tuppers de Harry y colocar su almuerzo dentro.

Toma el tarro de una de las gavetas, destapándolo para sacar tres galletas y empacarlas junto al resto de cosas en la lonchera de Harry. Deja el tarro semiabierto sobre la barra, dándoles la espalda a los niños para preparar los demás almuerzos.

James finge que no ha visto a Harry tomar un puño de galletas y dividirlas entre cada niño Weasley.

Puede dejar pasar ciertas cosas cuando se trata de él.


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Regulus supervisa de cerca el trabajo de sus niños. No había pedido nada complicado de realizar, los pequeños debían dibujar a su héroe o heroína favoritos y escribir acerca de sus superpoderes y porque era su favorito.

Nada complicado.

—Excelente coloreado, Draco. Lindo Hulk —felicita Regulus, al pasando junto al pupitre del pequeño rubio.

—Pero es Loki... —murmura Draco, su ceño fruncido al mirar su dibujo.

Regulus tararea a modo de disimulo y ánimos, sin hallarle la forma a esa extraña y curiosa mancha verde en la hoja.

—Tienes razón, lo siento, pero le faltan sus cuernitos, ¿no lo crees?

—Uhm, tal vez.

Draco refunfuña, tomando un crayón amarillo brillante para dibujar el casco de Loki. No era un héroe, pero Regulus no sería quien se lo dijera.

—Continúa tu trabajo y no olvides añadir porque lo elegiste.

Draco asiente una última vez y Regulus se aparta. Continúa pasando entre los pupitres, felicitando trazos sin sentido por aquí y por allá. Corrige algunos errores en la parte escrita de unos cuantos antes de detenerse en el lugar de Harry. El dibujo de Harry es extrañamente preciso y cuidadoso, tanto, que obliga a Regulus a colocarse de cuclillas a su lado para observarlo mejor.

—¿A quién estás dibujando, Harry?

—Es papá —responde Harry —, pero creo que sus ojos son del café incorrecto.

Regulus no puede estar más de acuerdo. James Potter tiene ojos color avellana, salpicados de verde y dorado, como un atardecer, no de un simple café aburrido. Harry emite un sonido descontento, dejando su dibujo de lado para buscar en su lapicera un color adecuado. Regulus le sugiere amablemente usar un poco de amarillo.

—¿Quieres contarme sobre los poderes de tu papá? —pregunta Regulus, una sonrisa curiosa dibujándose sobre sus labios mientras observa a Harry colorear.

—Papá es el mejor. Él hace aparecer dibujos lindos y complicados en las personas, antes curaba enfermos, como Jesús, pero más genial —dice Harry—. ¡Oh! También hace comidas deliciosas, cuenta las historias más geniales y asusta a los monstruos bajo mi cama y en la alacena. Ese lugar da miedo.

El corazón de Regulus da un vuelco, contagiándose de la ternura y el entusiasmo de Harry.

—Suena increíble.

—Lo es —afirma Harry, con seguridad —. Él también es muy fuerte y grande, y puede alcanzar lugares realmente altos. Una vez se golpeó la cabeza al levantarse de la cama. Ese día me enseñó a curar personas. Papá fue muy paciente conmigo y me dejó ponerle un curita de colores en la frente.

La sonrisa orgullosa de Harry es más que suficiente para despertar la curiosidad sana de Regulus, pero tenía otros niños que supervisar. Su sed de saber más acerca de James Potter debía ser aplazada para más tarde. Antes de que pueda darse cuenta, se encuentra suspirando con decepción mientras se pone de pie.

—Tu padre suena como un sueño.

Harry le dedica una pequeña mirada extrañada, la esmeralda detrás del cristal de sus gafas brillando con algo particular, suave y honesto.

—Sí, se lo dicen mucho.

—Por supuesto que sí —se burla Regulus, sin calor real detrás, sus dedos peinando el cabello de Harry hacia atrás —. Excelente trabajo, Harry.

—Gracias, profesor Reg.

Regulus dibuja una pequeña sonrisa en sus labios antes de marcharse, escuchando el tarareo feliz de Harry a sus espaldas. Cuando todos terminan, recoge los dibujos y los cuelga en el tablero junto a la puerta, como una exhibición de arte en miniatura.

Para la hora del almuerzo, todos los niños están corriendo fuera del aula, llevándose sus loncheras con ellos al patio de recreo. Mientras ellos jugaban y comían, los profesores se reunían en la sala de maestros. La habitación estaba separada del área verde por una puerta transparente, lo suficientemente privada y cómoda para tomar el café, permitiéndoles lidiar con su vida adulta entre chismes, cotilleos y comida, sin perder de vista a los pequeños monstruos. Todos los profesores estaban ahí.

