Capítulo XLVI

Karsten

       —¿Estás preparada? —pregunto a Mercy, pasando a Nisha y los mellizos para alcanzarla.

       Ella ha estado liderando la caminata desde que nos bajamos en la estación. No ha mediado palabra, no ha dicho más que uno u otro monosílabo a preguntas directas de la chica de los puños de acero.

       —¿Para mover una pila de recuerdos que ya había estado acumulando telarañas en algún rincón olvidado de mi mente? —replica. Sospecho que está arqueando una ceja que no puedo ver gracias a la oscuridad y a su gorra—. Definitivamente no.

        Volver a tu hogar luego de tanto tiempo debe ser abrumador, sobre todo cuando lo abandonaste, en primer lugar, porque no creías tener opción, y aún más cuando era realmente un buen hogar, donde había gente que te quería y no te faltaba nada.
   
         Yo, de volver a mi casa, no sentiría más que el punzante dolor de recuerdos horribles. Para mí, mi hogar es donde sea que mi madre esté, y en caso de estar por encontrarme cara a cara con ella sentiría el corazón sobrecargado de sentimientos.
Sin embargo, Mercy permanece serena. Su apariencia puede ser imperturbable, pero podría apostar todo lo que nunca tuve y deseé a que hay un batalla librándose en sus ojos.

       —¿Un consejo? —ofrezco, mirando su perfil solo iluminado por la luna.

        Estamos en una zona residencial que evidentemente ha sido saqueada y usurpada, y luego aparentemente abandonada. No encendimos las linternas para pasar desapercibidos en caso de que haya inquilinos ilegales o grupos callejeros cerca, vigilando, dispuestos a venir a quitarnos lo que en primer lugar nosotros robamos.

        —¿Por qué querría el consejo de un zorro? —indaga.

         Sonrío a pesar de que no me está mirando.

          —Son animales inteligentes —objeto. Pateo una piedra por unos pocos metros antes de cargar mis pulmones con el aire fresco del anochecer. También con coraje—. Aprovecha que estás en casa y toma alguna foto de tu familia para conservarla contigo a partir de ahora.

         Ella ladea la cabeza y no me cuesta imaginar la intriga rutilando en su mirada.

          —¿Cómo sabes que no tengo una foto de mi familia en mi mochila o en el bolsillo de mi chaqueta? —Me pone a prueba.

           —Porque probablemente no tuviste tiempo de recoger ninguna cuando huiste tan apresuradamente. Tampoco creo que siquiera hayas pensado en eso, no dado que crees tener buena memoria. —Me encojo de hombros—. A pesar de eso, por más buena que sea, eventualmente los rostros se empezarán a difuminar. Una fotografía ayudaría a que no pasase. A mí me gustaría tener una, no lo sé...

        No teníamos de esas porque no podíamos pagarlas. Mercy desacelera el paso y puedo sentir que me escudriña en silencio.

       Va necesitar la foto cuando la entregue. Cuando mire a su familia tendrá motivos para no romperse ante lo que sea que Henning la haga enfrentarse. Será su motivación y también esperanza. Tal vez inspire su necesidad de justicia o alimente su impotencia y pueda salir de allí.

          Tener que traicionarla no quiere decir que no deseé con todas mis fuerzas que no sufra.

         —Yo nunca te conté que huí de casa, Karsten... —Me giro ante la cautela en su voz, conteniendo el aliento acerca de lo tonto que fui por revelar cosas que Henning me contó, pero entonces noto que sonríe. O medio que lo hace, a su manera—. Veo que Myko no ha podido mantener la boca cerrada —añade, haciendo una suposición y rescatándome de mi desliz.

      —¿Yo qué? —Escuchar al muchacho entrometerse me mantiene tenso, pero Mercy frena en seco, ignorándolo.

      Todos olvidan la conversación para pasar a enfocarse en la impresionante casa de tres pisos que se alza, a diferencia de las que la rodean, casi inmaculada.

