30 [Editado]
OWEN
Sus ojos se achicaron con miedo cuando no respondí de inmediato, pero yo me encontraba en shock por su confesión. Ella acababa de admitir que estaba esperando un bebé y yo no podía reaccionar. No... No sabía cómo me sentía respecto a eso.
—Solo creí que debías saberlo —musitó al borde del llanto—, no tienes por qué...
Corté sus palabras con un beso sintiendo miedo por lo que fuera que iba a decir. No quería que dijera nada que pudiera lastimarme o a ella misma. Cerré los ojos cuando nuestros labios entraron en contacto y dejé que la calidez que desprendía ese roce bañara mi interior y lo permeara de calma y seguridad.
Volver a besarla, a tenerla así de cerca, era lo que había estado queriendo. La deseaba, y no solo a su cuerpo. Deseaba sus risas, su confianza, su amor, su alma, su corazón... Lo deseaba todo de ella. Deseaba una familia con ella.
Sí, lo hacía sin duda, pero... ¿en ese momento?
Me hallaba aterrado. No estaba seguro de encontrarme preparado, sin embargo, no iba a darle la espalda. Iba a quedarme a su lado y juntos criaríamos a nuestro hijo. Daríamos lo mejor de nosotros, seríamos buenos padres, de eso no me cabía ni la menor duda. Esa criatura sería bendecida con unos padres que la amarían sin límites.
—Me haré cargo —expresé convencido—. Nos haremos cargo del bebé. Tú y yo. Juntos, ¿de acuerdo? Yo... haré lo que quieras que haga. Si quieres que nos casemos, lo haremos. ¿Que nos mudemos? También. Solo... dime qué hacer, porque estoy aterrado y no tengo ni la más mínima idea de cómo actuar —confesé con sinceridad—. Y la verdad es que no quiero hacer nada mal contigo ni con nuestro hijo. No puedo permitírmelo.
Tomé sus manos entre las mías y las elevé a mi rostro para besarlas con reverencia, primero una y después la otra; cada nudillo, cada dedo. Ella temblaba completa y yo también. Ambos teníamos miedo, pero íbamos a hacerlo bien. Saldríamos adelante juntos. No había otra manera y yo no la quería de todos modos.
La vi bajar los párpados y exhalar con alivio, lágrimas mojando sus pestañas, pero no derramándose.
—Pensé... Dios, no sé. Pensé que te molestarías conmigo, que dudarías de tu paternidad, que... no lo querrías —concluyó ahogando un sollozo.
Sentí el alivio recorrerme al escuchar que aquel niño era mío, a pesar de que ya lo había sabido. Creo que en el fondo tenía miedo de que ella hubiera hecho algo por despecho, llena de dolor y rencor. Pero incluso si no lo hubiera sido, yo lo habría criado y considerado como mío. Por ella.
—Por Dios, no. ¿Cómo puedes pensar eso? Estoy asustado, sorprendido, y sí, algo nervioso, pero no molesto. Nunca molesto y menos contigo, Kara. Estoy... —Una imagen de ella sosteniendo un bebé y sonriendo en mi dirección destelló en mi mente—. Estoy emocionado si te soy sincero.
La sonrisa que se plantó en su rostro fue pequeña y estaba teñida de tristeza, pero la tomé como una buena señal.
—Yo tengo miedo —susurró—. No quiero que...
Mordió su labio inferior con fuerza interrumpiéndose y sacudió la cabeza.
—Kara...
—Este bebé merece una madre mejor —continuó con voz temblorosa—. Tú mereces a alguien mejor. Yo no creo que...
—Cariño...
—... no soy la indicada para este papel y estoy aterrada de que...
—¡Kara! —alcé la voz para sacarla de esa idea equivocada. Ella interrumpió su diatriba y fijó sus ojos en mí—. Estoy contigo —susurré—. Me tienes aquí para apoyarte. Ya no estás sola —acaricié su mejilla con delicadeza sin dejar de verla a los ojos y sonreí—. No lo volverás a estar jamás. Lo prometo.
La vi bajar los párpados con lentitud y morder su labio inferior de nuevo.
—Sigo teniendo miedo —admitió.
—Es normal, yo también lo tengo.
Estábamos explorando terrenos desconocidos, era más que normal sentir temor. Pero íbamos a atravesarlos juntos, tomados de la mano, brindándonos apoyo y consuelo mutuo, diciéndonos que ahí estábamos para el otro. Si uno tropezaba, el otro lo ayudaría a levantarse; lo sostendría y esperaría a que se recuperara para seguir avanzando.
Su mirada insegura y cristalizada vagando de aquí para allá me hizo saber que era Kayla quien se encontraba en su mente y su recuerdo la torturaba. Aquellas facciones estaban gravadas con dolor.
