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Resistir las náuseas causadas por cruzar el portal nunca es fácil. Todavía estaba aturdida, pero ya podía caminar decentemente.
El bosque en el que estaba cambio por una zona asfaltada, aunque terriblemente dañada. Los edificios cercanos estaban derrumbados como si hubiera habido una explosión, había olor a quemado, pero ningún rastro de humo. Mientras estaba analizando mi situación apareció aquella criatura, sobrevolando a mi alrededor, tenía cabeza de cerdo, alas de murciélago y cuerpo de león. Mentiría si dijera que no estaba asustada, por supuesto que lo estaba, pero en momentos así aprendí que desesperarse no resuelve nada, el tener miedo no me ayudará a sobrevivir, solo me impediría pensar con claridad y eso era lo que menos necesitaba, ya lo había aprendido a lo largo de mis viajes.
Quise ganar tiempo para escapar, pero llegué a mi límite y quedé vulnerable sin poder defenderme o seguir corriendo, creí que era mi fin hasta que él apareció. Lo describiría como un rayo deslumbrante y destructivo, así era la persona que me salvó cortando al monstruo por la mitad. Parecía un simple chico con ropa desgastada, cadenas en las manos y un rosario dorado atado en su garganta. No parecía mayor que yo, que tengo dieciséis años, quizá él tendría diecisiete o dieciocho con lo mucho, tenía pintas de exorcista, lo deduje por sus ropas llenas de vestigios de religión, aunque, por como derrotó a ese monstruo sin armas y el color de su mirada sabía que no podía ser humano.
—¡Vete ahora, o finge ser de aquí! —fueron sus palabras mientras desmembraba aquel monstruo.
—¡Maldito! ¡Te dije que lo capturarás con vida! —un sacerdote apareció y tiro del rosario en su cuello como si fuera una correa.
Parecían peligrosos, pero pensaba arriesgarme porque había algo que debía comprobar, así que decidí pedir su ayuda.
—¿Eres de otra ciudad?, no pensé que aún quedarán sobrevivientes que no estuvieran bajo la protección de la iglesia... —aquel sacerdote parloteaba sin parar.
Su tono de voz y mirada prepotente eran incómodos, únicamente lo seguía escuchado para obtener más información sobre aquel lugar. Me contó que hace años aparecieron portales de donde salieron entidades demoníacas y aunque algunos eran parecidos a los humanos y fueron confundidos con publicidad para un videojuego, todo se reveló cuando las ciudades más poderosas comenzaron a caer. Solo la iglesia se mantuvo y superó la crisis que llevó al resto del mundo al colapso. No me dio mayores detalles, cuando llegamos al pueblo donde estaban los sobrevivientes me dedique a investigar y observar con cautela.
Pude reconocer que siete sacerdotes controlaban a nueve «exorcistas bestia o semidemonios» como los llaman los sobrevivientes. A diferencia de los clérigos, los refugiados si me contaron más acerca de todo, sin embargo, aquel relato no fue muy agradable.
Al parecer los exorcistas ahí valían menos que un pedazo de madera, no eran consideramos humanos por sus rasgos demoníacos y falta de conciencia, no eran más que peones que la iglesia controlaba. Sin embargo, algo me seguía pareciendo extraño, porque aquel chico que me salvó tenía rasgos más humanos que el resto, solo sus ojos eran extraños, similares a los de un gato, con el iris de color dorado y la pupila alargada. Además, parecía estar muy consciente en el momento en que me hablo y también cuando destrozó al monstruo enfrente de mí, pero por alguna razón se esforzaba en actuar como los demás cuando los sacerdotes estaban cerca. Él tenía un poder inigualable, podía destrozar monstruos sin parpadear, así que una parte de mí estaba celosa de sus habilidades y a la vez intrigada por lo mismo. Pensé que tal vez él podría deshacerse de los monstruos que me perseguían sin descanso, si él lo lograba eso significaría mi salvación, por fin podría establecerme en el lugar que quisiera e ir a donde sea sin miedo a ser atacada por ellos. Solo debía descubrir cómo usar la correa que lo ataba y hacerlo mi esclavo con el secreto que los clérigos ocultaban.
—Por supuesto, todos los clérigos pueden utilizar los rosarios que están conectados a sus espíritus sagrados, técnicamente cualquiera de nosotros podría, pero ellos son los más aptos —respondió una amable anciana que conocí entre los refugiados y a quien decidí preguntarle todas mis dudas.
Ella dijo que me veía como su nieta fallecida, así que me aceptó de inmediato, aunque estaba claro que yo no confiaba por completo, era la más adecuada.
