《Capítulo 20》

Quizá no debería decir nada. Aún no. Para empezar, no quería hacerse
ilusiones.

Pero tenía una buena sensación. Una muy buena sensación.

-¿Estás ahí, mi vida? -murmuró, llevándose una mano al abdomen-. Sí, estás ahí, ¿verdad? Soy papi. Tu papá está trabajando en este momento, pero vamos a ir a verlo enseguida. Vamos a tomar el metro, es más rápido que ir en coche. Espero que no te marees...

Irene detuvo el coche frente a la casa de los Min exactamente a las diez de la mañana. La puntualidad era una de sus virtudes, aunque no la llevaba a ningún sitio. Nadie llegaba a su hora. Cuando ella se quejaba, la acusaban de exagerada o de exigente.

-El problema es que te tomas la vida demasiado en serio -le había dicho un día su gran amor.

Posiblemente fuera verdad. Posiblemente se tomaba la vida demasiado en serio.
Pero no le parecía poco razonable haber sufrido un ataque de nervios al
descubrir que el hombre con el que había pasado los mejores años de su vida estaba casado y tenía hijos.
Irene había abierto la agencia tres años después, como una terapia, más que para ganar dinero.
Con ello, conseguía la satisfacción de emparejar a gente que
estaba sola, a jóvenes inteligentes con hombres y mujeres de éxito dispuestos a formar una familia.

En algún momento pensó que quizá también encontraría un hombre así para
ella...
Desgraciadamente, la experiencia de una gran pasión traicionada la había
convertido en una persona dura, cínica, una mujer a la que los hombres encontraban poco atractiva.

De modo que parecía condenada a pasar el resto de su vida haciendo de
casamentera.
Un trabajo que hacía muy bien, además, pensó mientras llamaba al timbre. Los Min eran uno de sus éxitos.

Como nadie contestó, Irene volvió a llamar. Quizá la chica de la limpieza
estaba pasando la aspiradora o algo así. La casa era enorme. Jimin había hecho un buen matrimonio, desde luego.
La puerta se abrió unos segundos después. Pero no era la chica de la limpieza, sino el propio Jimin, en jeans negros y guapísimo, aunque no llevaba ni gota de maquillaje.

-Siento mucho haberte hecho venir para nada, Irene -dijo, a modo de
saludo-. No tienes ni idea de lo que ha pasado. Me desperté hace una hora y la he recuperado. He recuperado la memoria.

-Qué maravilla. Yoongi debe de estar muy contento, supongo. El pobre estaba preocupadísimo.

-Aún no se lo he dicho.

Irene se quedó sorprendida. Había despertado una hora antes... ¿por qué no lo había llamado por teléfono? Yoongi estaba enamorado de el.

¿Aquel hombre no sabía lo difícil que era encontrar otro hombre que te amase de verdad?

Estuvo a punto de decírselo. Pero le había prometido a Yoongi no decir nada y una promesa era una promesa.

Además, Yoongi tenía razón, Jimin no quería saber nada del amor.
Y lo entendía. Brandon había jurado amarla para siempre y ella lo creyó.
Creía todo lo que él le decía, todas sus excusas para viajar continuamente, sus razones para retrasar la boda...Todo mentiras.

No le había hecho daño físicamente. Pero el daño psicológico había sido
enorme.

Nunca volvería a creer que un hombre la quería de verdad.
Y Jimin, como ella, tenía miedo de ser amado. Irene entendía aquel miedo.
Pero era una pena porque Yoongi era un tipo encantador, una buena persona.

-Sí, sé lo que estás pensando -dijo Jimin entonces, como si le hubiera leído el pensamiento-. Que debería haber llamado a Yoongi. Pero la verdad es que quiero decírselo en persona.

Irene parpadeó, sorprendida.
-Eso es un poco romántico para alguien como tú, ¿no?

Había entendido la personalidad de Jimin cuando lo entrevistó. Eran igual de cínicos, igual de descreídos en lo que se refería a las cosas del amor.

-Hoy me siento romántico -rió Jimin.

La felicidad que veía en sus ojos sorprendió a Irene.
Pero enseguida lo entendió todo.
¿Se habría dado cuenta de que amaba a su marido? ¿Debería arriesgarse a que Yoongi se enfadara con ella y contarle la verdad?

-¿Te importaría mucho si no te invito a entrar? -preguntó Jimin entonces-.
Quiero arreglarme... ponerme bonito antes de tomar el metro. Sólo tengo cuarenta minutos.

Irene pensó que Jimin descubriría la verdad por sí mismo. Ya no había
necesidad de usar sus servicios de casamentera.
Pero si hubiera sabido lo que iba a pasar después, quizá habría cambiado de
opinión.

