16 [Editado]

OWEN  

¡Dios!

Sus labios eran tan suaves y templados, tan adictivos que no podía separarme, a pesar de saber que debía hacerlo. Por fin sentía cómo la tensión que habíamos estado acumulando durante las semanas pasadas explotaba entre nosotros. Tanta química acumulada y guardada bajo llave había explotado al fin y desembocado en este acto tan pasional. Me perdí en Kara. Indagué en su boca con mi lengua y ella me correspondió con frenesí, soltando un gemido que me puso la piel de gallina. El ardor del ósculo me estaba haciendo delirar. Aferré mis manos a su pequeña cintura y la hice caminar hasta mi puerta sin dejar de explorar el interior de su cálida cavidad. Era tan suave y dulce que me estaba haciendo perder la cabeza solo por ese contacto, uno que había estado ansiando desde hacía mucho tiempo atrás.

Deseaba tanto eso, la deseaba tanto a ella. Quería tenerla desnuda y tumbada para hacerle muchas cosas placenteras, pero en mi departamento, donde me sintiera con el poder del lugar; donde ella fuera mi presa y no al contrario como siempre había sido. Abrí la puerta a tientas y nos hice pasar hasta llegar al sillón y tumbarnos sobre él, ella a horcajadas sobre mí, mis manos aferrando sus caderas con fuerza y sus dedos tratando de enredarse con desesperación en mi cabello corto.

Nos estábamos devorando, atacando. Nada era ya más suave o dulce que su boca y aliento combinándose con el mío. Nuestros movimientos eran furiosos, apasionados, llenos de desesperación y miedo por no saber a dónde nos estaba conduciendo esto.

—Owen...

Exhaló un gemido tembloroso cuando mis labios comenzaron a vagar y pasaron por su mandíbula, por su cuello y clavícula, descendiendo con dirección a ese escote que me había estado provocando durante toda la película y antes, cuando le había estado dando tutorías. El recuerdo de que yo era su maestro me trajo de vuelta a la fría realidad con pesar y me hizo apoyar mi frente sobre su esternón. Nuestras respiraciones eran pesadas, cortas y rápidas, y era más que evidente lo «feliz» que me encontraba en ese momento por su cercanía.

«Solo tres días más», repetía en mi cabeza. Tres días más y podría hacer lo que quisiera con Kara sin tener que preocuparme por meterme en problemas en la universidad. Las relaciones maestro-alumno estaban terminantemente prohibidas y no quería perder buenas oportunidades de trabajo por ello. Tal vez piensen que nadie se daría cuenta, que nadie se iba a enterar de lo que hiciéramos en mi departamento, pero yo no quería correr el riesgo y meternos en problemas a ambos. Ninguno lo merecía.

Suspirando, tomé de las caderas a Kara y la hice sentarse a mi lado con un movimiento fluido y delicado. Odiaba sentirme tan vulnerable y expuesto, sobre todo con aquella mujer que me había lastimado, me había vapuleado y humillado cuando solamente éramos unos niños. ¿Quién me aseguraba que no iba a volver a hacerme lo mismo? Ella decía haber madurado, yo lo notaba también, pero igual tenía mis dudas acerca de su repentino cambio de actitud.

¿Qué fue lo que había pasado con ella para lograr que abriera los ojos? Necesitaba saberlo con urgencia para poder matar esa duda que me torturaba.

Apoyando los codos sobre mis rodillas, enterré el rostro entre las manos. Estaba confundido y ese beso me había dejado aún más aturdido Mi cabeza era un caos total y todo por esa mujer que estaba sentada a mi lado. No sabía qué era lo que yo quería en ese momento y estaba aterrado de la voz en mi mente que me decía «quieres a Kara» una y otra vez. Tenía razón, lo aceptaba, pero ¿hasta qué punto? ¿Solo físicamente? Seguro que era eso. Solo quería pasar un buen rato con ella, sin compromisos ni nada complicado. Cada quien libre de hacer lo que quisiera con quien se le antojara, ¿no?

Pues no. Únicamente pensar en otro hombre tocándola, teniendo el derecho de hacerle lo que yo quería hacerle, me hacía desear golpearlo. ¡Quería golpear a un hombre hipotético! Me estaba volviendo loco; loco por ella y las cosas que hacía en mi interior; cosas que no podía ni quería descifrar. Era patético.

Levanté mi rostro y encontré a Kara abrochando los botones de su blanca blusa ajustada con manos temblorosas y apresuradas. Ni siquiera me había dado cuenta de cuándo la desabotoné en mi desesperación por sentir su piel contra la mía. Por lo menos no la había desgarrado por la mitad.