—No quiero fallar de nuevo —exhaló torturada, comprimiendo así mi corazón.
Abracé sus delicados hombros y la atraje a mi pecho para besar su cabeza. No sabía qué decir, así que solo la retuve a mi lado y acaricié su piel hasta que se relajó y cayó en un sueño profundo. Velé su descanso. Recorrí sus delicadas facciones con la punta de mis dedos y me asombré de que aquella delicada mujer que tenía frente a mí, entre mis brazos, fuera toda una guerrera cargando con heridas de batallas emocionales.
Si ella había pasado por eso y había salido adelante, yo podía ser fuerte también y manejar la situación con éxito.
Mi mano vagó inconsciente hasta su vientre y lo acaricié pensando en que comenzaría a crecer con aquella criatura dentro. No sé si era lo cavernícola en mí, pero en lo único que podía pensar era en que, tanto Kara como el bebé, eran míos y debía cuidarlos y protegerlos.
Me acurruqué un poco sintiendo el calor que desprendía Kara y cerré los ojos cuando una comodidad familiar me bañó completo. Sonreí sintiendo que todo iba a ir bien y entonces me rendí y la acompañé en su inconsciencia.
***
Los días siguientes fueron diferentes. Se percibía el miedo en el ambiente, mas no había ya esa tristeza tan marcada que se había sentido con anterioridad. Se podía respirar la esperanza de un futuro mejor y eso mejoraba nuestros ánimos. Kara ya había programado su primera cita con el obstetra y me había pedido que la acompañara ese mismo día. No sabía si era que quería compartir el momento conmigo o si solo estaba aterrada de ir sola, pero acepté.
Estábamos sentados en la silenciosa sala de espera y podía ver cómo ella retorcía sus dedos sobre su pantalón. Parecía nerviosa y asustada, su respiración superficial era una señal.
—Va a salir bien —susurré para que nadie más que ella escuchara. Tomé su mano y le di un apretón para tranquilizarla. Su boca se curvó en una ligera sonrisa y me incliné a besarla cuando el deseo de hacerlo me superó.
A pesar de que habíamos iniciado de nuevo, Kara no se había escondido tras su antifaz esta vez. Me dejaba verla tal y como era realmente, conocer las etapas que no había conocido antes, apreciar cada detalle de su forma de ser. Aún no se sentía del todo cómoda volviendo a las demostraciones de afecto y por eso me sorprendió mucho que devolviera el gesto.
Fueron unos pocos segundos solamente en los que pude saborearla. Cuando el beso fue roto por la voz del médico llamándonos, sonreí y acaricié su labio inferior.
—Vamos. —Tomé la mano que había apretado y la guie a la habitación donde nos esperaban.
Una vez dentro le indicaron a Kara que se tumbara sobre una silla alta y reclinada para poder hacer el ultrasonido. Elevó su blusa, le colocaron un gel y luego pusieron un pequeño aparato sobre su vientre. En una pantalla comenzaron a verse manchas blancas y supuse que algo de eso debía ser el bebé.
—Oh, ahí está su cabeza, miren —explicó señalando una curva en la pantalla.
Yo no le encontraba forma, a decir verdad, pero asentí cuando Kara me miró.
—A juzgar por el tamaño y el desarrollo, puedo decir que tiene doce semanas. —Alrededor de tres meses había sido la última vez que ella y yo estuvimos juntos. Lo recordaba a la perfección—. ¿Quieren escucharlo? —preguntó.
Fruncí el ceño sin entender a lo que se refería, pero entonces el doctor golpeó un pequeño botón que encendió unas bocinas. Un rítmico golpeteo inundó el espacio en el que nos encontrábamos y mi boca por poco no cae abierta al darme cuenta de lo que me hallaba escuchando.
El latido de un corazón. El corazoncito de mi bebé, de nuestro hijo. El ritmo que indicaba que estaba vivo. Yo... le había dado vida junto con Kara. Ambos éramos responsables de aquella pequeña figurita que se apreciaba en el monitor. Mis ojos se rasaron al comprender aquello y dejé escapar una risa emocionada. Mi pecho amenazaba con explotar de la felicidad.
Iba a ser papá.
Miré a Kara y ella apretaba sus labios intentando no llorar. Su barbilla temblaba y sus ojos estaban repletos de agua. Tomé su mano y volví a apretarla. No estaba sola en esto y quería que lo recordara.
El doctor terminó de explicar algunas cosas a las que no puse atención y le recetó vitaminas y otras cosas para el embarazo. Salí del lugar casi flotando en una nube. Cuando volvimos en el auto fue en total silencio, pero yo no podía despegar la sonrisa de mi rostro.
Cuando por fin llegamos a casa, deposité la bolsa con vitaminas sobre la barra en un movimiento fluido. Kara se quedó de pie en el umbral y yo me la quedé viendo.
