Epílogo

Lunes 21 de enero de 2036.

—Papá.

Paradojas del destino, una palabra lo transportaba a la muerte y otra, a la vida. Esta vez, el panorama era apacible y cada cosa estaba en su sitio. Luego del huracán, paz y calma.

Comprobó, aliviado, que su cabeza reposaba sobre una cómoda almohada y que su hombro izquierdo estaba inmovilizado con una venda. Un apósito manchado de sangre seca cubría su antebrazo y mostraba las secuelas de una inyección. Transferencia de sangre, quiso suponer.

Con los ojos entrecerrados por el cansancio y no por el dolor, buscó desesperado un reloj que confirmara su realidad. Halló así un analógico de pared blanco y aburrido, casi tan aburrido como los demás analógicos blancos de pared, y notó que las agujas hacían su monótono recorrido sin inmutarse ni un poco. De pronto, una sonrisa débil se dibujó en su rostro. Estaba vivo. Sirhan Bay estaba vivo.

El haz de luz que se dibujaba bajo la puerta se expandió poco a poco a medida que un intruso ingresaba a la habitación. Sirhan clavó la vista en la entrada y se mantuvo calmo. No había nada que temer; al menos, no por ahora.

Sin atreverse a presionar el interruptor, la silueta avanzó a oscuras, con los brazos al frente para no tropezarse. Una suave brisa que venía desde una ventana le acercó a Sirhan el aroma del desconocido. Marihuana. El tipo era un marihuano.

—¿Me llamaste?

La silueta se acomodó junto a su cama y no tardó en establecer contacto visual con él. Su mirada era tan nostálgica, tan melancólica que a Sirhan incluso le resultó ofensiva. El otro se percató de ello, sacudió la cabeza para liberarse de sus cavilaciones y activó el interruptor con un sutil movimiento de manos. Por fin, la luz.

—¿Así está mejor? —sugirió el otro, con una sonrisa cómplice.

Así está mejor.

Llevaba el típico uniforme británico que supo inundar los medios de comunicación durante años, coronado con una placa roja, blanca y azul que ostentaba con orgullo. No iba armado; había tenido la sutileza de dejar su pistola afuera antes de ingresar. Sirhan le agradeció el gesto con un mudo asentimiento mientras lo observaba de arriba abajo.

Tan solo habían pasado cuatro meses, pero el cambio era abismal. Ya no parecía ese hombre cansado, débil y viejo que lo había despedido entre llantos y gotitas de cannabis. La guerra lo había rejuvenecido.

—Papá —volvió a decir Sirhan—. ¿Dónde estamos?

—No te preocupes, estamos bien.

Mentira. No estaban bien o, al menos, él no. Takeo no paraba de llevarse las manos al estómago para contener el dolor y Sirhan vio que le habían cubierto el torso con una venda. El chaleco había cumplido su función, pero algunas balas perdidas habían logrado lastimar su piel. Aun así, Takeo parecía entero, casi tan entero como lo supo estar esa noche arriba de la motocicleta. La noche en la que los había salvado.

—¿Dónde estamos? —insistió Sirhan, sin contentarse con una respuesta vaga.

—En una de nuestras sedes secretas. En Larne —añadió, para evitar más preguntas.

Sirhan deslizó un rictus. Su hombro aún estaba dolido, pero su cabeza había vuelto a la normalidad y maquinaba ideas con la misma precisión que antes. A lo lejos, creyó oír el sonido del océano y una idea se dibujó en su mente: iban a partir. La pregunta era adónde.

Su padre observó a Sirhan con impaciencia, aún sin entender por qué lo había llamado. Esperaba algo: una excusa, un susurro, una promesa. Un sí, un no, un quiero comenzar a pelear contigo, un vete. Pero Sirhan solo quería darle las gracias. De lo demás, se encargaría luego.

—¿Estás bien? —repuso Sirhan mientras señalaba su torso hinchado.

Takeo se levantó el uniforme, le mostró las nuevas vendas e hizo un gesto que restaba importancia a las cavilaciones de Sirhan.

—No es nada.

—No te hagas el indestructible. El mundo necesita héroes, no inmortales —sentenció Sirhan.

La oportuna aparición de Kate hizo que ambos suspiraran de alivio: por fin, desaparecería ese silencio incómodo que había empezado a envolverlos. Sirhan se sorprendió al ver que ella llevaba un uniforme de cadete cuando no lo era y una seriedad protocolar que ni siquiera podía mantener. Ahora avanzaba en silla de ruedas, y su rodilla izquierda estaba inmovilizada con una bota ortopédica. A juzgar por su frustración, aún no se acostumbraba a tantas limitaciones.

