Capítulo 16

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«Su padre, Boris Greer, ha fallecido. Sentidas condolencias». (Telegrama del Oficial del Ejército Británico a Rhona Greer, 23/3/2003).
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—Sal de ahí de una maldita vez, carajo.

Hacía tres días que Ezra no ponía un pie en la calle y la situación comenzaba a enervarlo. Refugiado detrás de un inmenso contenedor, Sirhan había memorizado cada grieta y cada aroma del edificio, pero nada de eso había servido para sacar a Ezra de su minúsculo monoambiente.

No estaba solo. Durante sus últimas visitas, había visto a otros muchachos de actitud esquiva que no dejaban de mirar hacia el apartamento 6D, tan confundidos como él. Habían esperado gritos, disparos y cambios en la lista que nunca llegaron. Eso solo podía significar una cosa: Ezra aún vivía. ¿Pero qué carajos tenía en mente?

La ventana de Ezra era su objetivo principal: el juego de luces le permitía comprobar sus constantes vitales y estudiar su rutina con detenimiento. Así, Sirhan había descubierto que Ezra se despertaba a las nueve de la mañana y se acostaba a las once de la noche y que ningún repartidor le había alcanzado comida ni artículos para el hogar en el último tiempo. «No tiene pinta de poder multiplicar panes ni papeles higiénicos. Debe tener una buena previsión de latas de conserva y papel doble hoja para limpiarse el culo por un buen tiempo», pensó Sirhan.

Pero... ¿durante cuánto tiempo? ¿Alguna vez saldría de su apartamento para arreglar una tubería, retirar un paquete, pasear por el parque, encontrarse con amigos, alimentar a los perros, comprarse ropa, discutir con sus vecinos o ponerle fin a una interminable abstinencia sexual? Para ser un subversivo, se refugiaba dentro de cuatro paredes como una laucha asustada.

De pronto, alguien abrió la puerta de entrada, y Sirhan no le creyó a sus ojos. Aquel joven que cruzaba la calle con el pecho descubierto y una actitud decidida era el mismísimo Ezra Derricks.

Ningún cazarrecompensas se movió de su sitio. Ezra llevaba una bolsa vacía en la mano derecha y parecía gritarles «¿Creían que usaría un chaleco antibalas? Pues no, eso es para maricas. Vengan de a uno, putos, y disparen. No les tengo miedo». Y, sin dudas, su estrategia había funcionado; su único enemigo era el frío, al que combatía con una fina capa de vello y unos ágiles revoleos de su bolsa de compras.

—Al menos, pescarás una buena gripe, cagón —le dijo Sirhan, entre dientes.

Cuando Ezra se perdió en una tienda de mala muerte, los cazarrecompensas parecieron resucitar y se dispersaron en todas las direcciones. «Payasos» pensó Sirhan. «No saben que yo tengo la carta ganadora en el bolsillo izquierdo».

Se puso de pie y abandonó el escondite como si no llevara más de dos horas pendiente de su enemigo. Rodeó el contenedor y dio una sutil vuelta a la manzana para no levantar sospechas. Se acercó al edificio con una actitud despreocupada y el segurata le ordenó que se detuviera. Sirhan obedeció.

—Vengo a dejar una carta —le dijo, sin saludar.

—¿Para quién?

—Departamento 6D.

El segurata deslizó una sonrisa perversa y lo acompañó hasta la recepción. Sirhan lo imaginó ciego, sordo y mudo mientras los cazarrecompensas enviaban anónimos llenos de ira, trepaban por la escalera de incendios, abrían las ventanas con palancas y disparaban a sus víctimas.

—Aquí está. Buzón 6D. Te espero afuera —le dijo con un guiño cómplice.

El guarda regresó a la puerta de entrada y comenzó a vigilar la calle. Sirhan tomó el sobre, abrió el buzón y dejó que la carta se perdiera en el interior. Un ruido seco delató un fondo virgen: Ezra había recogido el correo hacía poco para no dar información a otros cazarrecompensas. «Para tener los días contados, se comporta de una manera muy racional» reconoció Sirhan, sorprendido.

De pronto, el guarda se dio vuelta y chifló. Era momento de huir: Ezra ya había salido de la tienda y se dirigía hacia el edificio a toda velocidad. El joven de blanco mantuvo la calma, le indicó con señas dónde estaba la salida de emergencia y le recomendó que se apurara.

Sirhan no lo dudó dos veces y se perdió en el interior. Siguió una pequeña luz verde que estaba al final del pasillo y encontró una segunda puerta. Aliviado, tiró de ella y acabó al otro lado de la calle.