Excepto uno.

Regulus desempaca lo que Sirius había insistido en preparar para él esa mañana sobre su escritorio en el salón. El aroma de comida casera inunda sus fosas nasales y le hace agua a la boca. Amaba la cocina de Sirius casi tanto como amaba su trabajo, aunque nunca lo admita en voz alta. Y apreciaba los pequeños detalles que Sirius siempre tenía para él. En su primer día, junto a su sándwich y fruta picada, Regulus encontró una nota de buena suerte y su postre favorito.

Sirius siempre supo cómo hacer de los días difíciles un poco más tolerables.

Regulus está por tomar el primer bocado de su ensalada cuando unos pequeños pasos se escuchan en el pasillo y se detienen en la puerta. Se supone que no quedaba niño alguno dentro del edificio, después de todo, a nadie le gustaba estar encerrado durante el sagrado recreo. Por ello, Regulus se sorprende gratamente al ver la puerta entreabrirse y a cierto niño de rizos salvajes asomarse cuidadosamente.

—Harry, creí que estabas con tus amigos —dice Regulus, fijando su atención en el niño mientras baja su tenedor de vuelta al plato —. ¿Necesitas algo?

Harry niega lentamente, sus pequeñas gafas torciéndose sobre su nariz mientras corre directamente hacia Regulus, con su lonchera roja colgando curiosamente entre sus manos.

—Solo me estoy escondiendo de Tom —responde Harry, con voz diminuta —. Quiere robar mis galletas y no me gusta cuando jala mi cabello. Además, Ron está jugando con Draco y Blaise y no me hacen caso. ¿Puedo quedarme con usted, profesor Reg?

Oh, Regulus no lo dejaría salir sabiendo que afuera estaría ese tal Tom. El niño no parecía estar en su clase o lo recordaría. Más tarde investigará de quién se trata y se asegurará de darle un merecido castigo por molestar a Harry.

Regulus se encargará personalmente en que ese niño no vuelva a molestar a nadie, nunca más.

—Por supuesto que sí, Harry. Permíteme un segundo —pide Regulus con una pequeña sonrisa amable. Se pone de pie para acercar una silla extra a su escritorio y mientras Harry se acomoda en el asiento, Regulus lo ayuda a desempacar su almuerzo y colocarlo junto al suyo —. Ahí, ¿estás cómodo?

—Lo estoy, gracias —Harry sonríe y es lo único que necesita Regulus para relajarse un poco y asentir, recuperando su cubierto—. ¿Por qué está aquí solo?

—Me gusta mi soledad.

—¿Por qué?

—Me da tiempo para pensar —responde Regulus, pinchando un cubito de pollo especiado.

—¿Pensar en qué?

—En tareas, juegos o libros. A veces, pienso en mi casa y por ende en mi hermano y lo que prepararemos para cenar.

—No me gusta la tarea, pero sí los juegos —musita Harry, buscado el popote de su cajita de jugo de manzana —. Mi mamá también amaba los libros, trabajaba de eso. ¿Cree que también debería pensar en la cena, profesor Reg? Papá nunca hace cosas divertidas para cenar. Él dice que el abuelo es viejo y necesita comida saludable, y como yo soy pequeño, también debo comer mis verduras, pero no me gustan mucho.

Regulus no puede evitar sonreír ante el puchero de Harry, era adorable la forma en que arrugaba la nariz. En secreto, Regulus comparte su aversión por ciertos vegetales, recuerda que eso sacaba de quicio a Sirius y Narcisa cuando eran más jóvenes.

—La tarea es importante, es necesaria para asegurar un buen aprendizaje, Harry. Así como la comida saludable —ofrece Regulus, ayudando a Harry a colocar la pajilla—. Debes comer vegetales para crecer sano y fuerte. Tal vez algún día serás tan alto como tu papá.

—Igual no me gusta —insiste Harry, tomando un sorbo pequeño de jugo —. A Charlie tampoco le gusta la tarea, se supone que es un secreto entre él y yo, pero...

Harry mira cautelosamente a su alrededor, asegurándose de que nadie esté escuchando. Satisfecho con la falta de espías, le hace una señal a Regulus con su dedito, pidiendo que se acerque, y Regulus cede ante la curiosidad, inclinándose un poco al frente.