—Me alegra que estés bien —le dijo a modo de saludo—. Te desmayaste antes de que saliéramos del parque. No te sientas mal; yo también caí a los pocos minutos.

Sirhan no rio ni amagó un esbozo de sonrisa en ningún momento. Kate le alcanzó un vaso de agua y desvió la mirada hacia Takeo.

—¿Te molestaría…

—Ya me voy —se anticipó él y se puso de pie.

Takeo cerró la puerta con cuidado y desapareció por los pasillos con la típica caminata militar. El sonido de sus pasos retumbó en la habitación un buen rato, y Sirhan y Kate debieron esperar a que el eco se detuviera para poder continuar.

—¿Quieres sentarte? —le ofreció Kate al ver que Sirhan se revolvía dentro de las sábanas—. Déjame que te ayude.

—No es necesario —repuso Sirhan mientras se impulsaba sobre las manos y se acomodaba contra el respaldar—. Gracias.

Ella asintió con los ojos y se quedó con la mirada clavada en su silla. Un fuerte suspiro. Dos. Tres. Nada parecía haber cambiado salvo ellos.

Alguien llamó a la puerta y Kate maniobró con la silla para recibirlo. Regresó a los pocos segundos con una carpeta negra en las manos, carpeta que colocó al borde de la cama de Sirhan.

—Mierda —murmuró ni bien acabó—. Odio esta mierda.

—Parece que hoy andamos cortos de sinónimos —repuso él, pero ninguno rio de su broma.

—Ahora me parezco a...

—Boyd —concluyó Sirhan.

—Evan —sentenció Kate con una mirada fulminante.

—¿Quedaste… —amagó él mientras señalaba la silla.

—No, no, claro que no. A veces, el equipo escasea y tienes que agarrar lo que te dan. Las muletas recién llegarán el jueves —añadió—. Pero ya dejemos de hablar de mí y pasemos a lo importante.

Lo importante.

—Tú —dijo Kate, con una sonrisa mientras señalaba la carpeta negra.

Quitó la tapa con el cuidado de un coleccionista, y todo el contenido se desparramó sobre las colchas y formó un ordenado desorden. De pronto, toda la habitación comenzó a oler a tinta y papel gastado. Kate sonrió y le preguntó:

—¿Los reconoces?

Era una pregunta retórica. Claro que Sirhan los reconocía. Había perdido la movilidad de su hombro izquierdo, no la memoria.

Los papeles eran hojas reutilizadas de varios panfletos y publicidades que le habían arrojado por debajo de la puerta, arrugados y frágiles de tanto borrar; manchados de tinta, restos de café y de algo más. Kate los dispersó sobre la cama de un modo muy similar al que supieron estarlo. Sirhan los observó, sonrió con orgullo y la observó a ella. Se observaron, y aquello fue la prueba inequívoca de que algo pasaría.

—Listado de sospechosos —dijo Sirhan mientras señalaba el título.

Ella deslizó una de las hojas y la colocó sobre las demás. Tenía su nombre y estaba rodeada por un círculo rojo que hablaba por sí solo.

—Kate Wyman. Estado: culpable —leyó ella con una sonrisa de suficiencia.

—¿Qué quieres?

Sirhan se refugió en la severidad para buscar respuestas y siguió cada movimiento de Kate con sus ojos oscuros. Aún le costaba decidir si eran amigos, enemigos o algo más. Algo diferente. Muy diferente.

¿Quién eres?

¿Qué quieres?

¿Te conozco?

Sí, te conozco.

Te conozco tanto que ya no te conozco nada.

—Iré al punto: necesitamos tu ayuda —afirmó Kate.

Sirhan suspiró una vez más. Le desagradaban las frases sueltas, escuetas, carentes de información. Quería certezas, no más dudas.

Necesitamos tu ayuda.

Lista. Ases. Convención.

Dos caras ¿de la misma moneda?

—¿Mi ayuda? —amagó, para ganar algo de tiempo.

—Sí, tu ayuda. T-u a-y-u-d-a. ¿Eres sordo, imbécil o te haces el misterioso? —castigó ella.

—¿Qué quieres, Kate McCartney? —la intimó Sirhan—. ¿Eres sorda, imbécil o te haces la misteriosa? Dilo de una vez.

