05 [Editado]
KARA
Llegar al departamento y relajarme en un baño de burbujas era lo único bueno que podía sacar de este asqueroso día. Hasta que la música empezó.
«¿Otra vez, en serio?»
Bufé incrédula. ¿Qué una chica no podía tener un tiempo relajante en silencio?
Tomé los audífonos y el iPod que había dejado descansando en la orilla de la tina y los coloqué en mis oídos. Ain't it fun de Paramore empezó a sonar y yo me hundí más en el agua con cuidado de que no se fuera a mojar nada por fuera de la bañera.
Aún se escuchaba la canción del departamento contiguo pero la mayor parte del ruido era amortiguada por mi propia música. Hasta que una canción —si es que se le podía llamar así— casi tumba mis paredes. Podría reconocer esa canción donde fuera.
Hammer smashed face era tan ruidosa y molesta. Quiero decir, me gustaba la música pesada, pero solo cuando me ejercitaba, no a todo volumen al final de un día tan estresante. Me levanté furiosa y grité con frustración. Me puse la ropa que usaba para dormir, sin importarme el que el agua siguiera chorreando por mi cuerpo, antes de salir del departamento y empezar a aporrear la puerta por donde salía la molesta música.
Mi corto cabello negro ya había empapado mi blusa por completo, pero yo me hallaba tan enojada que lo ignoré. Solo quería que apagaran. La. Maldita. Música.
Estaba empezando a darme una migraña —seguramente por haberme saltado el desayuno y comida— y lo que menos quería era seguir escuchando aquella estruendosa canción. Volví a golpear la puerta. Con cada segundo que transcurría sin que atendieran, mi molestia crecía.
Recargué mis brazos en el marco la puerta y tomé profundas respiraciones para calmarme un poco antes de hacer algo loco, como tumbar la puerta yo misma Mi fuerte carácter no podía salir justo ahora. Me había tomado mucho tiempo poder controlarme, pero tener un maldito día de mierda coronado por un maldito vecino de mierda era el colmo.
No sé cuánto tiempo estuve con el rostro bajo y los ojos cerrados tratando de aligerar mi dolor de cabeza, pero sentí cuando abrieron la puerta.
—Tiene que ser una broma —murmuró una voz conocida. Elevé mi mirada y me topé con un muy bonito pecho desnudo. Mi mirada viajo más abajo sin poder evitarlo. Tragué saliva.
Elevé mis ojos con lentitud, barriendo todo su cuerpo en el proceso, notando que mi vecino solo tenía puesta una toalla alrededor de sus caderas.
¿Ese bulto era normal, o era que estaba feliz de verme?
Cuando mis ojos se engancharon con unos azul eléctrico, gimoteé lastimera.
—Esto es una broma de muy mal gusto.
—¿Tú eres Ross? —quiso saber, incrédulo. Mis ojos se abrieron aún más si era posible al escuchar su pregunta. Ese apodo... Joder, no.
Solo había una persona en el mundo que me decía a mí y no quería creer que...
—¿Eres el compañero de Reil? —Observé su mandíbula apretarse y gemí afligida al comprobar mis sospechas—. Dios, ¿qué te he hecho? —pregunté mirando hacia el techo.
Un fuerte portazo me hizo dar un salto en mi lugar y apreté la mandíbula al encontrarme frente a una oscura superficie de madera.
¿Me acababa de dejar afuera? ¿Solo así?
«Oh, no.»
Abrí la puerta sin permiso y pasé escaneando los alrededores.
—¿Dónde estás? —grité por encima de la música. Esa vez no iba a salirse con la suya.
—¡Kara, maldita sea! ¡Sal de mi departamento, ahora! —alcancé a escuchar desde otra habitación.
Me encaminé hacia el sonido de su voz pisoteando fuerte. Parecía una niña haciendo una rabieta, pero no me importaba. Él no me iba a amargar la estadía en el nuevo departamento.
—No hasta que me escuches —repliqué cruzando los brazos sobre mi pecho. Cuando salió de nuevo a la sala de estar, ya estaba vestido con unos jeans desgastados y apenas se estaba poniendo una camiseta blanca, dejándome ver por última vez su cuerpo delgado. Apenas alcancé a reaccionar cuando me lanzó una camiseta negra y asintió hacia mí.
—Póntela, se te ve todo —dijo con un gruñido. Fruncí el ceño y bajé la vista a mi pecho. Sentí mi cara calentarse cuando me di cuenta de que era cierto.
Mi blusa era blanca. Se había empapado por no secar mi cuerpo antes de ponérmela. No llevaba sostén.
Está de más decir que fue una mala idea salir así.
Cuando me la coloqué, me sentí más confiada; menos vulnerable. Su mirada se encontró con la mía y observé su mandíbula tensa.
—¿Qué quieres? —preguntó molesto. Yo reí. ¿De verdad no sabía? Porque era más que obvio para mí.
Le lancé una mirada molesta y elevé mis manos al cielo.
—¿Es que no puedes escuchar música como la gente normal?
