Capítulo XXV
Karsten
Uxia camina rápido, y habla incluso más.
Siento que todo lo que entra por uno de mis oídos termina saliendo por el otro, por lo que repito mentalmente todo lo que dice en el intento de retener la información.
—También quiero diez metros de cuerda reforzada, Alán —ordena la mujer.
Ella es la supervisora general de la Cueva de Cerbero. El lugar por donde entramos, esa estrecha habitación llena de cajas, es su oficina. Me explicó que la puerta que tiene ahí es una entrada secundaria y que la principal se encuentra varios kilómetros más lejos en la playa, donde literalmente debes meterte en una cueva y asegurarte de saber el camino porque, si te pierdes, hay gran posibilidad de que no vuelvas a salir. A su vez, hay más entradas anexas que conectan las alcantarillas de la ciudad con el lugar. Deben ser los grandes túneles que aparecen cada pocos metros y, donde según ella, ingresa la mayor parte de su mercadería.
Recuerdo la facilidad con la que Mercy nos guió a través del alcantarillado y lo conecto con el hecho de que ella y Uxia parecen conocerse bastante bien y que, al menos una vez, se han reunido en este lugar.
—Tómala, niño.
Casi pierdo el equilibrio cuando Uxia, quien se había echado la soga al hombro, la deja deslizarse por su brazo y me la lanza. Pesa incluso más de lo que podría pesar yo y estoy seguro que es cuerda de la buena.
Y no tengo ni idea de tipos de cuerdas.
—¿Puedo preguntarte algo? —inquiero, siguendo cuando continúa la marcha.
—Puedes hacerlo mientras buscamos el localizador.
—¿Cómo conociste a Mer...? —Me detengo, frunciendo el ceño y clavando los talones en la tierra—. ¿El localizador?
Eso implica uno.
Eso debe implicarme a mí.
—Sí, que tu trasero siga el ritmo —anima, tachando distraída algo de la lista que le dieron—. Y respecto a cómo la conocí, fue hace seis años atrás en un tren.
—¿Y de la nada empezaron a hablar? Porque ella no parece del tipo que voluntariamente hace sociales, sin ofender, sé que es tu amiga.
El localizador puede esperar. No es ninguna sorpresa de que no confíen en mí y que quieran asegurarse de encontrarme si decido que nuestro trato no lo vale.
Uxia se ríe con ganas y su larga cabellera se enreda en su brazo derecho cuando se gira y comienza a caminar en reversa para no quitarme el ojo de encima. Si tapo la mitad de su rostro, esa parte sin tatuajes, parece amigable, pero si tapo la normal y dejo esa donde se ve la cabeza a medio rapar y la enredadera de tinta extendiéndose de su oreja hasta sus mejillas y sien me recuerda que es alguien con quien no quisiera meterme.
—Hace poco que estás en su radar pero ya la conoces lo suficiente, ¿eh?
Ojalá fuera así. La chica de la gorra es un libro con una historia a mi disposición, pero está en un idioma que no es el mío. Solo he descifrado unas pocas oraciones o, más bien, he visto las ilustraciones.
—Yo volvía del refugio de mujeres del Este para buscar a mi prometido, que había venido aquí a vender mercadería de la importante en el intento de conseguir lo suficiente como para sacarme de ahí e irnos juntos a vivir a alguna localidad de la costa.
—¿Por qué estabas en uno de esos refugios? —Curioseo. Sé de ellos porque quise ingresar a mi madre en uno cuando era niño, pero ella replicó que, de querer, mi padre la encontraría donde fuese—. Es decir, no pareces el tipo de mujer que necesita que la protejan.
Uxia se relame el labio superior, como preparándose para decir lo siguiente.
—Estás en lo correcto, nunca necesité que me protegieran, pero estaba embarazada —revela—. Cuando un hijo aparece en la ecuación todo de lo que estás seguro termina convirtiéndose en una inseguridad. Mi pareja insistió, más que nada porque no teníamos mucho y porque si entraba a ese lugar al menos tendría para comer y una cama sobre la cual dormir. Él salió a ganarse la vida y yo me quedé ahí por el bebé.
—¿Cómo se llama tu prometido?
—Se llamaba Bash.
Esta vez no me freno porque sería muy evidente, así que simplemente desacelero el paso y guardo silencio. A veces el único coraje que necesita la gente para hablar es tiempo, no consuelo; poco o mucho depende de cada persona, pero sigue siendo tiempo.
—En fin —prosigue ella, pero no me pasa por desapercibido la exhalación a causa de los recuerdos—. Él solía escribirme, pero un día las cartas dejaron de llegar y decidí ir por él. No soy tonta, ¿sabes? Ya sabía que no lo encontraría y de hacerlo no sería... no sería él. Lo hice por el bebé. Ella necesitaba tener respuestas cuando preguntase qué le pasó a su papá, y en un mundo como este donde ni siquiera está asegurado que tendrás un maldito trozo de pan para la cena, lo único que supe que podría darle con seguridad sería la verdad.