Dejó que el viento sur lo envolviera mientras intentaba serenarse. No fuera cosa que, en el apuro, llamara la atención de los vecinos y quedara expuesto como un asesino en auge.

—Buenas noches, Fagler.

—Buenas noches. Llegas tarde —le recriminó.

—Lo siento. Terminé mi rutina hace diez minutos y apenas tuve tiempo para cambiarme —mintió Sirhan.

Retrasarse adrede era el mejor modo de demostrarle a su jefe que la reunión no le importaba en absoluto. Era la segunda vez en cuatro días que Boyd lo llamaba para hablar de regalías, y Sirhan no comprendía cuánto dinero podía haber ganado sin haber corrido ni una sola carrera.

Como si fuera poco, Wyatt estaría presente. Tal vez Boyd les daría alguna noticia importante, de esas que se reservaba hasta último momento para hacerse el misterioso. Tal vez había tomado una decisión y esa misma noche uno de los dos acabaría en la calle. O los dos.

Ambos o ninguno.

Sirhan y Fagler subieron las escaleras en silencio y alcanzaron el apartamento 20. Wyatt ya había llegado y tomaba un delicioso licuado de multifruta.

—Hola, Sir. ¿Qué cuentas? —lo saludó con una sonrisa.

—¡Hola, campeón! Creíamos que ya no vendrías —le recriminó Boyd—. Hablábamos de regalías. El sobre que está sobre aquella silla es tuyo —le indicó.

Sirhan corrió la silla, tomó el dinero y lo guardó en su bolsillo. Los hombres de Boyd le alcanzaron la cena y un batido de banana, su favorito. Sirhan tomó una cucharita y comenzó a revolver el licuado.

—¿Por qué bates el batido? —le preguntó Wyatt, divertido.

—Una vieja costumbre de niño. Me gusta sacarle un poco de espuma.

—Los niños pueden tener ideas muy divertidas, ¿no crees? —dijo Boyd.

—Y eso porque no conoces lo que pasó en mi escuela cuando iba al primario —contestó Wyatt, divertido—. Tenía un amigo que estaba cansado de que le tomaran el agua que llevaba para la merienda y un día decidió descubrir al culpable. Puso un laxante en la bebida y esperó al traidor en la puerta del baño. ¡Imaginen su cara al descubrir que la responsable era la chica que le gustaba!

—Supongo que no hubo un final feliz en esa historia.

—Acertaste. Ella lo mandó a cagar, en el sentido estricto de la palabra —dijo Wyatt y Sirhan apenas pudo evitar que el licuado se le escapara por la nariz.

—¿Y tú tienes algún amigo cerca de aquí? —le preguntó ni bien pudo reponerse.

—Tengo un par en Pomeroy, pero la mayoría de mis compañeros eligió el ejército. Todo al líder de mi curso. Es una verdadera pena.

Wyatt pisaba con cautela, como si estuviera en medio de un campo minado. No era su estilo, pero se reprimía para evitar inconvenientes. Su estilo era salir a enfrentarse a las políticas del gobierno con estadísticas, teorías y sociología. Pero no se arriesgaría. Después de todo, Boyd era un desconocido.

—¿Y el resto adónde fue? —inquirió Sirhan.

—Draperstown, Strabane, Letterkenny, Claudy…

Wyatt comenzó una verdadera lección de geografía que hizo que a Sirhan se le desviara la mente.

Creggan. Omagh.

Tengo un par en Pomeroy.

Ballybofey. Newbuildings.

Todo al líder de mi curso.

Una pena.

—Yo también tengo a viejos amigos desperdigados por toda la isla —intervino Boyd—. Incluso, algunos cruzaron la frontera para visitarme.

Boyd se quedó en silencio y comenzó a pensar. Revolvía los fideos y los enroscaba alrededor del tenedor mientras evaluaba las distintas alternativas. Cuando por fin todas las piezas de su plan encastraron, recorrió sus dientes uno por uno con la lengua, se limpió la boca con una servilleta y clavó sus ojos en los de Wyatt.

—Son sitios conocidos. De seguro deben tener algún tren o autobús que los recorra. Si quieres, puedo ayudarte con el papeleo.

Boyd le pidió a Scat una resma de papel y un bolígrafo y comenzó a apuntar los distintos sitios en el mismo orden en el que Wyatt los había mencionado. Sirhan sonrió; mientras él apenas había logrado mantener la concentración, su jefe parecía salido de Juegos Mentales. Boyd no solo repetía los nombres en voz alta, sino que también añadía algún dato curioso que Wyatt siempre conocía.

