17



No me había acercado a Chanyeol desde aquel día en las duchas. Aparentemente nos estábamos repeliendo mutuamente. Yo porque él me lo había pedido para poner tensión sobre el asunto y evitar ciertos comentarios acerca de nuestra cercanía. Él lo hacía por un falso orgullo ya que lo golpeé en público. Cómo si no me lo hubiese pedido.

Sin embargo, la situación supuso por sí misma un caos. En la cárcel ya se comentaba sobre mi ingreso. Las preguntas volaban en el aire aún si nadie me lo había consultado directamente.

Otros se preguntaban si yo me convertiría en la puta del jefe. Yo sabía la respuesta ya, aunque me avergonzara. Pero eso causó cierto furor y un sentimiento de alejamiento hacia mí. Lo agradecía. No había tenido que huir de pervertidos ni de evitar los puños de hombres toscos.

Que nadie se me acercara me gustaba porque eso implicaba menos problemas en mi vida de los que ya tenía.

Ahora mismo en el comedor estaba con mi bandeja de comida horrible y poco atrayente. Creo que era puré de patatas con algo de carne, la que yo creía bien podría ser de rata. Ugh. Solo de pensarlo se me revolvía el estómago.

Debería darle unas clases a ese cocinero.

Caminé encogido y con miedo por ese angosto corredor entre las mesas, no viendo a nadie, como si ello m convirtiera en invisible. Pero ignorar al resto no significaba que ellos harían lo mismo. De hecho, podía sentir claramente la fuerza de esas miradas chismosas sobre mi cuerpo. Un repelús me recorrió el cuerpo como un fuerte sacudón.

Mis ojos se movieron hacia los lados y se encontraron con aquellos reos que no dejaban de barrer mi cara, algunos sonriendo de forma tosca, y otros relamiéndose los labios.

¡Auxilio!

¡Ah!

De pronto tropecé, mis pies se enredaron entre sí, o con algo, y fue a dar al piso. Mi bandeja, lamentablemente, cayó sobre el cuerpo de alguien más. A saber quién sería.

Mis muñecas tronaron al igual que mis rodillas.

Hubo un silencio y luego un gran jadeo.

¡Demonios! Eso no podía ser bueno.

Alcé la mirada, con el miedo arraigado en mis ojos, y me encontré con un oso. Un hombre enorme, de brazos toscos, fornidos y cubiertos de bello; su rostro casi no podía apreciarse correctamente tras esa barba espesa color negro.

El hombre estaba bañado en ese puré horrible y de jugo.

¡Dios bendito!

Me puse en pie rápidamente y me alejé varios pasos.

—Perra —rugió el hombre. Bruscamente se levantó de la mesa, tirando los platos y cubiertos sin cuidado; se dio vuelta y dio un paso hacia mí.

¿Acaso no habíamos acordado, Dios, que no me meterías en problemas? ¿Qué parte no fue clara?

Oh, Señor. Quise llorar.

—Corre, perra estúpida, si no quieres morir.

Lo hubiese hecho, lo juro, pero la puerta del comedor estaba cerrada y... ¿A quién engaño? Estaba petrificado de miedo.

—L-lo siento —balbuceé—, no fue mi intención.

—Me tiraste la comida encima.

—Me tropecé.

Pero como si a él le importara.

Me tomó del cabello duramente, clavando sus dedos en mi cuero cabelludo. Ugh, sus uñas duras me rasparon la piel y me hicieron chillar.

—Voy a matarte.

¿Por qué se enfurecía? Era solo su ropa. No obstante, supongo que había ahí algo de orgullo de macho que yo no comprendía.

—Así que tú eres la puta problemática.

—... Por favor, espera yo-

—Cállate —escupió, apretando mi pelo tanto como pudo—. Voy a romperte los huesos.

Señor, ¿cómo podía librarme de esto?

Di una mirada rápida a mi alrededor. Al fondo del comedor estaba Chanyeol con sus 'matones'. Él me veía, pero lejos de parecer aprensionado, su gesto solo demostró frialdad. No supe si lo fingía o si simplemente no le importaba lo que pasara.

El estómago se me encogió al-

¡Qué tonto! ¿Cómo podía siquiera dudar de que a Chanyeol yo no le importara cuando él había cuidado de mí desde hace tanto?

Me avergonzaba admitir que por un segundo lo pensé.

—Por favor —pedí quedito, perdiendo cualquier asomo de dignidad.

Él se carcajeó.

—Te daré una lección.

Me soltó sin cuidado al piso, trastabillé y casi me caí. Tuve que alejarme un par de pasos para evitar un golpe suyo. Su puño cerrado pasó muy cerca de mí.

—Por favor, detente —pedí nuevamente.

Gruñó como un perro afectado por la rabia, y luego avanzó a zancadas hacia mí. Sus manos querían atraparme, pero mis piernas se movían rápido y lograban evitarlo. Había aprendido algo de haber vivido con Seunghyun.

