07 [Editado]
KARA
—Entonces, Kara... —el chico que trabajaba en el gimnasio estaba tratando de ligar conmigo sin ningún tipo de disimulo. Su nombre era Dan, si recordaba bien—. ¿Estás soltera?
«Vaya, qué directo».
Hice una mueca ante su falta de tacto. ¿Dónde había quedado el querer quedar bien con una? Ahora solo se lanzaban sobre ti. Nada de seducción previa. ¿O acaso tenía cara de abrirme de piernas a la primera? Esperaba que no.
Asentí mirando los alrededores y sonreí sin humor.
—Sí —contesté con sencillez.
Solo había pedido que me enseñaran las instalaciones para librarme de la mirada condenadora de Owen, y ahora que estaba lejos de él... Bueno, no me interesaba establecer una conversación con alguien que solo buscaba meterse en mis pantalones.
—Oh, eso es bueno —dijo demasiado ansioso, a lo que yo solo rodé los ojos.
—Si tú lo dices.
El resto del trayecto trató de convencerme de que debería salir con él algún día pronto. Traté de rechazarlo con la mayor amabilidad posible. Creo que llegó un punto en el que se molestó de que no quisiera tener nada que ver con él —que no estaba nada mal, por cierto— y juro que pude escucharlo decir que de todas maneras no estaba tan buena.
¿Entonces para qué se molestaba en invitarme a salir? A veces no entendía a los hombres. Decían ser muy maduros y luego andaban por ahí actuando como niños rencorosos.
Ignoré el mal humor que parecía haber adoptado Dan y lo seguí alrededor de las instalaciones. Me mostró dónde se encontraba la piscina y en ese instante decidí que ahí era donde estaría pasando mi tiempo libre. Siempre había amado nadar.
De pequeña le había rogado a mi madre que me inscribiera en clases de natación y, a pesar de que ella no entendía mi fascinación por el agua, cedió. Durante años estuve practicando aquel deporte, hasta que mi madre dijo que mis hombros estaban comenzando a ensancharse.
¡Pecado imperdonable en una mujer!
Había dejado de asistir regularmente, pero de vez en cuando me fugaba para perderme en las profundidades de la piscina pública. Ella nunca se enteró.
—Por alguna razón no mucha gente la usa, así que es toda tuya si lo deseas —dijo Dan con un tono aburrido. De verdad parecía haberse cansado de insistirme.
—Gracias. Creo que me verás por aquí seguido.
Le guiñé un ojo y vi el brillo pícaro en su mirada al darme un rápido repaso de arriba abajo. Supe sin dudas que me estaba imaginando en bikini, o probablemente desnuda mientras nadaba, pero no dije nada. La realidad estaba lejos de ser esa.
—Puedes empezar cuando quieras —indicó.
—¿Cuándo quiera? ¿Qué tal ahora? —pregunté ladeando mi cabeza y cruzando los brazos bajo mi pecho. Parpadeó un par de veces, confundido, y luego una lenta sonrisa se extendió por su rostro. Mirándolo bien, no era para nada feo.
—¿Vienes preparada? —quiso saber. Me encogí de hombros.
—No.
Soltó una carcajada y sacudió la cabeza.
—Puedes nadar con cualquier cosa, menos con prendas de algodón. Te daré la llave por si quieres venir antes de las ocho de la mañana o después de las seis de la tarde. A esas horas respectivamente abrimos y cerramos esta área.
Sonreí.
—Me parece perfecto, muchas gracias. —Sonreí con sinceridad y observé cómo Dan dejaba su papel de ligón solo para ser un tipo apuesto y agradable—. ¿Qué tal si regresamos ahora?
—Claro.
Regresamos al área de las máquinas, pero esta vez no fue un trayecto incómodo. Dan me contó que llevaba alrededor de tres años entrenando ahí y que esperaba algún día poder abrir su propio gimnasio. Le conté sobre mi trabajo como modelo y camarera para pagar mis estudios y él no mostró ninguna señal que me pudiera alertar. Casi me daban ganas de decir que sí a su invitación a comer.
Casi.