Kate se llevó un vaso a los labios, dispuesta a dar una pausa, y Sirhan vigiló cada uno de sus movimientos con la mirada. Su cuerpo aún podía estar un poco dolido, pero su mente estaba más alerta que nunca. Llevó la vista a su uniforme y notó que iba armada. Cómo no.

—Sabemos que hiciste averiguaciones durante este tiempo —continuó ella—. Uno de nuestros hombres recogió tus papeles anoche, antes de que alguien los hiciera desaparecer. Ahora debemos saber quiénes están con nosotros.

—¿Y qué obtendré a cambio? —inquirió Sirhan.

—Ya lo obtuviste.

La vida.

Le habían salvado la vida. Y ahora jugarían con su libertad. «Hijos de puta entre hijos de puta», pensó Sirhan mientras observaba los papeles una vez más para evitar el contacto visual.

—Ellos saben quiénes somos y qué queremos y saben que tú… —titubeó— estás con nosotros.

Eres nuestro prisionero.

—Necesitamos desentrañar la red de engaños que Evan ha trazado y lo haremos desde el sofá. Bueno, en tu caso, desde la cama —bromeó.

Sirhan no rio, no estaba dispuesto a hacerlo. La mirada de Kate se volvió más fría y distante. Tal vez aquella era la verdadera mirada y la otra era un fraude. Tal vez, no; seguro lo era.

—Descubrir traidores sin mover nada más que la materia gris es mi especialidad —atacó Sirhan.

—Mejor así.

Ella dejó su ficha y la de Boyd sobre la mesa de noche, tomó las demás y las acomodó sobre su regazo. Sirhan acompañó cada uno de sus movimientos en silencio.

—Creo que tampoco necesitaremos esta —dijo mientras le daba la vuelta a la ficha de Jim. 

—Te equivocas —la detuvo él— Aún quedan algunos asuntos pendientes entre Jim y Ezra que tú tendrás que explicarme.

Kate levantó las cejas, sorprendida de la nueva actitud de Sirhan, e hizo su mejor cara de «¿A qué te refieres?». Él deslizó una sonrisa de suficiencia y comenzó.

—Desde un principio sabía que Jim trabajaba para Boyd y que su presencia en el galpón tenía dos objetivos claros: controlar mis movimientos y ocultar las pistas para que nadie más pudiera verlas. Sin embargo, cuando Wyatt sugirió que Jim podía ser algo de Ezra, mi mundo dio mil vueltas. ¿Hermanos? ¿Amigos? ¿Cómplices? ¿Enemigos? Solo el tiempo me daría la respuesta.

—Hacía tiempo que Evan y sus hombres habían comenzado a buscar al hijo de MacCartney —lo interrumpió Kate, no dispuesta a demorarse en el tema mucho tiempo más— y no fue hasta que Ezra estuvo a punto de entrar en el desarraigo cuando lo descubrieron. Debería darles vergüenza: tardaron quince años en encontrar al hijo del enemigo público número uno.

»Necesitaban enviar a un espía y Jim Cown tenía todo lo necesario para cumplir la misión: reservado, obediente y temperamental. Gracias a las conexiones de Evan, modificaron su Cédula de Identidad y consiguieron que ambos entraran a Moy el mismo día.

—Muy astuto —reconoció Sirhan—. ¿Y qué me dices de la foto del comedor?

—Tomarles una foto antes de que entraran al desarraigo les ayudó a conocer el rostro de Ezra y a no perderlo de vista. Le asignaron un apartamento cercano a Jim y dejaron que los Ases se encargaran del resto. Y su plan funcionó a la perfección: por su culpa, mi hermano ha muerto —concluyó—. ¿Alguna otra pregunta?

—No, no todavía.

—Entonces, pasemos a lo que en verdad nos interesa.

Con las energías renovadas y un entusiasmo casi infantil, Kate deslizó la primera hoja delante de ella y comenzó a leer:

—Wyatt Ussher. Móvil: acabar con la competencia y convertirse en el único corredor de B… Evan. —Hizo una pausa, dejó la ficha a un lado y clavó sus ojos en Sirhan—. ¿Sabes qué? Wyatt siempre me ha parecido un joven interesante. Demasiado interesante.

—Lo sé. Incluso su valentía podría resultarles útil.

Kate ocultó una mueca de disgusto al oír cómo Sirhan se excluía de la misión. Aún debía ablandarlo un poco más. Pero, para su sorpresa, Sirhan cedió.