—¡No huyas, perra!

Dando pasos hacia atrás, llegué hasta otra mesa. Yo sabía que nadie lo detendría ni saldría en mi ayuda, así que esta batalla debía librarla por mi cuenta. Tomé la bandeja de comida, con aquella vajilla de plástico lleno de comida y se la aventé a la cabeza.

No sé si llamarlo buena o mala suerte, pero le atiné. El ruido sordo fue el preámbulo de más cuchicheos.

—Está muerto —escuché por ahí.

Y luego de esos segundos de haber actuado, me di cuenta de lo estúpido que fui. ¿Acaso no quería librarme del hombre? Ahora sí debía estar enojado.

¡Qué idiota era!

—Basta —repliqué, aunque soné como un adulto regañando a un niño—. Solo fue un accidente.

—Voy a sacarte esa lengua y-

Una mano gorda y tosca se cerró sobre el hombro de mi agresor, fue duro y tensionado, para llamar su atención.

—Es suficiente —esas palabras sencillas hicieron que todo se detuviera.

No sabía quién era ese hombre gordito, pero lo había visto acompañando a Chanyeol por los pasillos.

Él había vuelto a salvarme.

—Esto no se quedará así, perra.

—Es suficiente —repitió—. No te le acerques.

Aquello último lo dijo en tono bajo para que solo nosotros lo escucháramos.

Suspiré aliviado cuando vi al mastodonte agresor darse vuelto para irse. Él estaba tenso y furibundo..., y luego, en un parpadeo, se dio vuelta y avanzó un paso hacia mí.

Solo sentí su puño contra mi mejilla.

¡Carajo!

Dolió tanto. Mi carne ardió y mi cabeza se sacudió fuerte que todas mis neuronas colisionaron.

Choqué contra el piso solo oyendo un agudo pitido contra mis oídos.

Difícilmente logré ver cómo se llevaban al grandullón los policías, y tuve que tomar mucho aire antes de levantarme, porque nadie me ayudaría. Me limpié la boca. Sangre. ¡Genial! Sangre.

Se me había quitado el apetito, y de todas formas no iban a servirme otro plato, así que solo fui de regreso a mi celda.

Fue una lamentable salida luego de tan acalorado momento, casi humillante, pero había perdido la dignidad y el respeto hace tiempo. El mismo día en el que entré a la cárcel.

El pasillo estaba casi desolado, considerando que todos estaban en el comedor, y fue mejor, así nadie vio las lágrimas que bajaron por mis mejillas. Mis ojos picaban mucho a pesar de estar llorando. Me estaba conteniendo porque lo que realmente quería hacer era gritar. Gritar fuerte hasta que se me desgarrara la garganta.

Había tomado el lado de Chanyeol.

Había actuado como un espía algo torpe para conseguir las pruebas que sacarían a Chanyeol de la cárcel.

Había fingido simpatía por Seunghyun.

¡Dios!

Incluso aguanté sus abusos y su maltrato, sus golpes y sus insultos.

¿Y esto era lo que había conseguido?

Estar encerrado en la cárcel como un criminal, siendo tratado como uno.

Ahora vivía abusos iguales a los de Seunghyun.

¿Acaso él había ganado?

No, no, ¡no! Me negaba a que ello fuera verdad. No luché tanto como para ser vencido por su fantasma porque no, él no estaba conmigo, solo mis miedos.

Sollocé.

No pude evitarlo.

Simplemente me derrumbé.

Lloré con la libertad antes retenida. Apreté mis puños por la tonta impotencia, queriendo golpear la pared hasta que se derrumbara o hasta que mi piel se abriera.

Pero me sentí tan débil y solitario, tan..., destruido.

—Shhh —escuché un suave murmullo contra mi oído justo cuando unos brazos me apresaron. El momento indicado antes de que mis rodillas cedieran—. No llores, terroncito.

Los labios de Chanyeol acariciaron mi mejilla con suaves movimientos, no presionando demasiado sobre mi piel sensible por el golpe. Seguramente ya estaba enrojecida y mañana luciría morada.

—Lo lamento.

Gimoteé y por primera vez en mucho tiempo me sentí a salvo porque estaba entre sus brazos. Me di vuelta y lo abracé fuerte. Y lloré.

Chanyeol me arrastró con delicadeza a un recodo oscuro donde nadie nos vería, si es que había alguien que no estuviese en el comedor.

—Perdón —repitió.

—Quiero irme..., no quiero estar aquí más.

Pero ambos sabíamos que no era sencillo escapar y que, aún si pudiéramos salir, mantenernos fuera implicaría enfrentarnos con Seunghyun de formas todavía más aterradoras.

—Channie...

Dejó un beso en mi frente antes de añadir.

—Vamos, te curaré la herida.

Me llevó a mi celda, vacía por fortuna. Me sentó en la tosca silla y buscó en sus bolsillos. Tomó un pañuelo blanco con el cual limpió mis lágrimas. Se arrodilló frente a mí.

