Epílogo

Canción: She is the sunlight - Trading yesterday.
***


OWEN

Felicidad.

Es una palabra tan fácil de pronunciar, pero un sentimiento tan difícil de encontrar, de mantener.

La mayoría de la gente conoce su significado, sin embargo, no somos conscientes de que no todos tienen la fortuna de experimentarla. Damos por sentado tantas cosas; pequeñas cosas que, si nos ponemos a pensar, no valoramos lo suficiente.

Unos padres que nos aman incondicionalmente, hermanos capaces de hacer cualquier cosa por nosotros y amigos que nos abren los ojos; ropa nueva y cómoda, comida deliciosa, un verdadero y cálido hogar... No fue hasta que supe la situación por la que había estado pasando Kara que me di cuenta de lo afortunado que había sido durante toda mi vida. La escuela secundaria fue difícil, sí, pero ¿qué adolescente no se siente como si tuviera el mundo sobre la espalda alguna vez?

Me sentía tan mal, me quejaba, inclusive lloraba, pero mi vida no fue ni la mitad de complicada como lo fue la de la mujer que ahora tengo a mi lado. Y la amo por ser tan fuerte.

La veo sonreír y no puedo evitar hacerlo yo también. La gente la ve riendo y no imaginan todo lo que tuvo que pasar para que ese gesto fuera sincero y no ensayado; no entienden que para ser feliz tuvo que pasar la peor de las desgracias, vivir desdichada. No saben lo afortunado que me siento porque sé, soy una de las razones por las que sus ojos ahora brillan. Ella y la familia que he iniciado a su lado son mi motor de vida ahora. No sé qué sería mi vida sin ellos y, con suerte, nunca tendré que averiguarlo.

Después de que Kara hubiera cerrado el capítulo anterior de su vida, todo empezó a ser más fácil. No solo en nuestra relación, sino para ella también. La cautela con la que había parecido moverse siempre, desapareció. Ese temor en la profundidad de su mirada, como si esperara que yo también desapareciera de un momento a otro, se fue para siempre.

Nunca supe qué era lo que pasaba por su mente, pero no me gustaba que pareciera esperar lo peor siempre. Trataba de alejar todas esas inseguridades día a día porque, aunque la entendía, también era algo cansado. No confiaba en ella misma, por lo que tampoco confiaba del todo en mí. Pero entonces algo cambió después de que hablara con su ex. Con Beck.

¿Qué fue? No lo sé con certeza, pero lo sigo agradeciendo hasta el día de hoy.

—Te has vuelto a perder —la escuché decir cerca de mi oído.

Parpadeé un par de veces y volví en mí al verla de pie a solo unos centímetros de distancia. Sonreía con ternura y amor brillando en sus ojos azules. Le devolví la sonrisa y envolví mis manos alrededor de su cintura.

—Pasa mucho, ¿no?

Ella asintió y acarició mi nariz con un dedo.

—Solo me gustaría saber qué pasa por tu mente cada vez que te pierdes así.

—Nada malo —le aseguré. Su ceño se frunció ligeramente y halé de ella para que se colocara a horcajadas sobre mí. Sus ojos buscaban dentro de los míos por alguna mala señal y eso me hizo reír.

Últimamente había estado pensando demasiado en nosotros, pero no eran dudas. Solo me preguntaba en qué momento de la vida todo cambió y se volvió tan bueno.

—Me da miedo cuando te vas así —susurró pasando sus dedos sobre mis labios.

Tomé su muñeca con delicadeza, besé sus yemas y le sonreí para tranquilizarla; todo esto sin dejar de verla a los ojos.

—Solo pienso.

—¿En?

—Nosotros —confesé—. En ti más que nada. En lo mucho que me gusta verte feliz.

Sus ojos se estrecharon cuando sonrió.

—Tú me haces feliz —dijo con dulzura.

—En lo mucho que me gusta hacerte feliz —continué—. En Ander, en la familia que pronto empezaremos. En lo que nos depara el destino.

Besé su palma abierta y cerré los ojos el sentir los dedos de su otra mano jugando con el cabello de mi nuca.