En un movimiento rápido y nervioso, ella se puso de pie acomodando su cabello tras su oreja. Sus labios estaban hinchados, sus ojos brillantes y abiertos con vulnerabilidad, esquivando mi mirada. Pasaba sus dedos sobre su cabeza en un intento por peinarse, pero seguía viéndose hermosamente desaliñada. Eso solo me hizo querer besarla de nuevo. Es que ella era tan... Dios, no podía expresarme con claridad. Hermosa era una palabra insignificante para describirla.

—Yo... —comencé a decir, pero Kara me interrumpió con un gesto rápido de su mano. Sacudió la cabeza y llevó dos dedos a sus labios enrojecidos e hinchados por nuestros besos.

—Hagamos como que esto nunca pasó, ¿sí? Tratemos... intentemos olvidarlo. Solo... Ay, joder, solo ha sido un error, un loco impulso que debimos haber controlado mejor —expresó sin poder mantener la calma. Podía ver en sus ojos un sentimiento que no había estado ahí un par de minutos atrás, pero no sabía qué era con exactitud.

¿Miedo, tal vez? Sí, esperaba que estuviera diciendo eso porque estaba asustada y no porque en verdad creía que era un error. ¿Cómo podía ser un error algo que se sentía tan bien? ¿Cómo no podíamos estar bien?

—Kara, esto no fue...

—Una buena idea. No fue una buena idea, Owen, y sería mejor que no se repitiera —finalizó fijando sus ojos en los míos. Vi su barbilla temblar y dos parpadeos rápidos antes de que se diera la vuelta y saliera de mi lugar, la puerta cerrándose con suavidad tras ella.

Hice una mueca y apreté los puños en mis ojos, arrepentido por no haber seguido con lo que había comenzado entre nosotros. Lo hice por impulso, tal y como ella dijo, pero en definitiva no se sentía como un error. Tal vez ya nunca sabría lo que era estar con Kara y no podía aceptarlo. Estar con ella era lo que más quería en el mundo justo en ese instante. Maldiciéndome interiormente alrededor de mil veces, me puse de pie y fui a tomar la ducha más fría del mundo.

Salí, me tumbé sobre la cama solo con ropa interior y continué insultándome. La mirada en sus ojos antes de darse la vuelta... ¿Qué había sido eso? Era un sentimiento malo, era consciente de eso, pero no podía decir exactamente lo que era así que cerré los ojos y recordé su beso. Sus dulces labios, sus manos urgentes, su suspiro y luego mi nombre saliendo en una exhalación desesperada.

¡Mierda! Quería volver a repetirlo todo, pero ahora sin interrumpirlo. Ansiaba perderme en ella; en su olor y sabor. Deseaba quitar esa mirada de dolor de sus ojos azules, pero sobre todo quería...

Me senté de golpe. Era eso lo que había visto en su mirada: dolor. Dolor puro y crudo. La pregunta era por qué. No era como si no la deseara o como si la hubiera rechazado, pero las mujeres siempre entendían todo a su manera. No importaba la intención que uno tuviera o que tratara de explicarse, al final ellas tenían la última palabra. O en este caso, la última impresión.

Me incorporé con rapidez y me vestí con unos jeans y una camiseta blanca de cuello en v. No me puse zapatos, solo hui de mi apartamento y fui a tocar la puerta de Kara como si la vida se me fuera en ello. No quería malentendidos entre nosotros. Solo Dios sabía de qué manera reaccionaría si se sentía herida.

Golpeé con fuerza la superficie blanca de madera y escuché algo romperse al otro lado seguido de una maldición.

—¿Kara? —pregunté algo preocupado. ¿Se habría lastimado de nuevo? Esa mujer parecía resultar herida en cada momento que podía. No me respondió, por lo que seguí insistiendo con los golpes en la puerta. No me iba a marchar de allí hasta aclarar todo lo que había pasado.

Elevé mi mano para golpear la puerta por quinta o sexta vez, cuando esta se abrió de golpe y me dejó ver a una Kara de ojos irritados.

—¿Qué quieres? —espetó. A pesar de que se notaba que había estado llorando, su barbilla estaba alzada y sus ojos entrecerrados con desafío, cosa que solo me hizo querer besarla de nuevo una y otra vez.

Cuando no le respondí de inmediato, salió de su lugar y cerró la puerta tras ella. Adoptó una postura de brazos cruzados, tratando de aparentar indiferencia, pero en estas últimas semanas la había conocido mejor y podía decir que se sentía herida.

