Ausencias del alma

El reloj de pared daba exactamente las 23:32 Hs. Lo supe porque lo miré de soslayo desde mi cama, que se encontraba junto a la ventana. El calor era insoportable, y de esa manera trataba de mitigar, con el ventilador de pie que no daba a basto. La jornada laboral había sido ardua en el taller, ya que por el duelo de mi compañero de trabajo tenía que bregar sólo. Con el cuerpo tendido en la cama procuraba conciliar el sueño.

- ¿Qué sucederá con Franz? Me pregunté somnoliento ¿Se recuperará?

Compadecía a mi amigo Franz, desde la oscuridad de mi habitación. A él se le acababan de morir sus dos pequeñas hijas, Elizabeth y Carol ¡Qué tragedia tan grande! Me repetía, intentando comprender los sentimientos de mí amigo.

Giré en la cama varias veces, buscando encontrar la postura indicada. Hasta que por fin quedé con la espalda contra el colchón mirando el cielo raso de madera, entre tantos pensamientos que se arremolinaban en mi cabeza. ¿Qué persona sería capaz de asesinar a dos pequeñas e inocente criaturas? ¿Y encima en nombre del amor? No, eso definitivamente no es amor...

Recuerdo que fue lo último que dije -porque lo balbuceé fastidiado- antes de que el sueño me atrapara.

En un momento de la ferviente noche sentí que mi corazón comenzó a oprimirse, los vacuos sentimientos se hicieron presentes ¿Qué es esta fuerza que me arrastra hacia la cama con tanta vehemencia? Me pregunté y comencé a hundirme en el colchón, sin entender lo que sucedía.

¡Qué extraño es todo esto! Los latidos cada vez eran más veloces, y el reloj dio las tres de la madrugada. Lo supe aun con los ojos cerrados, por el canto cucú que lo había aprendido de memoria.

Cerré los ojos con fuerza abismal, no queriendo ver, oponiendo resistencia a este sentimiento de angustia que me invadía con un brío cada vez mayor. Escuché un ruido al costado de mi cama, unos pasos que se acercaban hacía mí lentamente ¿Quién será? intenté abrir mis ojos y levantarme rápidamente ¿Qué me sucede? Mis brazos y mis piernas no acataron mis órdenes.

La presencia seguía acercándose a mí, lo sentí enhiesto junto a la cabecera de la cama ¿Estaré soñando? ¿Es una horrible pesadilla? Me pregunté en un soliloquio interno. Intentando calmarme dije para mis adentros ¡Calma Funes! es sólo un sueño -la ansiedad me carcomía-.

Cada segundo parecía ser eterno ¿Que es éste tiempo? la tristeza me invadió con mayor ímpetud cuando escuché al camión recolector cruzar por el asfalto ¡No es un sueño! definitivamente no es un sueño...Y en ese instante unas garras se posaron en mi pecho, tan frías. Que recuerdos tan horribles comenzaron a cruzarse en mi mente, como viejos retratos que fueron censurados por la memoria.

¿Qué son esos llantos? ¡¿Qué quieren de mí?! Intenté gritar, pero mi voz quedó muerta entre mis pensamientos. Se escuchaba en un rincón de mi penumbra habitación el llorisqueo de unas niñas y el chirriar metálico del puñal que les atravesaba ¿Acaso el abdomen? En una secuencia interminable, los gemidos, el llanto y las imploraciones por vivir ¡Qué parecida son esas voces angelicales con las de las hijas de Franz! ¡Por supuesto! Me dije atando cabos, son las hijas de Franz que se aferran a la vida.

Oí la cortina blanca de seda de la ventana correrse sutilmente con un escaso y salvador viento; mis fuerzas recobraron. Con los ojos cerrados moví mis manos y estás me respondieron. Sentí por mis mejillas el deslizarse pesadas gotas de aguas saladas ¡Que hermoso fue abrir los ojos nuevamente y ver las estrellas en el cielo azul oscuro!

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