Siempre tenía esos gestos tan lindos, muestras de su amor que para cualquier otra persona hubieran podido parecer insignificantes, pero que para mí lo eran todo.

—¿Tienes miedo? —preguntó después de que algunos segundos transcurrieron en silencio. Abrí los ojos confundido y ladeé la cabeza.

—¿Miedo de qué? —quise saber.

—De lo bien que va todo. De que no dure.

Sacudí la cabeza al escuchar su titubeo y apreté mi agarre sobre su cadera.

—No. Contigo no le temo a nada.

Ella volvió a sonreír y se acercó a besarme.

—Bien, porque yo tampoco. Por primera vez en mucho tiempo no tengo miedo. Me siento libre —continuó— y es extraño, pero nada me preocupa porque te tengo conmigo. Sé que todo estará bien y que, si las cosas se ponen difíciles, las arreglaremos.

—Juntos.

—Sí —estuvo de acuerdo. Coloqué mi mano sobre su vientre y ella hizo lo mismo—. No puedo creer que en menos de quince días lo tendremos entre nuestros brazos —susurró.

Sonreí ante la emoción en su voz y asentí.

—Eso si no se adelanta.

—Esperemos que no —dejó escapar una risa divertida y me incliné a besarla.

—Estoy tan orgulloso de ti —dije sin pensar. La sorpresa brilló en sus ojos y me miró con atención.

—¿Y eso por qué? —inquirió curiosa.

—Ya sabes. Por ser tan fuerte siempre. —Ella volvió a reír, pero esta vez con un tinte melancólico.

—No siempre lo fui.

—Pero no te rendiste —insistí—, y te admiro por eso.

La vi morder su labio inferior en desacuerdo y entonces suspiró. No dijo nada más, solo recostó su mejilla sobre mi hombro y lanzó ambas piernas a mi costado, así se quedaba más cómoda.

Su cabello hacía cosquillas en la punta de mi nariz, pero no me moví. Me gustaba inhalar su aroma. A veces, cuando ella se despertaba antes que yo, tomaba su almohada y enterraba mi nariz en ella. Siempre me hacía sonreír, lo sigue haciendo, y no tengo ni idea del porqué.

Vainilla y Kara. Relajante y seductor. Un olor tan dulce como ella.

A veces, cuando la abrazaba, su aroma se me quedaba impregnado durante horas. Iba a trabajar y sentía como si aún ahí, en la oficina, estuviera a mi lado.

Enrosqué un mechón alrededor de mi dedo y posé mis labios sobre su frente. Cuando se acurrucaba así a mi lado me hacía sentir necesario; era un sentimiento extraño. Ella era un hueso duro de roer, tantas cosas por las que había pasado le habían forjado un carácter, pero luego venía y se encogía a mi lado como una niña desprotegida que necesitaba ser cuidada y yo me sentía grande.

Hecha un ovillo pegada a mi cuerpo algo florecía en mi interior y comenzaba a susurrarle cosas dulces. Cuánto la amaba, lo mucho que me hacía feliz. Ella solo sonreía con los ojos cerrados y se alimentaba de mis palabras. La tristeza en el ambiente se había evaporado.

Cada día nuestra relación se fortalecía más. Juntos forjábamos lazos casi inquebrantables, recordándonos diariamente por qué estábamos juntos, lo que amábamos del otro. Un «buenos días», un beso en la mañana, un «te amo» antes de ir al trabajo. La comunicación era esencial para no dejar que las dudas e inseguridades se sembraran y abrieran brecha entre nosotros.

No nos dábamos por sentado. Cada día había algo nuevo que aprender a su lado.

—Marien viene por mí en un rato más —murmuró sacándome de los pensamientos en los que me había vuelto a introducir sin querer.

—¿Va a ir Saíd? —quise saber.

Él y Marien se habían casado el mes anterior, por lo que nos habíamos encontrado de vez en cuando. El tipo hacía lo que fuera por hacer a la rubia feliz. Tenía esa veneración en sus ojos cada vez que la miraba y me alegré de que hubiera terminado al lado de un hombre que la amaba tanto.