—¿Puedo pasar? —pregunté tentativo. Me removí un poco en mi lugar ante su mirada escrutando por algo en mi rostro, sin embargo, al encontrar lo que buscaba (o al notar su ausencia) soltó un resoplido y abrió la puerta invitándome en silencio a pasar. Quise sonreír victorioso, pero me abstuve de hacerlo. Solo pasé a su lado y comencé a escrutar la habitación cuando escuché la puerta cerrarse.

—Ahora sí dime lo que quieres —exigió—. Tengo cosas que hacer y no puedo darte mucho tiempo. —Me giré para enfrentarla, para aclarar las cosas, y vi sus brazos aún cruzados sobre su vientre. No sabía si era una pose demostrando indiferencia o si solo estaba tratando de protegerse a sí misma. Me convencí de que era la segunda opción o un poco de ambas.

Ella trataba de aparentar indiferencia para poder protegerse; lo hacía tan bien que solo pude pensar que era la práctica la que hacía al maestro. ¿Cuántas veces habría tenido ella que hacer lo mismo? Atacar, aparentar indiferencia o diversión solo para poder protegerse, para que nadie pudiera herirla.

«¿Qué fue lo que te pasó?».

—Lo siento, Kara —dije suspirando, sin tapujos ni vergüenza. Era verdad después de todo.

Sentía el haberla hecho sentir mal y haber elegido palabras que se pudieron malinterpretar. Su cabeza, antes gacha, se elevó tan rápido que me sorprendió que no tuviera un latigazo cervical.

—¿Lo sientes? —cuestionó confundida. Bajó los brazos a sus costados y frunció el ceño, su cabello balanceándose con el movimiento. Di un paso más cerca.

—Sí. Yo... siento si te lastimé o algo. No era mi intención hacerlo, solo estaba pensando en... —Me corté. Ya ni siquiera recordaba en lo que había estado pensando. Su mirada se tornó fría y esa barbilla alzada volvió a hacer su aparición.

—¿Herirme? Claro que no. Tú mismo lo dijiste, Owen. Fue un error y no se va a volver a repetir. —Ahora fue mi turno de fruncir el ceño.

—Yo no dije tal cosa.

—Bueno, con tus acciones lo demostraste. Ahora, por favor... —dijo despejando el espacio de la puerta y abriéndola—, estoy en medio de algo.

—Kara...

—Vete, Owen. Por favor. No te lo quiero pedir de nuevo.

Su voz estaba llena de dolor, cosa que me hizo enojar. No con ella, sino conmigo, pero ni siquiera sabía muy bien el porqué de mi cambio de humor. Relajé un poco los hombros que se me habían puesto tensos y me acerqué hasta donde ella estaba.

—Me voy, está bien. Pero quiero que te quede claro que lo que pasó no fue un error. ¿Un impulso? Claro que fue un impulso, pero un error, nunca. ¿Entiendes? Lo volvería a hacer una y otra vez. —Di un paso más hasta que nuestros cuerpos casi se rozaban y bajé la mirada para hallar sus ojos oscuros mirándome fijamente. Azul contra azul—. ¿Y sabes qué? Sé que tú también lo harías de nuevo. Sentí tus reacciones, Kara, y estoy seguro de que de haber sido un error no habrías reaccionado de ese modo, así que hazte un favor a ti misma y deja de mentirte ¿sí?

Su mentón tembló un poco y luego su voz fue un susurró cuando preguntó:

—¿Entonces no estás arrepentido de besarme?

Tenerla tan cerca otra vez, su olor rodeándome de nuevo y su calor venciendo las barreras que creaba mi ropa, nubló mi mente de nuevo con deseo. Sentía su respiración un poco acelerada contra mis labios y de repente el calor volvió a instalarse sobre mí. ¿Cómo es que tenía el poder de hacerme pasar de molesto a hambriento en un segundo?

—Demonios, no —dije demasiado convencido—. Como ya te dije, lo volvería a hacer —sus ojos se suavizaron ante mis palabras y exhaló con alivio. Elevó una mano hasta mi pecho esbozando una sonrisa y la colocó sobre mi corazón acelerado.

—¿... justo ahora?

—Tal vez luego —dije con pesar. Su rostro cayó y levanté mi mano para acunar su mejilla—. Es que no quiero interrumpirte más. Acabas de decir que estás ocupada y no quiero interferir con tus asuntos, Tal vez luego cuando te desocupes...

