La luna redonda no se había ocultado por completo y el sol comenzaba a mostrar signos de asomarse por el alba « ¿Qué será? » prorrumpió al ver una jauría aproximarse hacia él. Aún estaba lejos, y el miedo aconsejaba correr en dirección contraria. Los perros se acercaban y un fuerte olor inundó el lugar. Era indescriptible la pestilencia. Por inercia tomó su cámara fotográfica, que aún estaba en la funda que colgaba de su cuello. Apareció algo, una figura extraña. Sólo una calle los separaba. La criatura tenía cara de humano con cuerpo de perro. Unos esporádicos pelos cubrían el cuerpo desnudo. El horrible ser se tambaleaba, intentando zafarse. Las pisadas eran pesadas y sordas, como si sus patas fueran de plomo. Con la cámara en la mano y con una plegaria de por medio, intentó retratar eso. Los dedos le temblaban. Por su frente se escurrían gotas de pavor y adrenalina. Con incertidumbre dio un clic a la máquina. Y tras uno, otro y otro.

Aquella criatura se revolcaba en la tierra colorada. Entre pajonales y capueras. A cada instante gruñía. Los gemidos parecían lamentos por llevar esa carga en su vida. Un olor nauseabundo despedía su cuerpo. Y los ojos ¡ay, los ojos! Eran el retrato vivo del sufrimiento. Rojos, con los párpados caídos ¡Qué tristeza se podían ver en ellos! con bufidos intentaba alejar a sus atacantes. Cuando estuvo en frente de él, pareció que se le acababa el mundo. Sin embargo, el ser siguió su rumbo, y tambaleándose se perdió por el horizonte.

El sol altruista ya cubría con sus rayos a la ciudad de Oberá « ¡Qué fue eso! » Exclamó con desasosiego. La respiración se entrecortaba. Tomó la cámara para ver las fotos. Por una extraña fuerza de naturaleza, está no captó nada. Él, que era un fotógrafo reconocido, no pudo tomar siquiera una fotografía de esa criatura. Entonces ya no supo si aquello fue real, o producto de su paranoia. Se quedó pensando en que toda la verdad quedó allí, en el lente de la máquina.