—No hace tarea hace cinco semanas —susurra Harry, con un tono cómplice y divertido —. No le digas a mi papá, ni al abuelo, o a la señora Weasley. Ella da miedo estando enojada.

—De mis labios no saldrá ninguna palabra al respecto—promete Regulus, entrelazando su meñique con el de Harry para sellar el juramento —. Pero en algún momento ellos se enterarán, Harry.

Harry niega, como si ya hubiera contemplado esa posibilidad—. Para eso falta mucho tiempo, los papás nunca se dan cuenta de las cosas.

Regulus tararea de acuerdo, pasando un bocado y tomando otro. Harry era un niño muy inteligente y observador, demasiado para el bien de cualquiera.

—Tienes toda la razón.

Un latido de silencio. 

—¿Tiene papá, profesor Reg? ¿Y su hermano como se llama? ¿Ellos son tan bonitos como tú? Mi papá dice eres hermoso y que tus ojos parecen estrellas.

El último comentario por poco logra que Regulus se ahogue con un sorbo de agua. Por suerte, Harry está ahí para darle unas palmaditas suaves en la espalda, ofreciendo también su cajita de jugo. Regulus declina y tose para aclararse la garganta.

—¿Qué? ¿Él realmente dijo eso?

Harry se muestra orgulloso al asentir y sonreír ampliamente, antes de darle un gran mordisco a su sándwich. Regulus no puede evitar notar que el pan está cortado en figuritas.

—Sí, suena bonito, ¿verdad, profesor Reg?

—Muy bonito, Harry... Respondiendo a tu pregunta, no, no tengo papá. Mis padres murieron hace mucho tiempo. Solo somos mi hermano y yo.

Regulus lucha por aclarar su garganta y disimular el horrible sonrojo calentando sus mejillas. A veces la indiscreción infantil era hilarante. ¿Él fue tan terrible?

—Oh —murmura Harry, luciendo arrasadoramente triste durante un segundo, pero luego parece iluminarse con una idea repentina —. ¡Profesor Regulus, puedo compartir a mi papá con usted!

Regulus se ahoga una segunda vez, ahora es casi imposible disimular la vergüenza ardiendo en su rostro. Harry vuelve a darle palmaditas en la espalda y ofrecer su jugo, casi con condescendencia.

¿Quién dijo que lidiar con niños era algo sencillo?


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Al medio día, llega la hora de despedirse de sus pequeños demonios. Algo que Regulus se había acostumbrado a hacer esa última semana, era entregar personalmente a cada niño con sus padres o la persona autorizada que se presentará para recogerlos, verificando que cada uno se marchará seguro y a salvo.

Casi todos los niños se habían ido, excepto Harry.

—No es usual que demoré tanto —murmura Regulus, distraídamente, comprobando nuevamente la hora en la pantalla de su celular. Faltaban diez minutos para la una de la tarde.

Harry de pie su lado, parece inquieto, alternando su mirada entre la calle y Regulus, aferrándose a las correas de la mochila sobre sus hombros. Regulus hace una mueca; le duele la espalda con solo verlo. Se apoya sobre una rodilla en el escalón de entrada, tomando la mochila de Harry para llevarla en su lugar.

—Papá nunca llega tarde. ¿Y si se olvidó de mí? O peor, ¿y si ya no me quiere en casa? No quiero ser huerfa...—croa Harry, arrugando la nariz con molestia—. No quiero ir a un orfanato, profesor Reg.

—No iras a un orfanato, Harry, estoy seguro de que hay una muy buena explicación para esto. Respira —instruye Regulus, con paciencia —. ¿Vives lejos de aquí?

—No, a solo unas calles.

Para asegurarse, Harry muestra su gafete escolar, su dirección está inscrita al reverso junto a sus alergias y dos números de emergencia. Claro que Regulus trató de llamar, no es tonto, pero los teléfonos marcados, como << Remus Lupin>> o <<Peter Pettigrew>>, enviaban directamente a buzón. Regulus sabe que no puede dejar a Harry ahí, ni esperar más al padre del niño, por muy tentador que suene. El edificio cerraría pronto y el acceso al interior sería restringido, además, simplemente no puede quedarse.

Le toma un segundo y poco más decidirse. Perdería el autobús y tendría que llamar a Sirius para qué pasará a recogerlo, probablemente él se enfadaría un poco, pero el bienestar de Harry era más importante.

Y no es que estuviera preocupado por James Potter.

En absoluto.

