《Capítulo 2》

Yoongi tuvo que controlar una punzada de celos al comprobar que todas las miradas masculinas y femeninas se clavaban en JiMin.

Él nunca había sentido celos de otras personas, ni siquiera cuando Jimin mostraba su preciosa figura con alguno de los atuendos de noche que tanto le gustaba que luciera.

En realidad, aquel día iba pudorosamente vestido. Pero, por alguna razón, el efecto era más sexy. Quizá era cierto que lo que se escondía era más provocativo que lo que se mostraba.

O quizá fuera el color.

JiMin nunca se había vestido de rojo. El prefería tonos pastel, más claros. Pero Jin había elegido vestidos rojos para las damas de honor y trajes rojos para sus padrinos por una razón sentimental; algo que ver con un ramo de rosas rojas que le envió Namjoon y que fue el comienzo de su romance.

El color quedaba de maravilla en contraste con la piel de porcelana y el pelo rubio de Jimin.

El estilo del traje era muy sencillo, buen corte, no demasiado ajustado, muy elegante, con camisa negra abajo y ajustado donde debía, saco mangas largas y pantalón de tela gruesa, algo que seguramente agradecían. Estaban en Noviembre, pero en Corea ese mes se sentía pleno invierno

Hacía un día poco agradable, pero en el interior de la vieja iglesia se estaba bien.

La primera dama de honor llegó al final del pasillo y se apartó a un lado, de modo que Yoongi pudo ver mejor a su hombre especialmente su rostro.

Y qué rostro tan exquisito.

De facciones clásicas asiáticas, con una barbilla y mandíbula delicadamente talladas, pómulos altos a pesar de tener unas mejillas regordetas y una complexión muy clara.
Sus ojos rasgados eran de color verde oscuro hoy, almendrados, de largas pestañas, la nariz pequeña de botón. Los labios muy generosos, más aún con aquel carmín rojo.

Yoongi lo miró de arriba abajo, con una sonrisa en los labios.

Jimin tenía un cuerpo que siempre lo excitaba. Delgado y firme, de piernas increíblemente trabajadas, trasero redondo y cintura de ensueño.

Su figura era un poco similar a la de Jisoo.

Ésa fue una de las razones por las que lo había elegido como esposo. Nunca se habría casado con una persona que no lo atrajera físicamente. La otra, una pequeña venganza, que fuera aún más guapo que su ex prometida.

Su deseo de tener hijos era sólo un valor añadido.

Yoongi recordó las razones que lo habían animado a casarse con Jimin el año anterior, razones que no tenían nada que ver con el amor.

Pero, curiosamente, ya no podía recordarlas.

Su sorpresa fue reemplazada por una enorme sensación de alivio al darse cuenta de que Jisoo ya no le importaba nada.

Que se fuera al infierno.

El único que le importaba ahora era aquel hombre vestido de rojo, su hombre. El enigmático y bellísimo Jimin.

Unos años antes, Yoongi habría creído que aquella punzada de celos significaba que estaba enamorado de el.

Pero acababa de cumplir treinta y tres años y había pasado la edad en la que un hombre inteligente confunde el sentimiento de posesión masculino por amor. Le gustaba y respetaba a Jimin. Completamente, ¿pero amarlo?

No. Amor no era lo que sentía cuando lo miraba.

Pero estaba bien, porque el amor no había sido parte del trato. De hecho, era lo único que Jiminnie no deseaba, amor.

Había estado locamente enamorado de su primer marido, le había contado. El amor de su vida, muerto en un trágico accidente de tráfico.

No quería volver a pasar por eso.

Durante su primera cena juntos, Jimin le había confiado que una vez pensó que no volvería a casarse, pero cuando estaba cerca de cumplir los treinta años se dio cuenta de que deseaba tener hijos.

Lo que no quería, había insistido mucho sobre eso, era amor romántico y todo el tormento que conllevaba.

Y por eso se había hecho cliente de Se buscan parejas, una agencia de contactos especializada en emparejar a hombres o mujeres ricos con otras personas inteligentes y atractivas. Aunque enamorarse era algo que ocurría a veces, según la directora de la agencia, en general eran matrimonios hechos con la cabeza, no con el corazón. Matrimonios de conveniencia.

Y un matrimonio de conveniencia era justo lo que Yoongi tenía en mente cuando él mismo se convirtió en cliente de la agencia unos años antes. El amor no entraba en sus planes.

Con Jimin consiguió exactamente lo que quería: un esposo para llevar del brazo. La tirita perfecta para su destrozado ego masculino, un hombre al que todo el mundo admiraría y, por supuesto, un arma nada sutil para vengarse de Jisoo.

Para ello, se había encargado de que las fotografías de su boda aparecieran en todos los periódicos y revistas de Asia.

No le fue difícil. Después de todo, él era un constructor famoso. Lo que hiciera y, sobre todo, con quien se casara, siempre era noticia.

Fotografías de todas las fiestas que había organizado desde su boda, y hubo muchas, aparecían en las revistas, con Jimin vestido siempre para llamar la atención.

Durante mucho tiempo, él sintió un perverso placer al imaginar a Jisoo pensando en Yoongi con aquel precioso rubio mientras ella tenía que soportar a su «papacíto», un viejo productor adinerado. Le gustaba imaginar a su ex prometida llorando por haberlo dejado.

Sin duda, no esperaba que, después de estar a punto de declararse en bancarrota, se hubiera convertido en multimillonario en tres cortos años.

Pobre Jisoo, pensó. Si le hubiera sido fiel, si hubiera creído en él...

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