—Entonces dices que eres vecina de Owen —murmuró con calma. Me tensé y asentí rígida—. ¿Hay algo... —carraspeó—. ¿Está pasando algo entre ustedes dos?
Por un momento me quedé de piedra sin saber muy bien qué decir, luego mis ojos se abrieron como platos ante la ridícula sugerencia y por último me eché a reír. Pero no una risa ligera y femenina; no, señor. Fue una risa profunda y escandalosa.
Eché la cabeza hacia atrás y reí con fuerza por aquel ridículo escenario. ¿Owen y yo saliendo juntos? Ni en un millón de años.
¡Él me odiaba! Y yo, en el corto tiempo que había pasado a su lado, me di cuenta de que no soportaba su presencia. Me hacía sentir incómoda.
Cuando recuperé la compostura abrí mis ojos y encontré a Dan mirándome como si me hubiera salido un tercer ojo. Entonces él también se echó a reír contagiado por mí.
—Lo siento mucho por eso —dije cuando se calmó—, yo solo... —solté otra pequeña risita y sacudí la cabeza—. No, no hay nada entre nosotros, Dan. Owen me odia —me encogí de hombros—. Además, es mi maestro.
—Oh, ¿en serio?
—Sip.
Suspiró y frotó su nuca.
—Entonces, ¿no aceptas salir conmigo? —repitió. Lo miré fijamente y ladeé el rostro, ante lo que él pareció incomodarse.
—Mira, Dan, no te conozco bien, pero, corrígeme si me equivoco, tú pareces un tipo al que se le dan muy bien las aventuras de una noche. —Él dudó un poco antes de asentir con reticencia—. Me lo imaginé. Ahora, yo no soy así. Ya no. Y tampoco tengo tiempo para tener ninguna relación, así que... Lo siento, pero no.
Sacudí mi cabeza para dar más énfasis a mi negativa y él asintió pensativo.
—Ya veo. —Me observó con diversión—. ¿Qué tal ir a tomar un helado? Ni siquiera tiene que ser en la noche. —Irritada, lo miré. ¿Acaso no entendía?—. Como amigos —aclaró rápidamente.
Bueno, viéndolo así... no me vendría nada mal un amigo además de Reil.
—Vale —acepté. Él sonrió—, pero... —Su sonrisa se esfumó casi de inmediato y no pude evitar soltar una risa—. No te hagas esperanzas de que acabaré en tu cama al final de la noche porque no pasará.
Dan se irguió y sonrió confiado.
—La esperanza muere al último.
Sacudí mi cabeza con divertida irritación.
—Vamos ya, anda. Tus pupilos te han de estar extrañando.
***
Al llegar a donde habíamos estado antes del recorrido, nos dimos cuenta de dos cosas:
1. Todos los hombres habían pasado de verme con deseo a verme con... ¿asco? No sabía, pero parecían evitarme ahora.
2. Owen se reía entre dientes, cosa que de inmediato me hizo sospechar.
¿Qué había hecho?
Estreché mis ojos hacia él, como si de alguna manera pudiera leer su mente. Con desconfianza, tomé la toalla que había estado llevando en mi pequeña mochila y la coloqué sobre mis hombros; me acerqué a una de las caminadoras que estaban vacías y el chico que había estado corriendo a un lado, paró, recogió sus cosas y se movió a una más alejada de mí con rapidez.
«¿Pero qué...?».
Miré a Owen, quien estaba concentrado levantando una barra con bastante peso. Mi mirada se desvió a Dan, quien estaba hablando con algunos tipos. Su ceño se frunció y luego me miró a los ojos, escuchando con atención lo que le decían.
Su mirada se movió al tipo que hablaba y sacudió la cabeza. Le dijo algo al tipo y antes de que aquel pudiera responderle, se acercó a mí.
—¿Qué pasó? —cuestioné preocupada. Su rostro parecía confundido y molesto.
—Bates. Les dijo a los chicos que... —Desvió su mirada al suelo y luego a un lado, evitando mis ojos—. Que tienes... Uhm, que tienes sida. —Esto último lo dijo en un susurro.