—De acuerdo, está cerca, pero no lo suficiente para dejarte irse solo —dice Regulus—. Vamos, Harry.

—¿A dónde vamos?

—Te llevaré a casa. Con un poco de suerte, podríamos encontrar a tu papá en el camino y con un poco más de fortuna, no nos meteremos en problemas —responde Regulus, pacientemente, resguardando el gafete de Harry dentro de la mochila.

—Oh —murmura Harry —. ¿Por qué?

—Es una responsabilidad muy grande que no debe tomarse a la ligera. Y recuerda algo, si esto sucede otra vez y no hay nadie cerca en quien confíes y alguien extraño se acerca ofreciéndote ayuda, pero tú no quieres o no te sientes seguro cerca de esa persona, no tienes que ir con ellos. No todos los adultos son buenos, ¿de acuerdo, Harry?

Harry sonríe, ofreciendo un pequeño asentimiento cuidadoso. Regulus se asegura de enviar un mensaje a los números de "emergencia" notificando que llevaría a Harry a casa de los Potter y uno más a Sirius con la dirección.

—Pero tú eres bueno.

—Trato de serlo, Harry —musita Regulus, ofreciendo una sonrisa que no alcanza sus ojos mientras se pone de pie con la mochila de Harry sobre su hombro derecho y su propio maletín en el izquierdo.

Toma la mano del niño entre la suya para evitar perderlo durante el trayecto.

Harry se ve más tranquilo, y mientras baja los escalones de piedra con pequeños saltos, murmurando algo sobre su padrino y su padre, Regulus piensa, por un absurdo y ridículo minuto, que podría hacer eso todos los días.

Sirius nunca lo dejaría vivir en paz si alguna vez llega a enterarse.

—Profesor Reg —llama Harry, a los pocos minutos de camino.

—¿Sí?

—¿Cómo es su hermano?

Regulus se había preparado para cualquier pregunta, menos esa. Harry parece completamente ajeno a su confusión, demasiado concentrado en evitar las grietas en la acera y saludando a una ardilla trepando un árbol.

—Él es... mi persona favorita en el mundo —admite Regulus, lentamente—. Su cabello es parecido al mío, al igual que sus ojos, nos parecemos en muchas cosas, en realidad. Cuando éramos pequeños, solían confundirnos, pero ahora él es más alto y fuerte que yo y tiene una risa contagiosa, como un ladrido. Adora cantar, le fascina la música de ABBA y Bowie, ama cocinar, aunque sea abogado.

—A papá también le gusta esa música —murmura Harry soltando una risita—. ¿Cree que puedan ser amigos?

—Tal vez —concede Regulus, alzándose de hombros.

Le aterra imaginar a Sirius cerca de James Potter. Él probablemente lo convencería de asaltar un banco o hacerse tatuajes a juego, aunque le aterren las agujas.

—¿Y su mamá, profesor Reg?

—Bueno, yo era muy pequeño cuando ella murió, Harry, no puedo recordar muchas cosas de ella y sus retratos se perdieron en un incendio, pero mi hermano dice que era hermosa.

Harry tararea, vagamente.

—A veces pienso en cómo era mi mamá, me habría gustado mucho verla, aunque sea solo una vez —Regulus nota algo, Harry no había dejado que la pequeña sonrisa en sus labios decayera—. Tengo muchas fotografías de ella en casa y el libro que escribió para mí cuando estaba esperándome, también tengo las pinturas que papá hizo de ella. Podría mostrarte, algún día, si quieres.

—Eso me encantaría, Harry —accede Regulus, apretando suavemente la mano de Harry entre la suya.

Las casas se vuelven más hogareñas y pintorescas a medida que se acercan a la residencia Potter. Hay muchas grietas en la acera, pastos verdes y árboles. Típico vecindario donde un niño como Harry merecía crecer.

Todo es luz pacífica, vida y colores chillones.

Regulus descubre que le encanta.

—¿Profesor Reg?

—¿Sí, Harry?

—¿Podría ser mi otro papá?

Regulus trata de contener la pequeña risa burbujeando en su pecho, pero fracasa, estrepitosamente, ¿de dónde había salido eso?

¿Por qué se siente tan nervioso?

—Creo que esa es una pregunta que debe resolverse luego de muchas cenas, Harry —bromea Regulus—. Y también es algo que debe preguntar tu padre, de ser el caso.

Harry frunce su ceño, cómicamente.

—¿Él por qué? Ya tiene un papá.