—Mercy no le habla a los adultos y ciertamente tampoco creo que a las barrigas con bebes gestándose dentro —observo, y me alegra oírla reír con eso.
—Puede que ella no, pero Enora definitivamente sí.
No creo que Uxia sepa lo que le ocurrió a la menor de las hermanas. Parece feliz con su recuerdo, como si la tranquilizara, cosa que no creo que sucedería si supiera que alguien la secuestró. Me pregunto por qué no le dijeron lo ocurrido si ella y la chica de la gorra son tan cercanas. La mujer incluso podría ayudar.
Aunque claro que no quiero que lo haga. Al fin y al cabo los estoy dirigiendo a una trampa y no quiero que más personas caigan en ella y hagan que mi conciencia pese el triple.
—Ellas estaban viviendo en el tren, ¿sabes? —Ahora estamos caminando lado a lado, y el nudo que siento formándose en la boca de mi estómago al advertir que esta no va a ser una linda historia arde más que los músculos de mis brazos intentando no dejar caer la cuerda al piso—. Recuerdo subirme al último vagón y pensar que a alguien se le había caído el abrigo, pero en realidad lo que estaba viendo bajo el asiento era la cama de las niñas. —En su voz se filtra la pena a pesar de que eso fue hace años—. Eran unas cajas de cartón apiladas y aplanadas con una colcha desgastada y sucia encima. La primera en aparecer fue Enora, y ya debes saber que ella es demasiado buena para este mundo.
Asumir que la conozco solo evidencia el hecho de que nadie le dijo qué le ocurrió. A su vez es como sentir un doble puñal en el pecho. No solo Enora está perdida, sino que le quitaré la posibilidad de que alguna vez vaya a ser encontrada si llevo a Mercy con Henning.
—Ella nunca había visto a una mujer embarazada, y lo primero que me preguntó fue si le podía convidar algo de la comida con la que me había llenado el estómago. —Se ríe—. Tenía conmigo algunas latas y quise darle una al ver que estaba tan hambrienta pero...
—Déjame adivinar. Mercy apareció toda desconfiada y te dijo que te podías meter la lata ya sabes dónde. —La mujer asiente—. Pero, al final, terminó aceptándola porque ver a su hermana con hambre fue más fuerte. Adivino que ella no probó bocado, dejó que Enora se lo comiera todo.
—Aprendiste más de ella en un par de días que yo en todos estos años. Por cierto, ¿quién te anda persiguiendo? Clay me dijo que te están dando refugio porque eres primo de Letha y Myko, y que se preparan para defenderte con toda esta cosa si vienen por ti. —Alza la lista.
No debería, pero me reconforta un poco no ser el único que anda mintiendo.
—Una pandilla de la que me salí. Ya sabes como son con el tema de la lealtad y el para siempre.
Ella no pide más detalles y sigue con su historia, comprendiendo que estoy jodido. Tal vez no de la forma en lo que pinto, incluso más.
—En fin, esa noche a mi bebé se le antojó salir y las únicas que me ayudaron fueron ellas. Además de que no había mucha gente eres consciente que a la mayoría le preocupa una mierda lo que te ocurra.
—¿Cómo se llama tu hija? —pregunto, pero la sonrisa que veo en su perfil grita que soy un idiota por preguntar.
—Nya. Era por demás de pequeña y tenía un lunar junto al ojo, recuerdo que tenía mi nariz y que lloró de una forma que me hizo amarla desesperadamente incluso más.
—No debes seguir contándome nada si eso te pone triste —aseguro.
—Oh, ya pasé por la tristeza un millón de veces, puedo una más. Lo resumiré para ti —ofrece—: Un grupo llamado el Club de los Bisontes mató al maquinista y tomó el control del tren. Robaron, mataron y violaron, pero son más que nada conocidos por la red de trata de personas. Me quitaron a mi hija de los brazos y, sabiendo que se llevarían a las niñas, las empujé por la puerta del vagón en movimiento. Cuando quise seguir luchando por Nya me lanzaron a mí también.
Cada persona en el Globo tiene una historia cruda porque el mundo en que vivimos lo es. Sin embargo, hay relatos como los de Uxia que no hacen más que dejarte sin reacción ni palabras. No creo que mi odio llegue a ser suficiente para estas personas, así que me resigno a exhalar.
—Me aseguré que las niñas llegaran a salvo a la zona del mercado del Arcángel y luego fui a buscar a mi hija armada hasta los dientes gracias a la Cueva de Cerbero. No hace falta decir esto, pero es evidente que no la encontré y, cinco años después, aquí me tienes. —La voz se le quiebra y ahí, a pesar de que no lo expresa, pone el punto final de la desgarradora historia.
No le pregunto por qué no siguió buscándola. Toda madre haría eso a pesar de que quede poco de su esperanza, pero si se detuvo tuvo que ser por una razón.
Tal vez crea que está muerta pero no lo dice en voz alta para no hacerlo real.
Tal vez creer que está muerta es mejor que pensar que está viva y sufriendo.
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