Una carcajada brotando de su pecho me interrumpió.

—Ay, Owen, a veces puedes ser tan ingenuo a pesar de ser un profesor. —Se puso de puntillas y rodeó mi cuello con sus delgados brazos, por lo que mis manos fueron automáticamente a su cintura—. Solo estaba molesta contigo. Pensé que no habías querido besarme y yo... Bueno, lo inventé para que me dejaras sola —confesó algo arrepentida. Arqueé ambas cejas y la miré con sorpresa por su declaración.

—¿Eso quiere decir que no estás ocupada? —pregunté.

—Nah-ah.

—¿Y que, si quiero continuar justo ahora lo que interrumpí, puedo hacerlo?

—Uh-huh.

Sonreí como un depredador a punto de atacar.

—Entonces continuemos —dije con voz áspera dos segundos antes de que nuestras bocas se asaltaran una vez más. Todo en nosotros eran suspiros aliviados y manos desesperadas. Parecíamos querer devorarnos el uno al otro. Prácticamente era lo que quería hacer con ella. Saborearla por todas partes y devorarla completa.

De alguna manera, Kara comenzó a guiarnos hacia su habitación y tumbarnos a los dos en la cama sin despegar ni un momento nuestros labios. Poco a poco y sin darnos cuenta, las prendas fueron desapareciendo hasta que quedamos recostados y desnudos, pieles cálidas presionadas juntas. Recuerdo haberme hundido en su interior y luego sentir, durante un momento, algo parecido a estar completo; pura dicha y felicidad. Nos movimos juntos en perfecta sincronía. Parecíamos conocernos íntimamente desde hacía mucho tiempo atrás. Ella sabía lo que me hacía gruñir y yo conocía lo que la hacía suspirar. Nos exploramos de esa manera íntima y secreta toda la noche y parte de la madrugada hasta que caímos profundo en un sueño tranquilo. Estaba tan agotado y tan feliz, que apenas toqué la almohada me quedé dormido con Kara entre mis brazos. Pero en la mañana me desperté desconcertado.

Estaba solo en la cama de Kara y no había ningún rastro de ella en su departamento.

***

No la vi en todo el fin de semana. Me la pasé encerrado en mi departamento, sumido en un silencio mortal por si acaso Kara se dignaba a aparecer, pero nada. Me sentí tan extraño siendo el abandonado después del sexo, cuando se suponía que los hombres éramos lo que huíamos, ¿no?

Estaba irritado, muy molesto y... divertido, solo un poco. Es que jamás habría imaginado que ella haría eso; que me dejaría solo, desnudo y en su propio lugar, pero entonces Kara nunca había sido predecible. No actuaba como tú lo esperabas, y si lo hacía no era por la razón que creías.

¡Estaba loca! Esa mujer estaba completamente loca y lo peor era que me había contagiado su locura. Sentía que deliraba con cada segundo que pasaba sin noticias suyas. ¿Me estaba evitando? Realmente esperaba que no, porque cuando la viera de nuevo le dejaría en claro que no podía solamente dejarme así. No podía tener sexo conmigo y luego botarme. Me sentía como una virgen ultrajada; sucio y utilizado. Bien, exagero, pero de verdad merecía una explicación.

Pasó el sábado lentamente sin rastro de ella, luego el domingo igual. Nada de nada. Para el lunes en la mañana yo ya estaba tan molesto, que sentía podía golpear a cualquier persona que se me cruzara y me mirara feo. Me vestí y desayuné algo ligero antes de salir y dirigirme a la universidad, a mi último día como profesor. Cuando la viera, le diría hasta lo que no. Llegué temprano con la esperanza de encontrarla ahí, pero no fue así. Se llenó el aula y comenzó la clase, sin embargo, Kara nunca llegó.

Mi enojo comenzó a transformarse en preocupación. ¿Y si había salido a comprarnos cafés y la atropellaron? ¿Y si la secuestraron?

«Dios mío santo».

Ya me empezaba a poner paranoico. Comencé a imaginarme mil escenas de película en mi cabeza, y para cuando la clase acabó salí casi volando del salón. Me dirigí a dirección y pregunté por su expediente. Tenía que haber algún número de emergencia apuntado. Cuando encontré el que decía «Mamá», lo marqué y la línea dio el avisó de que el número no existía. Llamé al teléfono de trabajo anotado y tampoco me pudieron decir nada sobre ella. No tenía a nadie como contacto de emergencia.