La confusión plasmada en el rostro del niño y su curiosidad, lejos de molestarle, le parece entrañable. Regulus ahora recordaba por qué se llevaba mejor con los niños que con los adultos.

Eso también explicaría por qué sus únicos amigos eran Sirius y otros maestros en foros de internet.

—Cosas de adultos —responde Regulus sin comprometerse.

—Entonces si papá lo invita a cenar, ¿podría quedarse y ser mi papá Reg?

Niño astuto.

—Oh, mira, fin del viaje—señala Regulus, deteniéndose frente a la casa al final de la calle. Era fácil suponer que ese era el lugar correcto, el tapete en la entrada tenía el Potter grabado-

Por alguna razón, había figurillas de ciervos y cervatillos en el césped y muchos arbustos de flores coronando los marcos dorados de las ventanas. Era un lugar precioso.

Nada comparado a su departamento compartido con la regadera rota.

Harry frunce su labio en un puchero a la par que suelta la mano de Regulus y se acerca a su hogar, subiendo los dos escalones de entrada y golpeando tres veces la puerta. Regulus se mantiene un paso detrás de él, repentinamente cauteloso por el caos que se escucha dentro de la casa después del "toc toc".

Por un segundo, su mente considera los peores escenarios posibles, desde un ladrón hasta una criatura mítica con muy mala orientación.

Luego, James Potter abre la puerta y Regulus debe parpadear para asegurarse de estar viendo bien.

—¡Papá! —Harry chilla, escandalizado.

—Harry —exhala James, visiblemente aliviado—. Oh, gracias a Dios.

Dios.

Regulus no puede estar más de acuerdo con ese pensamiento. No es un creyente, pero bien podría agradecer a quien sea que esté allá arriba por esto. James es todo piel canela; hombros anchos, tatuajes y músculos, gafas torcidas, pantalones deshilachados, zapatillas desiguales y camisa abierta. Un desastre de cabello húmedo y salvaje, y mala combinación de ropa.

Y al desgraciado le funciona.

Maravillosamente.

—¿Todo bien, señor Potter? —duda Regulus, arqueando una ceja, tratando de mantener el profesionalismo y la decencia.

James Potter se sonroja.

<< Querido Señor... >>, piensa Regulus, mordiéndose la lengua para evitar exteriorizar su pensamiento.

—Papá, estás rojo.

Harry señala y, bendito sea, se ríe mientras se abraza al costado de su padre, con la mano gentil de James apartarle el cabello de la frente. Regulus es un espectador de la cotidianidad y suavidad en ese gesto, detallando el sonrojo de Potter profundizarse cuando le mira de vuelta.

Por un segundo, el mundo fuera de eso deja de importar.

—Harry, ve adentro —dice James, con voz suplicante.

—Pero... —Harry arruga su nariz, las gafas deslizándose sobre su rostro—. El profesor Regulus también lo está, no hay nada de malo...

—O-oh, Harry, toma —Regulus farfulla, descolgando la mochila de Harry de su hombro, empujándola amablemente hacia el niño.

James musita lo que aparentemente es una nueva orden hacia Harry para entrar a la casa y lavarse las manos para comer. Harry murmura de vuelta algo que Regulus distingue como <<Adultos raros>> y <<Adiós, Reggie>>, antes de marcharse, agitando su mano en el aire como despedida al entrar en la casa.

—Lamento eso —murmura James, flexionando el brazo para rascarse la nuca, mostrando finalmente una pizca de vergüenza.

—Está bien, no me molesta —responde Regulus, haciendo un gesto de desdén para restarle importancia al asunto—. Harry estaba preocupado, ¿seguro que se encuentra bien, Potter?

—James. Llámame, James, por favor.

James le sonríe, cálido y abierto como el sol de verano. Regulus pone los ojos en blanco, comenzando a girar uno de los anillos en sus dedos, sintiéndose inquieto, parado torpemente en la entrada de una casa que parece salida de un cuento de hadas, delante de un hombre que definitivamente ha salido de una fantasía.

—¿Te encuentras bien, James?

—Oh, sí —ríe James, el sonido bajo y lento—. Ocurrió algo en el trabajo. Soy tatuador a tiempo parcial, y un cliente quería un gran trabajo por un precio ridículo. Luego mi socio se marchó temprano, cita con su médico y demás, dejándome solo en el estudio. Por si eso no fuera suficiente, cuando terminé y salí para recoger a Harry, mi auto se averió, traté de arreglarlo, pero entre mis muchas cualidades, no figura el ser mecánico.

