6. Saltando charcos

Sin dejarme decir nada, me cogió de la mano y me condujo, a través de los tejados, hasta una zona del centro de la ciudad que no tenía muy buena fama. Últimamente los locales de copas que antes solo ofrecían alcohol estaban convirtiéndose en paraísos de la drogadicción. Cada vez más jóvenes acababan totalmente enganchados o incluso muertos por sobredosis en algún rincón de aquel barrio. 

Entonces comprendí las intenciones de Lía y confirmé mis sospechas de que ella no estaba llevando mi misma dieta.

Yo estaba obsesionado en secreto por parecer lo más humano posible y en una lucha constante contra mis instintos más primitivos. Sabía por experiencia que, si quería echar raíces en un sitio, no podía comerme a mis vecinos, así de simple. Eso me había llevado a alimentarme solo de sangre sintética y muy esporádicamente, en algún viaje, me daba un capricho. Cosa de la que me arrepentía durante largo tiempo, pues tardaba días en volver a acostumbrarme a ese insípido sucedáneo. 

Pude ver cómo la mirada pícara de Lía se volvía felina y su expresión corporal recordaba a la de una gata acechando a un inocente gorrión.

—Un 16, mi favorito, ¡qué suerte la nuestra! —y, diciendo esto, se abalanzó sobre el cuello de una solitaria chica que debía de ser muy joven debajo de ese maquillaje corrido, esas medias rotas y ese tremendo colocón. 

Lía no era tonta y al ver que no la había seguido se dio cuenta enseguida de que yo no consumía sangre fresca.

Volvió de un salto a mi lado y fue tan rápida como malintencionada. Sabía que me tenía embrujado. No le costó nada aprisionarme contra la pared y, con la boca sucia de la deliciosa sangre aderezada con heroína de aquella chica, me dio un húmedo y ardiente beso. Todavía explotan todos mis sentidos a la vez al recordarlo.

La suavidad de sus labios, su olor a veneno dulce y su saliva mezclada con el rojo néctar adulterado, despertaron a mi salvaje bestia interior que llevaba dormida y amordazada muchos años.

Acabamos la noche besándonos en cada esquina, borrachos de lujuria. Y el amanecer nos sorprendió corriendo por aquellas calles de perdición, saltando sobre los charcos de la sangre que manaba de nuestra colección de víctimas y buscando con urgencia un lugar donde devorar nuestros cuerpos desnudos.    

https://youtu.be/4b4yDwP2BJE

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