—¿A qué te refieres, con qué cualquiera podría?
—Existía un ritual que se realizaba en la antigüedad para controlar demonios, involucraba la sangre humana y el deseo ferviente del mismo, se llamaban pactos de sangre. Por supuesto, el rosario sagrado no usa nada de eso, pero el proceso es parecido, menos complicado y por lo mismo también menos eficaz, en general se trata de un pactó unilateral que encarcela al demonio o en este caso a esos seres para someterlos bajo la voluntad divina de nuestros clérigos más destacados —me explicó.
—¿Dices que no están fuerte como un pacto de sangre? ¿Qué pasaría si un humano hace un pacto con esas entidades? —cuestione tratando de analizar minuciosamente sus palabras.
—Nadie está tan loco, jovencita —rio a carcajadas, pero se detuvo cuando yo no la seguí—. Bueno, en el posible caso de que pasará y el trato fuera exitoso, supongo que el clérigo perdería su poder sobre el exorcista demoníaco que tenga un pacto con un humano, pero si resultará lo contrario y, fuera un fracaso el alma del humano que quiso establecer el pacto sería absorbida volviéndola una abominación incluso peor que los mismos demonios —añadió con el objetivo de asustarme.
Supuse que no podría obtener más información, así que me alejé, fingí estar muerta de miedo y fui a descansar. Más tarde me escabullí hacia la cabaña en donde encerraban a todos los exorcistas. Me dirigí al chico que me salvó, no me interesaban los demás que únicamente eran títeres sin voluntad, sabía que solo podría realizar el pacto con él.
—Señorita, veo que todavía estás viva —dijo aquel chico levantando la cabeza y note las cadenas en sus manos.
—Vengo a ofrecerte un trato, haz un pacto de sangre conmigo, destruye a todos lo que quieran dañarme y entonces te liberaré. —Me apresure a dibujar el conjuro en el suelo frente a ambos.
—No me opondré al pacto, pero te puedo enseñar una forma más conveniente y rápida de sellarlo, acércate —pidió extendiendo sus manos aún encadenadas hacia delante.
—No confío en ti —le advertí, mostrándole una daga atada a mi cintura, mientras me acercaba con cautela.
—Y aun así viniste hacia mí —dijo antes de posar sus labios sobre los míos.
Sello nuestro pacto de esa forma y al separarnos le di una bofetada por la osadía que tuvo, en ese mismo momento sus cadenas y el rosario en su cuello cayeron completamente destrozados. Aquel chico sonrió al observar sus ataduras destruidas y se arrodilló para disculparse conmigo, asegurando que era un acto necesario, pues debía tomar algo preciado como pago por el pacto entre ambos, que fue tan ambiguo como peculiar. Él acabaría con mis enemigos a cambio de su libertad.
—Acataré todas tus órdenes, a partir de ahora soy tu fiel sirviente —fue su promesa jurándome lealtad.
—Antes que nada, te daré un nombre para poder darte órdenes fácilmente, te llamaras Zean —lo nombré sin pensarlo demasiado, solo quería algo fácil de recordar y que a la vez fuera poco común, para poder distinguirlo de cualquiera—. Zean, sácame de aquí y llévame al lugar en donde nos conocimos —le ordené dando antes un vistazo rápido al reloj en mi mano derecha.
En aquel mundo el tiempo de mi reloj corría el doble de rápido, así que solo tendría media hora para ir hasta el lugar en donde me dejó anteriormente el portal, debía hacerlo así porque era parte de las reglas para mis viajes.
—Como tú órdenes ama —hizo una reverencia y tomó la forma de un lobo plateado para llevarme sobre su lomo, tenía mucho que preguntarle cuando llegáramos a la siguiente dimensión.
—Ya estamos cerca, ¿qué desea hacer aquí ama? —habló aún en su forma de lobo, lo que me asombró todavía más.
—Lo verás dentro de poco. Prometí tu libertad cuando el pacto entre nosotros concluya, pero obtendrás esa libertad en una dimensión diferente a esta. —De inmediato pulse el botón en mi reloj de pulsera, ese que normalmente se usaría para detener el conteo y cambiar la hora, pulse el botón y abrí nuestro portal hacia el siguiente universo— ¡Ahora, salta! —le ordené.
Con un aliado a mi lado, me sentía confiada, aunque sabía que estaba pecando de arrogante, no pude evitar pensar en las posibilidades. Al mismo tiempo, una parte de mí, la más racional, aún tenía miedo del castigo que podría recibir por ser tan confiada y poco cuidadosa de mis acciones, al haber decidido por primera vez que alguien me acompañara en mis viajes entre dimensiones.
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