—Desde un primer momento, me sorprendió que tuviera las ideas tan claras. Créeme, encontrar a alguien como él en pleno siglo XXI es casi imposible. Wyatt siempre ha demostrado lo bien que conoce el sistema político y los crímenes del desarraigo. Puede ser un excelente opositor…

—O un excelente aliado. —Kate terminó la frase.

—Es un muchacho muy cerrado y selectivo. Trabaja para Boyd, aunque sabe que es peligroso. Ignoro si conoce la verdad, pero estoy seguro de que no tardará en descubrirla.

—Entonces lo contactaremos. Suena prometedor.

Kate destapó un marcador negro e inundó la sala de un aroma a tinta indeleble. Con un pulso envidiable, trazó un círculo en el nombre de Wyatt y dibujó un signo de exclamación. Si bien ambos lo creían inocente, necesitarían comprobarlo. Kate no perdió el tiempo y deslizó la segunda ficha sobre la cama.

—Doron MacLeod. Móvil: venganza por el asesinato de su hermano.

—E hijo del convencional Jules Macleod —añadió Sirhan—, lo que le permitía enviar a cualquier enemigo a la lista negra. Y eso fue lo hizo con Neil Bein, el joven que apareció colgado del mástil del comedor.

»La historia es más interesante de lo que parece y se remonta a las pruebas de Los Bravos en octubre del año pasado. Doron competía con otros muchachos para convertirse en el número cinco, pero había un problema: Neil Bein, el recluta estrella.

»Ambos sortearon diversas pruebas y se convirtieron en los dos elegidos para pasar a la instancia final. Pero Bein era superior en todos los aspectos: velocidad, resistencia, agilidad, puntería, actitud y disciplina. Y Doron no podía permitirse el agravio de fallar.

»Comenzó con lo típico: pequeños anónimos, golpes en la puerta y miradas penetrantes. Sin embargo, Bein era tan astuto que se lo vio venir. Entre la espada y la pared, decidió enviar a Doron a la lista negra y rogó que alguien acabara con él. Sin embargo, el destino tenía otros planes.

»Boyd me confesó que Doron había presionado a su padre y había logrado. Cuando estuvo libre, planeó su venganza y le regresó a Neil una dosis de su propia medicina. Supongo que ya te imaginarás el resto de la historia: un cazarrecompensas localizó a Bein y lo mató. La condición era dejarlo en una sola pieza para que Doron pudiera encargarse de él luego.

»Y aquí viene lo peor: Doron ultrajó el cadáver y le cortó la cabeza con un cuchillo de cocina. Asqueroso —reconoció Sirhan.

—Necrofilia —intervino Kate, conocedora de los términos jurídicos.

—Ni bien acabó el trámite, Doron contrató a alguien para colgar el cadáver en el mástil del comedor y darle a todo el mundo una lección: el que se mete con el hijo de Macleod vuelve muerto o violado. O ambas.

Kate no pudo contener más el asco y se estremeció. Sirhan se acomodó sobre la cama, dispuesto a seguir. Aún había mucho para decir y no eran buenas noticias.

—En definitiva, Doron creó una leyenda —dijo Kate ni bien pudo reponerse.

—Y él se convirtió en una leyenda —ratificó Sirhan—. En una leyenda un poco extraña: escuchaba las ideas de Wyatt con gran interés, pero callaba al mismo tiempo; se oponía a los cazarrecompensas, pero contrató uno para matar a Neil; criticaba a los militares, pero su padre trabaja para Boyd.

»Recuerdo que la última vez que nos vimos fue en el hospital. Stone estaba internado de urgencia y Doron me impidió visitarlo. «Hasta aquí llegaste, Sirhan. Ya has hecho suficiente. De mi hermano, me encargo yo» me dijo, con los ojos ardientes por la cólera. Me habría matado con sus propias manos de no estar el guarda en la entrada. Jamás volvimos a vernos, pero él se apareció una vez más sin que yo lo supiera...

—La tarde en la que fuimos al cuarto de juegos.

—Exacto.

Kate no era adivina; Sirhan la había mantenido al tanto de algunas novedades con miles de mensajes y videollamadas aisladas. La había mantenido al tanto hasta que descubrió que Kate era una potencial asesina. Su asesina.

—Doron se vistió de negro y preguntó por mi abrigo esa misma noche, consciente de que el encargado me hablaría de la figura misteriosa a la mañana siguiente. Y lo logró. Durante noches, la imagen aquel intruso me torturó en mis pesadillas. ¿Verdad? ¿Mentira? ¿Media verdad? Todo era muy confuso. Así, Doron cumplía su objetivo: recordarme que estaba más cerca de mí de lo que en realidad creía.