La diversión brilla en la mirada de James Potter y Regulus encuentra imposible no memorizar cada segundo de eso y burlarse, solo un poco.

—Y ahora se ha rebajado a usar el transporte público con el resto de los mortales.

—Inesperado, ¿verdad? —asiente James, esbozando una sonrisa torcida, apoyándose en el marco de la puerta—. Debiste verlo, un demente cubierto de aceite usando el autobús. Típico día en Londres.

Regulus bufa.

Por supuesto que puede imaginarlo.

—Trágico. Casi tanto como su aparente indiferencia al exhibicionismo —puntúa Regulus, señalando la camisa abierta.

James mira hacia abajo, hacia su estómago y pecho al descubierto, la sonrisa en sus labios, siendo reemplazada por una más suave, casi avergonzada, mientras comienza a abrocharse los botones con lentitud.

—Bueno, ese sí es uno de mis muchos talentos —señala James, arqueando una ceja con diversión. La sonrisa lenta y agradable, volviendo a sus labios cuando dice—; Gracias por traer a Harry a casa, no sé como podré pagártelo. No era tu responsabilidad y... Solo gracias, Regulus. Si hay algo que pueda hacer por ti, yo...

—Está bien, James, no necesitas pagarme o vender tu alma al diablo por esto —dice Regulus, correspondiendo la sonrisa, o intentándolo—. Harry es un niño maravilloso. Además, fue divertido traerlo. Pero la próxima vez, trata de que alguien este al pendiente del teléfono.

—Hecho —accede James, ofreciendo un asentimiento, provocando que su cabello gotee sobre sus gafas y su camisa. Las rodillas de Regulus amenazan con fallarle—. ¿Te gustaría entrar y quedarte a comer? Hay suficiente comida para un batallón.

La oferta suena tentadora, demasiado, sin embargo, Regulus debe recordarse ciertos límites.

Regla número 1: Nunca salir con los padres de sus alumnos.

Regla número 2: Sirius nunca lo dejaría olvidarlo si decididamente rompe la regla número 1 y le rompen el corazón. Otra vez.

—Creo que debemos dejarlo para otra ocasión —responde Regulus, con cautela medida—. Me encantaría, pero en realidad debería irme, alguien pasará por mí y... Debería irme.

—Oh —la sonrisa de James decae un poco—. Sí, por supuesto.

—S-sí.

Regulus debía marcharse justo como había mencionado, pero había algo que se lo impedía. Tal vez era el hermoso tatuaje de lirios y rosas en el brazo de James lo que lo mantenía en su lugar, tal vez eran sus ojos imposiblemente suaves y avellana ocultos detrás del cristal de sus gafas torcidas o era la inseguridad de dar un paso atrás y caer de culo en el césped, rodeado de cervatillos de cerámica.

—¿Te gusta? —pregunta James, con la alegría bailando en su tono al seguir la mirada de Regulus hacia su brazo—. Podría hacerte uno, cortesía de la casa y todo. Solo pon una fecha y una hora.

—¿Ofreces eso a todos los maestros de preescolar que se paran en tu puerta después de traer a tu hijo a casa? —bromea Regulus, arqueando una ceja y cruzando los brazos sobre su pecho.

James se burla—. Sí, en especial a los de ojos grises, pecas y actitud entrañablemente desafiante. Son mis favoritos.

Regulus piensa, por un segundo, que podría entrar en combustión. ¿Cómo es posible que alguien a quien apenas conoce pueda hacerlo sentir tan nervioso?

Era aterrador.

—Aunque me encantaría decir que sí, señor Potter —reflexiona Regulus—. Mi profesionalismo, un hermano sobre protector y una clara aversión a las agujas, me obligan a declinar su oferta, aunque me halaga.

—Bueno, hay lugares que los hermanos no ven —señala James, pausadamente, su comisura alzándose con ironía—. Y prometo que seré gentil. Te daré mi número, puedes llamarme, en caso de que cambies de opinión. O si quieres hablar con alguien y salir alguna vez.

James saca la cartera de su bolsillo trasero, busca en el interior y al cabo de un segundo, está extendiendo una tarjeta hacia Regulus, con su número escrito bajo el logo de una cornamenta enmarcando una luna llena y el nombre del estudio "El Merodeador" escrito en una caligrafía bastante llamativa. Al girar la tarjeta entre sus dedos, nota que el papel es holográfico, por alguna razón hay pequeñas huellas debajo del diseño.

