Capítulo XXVIII

    Karsten

      —¡Eso es trampa, fue él quien se postuló para pelear, no el mocoso! —grita Nisha con enojo, encarando al anfitrión.

     —El niño estaba dentro del círculo y el cuchillo señaló en su dirección, queda entre él y su padre decidir quién pelea esta vez. —Villanueva muestra las palmas en señal de inocencia—. Son las reglas, amor.

      —Pues tus reglas son una mierda —espeta Clayton, cruzándose de brazos, con la rabia brillando en sus ojos—. ¿Por qué no peleas tú en lugar del niño? Con ese criterio tú también estabas dentro del círculo, cobarde.

     —Yo no necesito el dinero, y Morgana no señalaría a su papá. —Sonríe, haciendo que más de uno, incluso yo, quiera golpearlo.

     Con los niños no. Simplemente... No.

      La mitad de la multitud está abucheando mientras la otra mitad vitorea con euforia, alentando al próximo enfrentamiento.

       Todos están en movimiento menos Mercy. Ella permanece quieta, con las piernas ligeramente separadas, en posición de combate, con los brazos tiesos a sus lados y las manos hechas puños. Su mentón en alto expone los ojos oscuros bajo la visera, rutilando con odio. Puedo imaginarme lo que está pensando. Podría ganarle fácilmente a ese niño asustado y tener el dinero suficiente para comprar los pasajes de tren, pero es obvio que su rudeza tiene un límite. No todo fin justifica los medios, pero si decide negarse va a tener consecuencias que pueden conducir incluso a su propia muerte o esclavitud por cierto período de tiempo.

     Pero Enora no tiene tiempo. No para Mercy.

     Esta es una telaraña mortal, y una vez que caíste en ella es casi imposible salir.

      —¿Acaso has visto a ese niño? —le dice al hombre de sonrisa socarra y colmillo de oro, señalándolo—. Sabes que no puede ganar esto, desgraciado.

      —Exactamente por eso tiene que hacerlo —replica el padre, tomando a la criatura por los hombros y masajeándolos con una fuerza que hace que el infante cierre los ojos, adolorido—. En el Globo los débiles no sobreviven, así que voy a obligarlo a no serlo.

      —¡No seas un maldito cobarde y pelea conmigo, toma su lugar! —Su voz es colérica e incluso un poco desesperada.

      No quiere pelear contra alguien que tiene menos de una década de vida. Creo que este idiota cree que por dejar que una chica y un niño se enfrenten ella dejará que él gane, pero no conoce a Mercy. No sabe que está dispuesta a mucho por su hermana. Si se ve obligada a pelear va a ganar, y aunque intente no herirlo en absoluto, eventualmente tendrá que dar algún golpe para llevarse el efectivo.

        —Los minutos corren y sigo sin ver sangre por aquí, así que será mejor que empecemos. —Román aplaude—. Si quieren retirarse es momento para decirlo, pero ya saben qué ocurre con aquellos que aceptan y luego se amedrantan por miedo: lesiones físicas posibles de muerte o brindarme sus servicios por un par de semanas.

      —Cierra la maldita boca antes de que corte la lengua. —Nisha apoya sus nudillos de acero justo sobre su corazón, obligándolo a retroceder y salir del círculo.

       La chica de las trenzas le lanza una significativa mirada a la otra sobre su hombro.

      «Si vas a retractarte que sea ahora, puedo con ese idiota.»

      Mercy medita al respecto, mirando con odio al que no debería ser padre y luego bajando la vista para observar al niño. Necesita un corte de cabello y algo de sol. Es tan pálido como lo son sus ojos celestes, que brillan con temor. Tira del dobladillo de su camiseta hacia abajo, nervioso, contemplándola como si fuese alguna clase de diosa vengativa.

      —No quiero mirar —susurra Letha, y noto que toma de la mano a Myko, quien traga en silencio.

      Si la chica de la gorra gana, Clayton también debe ganar. Si ella pierde para ayudar al niño, Clay se ve obligado a matar a quien vaya a ser su contrincante. Ella está pensando en eso, lo deduzco por la forma en que ve a su amigo.

       Una cosa es lidiar con el peso de una mochila, pero otra diferente es librarte de él dándosela a otro que ya tiene su propia carga.

      —Mi hijo está dentro, ¿verdad, Ernie? —Se ríe el hombro del diente de oro, palmeando al niño en la espalda con demasiada fuerza.

       Que quiera hacer dinero fácil con él y que lo arriesgue a sufrir o morir dentro de un círculo de aerosol me repugna. Me recuerda a mi padre, pero él me golpeaba con sus propios puños, no mandaba a otros para que hicieron el trabajo.

      —¿Tú lo estás, chica? —Román estira el cuello para verla sobre Nisha, quien aún lo enfrente pero se ve obligada a retroceder cuando los guardias del hombre se acercan.

       Clayton la toma del brazo y la obliga a tomar distancia mientras maldice en voz baja. No necesitamos más peleas.

       La multitud hace silencio en la espera de una respuesta, y cuando el sonido de los cuchillos de metal cayendo al suelo resuena en el callejón se vuelven locos, sus propios fanáticos. Ella se desarma por completo y patea todo su armamento fuera del círculo. Quiere hacerlo un poco más justo, no quiere lastimar a ese niño.

      —Ahora sí —responde.

