Entre las sombras y un árbol
El siguiente relato que voy a contar no es un invento mío, y aunque consideren absurdo de creer por cómo se dieron las situaciones, o por más inverosímil que parezca, es real a lo que a mí atañe. Recuerdo perfectamente aquella tarde en que se desarrollaron los hechos como si fuera ayer. Era primavera y los pájaros sobrevolaban por las calles de Posadas, las chicharras cantaban. Se acercaba las fiestas navideñas, y eso se podía observar en el cálido ambiente. Estaba sentado junto a un amigo disfrutando del silencio de la siesta cuando llegó una vecina pidiendo a gritos socorro.
—¡Ayuda! Que alguien me ayude ¡Ayuda! Se está muriendo...
Corrimos al lugar y lo que vimos fue tan espantoso como lo que ocurrió después, y el motivo por el que estoy escribiendo éstas breves líneas. En el suelo se hallaba un cuerpo tendido, con la cara carcomida. La sangre brotaba en aquel rostro joven a borbotones. Una espesa mancha ocre se deslizaba por sus mejillas –o lo que quedaba de ellas– como un rio. Un gemido pedía mantenerse con vida, más no podía conseguirlo. La vecina gritaba y se lamentaba. La sangre brotaba a borbotones por las más de veinte perforaciones que presentaba el joven. El torso era donde se concentraban los agujeros provocados por el puñal. Con los puños se aferraba a un par de hojas secas, mientras que sus piernas bailoteaban en el suelo, con posiciones de las más terroríficos. Gemía. Cada vez con menos fuerzas respiraba aquel sujeto, hasta que la muerte lo cubrió con su túnica. Murió con los ojos abiertos, mirando a su hermano que estaba enhiesto junto a él. Tal fue el impacto que provocó ver aquella imagen, que aun hoy en día, cuarenta años después, me da escalofrió el sólo recordarlo.
El cuerpo estaba tirado sobre un pajonal, cerca de un basurero municipal, en las afueras del barrio. Se encontraba debajo de un árbol de mango, a orillas de un arroyo. Junto al muerto estaba su hermano, inmóvil. En su mano izquierda tenía un cuchillo de carnicería completamente ensangrentado y en la otra un libro. De su cuello colgaba una cruz invertida. Aún estaba en estado de trance cuando llegamos. Con una mueca de satisfacción mostraba sus amarillentos dientes. Lo que recuerdo del día después de ver el cuerpo sin vida de aquel joven es poco y casi nulo. Pequeños fragmentos invaden en mis memorias y atacan en mis pesadillas una que otra vez desde entonces.
Como dije en un comienzo, no es un invento mío. Días después de aquel funesto suceso, por el barrio comenzaron a circular diferentes relatos. Miles de historias se escuchaban en las calles, en los periódicos, en los noticieros. Algunos decían que eran por problemas de amor, otros que eran el alcohol y alguna que otra sustancia. Sin embargo yo estaba completamente seguro que otro era el motivo, y cualquiera que haya visto aquel cuerpo coincidiría conmigo.
Lo acontecido sucedió en las últimas semanas del siglo XX. El ambiente que se vivía era caótico. En aquel entonces el temor al fin del mundo estaba presente en todos los hogares, en todos los rincones y estratos de la sociedad. En el barrio se comentaba que "Carlitos" –como se llamaba el asesino– estaba metido en una secta satánica junto con su hermano menor. El mayor de ellos no soportó tanta presión y en un momento de furia arrebató la vida de su hermano para ofrendar a Lucifer la salvación.
La vecina, que fue testigo en el momento en que ocurrió el hecho, me contó tiempo atrás cómo sucedió. Voy a transcribir textualmente sus palabras, sin tratar de influenciar mis pensamientos en ellos:
"Yo iba caminando para hacer las compras, atravesé el descampado para acortar distancia. A medida que avanzaba por el sendero, comencé a escuchar unos ruidos de tambores. De pronto, vi que bajo un árbol estaban tres sujetos. Me pareció extraño aquello, pero no le di importancia, hasta que escuché que uno de ellos empezó a gemir y que con voz gutural dijo: La sangre que será derramada, es para usted, Señor de las tinieblas ¡Sálvanos de ésta tempestad! Mientras pronunciaba las palabras, hundía el puñal en el cuerpo que no ofrecía resistencia. Era cómo el cordero que había aceptado su destino y ante toda adversidad, persistía en continuar con la misión. El otro se revolcaba en el suelo y pregonaba en un idioma desconocido para mí"
Ahora que volví al lugar, fui testigo de un suceso aún más extraño. Se rumoreaba que el alma de aquel joven no descansaba en paz, y que atormentaba a los niños. Se había hecho un parque de recreación en las aproximaciones del lugar. Pasó tanto tiempo desde ese día que hasta la pequeña cruz de madera que se colocó bajo el árbol de mango desapareció. Con las ideas que traía de la Capital de Argentina, me resultaba incrédulo pensar en eso. Lo tomé como un simple comentario de personas que necesitan dar un sentido sobrenatural a todas las cosas. Ya era bastante grande para creer en fantasmas.