—Estaré esperando, Regulus.

—¿Cómo puedes estar tan seguro de que llamaré?

—Una corazonada —ofrece James, resueltamente alzándose de hombros.

Regulus pone los ojos en blanco, sin embargo, guarda la tarjeta dentro de su maletín cuidadosamente, resguardándolas entre las páginas de uno de sus libros.

—Serás un gran problema, ¿no es así, Potter?

La sonrisa que Regulus obtiene, a cambio, es deslumbrante e infantil. Tan cálida y brillante como el mismo sol.

—¿Cómo asegurarlo? —cuestiona James, con ojos brillantes.

—Llámalo una corazonada —suspira Regulus, dramáticamente, ignorando la vibración del celular en el bolsillo del pantalón, ese debía ser Sirius—. Tengo que irme. Por favor, dile a Harry que fue un honor acompañarlo a casa.

—Lo haré. Gracias de nuevo, Regulus. No solo hablo por mí, sino también por Harry. Eres un ángel. Una buena persona.

James es realmente honesto al decirlo, tan auténtico que, por un segundo, incluso Regulus cree que es bueno. Algo en este maravilloso hombre con un terrible sentido de la moda y tiempo, inspira ese sentimiento.

La respuesta sarcástica se queda atorada en su garganta, junto a cualquier otra idea coherente cuando escucha una voz con matices sarcásticos a sus espaldas.

James, James, ¿no invitarás a nuestro invitado a cenar? —cuando voltea en dirección a la voz, se topa con un tipo rubio de pequeños ojos azules y regordete—. ¿Dónde están tus modales?

Y otro más a su izquierda. Un hombre alto, delgado, castaño y de ojos miel en un rostro con finas cicatrices blanquecinas. La expresión de James oscila entre la diversión y la mortificación, parece conocer a este inusual par.

—Colagusano tiene razón, debemos ser amables con las visitas.

—Lunático —advierte James, con burla.

¿Había entrado por accidente en un programa de cámara escondida? ¿Qué clase de apodos eran esos? Y lo más importante... ¿De dónde carajo salían estos sujetos?

Regulus estaba aturdido.

—Nuestro amigo aquí presente es un poco tímido y jamás lo pediría por su propia voz, entonces lo haremos por él —explica "Colagusano", esquivando a Regulus en la entrada para pasar su brazo por los hombros de James, resueltamente.

—En realidad, no puedo quedarme a comer, cenar ni cualquier otro tiempo de comida —insiste Regulus.

—Tonterías. Harry habla mucho de usted y teníamos curiosidad —es el turno de Lunático—. Este fin de semana tendremos una pequeña reunión aquí. Algo muy informal entre amigos, nos encantaría que asistiera, profesor Black. Solemos ser agradables con cualquiera en la buena gracia de Harry. Y, además, recibimos su mensaje, ayudó a nuestro niño hoy, queremos agradecerle.

—Ya veo, pero yo...

Colagusano agita la mano restando importancia—. Estaría encantado de asistir, lo sabemos.

La risa baja y casi penosa de James vibra a través de Regulus como una descarga de estática.

—Potter —sisea Regulus, en dirección a James.

El ruido del motor de la horrible motocicleta de Sirius se detiene en la calle, justo frente a la maldita casa de pesadilla social. Regulus mira sobre su hombro, consternado al ver a Sirius con su traje gris sastre arrugado por todos lados, la sonrisa iluminando su rostro al quitarse el casco, con los rizos negros cayendo sobre sus hombros y, sin molestarse en levantarse del asiento de la motocicleta, comenzar a agitar la mano en el aire, llamando inmediatamente la atención sobre él.

Como si alguien alguna vez pudiera ignorarlo.

—¡Oye, Reggie!

—¿Un novio? —inquiere Lunático, con gran interés.

Regulus desea que la tierra se abra y se lo trague.

—Hermano —farfulla Regulus, entre dientes.

Los ojos miel del hombre brillan con algo particular. Regulus no puede ser el único en notarlo. Oh, ¿en qué se había metido?

—Ya veo.

—Él puede venir también, y Harry estará por aquí, si eso te hace sentir más cómodo —intercede James, amablemente, con sus manos metidas dentro de los bolsillos de su pantalón deshilachado en una postura relajada, muy contrario a la súplica matizando su voz, cuando habla —: Di que sí, Regulus, por favor.

Regulus podría declinar y correr hacia Sirius, como lo ha hecho toda su vida, pero una voz familiar y fantasmal en el fondo de su cabeza, le grita que sería un gran error decir que no.