—Sí. Quiere llevarme a comer antes de que se vayan a su luna de miel tardía. Salen mañana temprano y hoy es la última oportunidad —dijo soltando una risa.

Asentí y besé su cabeza.

—Entonces deberías ir a cambiarte.

***

Acababa de terminar de cenar cuando escuché un coche alejarse y supe que Kara había llegado a casa. Le abrí la puerta antes de que tuviera la oportunidad de hacerlo ella.

—No me voy a romper por girar el pomo —refunfuñó dando un paso en el interior. Reí por su frustración y la seguí a la sala, donde se dejó caer con cuidado sobre el sillón.

—Se llama ser caballeroso —dije sentándome a su lado y rodeando sus hombros con mi brazo. Kara dejó escapar un suspiro cansado y de inmediato me puse alerta—. ¿Qué pasa? —pregunté. Ella acomodó su mejilla contra mi pecho y negó.

—Nada. Solo... debiste verlos, Owen. Están tan enamorados. El rostro de Marien brilla y Saíd se ve tan feliz. No sé, son perfectos juntos —volvió a suspirar.

—Nosotros también estamos enamorados, ¿no?

—Sí, pero es diferente verlo en otras personas —expresó riendo—. Y ellos son asquerosamente ricos ahora, como una novela romántica. La vida perfecta.

—No puede ser mejor que levantarme todos los días a tu lado —dije depositando un beso en su cuello.

Kara colocó una mano sobre mi pecho y asintió.

—Nada puede ser mejor que eso. Solo... —Sacudió la cabeza y dejó la frase colgando en el aire.

—¿Solo...?

—Nada. Nada es mejor que esto —se apresuró a decir mientras intentaba ponerse de pie—. Estoy cansada. ¿Vamos a dormir?

Fruncí el ceño al verla alejarse de mí con lentitud. Algo no me terminaba de cuadrar en su actitud. Me incorporé, la alcancé en un par de pasos y la tomé con cuidado por los hombros para girarla y que me enfrentara.

—¿Recuerdas de lo que hablamos cuando decidimos que lo íbamos a intentar? —pregunté. Ella asintió—. Dijimos que nada de secretos entre nosotros.

—Lo sé.

—Entonces, ¿qué es lo que pasa? ¿Por qué el cambio? —pregunté expectante.

—Es una tontería —rio.

Acaricié su mejilla y besé su nariz.

—Igual quiero saberlo.

La llevé a nuestra habitación y la desnudé, queriendo solo sentir su piel contra la mía cuando nos recostáramos sobre las sábanas frescas.

—Es que... —comenzó una vez estuvimos sobre el colchón—, cuando los vi tan emocionados y felices... No sé, sentí una pizca de envidia y ni sé por qué. Quiero decir, soy feliz. Más de lo que he sido en mucho tiempo. Estoy contigo y vamos a tener un bebé. Te amo, sé que tú me amas y por eso no sé cuál es esa cosa que siento que me falta. Seguro son las hormonas —quiso justificarse.

Estábamos cara a cara, cada uno recostado sobre su lado, y busqué dentro de sus ojos. No estaba insegura acerca de si quería estar conmigo, eso lo sabía, así que solo podía ser otra cosa.

Apreté mi agarre sobre su cintura y la atraje un poco más a mí hasta que sentí su vientre redondeado contra mi abdomen.

—Creo que sé lo que es —dije en un suspiro.

—Ilumíname entonces porque yo no tengo ni idea.

—Creo que quieres tener lo que tienen ellos. —Coloqué un dedo sobre su boca cuando vi que iba a protestar y enarqué mis cejas—. Creo que quieres una boda, Kara. Creo que quieres que nos casemos —insinué.

Ella parpadeó un par de veces antes de que sus labios formaran una pequeña o.

—Pero eso no tiene sentido. Ya estoy contigo, ¿por qué iba a necesitar...?