Tan asustada como lucía se podía apreciar el cambio en su interior.
Yo quería sentirla de nuevo. Lucía hermosa y lo único en lo que podía pensar era en lo mucho que la amaba y que quería besarla. Habían pasado meses desde la última vez que habíamos estado juntos y necesitaba volver a estar con ella en el plano más físico e íntimo.
—Ven aquí —pedí en voz baja.
Ella dio un paso vacilante hacia mí al escuchar mi voz y recargué mi cadera en el filo de la barra cruzando mis brazos sobre el pecho. No iba a presionarla ni apurarla. Quería que estuviera segura y se tomara su tiempo. Esperé que se animara a venir a mí y, cuando lo hizo, coloqué mis manos sobre su cintura atrayéndola hasta que quedó entre mis piernas. Dejé que mis ojos absorbieran cada centímetro de su piel, cada plano y curva de su cuerpo; cada pequeño detalle.
—¿Sabes lo preciosa que eres? —pregunté. Ella bajó la cabeza y yo volví a elevarla colocando un dedo bajo su barbilla—. No te escondas de mí.
Sus ojos brillaban al fijarse en los míos, sin embargo, no supe distinguir la emoción que había en ellos. Coloqué mi mano en su nuca con suavidad para no asustarla y la atraje a mi rostro para volver a besarla. No opuso ninguna resistencia. No cuando apenas rozábamos nuestros labios ni cuando se profundizó la exploración de bocas. No cuando comencé a explorar la piel desnuda debajo de su blusa ni cuando halé de ella para llevarla al dormitorio. No quería presionarla, por lo que fui lento, por si ella deseaba detenerme en cualquier momento.
La apreté a mi pecho y mis manos recorrieron su espalda aún vestida, acariciaron sus brazos, sus mejillas con infinito cuidado. El suspiro que escapó de la profundidad de su pecho me dijo que lo estaba haciendo bien. Nuestra manera de tener intimidad nunca había sido lo que se decía suave anteriormente. Había sido apasionada, sin inhibiciones, intensa y muy satisfactoria, pero esta vez... quería tomarme mi tiempo. Deseaba explorar cada rincón de su cuerpo y hacerla sentir bien. Hacerle saber que era lo más preciado que tenía con cada beso y caricia que prodigara por su figura.
Con lentitud nos despojé de la ropa, primero a ella y luego a mí, y nos extendí sobre el colchón quedando piel contra piel, desnudos en cuerpo y alma. Besé su rostro repetidas veces y busqué la indecisión en su gesto. Una mirada llena de certeza fue lo que recibí.
Recordando lo que había sentido más temprano en el ultrasonido me perdí dentro de ella, en la profundidad de su cuerpo y sus dulces sonidos. Le hice saber que estaba enamorado como nunca de ella, de nuestro bebé, que estaba orgulloso... y feliz después de tanto tiempo.
***
—¿Cómo te sientes? —pregunté acariciando su espalda desnuda.
La sentí acurrucarse más a mi costado y suspirar con la mejilla presionada en mi hombro. Sus dedos trazaban pequeños círculos en mi pecho y su aliento me hacía cosquillas.
—Me siento... bien. Muy bien. —Sus palabras eran apenas audibles—. Aliviada. En paz. Como... si lo más difícil ya hubiera pasado. Es cierto que te harás cargo del bebé —concluyó. No era una pregunta, fue más una afirmación.
—Es verdad.
—Es cierto que no me vas a dejar sola.
—Muy cierto.
—Y también que... ¿me amas? —inquirió.
Fruncí el ceño y moví mi rostro para encontrarme con su mirada temerosa.
—Es de lo que menos deberías dudar.
Ahuequé su barbilla en la palma de mi mano y la vi tratando de mostrarle en una mirada lo mucho que sentía. No quería que hubiera dudas, inseguridades ni secretos en nuestra relación de nuevo. No quería que escondiéramos nada. No quería echarlo a perder de nuevo.
Teníamos una nueva oportunidad para enmendar las cosas y no iba a desaprovecharla. Iba a hacer lo que fuera necesario para demostrarle que estaba un ciento diez por ciento en esta relación.
—No lo dudo. Solo... quería asegurarme. —Sonrió ligeramente y sus ojos brillaron.
—Bien. Pues puedes estar segura de ello.
Volvimos a relajarnos y mi mente empezó a correr. Me dije que teníamos que hablar sobre lo que había pasado, saber que no había rencores y que supiera lo arrepentido que estaba.
Cerré los ojos sin querer hacerlo, pero consciente de que esa plática era algo necesario que debía llevarse a cabo. Sentí sus labios depositar un beso en mi pecho y sonreí.
Íbamos a hablar, pero todavía no. Quería quedarme así un rato más.
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