—En resumen —dijo Kate, no dispuesta a caer en los desvaríos de Sirhan—. ¿Doron es cómplice de Evan?

—Por supuesto. Doron sacrificó a su hermano para meterme en la lista y ahorrarse un par de preguntas. Después de todo, Stone conocía la verdad y no tardaría en contármela. Lo mataron para silenciarlo.

Sirhan debió detenerse y se llevó un vaso de agua a los labios. Sus brazos temblaban y sus manos también. Un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza antes de que pudiera beber la primera gota. Debió serenarse y volver a intentarlo. Ahora sí.

Kate tenía los ojos empañados y un moco agua que se escapaba de su nariz y se escurría como un veloz arroyo. Sirhan se mantuvo firme y contuvo el llanto: aún no sabía quién estaba enfrente suyo y no quería mostrarse débil. Había conocido a tantas Kates que ya no sabía cuál era la original, si es que existía.

—¿Dices que fue Doron? —preguntó Kate al cabo de un rato.

—Sí, Doron mandó a asesinar a su hermano.

De nuevo, el silencio. De nuevo, las respiraciones fuertes, las palabras trémulas, los sentimientos encontrados. De nuevo, la verdad.

—Stone era la oveja negra de la familia —comenzó Sirhan—. No le importaba el dinero, el poder ni la fama; solo quería desligarse de toda esa mierda que le impedía ser feliz. Imagínate lo que debe sentirse al escuchar cómo tu padre y tu hermano planean la muerte de tu mejor amigo enfrente de ti.

Kate se abstuvo de hacer cualquier comentario. Ella era una de las que planeaban asesinatos en la mesa familiar.

—El plan de Doron funcionó a la perfección: el dopaje fue el pretexto perfecto para dejarnos solos después del concierto y el robo coronó el cuadro de la desgracia. Doron sabía que yo intentaría escapar y que Stone me seguiría. También sabía que su hermano era más lento que yo y que los Cuadritos tenían una puntería letal. Nada podía fallar.

—Y nada falló —reconoció Kate.

—Pero hay algo más: la muerte de Stone le dio a Doron la posibilidad de meterme en la lista y condenarme a morir.

—Era el plan perfecto. —Kate tomó el relevo—. Sabían que la noticia llamaría mi atención y me animaría a cruzar la frontera en busca de venganza. Después de todo, tú podías ser mejor amigo, pero habías matado a mi hermano mayor.

Las palabras de Kate fueron contundentes y Sirhan no pudo hacer nada frente a la verdad. Ella abandonó la habitación un momento y regresó con un táper lleno de galletas con pepas de chocolate que le ofreció en son de paz. Sirhan las rechazó, pese a tener hambre. Kate tomó una y comenzó a morderla con fuerza

—Sin embargo, había algo más —dijo ni bien acabó la galleta—: siempre habíamos sospechado de Boyd y sabíamos que acercarnos a ti nos daría información muy valiosa. Ni lo dudes; has sido de gran ayuda para nuestra organización, Sirhan.

—He sido el títere de tu organización —protestó él—. Primero, me envías una amenaza de muerte; después me llevas al galpón y me dices que no me matarás; y luego me arrojas a las fuerzas imperiales encima. ¿Qué es lo que sigue? ¿Colgarme, sacrificarme, enviarme a la guerra? ¿Cuándo me dirás la puta verdad, Kate?

Silencio. Un silencio incómodo que obligaba a confesar, aunque a Kate no le gustara demasiado.  Era el último silencio y, quizás, el más importante.

—La única verdad es que has sido muy útil para nosotros —repitió Kate—. Si no hubiera sido por ti, la emboscada hubiera fallado.

—Casi me matan —contraatacó Sirhan.

—Todos nos sacrificamos por el proyecto —repuso ella, con una calma artificial—. Lo importante es que ahora estás sano y salvo. Estás con nosotros. Estás conmigo.

Kate se acercó a Sirhan y le dio un suave beso en los labios para cerrarle la boca de una vez por todas. Él intentó zafarse, pero ella sola se despegó a los pocos segundos. Algo se despertó dentro de Sirhan y lo obligó a controlar sus hormonas para no perder la concentración. Kate era demasiado peligrosa como para caer en su juego.

—Prosigamos —dijo ella mientras deslizaba una nueva ficha—.  Alan Finlay o, mejor dicho, Alan Bein.

