Capítulo XVIII

Mercy

      La alcantarilla desemboca en la playa.

      Mis botas se hunden en la arena húmeda por una reciente llovizna. La noche no está lejos y el cielo cobra un color plomizo. El océano se encuentra turbulento y las olas crecen a lo lejos. La brisa es fría y la tempestad acecha cerca. Casi puedo imaginarme a Enora mirando preocupada las alturas, retorciéndose las manos con nerviosismo. Siempre le dije que no tuviera miedo de las tormentas, pero ella insiste en que la naturaleza es el fenómeno más hermoso y traicionero que hay.

      ¿Cómo no vas a temerle a algo que puede ahogarlo, volarlo, erupcionarlo y calcinarlo todo, Mer?

     Subimos por la pequeña pendiente rocosa hasta el muelle y caminamos a lo largo del paseo de madera hasta llegar a la vieja alameda de Saint Rocke. Hay pocas tiendas callejeras y cada bar, burdel, hotel y restaurante está recibiendo un constante flujo de gente pasando y saliendo por sus puertas. El puerto siempre fue uno de los lugares más transitados, antes dado que de aquí se importaba a otros países. Ahora es, en mayor parte, un punto de paso entre los otros puntos importantes del Globo ya que a unos pocos kilómetros está la única estación de tren que conecta los sitios primordiales de lo que resta de nuestro país: El Timón, La Escarlata, El paso de Cynder y, hacia donde nos dirigimos, Raigón.

     Mi antiguo hogar.

     —Me encargaré de conseguir un lugar para dormir esta noche —afirma Clay observando las diferentes construcciones deterioradas—. Pueden intentar conseguir algo de dinero en algún bar, ya saben que por aquí se hacen muchas apuestas. No nos vendría mal algo más de efectivo para el viaje.

     —Te acompaño —dice Myko—. Hay más posibilidades de que te den un lugar si te presentas con un rostro bonito como el mío. —Clay rueda los ojos y el rubio se gira hacia su hermana, quien le tiende su pañuelo amarillo—. ¿Vienes? —le pregunta doblándolo y volviéndolo a guardar en el bolsillo de su chaleco.

     —En realidad, me gustaría hablar con Letha —interrumpo.

     Myko mira a su melliza esperando por una respuesta. Cuando esta asiente y asegura que todo está bien él asiente de vuelta y le da un apretón a su mano antes de marchar con Clay.

     —¿Puedes ocuparte de Romeo por un minuto? —inquiero a Nisha, quien arquea una ceja en respuesta. Karsten imita el gesto por ser apodado de esa forma.

     —No será un placer, pero puedo hacerlo por ti —asegura echándose una de las trenzas sobre el hombro antes de tomar al muchacho por el cuello de la camiseta y arrastrarlo a quién sabe dónde—. Camina o vuela de una patada en el trasero, chico —le dice.

      Una ráfaga de brisa vuela mi coleta y la estrella contra mi mejilla. No la aparto porque estoy demasiado ocupada quitándome la chaqueta y envolviendo sus hombros con ella. Letha aprieta los labios en silencio e inhala despacio. Sus rizos siempre parecieron oro al sol, pero ahora que hay un cielo enlutado sobre nosotras y ha comenzado a lloviznar otra vez su pelo parece de un color apagado y sucio.

     —Has estado tiritando desde que salimos de la alcantarilla —observo—. Conserva la chaqueta —pido, y ella sujeta la prenda con fuerza a su alrededor.

     —¿Esta es tu formar de pedir disculpas? —murmura con suavidad, ladeando la cabeza para mirarme en detalle.

     Niego con la cabeza.

     —No voy a disculparme por matar a otra de las personas que quería lastimarnos, lastimarte —aclaro—. Sabes como soy, Letha. Me conoces, y lo único que lamento es que hayas tenido que presenciarlo —explico.

     En sus ojos verdes y vidriosos hay una frustración axiomática.

    —Lo sé. —Asiente con un suspiro tembloroso—. Yo... sé que tú y la mayoría no piensan como yo. Creo que aún no me acostumbro a que sea habitual que las personas pierdan la vida. —Se encoge de hombros y limpia la primera lágrima que se desliza por su mejilla—. Debería. He visto morir a decenas en manos de todos ustedes, pero creo que reaccioné aún peor de lo usual porque...

     —Enora —reconozco, apartando la mirada por un segundo hacia los devastados y mohosos edificios que aún siguen en pie.

    —Enora —repite, y el dolor decora cada sílaba del nombre—. Ella es la única que piensa que la matanza no es la solución, que no deberíamos adaptarnos a este mundo, sino pelear contra él. Ustedes siempre discutían por eso. —Una sonrisa afligida le curva los labios con gracia—. Peleaban tan fuerte que a Nisha le daban jaquecas y Myko obstruía sus orejas con pasas para no oírlas porque no teníamos tapones.

     Un ardor me quema la boca del estómago mientras la miro. No quiero ceder a las emociones que nacen a raíz de lo que le pasó a mi hermana, porque sé que me consumirán y no podré controlarme. Echaré todo a perder, porque cuando el corazón está en llamas no se preocupa sobre reducir a cenizas lo que resta del cuerpo.