—Dije querer —la interrumpí—, no necesitar. Tal vez, solo tal vez, en el fondo sigues un poco insegura y deseas algo más para asegurarte de que no te voy a dejar. Un papel firmado, tal vez, y un anillo. Y antes de que te molestes por lo que estoy diciendo, quiero asegurarte que yo también lo quiero —dije sonriendo. Rápido me di la vuelta sobre mi costado y abrí el cajón en la mesita a mi lado—. No es como tenía planeado hacerlo —solté cuando le mostré una sortija y ella contuvo el aliento—, pero ahora se ha presentado la oportunidad y está bien, supongo.

—Oh, Dios...

—Kara, te amo. Dios sabe que lo hago, más de lo que hubiera imaginado alguna vez. Eres hermosa, dulce y la mujer más valiente y fuerte con la que he tenido el placer de encontrarme. Tu vida no ha sido fácil, pero nunca has dejado que eso te detenga. Eres perseverante, orgullosa y nada me hace más feliz que saber que formaremos una familia juntos. Ambos nos hemos equivocado, pero estamos aprendiendo a hacer las cosas bien. Ahora, quiero que nuestra unión sea legítima. Quiero poder decir que eres mi esposa con orgullo y que, al ver el anillo en mi mano, todos sepan que nadie tiene una oportunidad conmigo porque te pertenezco.

Vi sus ojos húmedos, esa sonrisa brillante y esa mirada llena de fuerza y amor, y decidí que estaba bien lo que hacía. Esto era solo el brillante principio de nuestra vida juntos.

—Cásate conmigo —pedí.

Y ella aceptó.

—Nada me gustaría más.

Ahora, después de varios años, estamos felizmente casados y tenemos dos hermosos hijos. Somos más felices que nunca y, a pesar de nuestras diferencias, seguimos adelante día a día. Kara logró superarse pese a todo lo que pasamos —lo que ella pasó— y le demostró a todos aquellos que dudaron de ella que era inteligente y era capaz de hacer lo que se propusiera. Continuó su carrera universitaria después de nacer Ander y, a pesar de que le fue difícil combinar la maternidad con el estudio —y de que la oscuridad en su mente todavía la acechaba—, se graduó con honores y me hizo el hombre más orgulloso. Me equivoqué al pensar que no podía amarla más. Cada día me demuestra que es posible incrementar el sentimiento de admiración y devoción que me inspira.

Hemos tenido épocas difíciles, todas las parejas las tienen, pero no nos dejamos caer. Ella es fuerte y yo también lo soy. No estamos juntos porque no sepamos estar sin el otro, sino porque sabemos estarlo y aun así decidimos quedarnos. Porque tenemos un pasado, disfrutamos el presente y planeamos labrar un futuro hombro con hombro. No puedo verme con otra mujer que no sea Kara. Es mi esposa y mejor amiga. Y la vida con ella, aunque imperfecta, es increíble.

No concibo pasar la vida al lado de alguien más, no cuando ella me ha enseñado tanto. No cuando, después de pasar por las peores situaciones, Kara ha aprendido a plantar los pies sobre la tierra y caminar con la frente en alto; a tomar mi mano y enseñarme a avanzar juntos, sin miedo, hacia un futuro incierto con destino desconocido.

Ella me ha indicado cómo perdonar, ser fuerte y ser agradecido. Cómo, para ser feliz, debo dejar ir, aprender de mis malas decisiones y seguir adelante; no estancarme en el arrepentimiento ni el rencor, porque el pasado no puede ser cambiado, pero el futuro sí puede ser forjado y tal vez podamos compensar nuestros errores.

Me ha enseñado que no importa la que la vida nos lance, podemos seguir adelante. Que es posible que tropecemos e incluso lleguemos a caer, pero no debemos quedarnos ahí; mucho menos cuando nos tienden una mano ofreciendo ayuda.

Su ejemplo me ha demostrado que, sí, la vida es dura, pero vale la pena vivirla. Una vez que te decides, te armas de valor y reúnes fuerzas, puedes superarlo todo y seguir adelante sin ver atrás nunca más.


FIN


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