Un enfermero los interrumpió justo cuando Sirhan estaba a punto de protestar. El hombre le alcanzó algo de comida y le pidió a Kate que se hiciera a un lado para poder atender a su amigo. Ella obedeció y miró hacia otro lado para no impresionarse, pero los gemidos de Sirhan al quitarse la remera le resultaron insoportables.

—Pronto se te pasará —le indicó el enfermero mientras le ponía crema en la herida—. Solo necesitarás unos cuatro o cinco días de cama y luego podrás levantarte.

Cuatro o cinco días de cama.

Cuatro o cinco días de prisión.

Cuatro o cinco días para cumplir los deseos de Kate y no morir de hambre o de un disparo en la frente.

Cuatro… cinco… seis… siete…

—No te desanimes, que el tiempo vuela —lo consoló ella—. Gracias, doc.

—Es un placer, señorita MacCartney.

Tan pronto como había llegado, el enfermero se perdió detrás de la puerta y la escena se congeló por unos segundos. Kate no perdió el tiempo y continuó:

—Alan Bein. Alias: el Señor Cabeza de Stone. ¿Artífice, víctima, cómplice o ejecutor? —leyó, divertida.

Sirhan no sonrió y sujetó las sábanas con los dedos para evitar sucumbir ante un escalofrío. Aún recordaba la cabeza de Stone en sus manos, estática, sangrante y fría.

—Un poco de todo —repuso ni bien pudo serenarse—. Alan era hermano de Neil Bein y, como ya te habrás dado cuenta, el único sentimiento que lo movía era la venganza.

—Alan solo le regresó el favor —prosiguió Kate—. Pero dime una cosa: ¿por qué tenía que involucrarte?

—Creo que te adelantas. —Sirhan sonrió—. Recuerda que había un cajón vacío: la joya de la corona. Alan no solo robó el cadáver de Stone, sino que también se esforzó para que nadie lo descubriera. El trabajo fue muy limpio: el cambio de ataúdes era una cortina de humo que nos haría sospechar del verdadero asesino: Doron.

»Sin embargo, Finla… Bein —se corrigió Sirhan, aún no acostumbrado a los nuevos apellidos de sus sospechosos— no se quedó atrás y repitió con el cuerpo de Stone todo lo que Doron le había hecho a su hermano. Pero sus planes se fueron al carajo cuando los hombres de Jules descubrieron el falso ataúd y comenzaron a buscarlo.

»Necesitaba actuar rápido y lo primero que se le vino a la cabeza fue mi nombre. Después de todo, el negrata moriría pronto y todos los crímenes se le atribuirían a él. Muy astuto.

—O, tal vez, buscaba darte una señal —sugirió Kate.

—¿Una señal? ¿A qué te refieres? No todos los días recibes cabezas humanas por correo.

Ella comenzó a reír, aunque el comentario no lo ameritaba. Sirhan intentó contenerse para no caer en su juego, pero fracasó. Kate era tan linda cuando reía.

Dejó que le salieran lágrimas de tragedia, lágrimas de risa; total, para sufrir tenía cosas de sobra. Poco a poco, ambos cedieron y el abismo que los separaba comenzó a estrecharse. Tampoco demasiado, solo lo justo y necesario para descontracturar la conversación.

—Quizá era su modo de pedir ayuda —sugirió Kate ni bien pudo reponerse.

—Muy original, por cierto.

—A veces, un desconocido puede ser tu mejor consejero.

—O tu peor —deslizó Sirhan, afilado.

—O, tal vez, era su modo de decirte que no había un único culpable. Tal vez, Alan intentaba ayudarte a descubrir al verdadero asesino, a terminar con Evan de una vez por todas.

—¿Por qué lo haría?

—Porque así lo ayudarías a él. Recuerda que los hombres de Evan sospechaban de su parentesco con Neil y lo vigilaban de cerca.

—Y eso nos lleva a nuestro próximo hombre: Ted Webstern —decretó Sirhan.

Kate asintió y se apresuró a deslizar una nueva ficha sobre la cama. Sirhan leyó el nombre en un murmullo y sonrió.

—No fue casual que Alan compitiera para Ted; de hecho, nada en el plan de ellos fue casual —comenzó—. Boyd y Ted jugaban a ser enemigos, pero en realidad hacían una dupla perfecta. Incluso, sacrificaron a Alexander Duff y James Hope, dos corredores normales, para hacer la rivalidad más interesante y darle a Boyd la posibilidad de parecer vulnerable.