—¡Bien! —accede Regulus, aferrándose a la correa del maletín en su hombro —. Estaremos aquí, pero eso será todo. ¿De acuerdo? Límites, señor Potter.

James.

—Señor Potter y... Compañía.

—Regulus —murmura James.

Regulus olfatea, extrañamente satisfecho al ser el causante del ceño fruncido de James Potter, la forma en que sus ojos se entrecerraban ligeramente hacia Regulus y su boca se tensaba, conteniendo un posible reproche, debía ser ilegal. Se da media vuelta, escuchando las burlas silenciosas de los amigos de James a sus espaldas. Baja apresuradamente los dos escalones, cruza el jardín y se detiene en la acera, junto a Sirius y el transporte del infierno.

—¿Nuevos amigos? —pregunta Sirius, casualmente entregándole su casco a Regulus, su sonrisa ahora es afable y paciente.

—Dioses, espero que no —murmulla Regulus, subiendo en la parte trasera de la motocicleta, ajustándose el casco—. Estás invitado a mi funeral social el sábado, por cierto. Creo que le gustas al idiota alto y caliente.

—Tendrás que ser más específico, Reggie —se burla Sirius—. Hay dos tipos altos y calientes ahí. ¿El moreno daltónico y jodidamente caliente? ¿O el castaño imposiblemente caliente con suéter de anciano?

Regulus resopla, golpeando sin fuerza el omoplato de Sirius con su puño cerrado. Sirius por toda respuesta, deja escapar un ladrido de risa.

—Castaño —farfulla, cerrando sus brazos alrededor de la cintura de Sirius cuando el motor se enciende y el rugido del motor taladra en sus oídos—. No hagas un escándalo, por todo lo sagrado, solo avanza y no los mires.

Sirius pone los ojos en blanco, sin embargo, por una vez no le lleva la contraria. Él simplemente se limita a arrancar la motocicleta y conducir, aunque por supuesto que agita su mano en despedida hacia los idiotas en la entrada de la casa Potter, como si los conociera.

Algo que Regulus no se atreve a hacer.


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Cuando el profesor Black se ha marchado y James se encuentra demasiado distraído en la cocina. Remus y Peter se sientan junto a Harry en la sala. Harry estaba viendo el show de Evan Rosier en el celular de James, con el cargador conectado a la corriente.

—Ya hablamos de eso, Harry —señala Remus, suavemente—. Nada de usar el celular de tu papá mientras se carga o usarlo para enviarnos mensajes para conseguirle una cita a James con tu profesor.

—Lo siento, luna —se disculpa Harry, aunque ambos saben que no lo siente en absoluto—. ¿El profesor Reg vendrá a cenar?

Remus esboza una sonrisa cómplice.

—Por supuesto que sí.

La risa satisfecha de Harry llena cada rincón de la habitación, mezclándose con las risas grabadas del público en el video en la pantalla del celular de James. Su rostro iluminándose con la notificación emergente de un mensaje de un número desconocido.

<< Corazonada >>

Peter se burla, recostándose en el respaldo del sofá—. No entiendo de dónde sacó lo manipulador.

Harry levanta la mirada de la pantalla, parpadeando inocentemente hacia Peter, quien pellizca su naricita con gentileza.

—No sé de qué hablas, tío Peter.

—Eres igual a tu madre —expresa Remus, con burla cálida, escuchando a lo lejos la voz de James, destrozando una canción de Bowie—. Luego hablaremos seriamente sobre meternos en asuntos de mayores y los sentimientos de las personas, ¿de acuerdo, Harry?

—Sí, tío Remus.

Remus ofrece un asentimiento vago, poniéndose de pie para ayudar a James en la cocina. No pasa mucho para que Harry lo siga y adelante un paso.

—Si esto no resulta, estaremos en problemas —musita Peter, desparramado en el sillón.

—Lo sé, Colagusano.

—No lo hará —insiste Harry.

Parece tan seguro, que ellos, como adultos responsables, inteligentes y capaces, deciden confiar en un niño de cinco años e ignorar el elefante en la habitación.

Después de todo, ¿qué podría salir mal? 


Darling guess who's back from jail


ESTO ES TAN RIDICULO QUE ME ENCANTA. 

No se esperaban a Sirius ni nada de esto, ¿verdad? ¿Verdad? 

Me disculpo por cualquier error de ortografía, coherencia y existencia. 


¡Gracias por leer, votar o comentar! 

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