—Draperstown y el mercado de ovejas, Strabane y sus bibliotecas, Letterkenny y el Instituto Tecnológico, Claudy y la baronía de Tirkeeran...

—¿Y sabes por qué es famoso Charlemont? —lo interrumpió Sirhan.

—¿Charlemont? No, no lo conozco. ¿Está del otro lado?

El otro lado.

Juan Pablo Castel.

—Sí —repuso Sirhan en voz baja.

Aunque la respuesta de Sirhan fue casi ininteligible, Boyd se interrumpió unos segundos y dejó el bolígrafo a un lado. Parecía pensar. Wyatt no reparó en su cambio de actitud y, competitivo, lo incitó a continuar.

—Pomeroy, su castillo y su Dama Blanca —le dijo, pero Boyd pasó su aporte por alto.

Sirhan lo fulminó con la mirada y Wyatt comprendió que debía callarse. Las pupilas de ambos se dilataron, curiosas, y jamás perdieron de vista a Boyd. Una palabra se escapaba de sus labios en un murmullo mudo.

—Charlemont. Charlemont. Charlemont…

¿Acaso Boyd no quería admitir que había fallado o quizá había una historia mucho más oscura detrás de diez inocentes letras?

Eran las dos y media de la madrugada y Sirhan corría. Perseguía un rastro, un sonido, un rostro, una fragancia. Corría y, mientras corría, el aerosol tintineaba con virulencia y amenazaba con delatarlo. Aun así, jamás se detuvo; no podía permitir que Ezra le ganara de mano y le preparara una emboscada de la que no saldría con vida. Su integridad dependía de llegar al galpón lo más pronto posible, pero el camino alternativo no le facilitaba el trabajo.

Alcanzó el parque con el corazón en la garganta y se detuvo un momento para observar a su alrededor. No había ningún vehículo en la cuadra, lo que le hizo suponer que tampoco habría nadie en los alrededores. Mejor así. Sirhan rodeó el galpón por la calle McIver y se colocó detrás de un árbol gigantesco, dispuesto a vigilar.

Entonces lo vio. Apoyado contra la pared, Ezra escribía con pánico y, sobre todo, con cautela. Se sentía amenazado, pero actuaba con una calma fingida. Deslizaba el aerosol al son de sus palabras, artífice de la muerte.

Cuando acabó, Ezra sonrió, satisfecho, y dejó que el aerosol se perdiera en el bolsillo de su campera. Dio un vistazo panorámico para identificar posibles enemigos y se detuvo unos segundos en el inmenso abeto que ocultaba a su enemigo.

Sirhan se sobresaltó y comenzó a jadear. Eran las tres de la mañana —la hora del diablo— y el diablo no dejaba de mirar en su dirección. De pronto, Ezra volvió en sí, se dio la vuelta sin pensarlo dos veces y comenzó a caminar a toda prisa rumbo su apartamento.

Sirhan suspiró con fuerza y se dejó caer sobre el tronco del abeto mientras intentaba serenarse. Había estado demasiado cerca de que lo descubrieran y lo mejor que podría hacer ahora era mantenerse en su sitio. No debía salir o Ezra lo encontraría.

Esperó diez minutos, quince, veinte, hasta que decidió que era el momento de salir. Aún con las piernas temblorosas, se abrió paso entre el follaje y alcanzó el galpón a los pocos segundos. Se detuvo un instante y miró a su alrededor. Nada, nadie.

El aroma de Ezra se había disipado con el viento, pero aún quedaban sus pisadas en el barro. La pintura comenzaba a chorrear y se escurría por la pared blanca recién pintada. «Alguien tiene un especial interés en mantener los muros limpios», pensó Sirhan al ver que la pregunta anterior ya no estaba. «Y aquí estamos nosotros para teñirlas de negro una vez más. Para teñirlas de muerte».

Prendió la linterna y leyó la pregunta de Ezra en menos de un segundo. Su teléfono se cayó a la hierba y Sirhan tuvo que hundir el brazo para recuperarlo. Su corazón estaba alborotado.

¿Aprieta más o menos que tu bolsa de cepillos?

Lo sabía. Ezra sabía la verdad desde el primer día. Ahora tenía un rostro, una voz, una silueta. Ya no era Nada, ya no era Nadie, ni mucho menos era Wolf. Ahora era Sirhan Bay. Y Ezra estaba cada vez más cerca de descubrirlo.

