Una colilla tirada.
Un chicle en el suelo.
Una piedra en el río.
Un euro en la feria.
Una noche de invierno.
Va y viene el dolor,
y ni tan siquiera se queda el recuerdo.
Me siento así.
Nada es cuerdo.
O quizá sí.
No llego a ser acorde,
tan sólo una nota desafinada en el metro.
No llego a ser poesía,
tan sólo un alma echa cenizas en un
folio amarillento.
No llego a ser viento,
tan sólo soy un suspiro en otoño.
No llego a ser beso,
tan sólo soy el principio del empujón
y el final del deseo.
No soy nada.
Como el silencio del anochecer en la parada de autobús.
Como la rama de aquel matorral que se seca en el bosque del ataúd.
Es normal que nadie me tenga en
cuenta.
Nadie le hace caso a nada.
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