Mi Casa Sin Techo.

Fue un largo camino por recorrer el que me esperaba al otro lado de la puerta. Y al bajar las escaleras, un escalón tras otro, sentía que me alejaba de este otoño... Sentía el perfume a hierba fresca acariciando mi interior, y ese hedor me enloqueció. Comencé a caminar a más velocidad, por si acaso los recuerdos se cansaban de perseguirme. Escuchaba el llanto de la tierra mientras pisaba, y me disculpaba a cada instante. Pero debía correr, debía alejarme de allí; la calle sería mi familia, y las flores del bosque no se marcharían. Hablaría con ellas sobre lo que me ha ocurrido, por qué me encontraba allí, en la madrugada, descuidada y sin hogar. No se derramaron las lágrimas en mi rostro, sin embargo brotaba el sudor en mi piel, porque solo estaba cansada. No me dolió bajar esas escaleras y dejar esa puerta entreabierta; lo que ahora me escuece es la garganta, de gritarle a la Luna y exigirle una explicación.
Pero nunca me responde.
Seguía volando en mi cabeza la idea de subir a lo alto de una montaña, y no dormir. Observar su mundo e intentar entenderle.
Lo hice y entonces sí que comprendí.
Observé el cielo, conté con mis dedos los lunares brillantes de su piel, y me di cuenta de lo caliente que se está si te abriga él. Y que la Luna es la mensajera y el punto intermedio entre él y yo. El medio de comunicación más lejano y a la vez más cercano que conozco.
Y comprendí que mi hogar estaba allí, con quien me comprendía, y entendí que tenía que dejar de ser una desconocida, y ser un libro abierto en el lugar que me corresponde.

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