Un día sucedió algo extraño. Estaba amaneciendo cuando salí con el auto. Vivía a un par de cuadras del parque. Cuando pasé por allí vi una figura bajo un árbol de mango. Entre la oscuridad de lugar, y mi corta vista, pensé que se trataba de mi imaginación. Detuve el coche y observé fijamente. Era él, aquel joven que su hermano lo había asesinado. Estaba sentado sobre un tronco. Era imposible que sucediera algo así. En el instante que lo miré un escalofrío se deslizó por mi espina dorsal. El joven seguía allí, sentado, con toda la calma del mundo. Lo más aterrador fue cuando giró su cuerpo para quedar frente a mí, como si supiera que lo estaba observando. Sus ojos eran profundos, cargados de dolor y sufrimiento. Una sonrisa maquiavélica proyectó en su rostro. Se le notaba todos los huesos de los pómulos. Al verlo quedé estupefacto. Levantó una mano en tono de saludo. Pero yo supe que no era un saludo amigable, sino que era una señal de que volvería atormentarme, cómo lo había hecho desde su muerte.
Apreté el acelerador y me perdí en las calles. Esa mañana no pude concentrarme en otra cosa. Comencé a buscar noticias en internet. Estaba enloquecido. En un artículo de diario encontré información sobre el juicio. Si bien antes había buscado noticias sobre el tema, siempre fue de manera curiosa. Ahora todo era distinto, lo vi con mis propios ojos. Un pálpito me aconsejaba a buscar sobre ello. Mi mente maquinaba en aquel día. Otra vez comenzaba a experimentar el terror.
El artículo del periódico decía que la Corte Suprema de Justicia había condenado a cadena perpetua a José Sánchez alias "Carlitos" por el asesinato de su hermano. A pesar de que la testigo había mencionado un tercer sospechoso, la policía nunca dio con él. El acusado había negado todo, alegando que no estaba en sus cabales, y que fue inducido por una persona muy poderosa, que estaría involucrada en los altos rangos de la política. No podía culparle, por temor a una represalia.
Continué investigando y supe que Carlitos estaba en el único hospital para enfermos mentales de la ciudad. Decidí ir a visitarlo. El manicomio era bastante chico. Algunos locos estaban en el patio fumando. Con la cabeza gacha, absortos en su mundo. Después de esperar una hora, observando a los pacientes, lo vi ingresar. Estaba calvo, su cuerpo atlético se convirtió en un depósito de grasas. La sonrisa perversa se había convertido en una fábrica de angustian. Las comisuras de sus labios eran la imagen viva de la tristeza. Su mirada estaba perdida en el tiempo. Me acerqué junto con la cálida enfermera y saludé.
—No maté a mí hermano. Es mi sangre. Mi propia familia —recitaba desde su asiento—. Lucifer es mí Señor. El día final se acerca. Todos están condenados. Mi hermano fue un mártir. No maté a mi hermano...
Le ofrecí unos cigarrillos, pero negó, y continuó diciendo.
—No maté a mí hermano. Es mi sangre. Mi propia familia...
« Está más jodido de lo que creí. Pobre Carlos, tenía tanta carisma...». Al rato decidí marcharme del lugar. En mi cabeza se quedó grabada la imagen de él. Con la ropa andrajosa. Sus ojos marrones que miraban la nada. Crucé nuevamente por el horrible lugar que dio inicio a ésta historia, y ahí lo vi nuevamente. Saludó y sonrió maquiavélicamente.
« ¡¿Cómo se puede terminar así?! Matar por ofrenda. No, eso es imposible de creer. Tal vez deba descansar un poco. Disfrutar de las vacaciones. Pronto tengo que retomar la rutina ».
Esa noche fue difícil dormir. Entre sueños una sombra me atacó. Era una horrible pesadilla en la que los hermanos me apresaban y acuchillaban con sadismo. Perforaban mi carne, llegando hasta el alma. Estaba maniatado de pies y manos, y nada podía hacer para defenderme. Estaba sobre el pajonal, bajo el mismo árbol de mango. Una sonrisa extraña iluminó mi rostro ensangrentado. Una tercera persona estaba con ellos. Era una mujer. Reía mientras me atacaban. Tenía el libro entre sus manos. Un cráneo era el recipiente de una vela roja. Estaba completamente desnuda, y gozaba verme sufrir. Jugaba con mi sufrimiento. Dio un aullido de placer al aire.
¡Esa voz! Es ella... ¡Es mi vecina! Con un grito desesperado desperté de un sobresalto.
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