Capítulo XXIX
Mercy
El niño grita mientras se me abalanza con las lágrimas rodando por sus pálidas mejillas. Vuelvo a esquivarlo y casi pierde el equilibrio otra vez, pero se esfuerza y vuelve por mí mientras su padre continúa lanzando amenazas, órdenes y maldiciones al aire.
—¡Basta! —espeto cuando intenta golpearme por tercera vez. Con un movimiento rápido y sencillo estoy tras de él aprisionando sus manos a su espalda. Me inclino hacia su oreja y noto lo fuerte que está temblando, revolviéndose para liberarse—. Ernie, tranquilízate. No tenemos que hacer esto —bajo la voz.
Su pecho sube y baja velozmente y sus lágrimas siguen brotando a montones. Parece tener espasmos en los músculos del susto y sorbe ruidosamente por la nariz. Mi corazón y el suyo laten a la misma velocidad; él por miedo a no hacer esto por su padre, yo preocupada por hacerlo.
—Te ayudaré, no dejaré que nadie te lastime —prometo agitada—. Te llevaré conmigo si es necesario, pero deja de luchar.
Él se va calmando al paso de los segundos. Voy aflojando mi agarre en sus muñecas y me aíslo de todos en el callejón, concentrándome solo en él.
—Eso es. Escúchame solo a mí, a nadie más.
Echo una mirada sobre mi hombro a Nisha y la traslado hacia el bastardo del diente de oro. Ella asiente y comienza a abrirse paso entre la multitud fuera del círculo. Necesito que ese hombre cierre su maldita boca, que deje de alterarlo. Clay asiente también, apoyándome y yendo tras la chica de las trenzas.
—Él... él es malo conmigo —confiesa el niño, y trago fuertemente al oír la fragilidad y el desasosiego en su voz.
—Lo sé —contesto, liberándolo de mi agarre y cayendo de rodillas frente a él. Se gira temeroso y cuando sus ojos color cielo se encuentran con los míos maldigo a su progenitor, a la sociedad y al jodido Globo por ponerlo en esta posición—. Me llamo Mercy, pero a los que considero mis amigos les permito que me digan Mer —cuento, viendo por el rabillo que mis compañeros están a solo pasos de su padre—. Podemos ser amigos, ¿qué dices? ¿Te gustaría llamarme Mer?
—¡¿Qué infiernos creen que hacen?! —oigo gritar al hombre, y también el niño—. ¡Aléjense de mí! ¡Y tú, Ernie, es tu oportunidad! ¡Golpéala fuerte, vamos, carajo!
Él se sobresalta y ahueco sus mejillas con fuerza, obligándolo a mantener sus ojos en mí.
—Cálmate, no lo escuches. Escúchame a mí, Ernie. Todo saldrá...
—¡Dos minutos! —grita Villanueva, presionándonos.
La respiración del crío es cada vez más pesada y mira a la multitud gritando a nuestro alrededor. Entra en pánico, veo en su mirada que piensa que dentro de dos minutos, pierda o gane, su padre vendrá por él.
—Por favor, Ernie. —Pocas veces me siento desesperada por algo y esta es la excepción—. Lo estás haciendo genial, no la cagues —susurro, y ambos soltamos una risita nerviosa por la última parte.
—¡He dicho que cierres la puta boca, hijo de...! —Nisha se abalanza contra diente de oro pero él la manda lejos de un empujón.
—¡Hazlo de una maldita vez, Ernie! ¡Cobarde! —escupe el hombre.
El niño se ahoga en su propio miedo y la correntía salada de lágrimas parece duplicarse.
—Lo... lo siento, Mer —llora antes de que sienta el acero atravesándome la piel.
Aún estoy ahuecando sus mejillas cuando me quedo sin aire y bajo la mirada para ver el puñal enterrándose en mi estómago. Todo se detiene unos segundos; la multitud eufórica se desvanece en sombras a la lejanía y solo puedo ver esos cristalizados ojos celestes. El niño retrocede y mis manos caen sobre la empuñadora del cuchillo. El aire no corre hacia mis pulmones y comienzo a tambalearme sobre mis rodillas. Pronto siento las manos humedeciéndose con la sangre y soy testigo del color escarlata tiñendo y avanzando en el pavimento.
En cámara lenta veo a Nisha gritando con rabia e intentando ir por el padre, Clay la detiene con un brazo mientras desenfunda su pistola del cinturón y apunta a diente de oro. Caigo sobre mi costado adolorida y apretando los dientes, la aglomeración comienza a silbar y cantar, saltar y alentar. Presiono mi sien contra la áspera superficie e inhalo temblorosa. Creo ver a Karsten corriendo hacia mí, su revuelto cabello pelirrojo desordenándose incluso más mientras se abre paso con Letha y Myko pisándole los talones.
Grito con fuerza, desde el fondo de mis entrañas mientras saco de un tirón el cuchillo; dejo que la cólera y el dolor guíen el movimiento. Demasiado tarde noto que Ernie se está inclinando sobre mi espalda para ver si estoy bien.
El cuchillo desgarra su garganta.
Yo lo hago.
La sangre sale disparada de su carótida en una lluvia de la que no tengo refugio. Veo su sorpresa, miedo y dolor en los ojos; veo cómo el arma le arrebata su corta vida. Un escalofrío me recorre el cuerpo mientras la consternación me oprime el pecho.
El niño se tambalea hacia atrás. Karsten empuja a las personas, irrumpe en el círculo y se tira sobre sus rodillas, lo atrapa con ambos brazos antes de que su pequeño cuerpo impacte contra el suelo al caer. Los ojos mieles del castaño expresan un pesar sin remedio cuando me mira con el niño ya muerto en su regazo.
La mano con la que aún sostengo el cuchillo en el aire comienza a temblar y lo suelto con brusquedad. El sonido del metal contra el pavimento se repite en mis oídos mientras me arrastro hacia atrás, siendo incapaz de ver algo más que a Ernie hasta que un grito rompe con todo el silencio en el que se ha sumido la multitud.
Nadie esperaba que lo mataran, pero todos aceptaron que entrara a este círculo de muerte.
—¡Ernie! —La ira y el dolor se filtran en el alarido de su padre.
Lo miro sobre mi hombro. La conmoción se vislumbra en sus ojos completamente abiertos ante la escena.
—Yo... —comienzo, pero las palabras no salen con facilidad—. Yo no quería hacerlo, lo ju...
Este hombre no merece ser padre. No lo merecía, pero inevitable toda alma grita por la muerte de un hijo.
Todo ocurre demasiado rápido. Diente de oro le arrebata a Clay el arma con el que lo apunta cuando el chico está con la guardia baja observando atónito la escena. El hombre grita y me llama monstruo, me apunta y dispara, pero Clayton ya se ha recuperado y actúa. Al lanzarse en medio de la trayectoria de la bala su cuerpo se sacude ante en el impacto, y vuele a hacerlo cuando el padre de Ernie vacía todo el cargador en él.
Cuando quiere dispararme ya no queda con qué.
Clayton cae bruscamente frente a mí y no me muevo. Veo todas esas perforaciones en su pecho y el charco de sangre me alcanza.
Muere en cuestión de segundos. Sus ojos oscuros pierden el brillo y sus labios entreabiertos, como si hubiera tenido la intención de decir algo, quedan inmóviles para siempre.
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