Abrí mis ojos incrédula y mi boca cayó un poco abierta.
—¿Que hizo qué? —inquirí indignada—. Oh, joder, él no hizo eso. —Arrojé mi toalla al suelo y, antes de que Dan pudiera detenerme, salí hecha una furia hacia donde se encontraba Owen. Esta vez me iba a escuchar.
Solo bastaron un par de pasos para enfrentarlo. Él estaba a punto de levantar una pesa del suelo, cuando lo empujé y tropezó sin caer.
—Eh, cuidado —dijo sin verme.
—Tú ten cuidado, estúpido —gruñí. Levantó sus ojos azules hacia mí y luego sonrió.
¡El descarado sonrió!
—Veo que ya escuchaste lo que dicen por ahí —se burló, sus ojos claros brillando con diversión.
Tuve que contenerme para no arrancarle los ojos en ese mismo momento.
—¿Por qué soltaste esa mentira sobre mí? ¿Qué te he hecho? —inquirí un poco dolida, cuando entonces recordé—. Olvídalo, no respondas esa pregunta.
—No, ¿sabes qué? Te responderé. Lo que pasa es que estabas obteniendo demasiada atención masculina y yo decidí que quería que pensaran eso. No te conocen, pero tener esa enfermedad es lo más cercano que se me ocurrió a cómo eres por dentro. Enferma. Eres una persona horrible y... ¡No lo sé! Solo no quería que te prestaran tanta atención —confesó, pareciendo aturdido por sus propias palabras.
Fruncí el ceño tratando de asimilar lo que había dicho. No quería que me prestaran atención. Bien. Eso quería decir que...
Sonreí.
—Estás celoso —señalé.
Su rostro antes furioso dio paso a la confusión y luego al horror.
—¿Qué? ¡Claro que no!
—Mmm-hmm. —Crucé los brazos sobre mi pecho—. Estás celoso porque no te pongo atención a ti.
Owen soltó una risa amarga y negó con la cabeza.
—Claro que no, mujer, tú no eres mi tipo. Lo siento, Rosseau, pero soy más un hombre de trasero que de pechos —explicó haciendo referencia a mi pequeño pero redondeado trasero. Sonrió burlón y yo apreté mis dientes.
«Idiota».
—Sí, bueno, tienes suerte, ya que yo soy más una mujer de cerebro que de músculos. —Me encogí de hombros con despreocupación. Su mirada antes divertida se endureció al instante, al igual que su mandíbula.
—Yo tengo bastante cerebro.
—Si tú lo dices.
—Y lo uso más que tú.
—Bien por ti.
—¿Por qué no vas a desnudarte para una revista, eh? La universidad no es un lugar para muñecas huecas como tú —escupió. Antes de poder controlarme, mi mano se había estampado con su mejilla con una fuerza que ni yo misma había sabido que tenía.
—Nunca vuelvas a decirme eso —dije a través de mis dientes apretados, mi cuerpo temblando de rabia y humillación—. Nunca, ¿entendiste?
Él asintió desconcertado ante mi explosión y me di la vuelta para irme antes de que las lágrimas empezaran a correr por mi rostro. No me había dado cuenta de que el gimnasio había quedado en un silencio sepulcral durante nuestra «discusión».
Pasé por un lado de Dan y él me detuvo por el brazo con el ceño fruncido.
—Hey, ¿estás bien? —preguntó preocupado. Negué con la cabeza.
—No lo creo. Mañana nos ponemos de acuerdo para salir, ¿vale? Ya me tengo que ir —elevé mis ojos enrojecidos a los suyos pensativos y asintió.
—Claro. Ten cuidado.
—Lo haré.
Se acercó a besar mi mejilla y le brindé una sonrisa temblorosa. Empecé a caminar hacia la entrada y abrí la puerta, pero antes de salir le eché otra mirada a Owen, quien no me había quitado la mirada de encima. Estaba tan tenso que parecía que podía romperse en cualquier momento.
Elevé mi barbilla, giré orgullosa el rostro y salí.
«¿Con que así estamos jugando, eh, Bates? Perfecto».
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top