     No quiero poner en peligro a nadie, y eso es precisamente lo que ocurrirá si hago lo que en verdad anhelo hacer para llegar a Enora.

     —Estoy asustada, Mer —confiesa despacio, y veo a una niña que está luchando para no ceder ante el pánico con la fuerza de mil huracanes—. Reaccioné peor de lo que suelo hacerlo porque... asumí que también tenía que reaccionar por Enora ya que ella no estaba allí. Ya no hay nadie que me siga la corriente en esto de que todavía hay esperanza para todos nosotros, y cuando eres la única que piensa distinto al resto empiezas a preguntarte si no estás equivocada después de todo. Y ahora siento que todo se está... —inhala agitada.

    —Letha... —digo por lo bajo acercándome y envolviéndola en un abrazo. Ella cede de inmediato, me abraza con fuerza, temblando, intentando no dejar que el gesto potencie aquellas ganas de llorar—. No puedes dejar que las adversidades te controlen. Debes mantener tu corazón, mente y pies firmes. —Cierro los ojos por un segundo. Su inseguridad y terror es aglutinante, así que debo luchar para mantenerlo lejos a pesar de que la tengo a ella tan cerca—. Hazlo por ti misma, para mantenerte fiel a tus convicciones, pero también por Enora. Ella jamás querría verte ceder ante mi forma de pensar. Te declararía su enemiga de inmediato.

     Ella se ríe algo apenada y divertida contra mi hombro, sabiendo cuánta verdad hay en esa oración. Enora nunca me daba —da— la razón en nada, por nada del mundo.

     Miro a Letha y recojo un rizo, acomodándolo detrás de su oreja. La llovizna cobra fuerza y mis brazos desnudos se ponen como piel de gallina.

    No sé si será solo por el clima.

    —Vamos, debemos asegurarnos de que Clay no vendió a tu hermano como objeto sexual a cambio de albergue —animo.

• • •

     Clay nos ha conseguido una habitación sobre un viejo bar a unas cuadras del océano a cambio de la mitad del dinero que teníamos encima. El cuarto tiene un tamaño aceptable para tres personas, pero no para seis. Los dueños del lugar, sin embargo, no cobraron de más porque seamos el doble de lo estipulado, lo cual es muy extraño.

      Hoy en día, como creo que pasa desde hace tiempo, si las personas pueden sacar ventaja lo hacen.

    Nos conformamos con esta recámara de papel tapiz rasgado y alfombra raída y polvorienta. Las ventanas que dan a la alameda de Saint Rocke están sucias y las cortinas no son más que tiras de tela vieja que mañana no harán nada para evitar que se filtre la luz. Hay una cucheta, un sofá y una cama de una plaza. Vamos a tener que amontonarnos y, sabiendo esto de antemano, Nisha ya se está trepando a la cama más alta y proclamándola suya tirándose de panza sobre ella. Los mellizos permanecen sentados en la de abajo, con todo lo que traía la mochila de Letha desparramado sobre la cama. Estamos hambrientos y ella ya ha empezado a racionar y a hacer inventario de todo.

    —¿Dónde está el zorro? —pregunta Clay a la vez que la rubia le lanza una lata de maíz y él la atrapa con una mano.

    —¿Vas a decirle zorro solo porque es pelirrojo? —indago—. ¿O hay un insulto oculto ahí?

    —Tú me conoces, Mercy —responde.

    Conclusión: hay insulto ahí.

    —Lo mandé al baño, huele como la mierda —dice Nisha mientras Myko extiende el brazo hacia arriba para alcanzarle una lata de tomates disecados. Ella la toma y comienza a buscar el cuchillo pequeño, que usualmente lo usa como abre latas, en su cinturón—. No creo que el agua salga limpia, pero por lo menos así lo mantenemos apartado mientras cenamos y no vomito sobre el inquilino de abajo —se refiere a Myko, quien hace un gesto de asco tal niño pequeño que le saca una risita a Letha.

     —No se coman todo, solo la mitad. La mitad que queda de la lata de Clay va para Karsten y la de Nisha para Mercy —recuerda la rubia.

    —¿Tenemos que alimentarlo? —Clay parece incrédulo.

    —Es como una mascota, claro que tenemos que alimentarlo —respondo antes de tomar mi mochila y dirigirme hacia la puerta del cuarto de baño—. Además, lo necesitamos para entrar a donde sea que tienen a Enora.

     —Si tuvieras olfato me preocuparía porque entres a ese baño, pero como no lo tienes me concentraré en abrir esto. —Nisha rueda para estar boca arriba y ver si el cuchillo de su cinturón está al frente—. ¿Qué tal está el maíz? ¿Hay esperanza para estos tomates? —le pregunta al moreno.

    —Sabe horrible —dice él con la boca llena.

    —¡Clayton! —reprocha Letha.

    Sepa asqueroso o no, se come igual, pero ella cree que deberíamos estar agradecidos de irnos a dormir con algo en el estómago y le parece de mal gusto criticar lo poco que tenemos.

    Me deslizo dentro del baño sin tocar y, cuando cierro la puerta y me giro, no puedo evitar reprimir una sonrisa ante la imagen.

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