Ezra le había demostrado su sagacidad al disfrazar su afirmación de pregunta, le había demostrado su certeza a través de un pulso férreo y convincente. Ahora Sirhan debía pensar con la mente fría. Pensar con calma, para no dejar cabos sueltos ni abrir otros que pudieran ayudar a Ezra. Encontrar la respuesta perfecta, el enroque perfecto.

Cada uno lleva su carga mortal. Algunos la llevan por dentro y otros por fuera.

No había tenido pesadillas desde el día de su cumpleaños, pero esa noche volvieron a aparecer. La escena era siempre la misma: una manada de cuervos volaba a su alrededor en círculos cada vez más pequeños. Volaban y volaban y comenzaban a comer sus órganos uno por uno: piernas, brazos, pecho, cuello, boca, nariz, ojos y corazón. Sentía el aleteo de las plumas, sentía los graznidos que perforaban el aire, sentía las patas que se abrían y cerraban para succionar sus órganos, sentía el crujido de los picos que digerían la comida poco a poco. Una escena oscura y turbulenta que no terminaba de entender, pero que transmitía un mensaje claro: la muerte estaba cada vez más cerca.

Sirhan se sacudió de la cama, aún con las pulsaciones descontroladas y caminó rumbo al baño. Se miró al espejo y se encontró con unas profundas ojeras que revelaban que había tenido una noche turbulenta. Un poco de agua fría y un desayuno rico en carbohidratos fue suficiente para despertarse. Minutos después, abandonaba el apartamento a toda velocidad.

Para variar, estaba rezagado, aunque que le había prometido a Boyd que llegaría a tiempo para no enfurecer los apostadores. Sirhan avanzó rumbo al Graham a trote continuo. Al menos, entraría en calor antes de la carrera.

—Por un inconveniente de salud, el joven Lucien Draw no podrá participar en la final —comunicó con pesar el locutor—. ¡Pero no todo son malas noticias! ¡sto significa que hay lugar para otro competidor en la pista! —procedió con entusiasmo—. ¡El público lo pidió y el público lo tiene! ¡Démosle la bienvenida a…

—¡Wyatt Ussher! —estalló la multitud, enloquecida.

El rostro de Wyatt ocupó la silueta negra y el joven saludó a la cámara desde los vestuarios. Malas noticias para Sirhan: Wyatt regresaba a la pista como un verdadero héroe y se posicionaba entre los mejores cotizados de la fecha. Estaba claro que Boyd había sido determinante para su regreso. Después de todo, tendría más posibilidades de ganar y de probar que no era un apostador fracasado que reclutaba fracasados.

Sirhan se encontró con Wyatt en los vestidores. Si bien había procurado ignorarlo para no desconcentrarse, Wyatt le dio un entusiasta apretón de manos y le deseó suerte.

—La necesitarás —le dijo.

Wyatt le dio unas palmaditas en la espalda y continuó sus preparativos. Se puso la remera y se colocó el número de competidor en medio del pecho, tal como lo indicaba el reglamento. Como era de esperarse, le habían asignado el ocho.

—Entonces, tendré que ganarme el uno —dijo con seriedad.

—¡Atención, corredores! ¡La carrera comienza en dos minutos!

Sirhan y Wyatt avanzaron con calma, sin nunca abandonar la conversación. Su actitud despreocupada molestó a los apostadores: para ellos, una rivalidad que solo aparecía cuando el árbitro daba la orden de salida no podía ser real, no existía. Querían caos, muerte, golpes y sudor. El rigor se sintió en sus apuestas.

—¡En sus marcas!

Sirhan miró de soslayo las apuestas y notó que había subido una posición. Se acomodó sobre la línea y escrutó los resultados grosso modo. La jugada destacada era la impresionante suma que Boyd había desembolsado sobre sus dos candidatos hacía cinco minutos. Pero esa no podía ser la razón del cambio. Debía haber algo más nuevo.

Sirhan fijó la vista y estudió las apuestas con mayor detenimiento. Entonces los vio. Un nombre y una cifra que podrían cambiarlo todo.

SIRHAN BAY (2) +1

Ezra Derricks B•666 (hace un minuto)

666. El número maldito.

—¡Listos! ¡Fuera!

Las palabras del árbitro le quitaron el hipnotismo a la fuerza. Sirhan recuperó la concentración al instante, pero no fue suficiente. La mayoría de sus competidores le había sacado una considerable ventaja y solo dos muchachos quedaron atrás, afectados por una tardía pero eficaz salida. El público estaba sorprendido y defraudado, y Sirhan debía hacer lo imposible para remontar la carrera.