      Román sonríe con autosuficiencia antes de levantar su brazo frente a la multitud mientras pone el cronómetro. Esta aplaude exaltada y las asistentes de Villanueva comienzan a menearse entre las filas de espectadores para recoger el dinero de las apuestas que agitan con los puños al aire.
Todos los demás participantes salen del círculo. El hombre del diente de oro se toma un segundo para arrodillarse frente a su hijo, juntar sus manos, y depositar en beso en ellas. Parece ligeramente borracho y mi sentimiento de empatía y tristeza crece por el niño.

      —Haz que papá gane unos grandes, Ernie —le pide antes de alejarse.

      El pequeño parece perdido. Su infancia está siendo asfixiada por la codicia, egoísmo y estupidez humana. Quiero agarrarlo en brazos y salir corriendo, pero puedo oír a Henning repitiendo que me concentre en mis batallas, no las de otros.

      —¡A la cuenta de tres! —anticipa Román.

      Mercy se queda al borde del círculo, respirando pesadamente mientras mira al infante dar un paso al frente titubeante y temeroso, deshaciéndose del sudor de sus pequeñas palmas pasándolas por esos pantalones de jeans sucios y demasiado grandes para alguien de su edad.

       Uno.

       —Esto no es justo —insiste Letha, con horror e impotencia en la voz.

       Dos.

       La mirada de Mercy vaguea por la aglomeración. Nisha parece estar a punto de interrumpir la pelea, Clay niega con la cabeza y Myko cierro los ojos cuando sus ojos se posan en él. Cuando por un breve instante me sostiene la mirada diviso esa ferocidad contenida y su aversión ante la situación. También su cansancio por estar envuelta en situaciones como estas.

       Tres.

       Y silencio.

       Mucho silencio.

       Ninguno de los dos en el círculo se mueve. Se miran atentos, expectantes, pero no hacen más que sostenerse sobre sus pies inhalando temblorosamente. Villanueva frunce el ceño y sus seguidores lo siguen, pero la presión no recae sobre ambos oponentes hasta que el padre del niño abre la boca, furioso.

       —¡Demonios, Ernie, ve por ella!

       El infante mira a su padre sobre su hombro y empieza a flexionar y extender sus dedos, indeciso. Su progenitor sigue gritándole hasta que comienza a sonrojarse por el calor que trae el enojo y la frustración. El niño se asusta y me veo a mí mismo dispuesto a hacer lo que sea que se me ordena con tal de que mi propio papá no me dé una paliza al llegar a casa.

      —No te mueves, Ernie —dice Mercy, sorprendiéndome por la suavidad en su voz. Letha contiene el aliento y Myko la observa desconcertado por el gesto—. No hay una regla sobre que tengamos que pelear cuatro minutos seguidos. Solo debemos esperar y al final uno debe echarse al piso, sin manos, arañazos, puñetazos o patadas de por medio —prosigue, y en cuanto se acuclilla sobre una rodilla en el pavimento y tira de su gorra para revelar su rostro al completo añade:— No tiene que doler, Ernie —le asegura.

       El niño exhala, como si verla sin la gorra puesta la hiciera menos aterradora y más humana. Él parece querer asentir, pero sus ojos se cristalizan cuando su padre comienza a gritar maldiciones a sus espaldas.

      —Solo debemos esperar, Ernie —insiste ella—. Solo... no cedas. Escúchame a mí.

      —Está funcionando —susurra Letha, esperanzada e incluso maravillada por la sensibilidad de Mercy.

      —No —susurro, sabiendo qué sucederá—. No lo hará por mucho.

       La rubia se gira para cuestionar mi comentario al mismo tiempo que el padre del crío le grita.

       —¡Hazte un hombre y dale a esa jodida perra lo que se merece, mocoso! —El alcohol en sangre potencia su ira y lo convierte en el monstruo de cualquier historia—. ¡Y no llores, maldita sea, no te atrevas a llorar! ¡Ve por ella antes de que yo vaya por ti, Ernie!

       El niño se desespera a la misma rapidez en que caen sus lágrimas. Se lanza a correr hacia Mercy mientras ella niega una y otra vez con la cabeza y levanta las manos para detenerlo. Él está tan consumido por el miedo evocado por su papá que cierra los ojos y lanza un puñetazo a la altura del estómago de la chica.

       Mercy lo esquiva con facilidad, haciéndose a un lado. Ernie pierde el equilibrio porque no sabe cómo luchar. Llega a poner las manos pero termina cayendo contra el áspero pavimento. Puedo sentir la piel de sus palmas rasgándose, con la sangre brotando de ellas.

      La mayoría de la multitud vitorea alegre, animando a que el combate siga. Mi corazón se encoge contra mi pecho al ver que ella retrocede apretando la mandíbula y los puños, impotente. Veo que titubea sobre ayudarlo a ponerse de pie, pero con un grito más del padre Enrie ya está de nuevo intentando erguirse verticalmente con dificultad.

      —No mires. —Myko tira de Letha contra su pecho cuando ella ahoga un gemido de horror.

      —Ernie, no hagas esto. Te dejaré ganar, pero detente —dice Mercy, antes de susurrarle algo que jamás la escuché decir—. Por favor.

       Por favor.

       No la obligues a defenderse, por favor. Deja de herirte a ti mismo, por favor. No tienes que hacerlo, por favor. Repito todo en mi cabeza, pero sé lo que Ernie debe estar pensando en este mismo momento.

       Tengo que hacer lo que papá dice, porque sino...

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