-No te preocupes. Ve a arreglarte. Me alegro mucho de que hayas recuperado la memoria, Jimin. Y saluda a Yoongi de mi parte.

-Lo haré. Gracias otra vez, Irene. Y perdona.

-No hay nada que perdonar. Lo entiendo perfectamente.

La brisa del mar movía el pelo de Jimin. Pero le daba igual. Su pelo era a
prueba de viento. Sólo tendría que pasarse el cepillo.
Quedaría como nuevo.

Estaba en el transporte subterráneo, deseando con todas sus fuerzas que fuera más rápido. Estaba deseando llegar a la oficina de Yoongi para decirle que había
recuperado la memoria, que se acordaba de él, de su matrimonio, de todo.
Pero entonces se le ocurrió pensar que quizá Yoongi no estaría en su oficina.
Quizá estaría en alguna reunión, o visitando alguna obra. O comiendo con algún arquitecto amigo suyo... o un cliente.

Eso era normal en su trabajo.
Pero era temprano para comer. Yoongi no solía hacerlo hasta la una y sólo eran
las doce. Con un poco de suerte, lo encontraría sentado en su escritorio.
Pero la posibilidad de no encontrarlo allí lo tenía deprimido.

Por supuesto, siempre podía llamarlo al móvil, pero decírselo por teléfono no sería lo mismo.
Cuando bajó del metro, prácticamente fue corriendo por la calle, deseando llegar cuanto antes a la oficina de su marido.

Llevaba unos jeans negros, una camiseta de rayas blancas y negras, unos lentes de sol y chaqueta de cuero. Los zapatos, botines de piel negros, a juego con el bolso de una conocida marca italiana.
Se había maquillado poco. Normalmente, durante el día sólo se ponía una
crema con color, un poco de brillo en los labios y un poco de rímel.
Pero eso era más que suficiente.

El corazón de Jimin latía acelerado cuando entró en el edificio que albergaba
las oficinas de Construcciones Min. Pasó por delante de la cafetería del primer piso, en la que había tomado café con Yoongi varias veces, para subir al ascensor...cuando una mirada a la derecha hizo que se le parase momentáneamente el corazón.

Porque allí, sentado detrás del cristal que separaba la cafetería del vestíbulo, estaba su marido.

Con una mujer.

Una mujer rubia.

No era Lisa, la recepcionista.
A Jimin no le habría importado que Yoongi tomara un café con Lisa.

La mujer que estaba con él en la cafetería hizo que se le pusiera el vello de punta, porque era Jisoo, su ex prometida.

Jimin no la había visto nunca en persona, pero poco después de casarse había
visto una fotografía suya sobre el escritorio de Yoongi. Sin marco, pero tampoco escondida. Cuando le preguntó quién era, él se lo contó sin mostrar arrepentimiento alguno.

Entonces no le importó demasiado que tuviera una fotografía de su ex
prometida en la oficina. Eso era asunto suyo. El Jimin que había entrado en aquel
matrimonio con la cabeza y no con el corazón no iba a decirle a su marido lo que podía o no podía hacer.

Pero había mirado bien la fotografía, sintiendo curiosidad por saber cómo era esa mujer.
Muy sexy, desde luego.
Una de esas rubias escandalosas con ojos grandes y labios más grandes aún.

Jimin no podía dejar de mirarla a través del cristal, sus ojos pegados a la mano de Jisoo, que estaba colocada sobre la de su marido en un gesto muy íntimo.
Y él no la había apartado.
La tormenta emocional que enseguida se desató en el pecho de Jimin lo dejó
sin aliento.
Los celos eran terribles, como lo era el dolor.
Era su marido.
Su hombre.
Su amante.

No pensaba compartirlo con nadie.
Lo amaba.
Ese descubrimiento lo dejó atónito.
¿Lo amaba?
El no quería amarlo, especialmente de esa manera, especialmente sintiendo unos celos que lo quemaban por dentro.

El no quería eso.

Era una maldición ese tipo de amor, destrozaba la vida de la gente.

Pero aunque se decía a sí mismo que no debía tener celos, los celos aumentaban por segundos, despertando una rabia sorda en su interior.
Sin embargo, Yoongi no estaba haciendo nada malo. Sólo tomando un café con una antigua novia.

Miles de hombres y mujeres lo hacían todos los días y no
significaba nada en absoluto. No se había llevado a Jisoo a un hotel ni nada parecido.

Y era Jisoo quien lo estaba tocando, no él. Seguramente, era una de esas
personas que estaban todo el día tocando a la gente.
La tentación de entrar en la cafetería y darle una bofetada a esa mujer era
enorme.
Horrorizado al pensar que estaba actuando como lo haría un imbécil como Kai hizo que Jimin entrara de un salto en uno de los ascensores. Pero no se miró al espejo. No quería verse la cara en aquel momento.