Ya no sabía qué hacer para dar con ella por lo que, agotado y con el miedo helándome el alma, me dirigí a mi hogar. Me resigné a que ese día ya no podía hacer nada. La noche ya estaba cayendo y yo estaba muy cansado. Con las piernas pesadas, subí las escaleras y llegué a mi lugar. Todo alrededor estaba sumido en silencio, como si nadie más habitara el edificio. Espeluznante...

Inserté la llave en la cerradura, pero justo antes de entrar un sonido al lado llamó mi atención. Detuve mis movimientos y traté de escuchar de nuevo. Ahí estaba otra vez. Era un... ¿gemido? Sí, era uno. Un gemido proveniente del departamento de Kara. No, no podía ser. Debía de estar escuchando mal. Ella no haría eso, ¿verdad? ¿Estar con otro poco tiempo después de haber estado conmigo?

Atontado, me acerqué a su puerta y pegué el oído en la superficie para poder escuchar mejor. No era morbo lo que sentía, solo... curiosidad. Necesitaba saber.

Otro sonido llegó a mí, esta vez algo más parecido a un lamento, y luego cristal rompiéndose. ¡Otra vez! Sentí un déjà vu cuando golpeé la puerta y la llamé.

—¿Kara? —Un llanto fue la respuesta a mi llamado, por lo que seguí tocando preocupado—. ¡Joder, Kara, abre la puerta! Voy a tumbarla a la de tres si no me abres en este puto instante. —No solía decir muchas groserías, pero esta ocasión lo ameritaba. Estar asustado, preocupado y frustrado sacaba eso de mí—. Uno... Dos... —Puse la mano en el picaporte y para sorpresa mía giró con facilidad. Estaba abierto—. Tres.

Empujé la puerta y busqué la fuente del llanto, gemidos y lamentos. La habitación estaba a oscuras, solo una tenue luz parecía venir del baño, por lo que me dirigí ahí. Apenas había llegado a dar dos pasos, cuando de nuevo un llanto cubrió el lugar. Mis ojos vagaron por toda la sala y aterrizaron en un cuerpo tumbado en el suelo de la sala de estar frente al sillón. Una botella de licor casi vacía colgaba de sus delgados dedos.

—Oh, demonios... —La imagen de Kara llorando en el suelo borracha es algo que nunca podré superar—. ¿Kara? —la volví a llamar, pero ella no parecía escucharme. Me acerqué con pasos lentos y me acuclillé a su lado—. Kara, ¿qué pasa? Cuéntame, cariño.

Coloqué su cabello hacia un lado, incluso los mechones que se pegaban en sus mejillas bañadas con lágrimas, y acuné su rostro en una mano; solo entonces pareció reconocer mi presencia.

—Owen...

—Soy yo, amor. Dime qué te pasa. ¿Qué es lo que te tiene así? —pregunté con un tono deliberadamente dulce y calmado. No quería alarmarla. De repente su cuerpo comenzó a sacudirse y más lágrimas brotaron de sus ojos junto con un sonido lleno de dolor. Movió una de sus manos en su regazo y bajé la mirada para encontrarme que estaba llena de sangre. Examiné su alrededor y vi pequeños trozos de vidrios desperdigados. Una botella de alcohol estaba rota y a ella parecía no importarle.

Me puse de pie y la levanté en mis brazos.

—¿Por qué, Owen? —me cuestionó de repente—. ¿Por qué no puedo ser feliz? ¿Es el karma? ¿Tan mala persona soy? Ella no merecía eso. Yo... soy una persona horrible, ¿no es así? Te traté tan mal. Perdóname, Owen. Perdóname y dile a ella que me perdone. Nunca fue mi intención. Yo la amaba, la amo. No puedo seguir...

Sus palabras parecían encajar una daga en mi corazón y lograron asustarme.

—¿De qué hablas, Kara? Has cambiado mucho. Cometiste errores, pero eso no quiere decir que eres horrible.

—¡Soy horrible! Merezco morir o algo peor. Merezco estar en su lugar. La maté, Owen. La maté y nunca podré tenerla de regreso —dijo entre sollozos. Garras de hielo comenzaron a presionar mis pulmones.

—Dios, me estás asustando. ¿De qué hablas? —inquirí en un susurro. Estaba borracha, cierto, pero no parecía estar alucinando. Se estaba abriendo y contándome todo lo que la corroía por dentro, podía sentirlo. Lo sabía. Sabía que esto de lo que hablaba era lo que la había hecho cambiar—. Kara...

—¡A mi hija! Maté a mi bebé, Owen. ¡Maté a Kayla y nunca podré tenerla de vuelta!


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