Gracias a una sutil zancadilla, Sirhan dejó a un competidor en el asfalto y alcanzó la quinta posición. El nombre de Ezra se escapaba de sus labios y se perdía en una respiración agitada y mal preparada. Ya no corría por la gloria, corría para derrotar a su peor enemigo.

Sirhan no dio tregua. Explotó sus piernas una vez más y se convirtió en la pesadilla del joven que iba delante suyo. Con un contundente empujón, hizo que el muchacho besara la lona y se quebrara el tabique en el proceso. No había lugar para las contemplaciones; los demás corredores aprovechaban la oportunidad de ganar una posición fácil y volvían a pisarle los talones. Era hora de correr.

Faltaban menos de veinte metros para la meta cuando Wyatt se encontró con el puntero, nadie menos que Alan Finlay. El público no pudo contener la emoción y estalló en vítores: estaba claro que tendrían una definición a la altura de una final. Todas las miradas estaban fijas en ellos y los demás corredores fueron relegados a un segundo plano, tachados de perdedores. Pero Sirhan no se dejaría vencer tan fácil.

Gracias a la distracción del tercero, Sirhan se abrió paso por el carril adyacente y se colocó a su lado. Cuando el otro lo vio, intentó deslizarse hacia la izquierda, pero un error de coordinación propio de un novato hizo que tropezara en el intento. De pronto, Sirhan ocupaba la tercer posición y se convertía en la lejana pesadilla de Wyatt y Finlay.

Finlay no perdió el tiempo y se abalanzó sobre Wyatt con los brazos estirados, dispuesto a retorcerle el cuello. Wyatt logró zafarse gracias a un sutil juego de pies, pero Alan le dio un brutal zarpazo en el pecho que lo hizo trastabillar. El público enloqueció al ver que ambos acababan en el suelo por el impulso y chocaban entre sí a menos de diez metros de la meta. El camino estaba libre, y Sirhan avanzaba a toda máquina, dispuesto a arrebatarles el triunfo.

Alarmado, Wyatt batalló contra el dolor y se puso de pie. Finlay aún no se había recuperado del golpe, pero solo necesitó agarrarle el tobillo para que Wyatt volviera a caer. Con su rival fuera de juego, Alan tomó impulso, recorrió los metros restantes y atravesó la línea de meta como un verdadero campeón. Las tribunas gritaron cuando su rostro se engrandeció en la pantalla, y Sirhan vio que Boyd lamentaba la derrota de Wyatt desde las gradas. «Poco a poco, comienza a agarrarle cariño», pensó.

Aunque no sirviera para nada más que para tranquilizar a los apostadores, Wyatt se puso de pie y se aseguró el segundo lugar. Para su sorpresa, fue recibido por una catarata de aplausos que evidenciaba que más de uno detestaba a Finlay tanto como él.

La pantalla captó su rostro y sus heridas —cuatro pequeños cortes que ya habían comenzado a cicatrizar—, y Wyatt sonrió. No tenía miedo de mostrarse débil, de mostrarse frágil, aún más con la multitud a su favor. Finlay se valía los gritos para que la gente olvidara que había besado la lona; Wyatt, para recordarles que se había levantado.

—Ha sido una carrera brillante —lo felicitó Sirhan.

—Brillante no es excelente —repuso Wyatt, terminante.

—Al menos, estuviste más cerca que yo.

—Y eso demuestra quién de los dos es el mejor, campeón —le retrucó Wyatt, divertido.

Pero Sirhan no estaba con tiempo para risas; aún tenía un asunto pendiente de resolver. Dejó que Wyatt se perdiera en los vestidores y se concentró en las gradas una vez más. Los partidarios de Finlay habían comenzado a festejar como desquiciados y un estadio atestado de aullidos salvajes era el escenario perfecto para un lobo como Ezra Derricks.

Sin embargo, por más que escrutara los palcos uno por uno, no pudo encontrarlo. Quizá Ezra se había puesto un disfraz y ahora gozaba con su confusión; quizá había aprovechado todo el alboroto para mimetizarse entre la multitud y desaparecer. En cualquier caso, había demostrado que estaba cada vez más cerca de descubrir la verdad. Aunque quizá ya lo había hecho.

B•666

Seis días de vida.

¡Espero que hayan disfrutado este capítulo tanto como yo! En ese caso, no te olvides de votar, comentar y compartir la historia con tus amigos. ♥️

Les dejo el meme de hoy:

Y el dato curioso: la famosa idea de "batir el batido" era lo que yo hacía con el helado cuando era chico. Ahora sé que lo mejor es comprarme un conito en McDonald's 🤣

¡Nos leemos!

xxxoxxx

Gonza.

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