       Al estar oscuro no vemos la decoloración de las paredes, pero no parece que le falte ningún ladrillo. Luce sana, como si alguien la hubiera estado cuidando. Se nota que han tomado medidas preventivas para que se mantuviera en buen estado a pesar de todo: las ventanas no se ven y la puerta tampoco dado que persianas metálicas refuerzan cada posible entradera. Supongo que ser el líder de los Rebeldes implica mayor seguridad.

       —¿Vivías aquí? —Myko silba deslumbrado.

       —¿Y cómo se supone que subiremos esas persianas eléctricas si posiblemente medio Globo quiso usurpar esta casa y no lo logró? —replica Nisha, cruzándose de brazos mientras juntos seguimos el sendero hacia la entrada.

      —Medio Globo no vivió aquí, a diferencia de mí —responde la chica de la gorra, subiendo los escalones de la entrada y observando los números de la casa que descansan en la columna del pórtico.

      324. Ella hace pie en una maceta y gira el tres hacia la izquierda y el cuatro a la derecha. De forma automática un sonido mecánico llega a nuestros oídos mientras vemos que las persianas reforzadas comienzan a subir.

      —Dios, debe ser preciosa por dentro... —susurra Letha, teniendo toda la razón.

      Mercy no vacila respecto a entrar. Atraviesa la puerta como si solo se hubiera ido por cinco minutos, no por años, pero noto que inhala despacio, llenándose del aroma de su hogar una vez que la seguimos dentro y Nisha cierra la puerta al final.

        El recibidor es una espacio circular que, en la sencillez de una mesa de madera, un florero y una gran araña de cristal, deja expuesto el lujo con el que vivía. Ella enciende las luces y escuchamos las persianas reforzadas bajar otra vez.
Me siento sucio y extraño aquí. Presiento que todos lo hacemos, pero aun así la seguimos a un comedor tan gigante como oneroso: cristal, maderas importadas, cueros, pieles animales, bronce y plata. Hay de todo en los ornamentos y la mueblería.

       La chica de la gorra se detiene junto a un estante cercano y toma entre sus manos un cuadro. Lo mira y todos dejamos de deslumbrarnos con los alrededores para contemplarla en silencio, tensos.

      Siento que, de estar en su capacidad para hacerlo, mi corazón se rompería en un millón de pedazos al ser testigo de la manera en que le empiezan a temblar los hombros y ahoga cualquier grito o sollozo en un mutismo inquietante y devastador.

      No sé qué está viendo, pero debe ser la gota que colma el vaso. ¿Será su madre o padre? ¿Enora? ¿Todos ellos? Toda su fortaleza se viene abajo.

     Myko y Nisha se sostienen la mirada, diciéndose algo en silencio, y Letha deja caer su mochila, siendo la primera en dar un paso al frente entre preocupada y dolida por la escena.

     —Mer... —la llama con suavidad, tocando su brazo para reconfortarla.

      Mercy se gira y la abraza con fuerza, se aferra de la misma forma en que yo me aferraba a mi mamá cuando oía la puerta de casa abrirse anunciando la llegada de papá.

       Trago en silencio. Esto se siente cada vez peor, y por un momento quiero que descubran qué estoy por hacer. Quiero que me detengan porque no puedo frenarme solo, porque tengo miedo y soy un cobarde.

        —Ya estás en casa  —consuela Letha, acariciándole la espalda—. Y pronto también lo estará Enora, ¿sí?

      —Algún día te alejaré de él, mamá. Pronto estarás bien. No dejaré que vuelva a ponerte las manos encima, ¿sí? —susurro limpiándole las lágrimas, pero son tantas que nunca termino de hacerlo. Siempre están manchando sus mejillas.

          Eso me recuerda a la conversación con el anciano de mi barrio. Su advertencia resuena en mi cabeza de la misma forma en que lo hacen los ahogados sollozos de Mercy en esta casa tan grande y vacía.

       —¿Y qué me costará? —Me las arreglo para contestar. Mi voz suena ronca y toso. Creo que escupo algo de sangre y él me limpia los labios partidos.

     —No qué, sino quién.

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