—Voy a matar al imbécil que osó tocarte —gruñó.

Sacó de su bolsillo también un pequeño tubo de crema que puso en sus dedos antes de esparcirlo por mi mejilla.

—Ayudará con la hinchazón.

Luego, y sin saber yo cómo o de dónde, sacó una crema para mi labio roto. Ardió, pero bastaron unas pocas caricias suyas sobre mi mano para distraer mi atención.

—No creí que se atreviera a tocarte —mencionó, pero más sonó como una disculpa.

—No puedes controlarlo todo, jefe —intenté decir con humor, mas las lágrimas en mis ojos me impedían siquiera verlo con claridad.

—Debería poder hacerlo. Pero pronto todo terminará, lo juro.

¿En cuánto?

¿En cuánto tiempo saldríamos de ese horrible lugar?

—El fiscal a cargo de mi caso es el mismo a cargo del tuyo, aparentemente porque me ayudaste a falsificar documentos —divagó mientras acariciaba mis manos—. Pero el reemplazo del fiscal es Kim Seojun, el hermano de Jongin.

—¿Entonces?

—Entonces, solo debo deshacerme del fiscal Jun para poder tomar la ventaja. Si Seojun se hace cargo, podremos presentarle las pruebas para salir.

—Y Seunghyun irá a la cárcel.

Chanyeol suspiró.

—No me interesa que mi hermano sea encarcelado.

—¿Piensas dejarlo libre?

—No dije eso, terroncito. Seunghyun merece pagar por lo que te ha hecho-

—Y a ti.

Él esbozó una sonrisa.

Y a mí —repitió—. Me aseguraré de ello, pero no encarcelándolo. Solo un cobarde envía a su enemigo tras las rejas donde no puede enfrentarlo.

—¿Qué piensas?

—Lo que sea necesario para mantenerlo alejado de ti.

Aunque tonto e ingenuo a veces, yo sabía perfectamente a lo que se refería Chanyeol. Pensaba en matarlo. Iba a matarlo.

Sorpresivamente, la idea no me pareció horrorosa ni me doblegó el estómago, quizás solo me preocupó Chanyeol. Seunghyun merecía morir, sí, incluso si solo lo deseaba por rencor y dolor. No importaba.

Seunghyun era un monstruo desalmado.

Un mentiroso.

Un embustero.

Un demonio.

Y aunque la idea de que estuviera en la cárcel me parecía más conciliadora, sabiendo los tratos sucios que tenía con el crimen organizado, no me sorprendería que escapara y tomara venganza contra nosotros. No pensaba vivir en zozobra, imaginando que me acecharía entre las sombras de mi habitación.

—Dame un mes, Baekhyun, y te sacaré de aquí.

Lo cumpliría, sin saber cómo, pero lo haría.

—¿Terroncito?

Asentí apresuradamente porque no sabía ni yo mismo que me había quedado mirándolo. Y entonces nos consumió un agradable silencio que nos permitió mirarnos sin reparos.

Desde tan cerca sus orbes eran aún más hermosos. Negros, espesos como las noches de invierno; misteriosos y..., dulces. ¿Por qué él siempre me miraba así..., así como nunca lo hizo Seunghyun?

—Chan —intenté decir su nombre completo, pero solo sentí sus labios contra los míos.

¡Oh, Dios bendito! ¡Chanyeol estaba besándome!

Fue dulce y lento, apenas como un roce, pero mi pello estaba en llamas por la mera idea del sueño cumplido. ¡Demonios! Creí que me desmayaría ahí mismo.

Bien, no era nuestro primer beso. Él ya me había besado un par de veces antes, pero en esta ocasión fue diferente.

Chanyeol no me estaba besando por fingir frente a alguien. De hecho, en esa ocasión no había nadie a nuestro alrededor.

Y, aunque me gustó ese beso casto, quise más. Tan codicioso que no me complacía con ese minúsculo roce. Él tampoco, al parecer, porque bastaron segundos para que su lengua tocara la mía.

Tenía mariposas en el estómago, o bichos, lo que fuera.

Apreté mis puños comprobando que no era un sueño sino la mas fantasiosa realidad.

Y de pronto, él solo se separó.

—No debería estar besando al esposo de mi hermano, ¿cierto? —aguardó un segundo antes de añadir—: Und ich möchte nicht so sehr gegen deine Lippen sündigen**.

Mas en sus palabras no hubo arrepentimiento.

Ich mache so viele verrückte Dinge in deinem Namen*.

Volvió a darme un beso rápido antes de marcharse.

¿Acababa de huir de mí?


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* Ich mache so viele verrückte Dinge in deinem Namen: Estoy cometiendo tantas locuras en tu nombre.

** Und ich möchte nicht so sehr gegen deine Lippen sündigen: Y no debería gustarme tanto pecar contra tus labios.

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