—No —contestó cortante. Apreté mis muelas ante su respuesta y estallé.
—¡¿Es que acaso estas sordo?! —Hizo una mueca y se tapó los oídos.
—Eh, baja la voz. Me vas a reventar un tímpano —se quejó.
Eso era el colmo. Sacudí la cabeza al tiempo que dejaba escapar una risa áspera y seca, sin humor.
—¿Que te voy a reventar un tímpano? Estás loco, Bates.
—Profesor...
—No —lo interrumpí—. Aquí, justo ahora, solo eres el imbécil de mi vecino. En clase te trataré de lejos y con respeto, pero aquí —hice énfasis en la palabra—, no. Y menos si insistes en no dejarme dormir con tu música ruidosa.
Sus ojos se desviaron por encima de mi cabeza y luego me miró divertido.
—Apenas serán las nueve. ¿Desde cuándo duermes tan temprano?
—Ugh, cállate, idiota, y solo bájale a la música. O juro que iré por el casero.
—A mí no me amenaces, Rosseau, que puedo hacerte muy difíciles las cosas. Tanto aquí como en la universidad. Esta vez yo soy el influyente y tú eres... nadie —dijo con una mueca de desprecio mirándome de los pies a la cabeza.
Mi temperamento empezó a hervir dentro de mí y temí explotar.
¿Pero quién demonios se creía que era?
—¡Ya te pedí perdón! ¿Qué más quieres que haga? No puedo cambiar el pasado... —Sentí un nudo formarse en mi garganta. Si hubiera tenido el poder de cambiar todo lo que hice, lo habría hecho sin dudar.
Había estado bajo mucha presión desde que mi familia me dio la espalda, desde que Beck se había marchado, y sentía que en cualquier momento podía derrumbarme. Mordí mi labio con fuerza hasta saborear la sangre y eso me calmó. No le iba a dar el placer de dejarlo verme llorar.
—Uno recoge lo que siembra, Kara. Si siembras tormentas...
«Cosechas tempestades.»
Ah, maldita sea. Lo sabía, no tenía que recordármelo. Lo sabía mejor que nadie.
Agaché mi cabeza antes de soltarme llorando y asentí.
—Lo sé, lo siento. Solo... no le subas mucho a la música, ¿sí? Hoy tuve un día horrible y... —Me interrumpí. ¿Por qué le estaba contando eso? A él no le interesaba mi vida—. Solo... baja el volumen —pedí en un murmullo.
Y aún con la cabeza gacha salí de su departamento, cerrando la puerta con suavidad tras de mí. Entré a mi piso, me dirigí a mi habitación y me hice un ovillo en el colchón sin comer nada antes.
Una vez que cerré los ojos, los recuerdos empezaron a inundar mi cabeza y las lágrimas mis ojos.
«Hija, eres demasiado hermosa como para ser inteligente. No desperdicies tu tiempo tratando de ser algo que no eres.»
«¿Piensas desperdiciar tu aspecto sentada tras un escritorio? Nadie te va a tomar en serio.»
«La única manera en la que te vaya bien en los estudios, es si te acuestas con tus profesores, hija. Tú y yo sabemos que no tienes la capacidad intelectual para conseguir una carrera.»
«Tu destino debería ser el mismo que el mío. Solo ser una esposa bonita que cuida a sus hijos. No necesitas una carrera. Puedes conseguir a un hombre con dinero.»
«Si tan decidida estas a estudiar, entonces hazlo. Pero no cuentes con nosotros, que ya te lo hemos advertido. Te esperaremos aquí cuando recapacites acerca de tu futuro.»
Las molestas palabras de mi madre giraban en mi mente una y otra y otra vez. ¿Por qué no podía ver que era capaz de lograr lo que me propusiera? No era la típica muñeca Barbie descerebrada. Solo porque no hubiera tenido buenas calificaciones en la secundaria y preparatoria no significaba que fuera tonta. Solo había sido demasiado ingenua y egoísta como para pensar que era más importante ser popular, tener novios y ser la reina del baile de graduación.
Era cierto que no entraba a clases y no entregaba tareas, pero no era porque no supiera cómo hacerlas. Lo poco que miraba en las clases, a lo que prestaba atención, se quedaba grabado en mi mente, pero a nadie parecía importarle eso.
Apreté los párpados mientras las lágrimas quemaban detrás de ellos. No iba a llorar más por eso. Tenía que poder demostrar a todos lo equivocados que habían estado conmigo. Yo podía lograr lo que se me propusiera.
Pero tener a un profesor que me pusiera las cosas aún más difíciles era un obstáculo que no había previsto. Y no era cualquier profesor, era uno al que había humillado incontables veces en la escuela secundaria... Y al parecer, quería su revancha.
El sueño me envolvió y me hundí en él con el pensamiento de que iba a lograrlo sin importar nada. Iba a demostrar mi valía, así tuviera que pasar por encima de los demás; así tuviera que pasar por encima de Owen Bates.
De nuevo.
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