Porque los celos eran feos. Feos y destructivos.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron en la planta doce, había conseguido calmarse lo suficiente como para entrar en la oficina de Yoongi con lo que esperaba fuese un aspecto normal.

-Hola, Lisa.
La recepcionista lo miró, perpleja.

-¡Qué alegría! Jimin... ¿me conoces?

-Sí. He recuperado la memoria. ¿A que es maravilloso?

-Desde luego que sí. ¿Cómo ha pasado?

-Cuando me desperté esta mañana, me acordé de todo. Iba a llamar a Yoongi,
pero decidí venir en persona para darle una sorpresa.

Jimin intentó no leer nada en la expresión de preocupación que vio en los ojos
de Lisa.

-Pues... es que no está en su despacho
en este momento. Ha salido a tomar un café, pero volverá enseguida. Voy a llamarlo al móvil para decirle que estás aquí.

La sonrisa de Jimin desapareció. No podía evitarlo. ¿Por qué los empleados siempre eran tan protectores con sus jefes? ¿Mentiría Lisa por Yoongi de forma
regular?
¿En qué otras ocasiones le habría mentido?, se preguntó entonces.

Quizá había tenido otras aventuras...
Era posible.
Después de todo, Yoongi no lo quería.

-Sí, por favor, llámalo. Lo esperaré en su despacho.

Mejor estar solo, pensó. No podía confiar
en sí mismo, no podía portarse de
forma normal porque los celos se lo estaban comiendo por dentro.

Pero debía portarse de forma normal con Yoongi.
Empezar a interrogarlo sería el
beso de la muerte para su relación.

El pálido no toleraría ese comportamiento. Como no lo toleraría el.

Perder a Yoongi sería peor que amarlo, se dijo.

Tendría que aprender a esconder ese amor, a controlar los celos. No tenía
ninguna prueba de que hubiera algo entre Jisoo y él.
Ni de que hubiera tenido
aventuras con ninguna otra mujer.

Pero si era totalmente inocente, ¿no le diría él mismo que había estado tomando café con su ex prometida?

Con un poco de suerte, así sería.
Jimin se pasó el cepillo por el pelo, nervioso, paseó por el despacho y luego
miró por la ventana. Pero sólo podía pensar en el tiempo que Yoongi estaba pasando con su ex prometida.

¿Cuánto tiempo tardaba en despedirse de ella cuando Lisa ya le había dicho
que su marido estaba esperándolo arriba?

Por fin, la puerta del despacho se abrió y allí estaba, tan guapo como siempre,
con una sonrisa en los labios y un brillo de alegría en los ojos.

-¡Jimin! Estás precioso -exclamó, mientras cerraba la puerta-. Y has
recuperado la memoria, ¿verdad?

-¿Cómo lo sabes? ¿Te lo ha dicho Lisa?

-No, pero he sumado dos y dos... Después de todo, yo no te había dicho
dónde estaba mi oficina.

-Pero dejaste una tarjeta en la mesilla... una tarjeta con esta dirección -replicó
Jimin con frialdad.

Él pareció sorprendido un momento, pero luego soltó una carcajada.

-Deja de tomarme el pelo, niño malo. Te acuerdas de todo. ¿Por qué si no habrías
venido a verme vestido así? Eres mi antiguo Jimin... y mi nuevo Jimin -
murmuró entonces, con voz ronca.

Yoongi lo besó y Jimin olvidó sus celos por un momento, pero en cuanto se apartó los celos volvieron como una daga.

-Me llevé una desilusión al comprobar que no estabas aquí. ¿Dónde estabas?

-Abajo, tomando un café.

-¿Solo?

-No, estaba con una vieja amiga.

-¿Ah, sí? ¿Quién?

-No la conoces.
Que no le dijera la verdad fue como si le clavara un cuchillo en el corazón.

-¿Qué tal si vamos a comer a algún sitio? Al Samwon Garden, por ejemplo. Le diré a Lisa que reserve mesa.

Jimin se mordió los labios. Aquél era el momento.
Uno de esos momentos en los que una persona debe decidir el camino que iba
seguir su vida.
Podía decirle a Yoongi que lo había visto con Jisoo o podía mirar hacia otro lado.

Pero entonces recordó el niño.
El niño que, estaba seguro, había concebido por la noche.

Un niño merecía tener a ambos padres.

-¿Te pasa algo? Estás muy serio.

Jimin tomó entonces una decisión.
-No, en absoluto. Estaba pensando si te acordabas... de que anoche era el
momento más fértil del ciclo...


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Subanse prras, vamos a patear a la chisu. ¿O al Yoongi infiel?

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