»Luego, Ted contrató a Alan para tenerlo bajo control y Boyd hizo lo mismo conmigo: esa es la verdadera razón por la cual se fijó en mí, el novato que se estrelló contra cemento en su primera carrera.

Aunque le doliera admitirlo, era la verdad. Boyd no lo había buscado por su talento —de hecho, quizá nunca lo había considerado talentoso—, sino por su padre.

—Hay que reconocer que la idea de dispararle a Ted durante la carrera fue la cereza del postre. Solo bastó una bala perdida para que los Ases nos detuvieran y pudieran recolectar mis datos personales. Luego vino la tumba de Alexander, el siete veces siete, el cigarrillo de marihuana junto a la tumba y la pintura roja a medio secar.

—Muy bien, muy bien —dijo Kate—. Entonces qué dices, ¿Alan es es de los nuestros?

—No puedo asegurar que sea de los suyos.

Nuestros. Suyos.

Evan. Boyd.

Preciosa. Campeón.

¿Kate? Sirhan.

Kate dio un nuevo sorbo a su vaso y sacó del bolsillo una pequeña agenda y una lapicera. Estampó el bolígrafo retráctil contra su boca para conseguir que la punta apareciera y apuntó una sola palabra. Alan.

Sonrió al notar que Sirhan acompañaba sus movimientos con la mirada, guardó ambos objetos en su uniforme y deslizó la mano cerca de la pierna de él para tomar la última ficha. El contacto de los dedos de ella con su piel desnuda hizo que Sirhan se estremeciera.

—Rafer Haston.

—Rafer Haston —repitió Sirhan, pensativo.

—Perfume: Terre D’Hermès. —Kate comenzó a leer—. Una fragancia que combina notas cítricas de naranja y toronja, esbozos de pimienta y pelargonio y una base de pachulí, cedro, vetiver y benjuí.

Ambos sonrieron: estaba claro que Sirhan había sacado esa descripción de Internet. Nadie era capaz de identificar tantos aromas fusionados en una botella de doscientos mililitros de perfume importado.

—Fragancia que neutralizó con un poco de bórax cuando intentó asesinarme. —Sirhan le regresó la seriedad al asunto.

—«Cazarrecompensas por diversión. Se caracteriza por una actuación impredecible, carente de patrones. Actúa de manera ocasional, pero nunca fracasa. Móvil: busca venganza porque le arrebaté la recompensa de Ezra. Razón de la sospecha: intentó matarme durante la noche de mi segunda pregunta».

Kate dejó la ficha a un lado e hizo una larga pausa. De pronto, suspiró con fuerza, como si quisiera librarse de todos los malos pensamientos, y dijo:

—Contundente.

—Con la muerte no hace falta dar muchas vueltas —repuso Sirhan—. Rafer intentó matarme para cobrar la recompensa, pero también tenía otros motivos…

—¿Hablas de una cuestión de orgullo?

—Es mucho más de una cuestión de orgullo —dijo él mientras se acomodaba en el respaldar de la cama—. Llamé la atención de Rafer desde el día en que nos conocimos: no cualquiera se oculta en el edificio del frente para observar cómo descuartizas a tu víctima de turno.

»Rafer notó mi presencia mientras escalaba por los muros y decidió darme una visita. Su aparición me tomó por sorpresa y la breve conversación que tuvimos le sirvió para hacerse una imagen de mí. ¿Quién era ese negrito que quería jugar a lo mismo que él? ¿Acaso no lo había visto antes?

»Extrañado, me siguió hasta mi apartamento y comenzó a investigar. Había oído algunos rumores sobre ese tal Sirhan Bay, pero quiso comprobarlo con sus propios ojos. Llamó a mi puerta a la mañana siguiente y comenzó a vigilarme. Imagínate su sorpresa al enterarse de que era el nuevo socio Boyd.

—Es entendible; las decisiones de Evan siempre parecen estúpidas al comienzo, pero no lo son. Ahora bien, ¿cómo pasamos de una sospecha a un intento de asesinato?

—Sé que sonará extraño, pero todo fue gracias a Ezra.

Kate frunció el ceño y tensionó los músculos, preparada para atacar ante la menor injuria que Sirhan dijera sobre su hermano. Para ella, Ezra se había convertido en un mártir con cara de santo y nada ni nadie podría sacarle esa idea de la cabeza.

—No fue casual que nadie intentara matarlo durante quince días: Boyd les había prohibido a todos los cazarrecompensas de la ciudad acercarse a ese tal Ezra Derricks que ocupaba la primera posición. Y esa orden, por supuesto, lo incluía a él.

»Rafer se mantuvo al margen, aunque su interés por ese jovencito cagón que necesitaba que le allanaran el camino no decreció. Cuando entré en la lista, Boyd repitió la directiva, pero Rafer, cansado de que le tocaran las pelotas, quiso probar suerte de todos modos.

»Aprendió mi nueva rutina y comenzó a seguirme durante mis visitas al galpón. Y una noche atacó. Atacó sin preocuparse por las amenazas y las condiciones de la Convención. Y fracasó. Fracasó por primera vez.

—Quizá fue intencional —murmuró Kate—. Quizá solo quería darles a Evan y a ti una clara advertencia: no están solos.

—Nunca lo sabremos —concluyó Sirhan—. ¿Crees que Rafer sea de los nuestros?

Nuestros. Suyos.

Evan. Boyd.

Preciosa. Campeón.

¿Sirhan? Kate.

Esta vez, ella sonrió. Comenzaban a hablar el mismo idioma y eso era una buena señal. Poco a poco, Sirhan dejaba claras sus intenciones, aun sin pretenderlo.

—Yo diría que es de los que está más allá del bien y del mal —contestó Kate.

—¿Entonces qué harás?

¿Entonces qué haremos?

No.

Entonces qué harás.

Como respuesta, Kate volvió a sacar el bolígrafo retráctil y la libreta. No tardó en encontrar la hoja en la que figuraba el nombre de Alan y estampó el de Rafer debajo. Lo escribió con letra robótica e infantil, con esa misma caligrafía que había usado para torturar a Sirhan.

Él no le quitó los ojos de encima mientras intentaba adivinar cuál sería el próximo paso. Ya no quedaban fichas sobre la cama ni historias para contar. Ya no quedaban más cosas que decir de las cosas ya dichas.

—Tendremos que buscarlos. Juntos —remarcó Kate.

Sirhan se llevó las manos al hombro en un acto reflejo. Aún le dolía. Y mucho. Ella lo observó desde su silla de ruedas con la escasa paciencia que le quedaba. Sus labios dibujaban dos nombres y su determinación hacía el resto.

Y volvieron a verse, siempre volvían a verse en una búsqueda desesperada para encontrar a alguien que pudiera entenderlos. Entonces, Sirhan deslizó una pregunta que cambiaría el rumbo de los acontecimientos:

—¿Y por qué debería hacerlo?

—Tómalo como un pequeño favor. Tu padre estaría orgulloso de ti —repuso ella, sugerente.

—¿Y qué hay si te digo que no?

—Entonces, tendré que convencerte.

Kate se acercó a Sirhan un poco más y le mordió el labio inferior con sutileza. Él intentó resistirse, pero la lengua de ella se coló por el agujero de su boca y comenzó a hacer de las suyas. Esta vez, la ropa interior de Sirhan se levantó más rápido e hizo que Kate sonriera. Ella siguió por un buen tiempo, aunque la cabeza de Sirhan logró desprenderse de la pasión poco a poco.

Solo necesitarás unos cuatro o cinco días de cama y luego podrás levantarte.

Sabía que no era cierto; sin embargo, tampoco le quedaba otra alternativa. En el exterior, lo esperaba una manada de lobos salvajes que no tardaría en devorarlo con dos mordiscones. En el interior, dos lobos disfrazados de corderos que se empeñaban en arrastrarlo con ellos. Su vida había cambiado, aunque aún no sabía cuánto.

Sin retorno.

Dos palabras que habían dejado de ser unas simples palabras y se habían convertido en una verdad, una encrucijada y una sentencia de muerte.

Sin retorno.

No le quedaba otra alternativa. Sirhan Bay tendría que jugar a ser lobo. Y no se rendiría hasta ser el último en aullar.

¡¡Wow!! Este oficialmente es el final de la novela.

Sé que a esto no lo estará leyendo mucha gente, pero quiero hablarles un poquito de todos modos. Sin retorno fue mi proyecto más ambicioso hasta ahora y estoy muy feliz con el resultado. ¡Y quería compartirlo con ustedes!

Por si se lo preguntan, actualmente no estoy escribiendo la continuación, pero es posible que lo haga pronto. ¡Todo depende del apoyo que consiga la historia!

Les dejo el último meme del libro junto con un inmenso GRACIAS. La quiero <3

¡Nos vemos en la próxima historia!

xxxoxxx

Gonza.

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