Capítulo XLI

Mercy

      —Quédate donde pueda salvarte el trasero —advierto a Karsten.

      Su plan es sólido y el único que tenemos, pero no estoy de acuerdo con la idea de él metido en combate. Dejó bastante claro que no tiene intención de lastimar a nadie, ni siquiera cuando le están dando una paliza o lo tienen arrinconado entre su último suspiro y la muerte.

      Nos retrasa, porque al final hay que salvarlo, pero teniendo en cuenta que nos salvó a todos matando accidentalmente a Edipo, se lo debemos. El problema es que me está empezando a preocupar la cantidad de golpes que recibe. Es nuestro boleto para llegar a Enora y sacarla de donde sea que Henning la tiene, así que no puedo permitir que le ocurra nada.

     —¿Ustedes son novios o algo así? —inquiere Escaballán mientras avanzamos por el vagón, apartando con su bota el brazo inerte de alguien, con disgusto.

      Ya hemos pasado tres con nada más que tripas en el suelo y ojos vacíos de gente inocente que se encontraba en el lugar y  momento equivocado.

      —¿Por qué no te metes en tus asuntos? —espeto cuando veo que Karsten abre la boca para responder—. Y no, no lo somos, ¿me veo como alguien que tiene tiempo o interés en trivialidades amorosas? —continúo—. Pensé que me conocías mejor, Pablo.

      —Tú necesitas desestresarte un poco, cariño —aconseja apuntando con su pistola a la puerta que conecta con el siguiente tramo del tren—. El pelirrojo podría ayudarte. No sería la primera vez que usas a alguien como mero objeto de placer.

      —¿Ustedes dos...? —empieza el chico a nuestras espaldas, y lo oído tragar incómodo.

      No contesto.

      Una sonrisa se desliza en el rostro de Escaballán cuando me mira de reojo, y luego pasa a echarle una mirada sobre su hombre y guiñárselo a él.

      Dos pisadas se oyen desde arriba y nos tensamos. Karsten dijo que debíamos dividirnos: un grupo por dentro y otro por fuera del tren, para tener más ojos, oídos y el factor sorpresa. El techo destartalado se abolla un poco cuando Nisha pisa sobre nuestras cabezas, enviándonos una señal. Tiene a Myko y a los hombres de Pablo chequeando los vagones siguientes por sonidos y preparándolos para ser usados de refuerzo cuando entremos en ellos.

     —Lo dije en serio —susurro con una mano en la puerta, girándome para fijar mis ojos en los del pelirrojo—. Quédate cerca.

      Estas, al ser donde viajaban los pasajes legítimos, no son como las otras viejas puertas de cristal. Son más seguras, de metal y con solo una ventanilla que nos permite espiar y anticiparnos a quién podría ser nuestro próximo contrincante.

      Un grupo está revisando si hay supervivientes. Veo a una mujer rubia retorcerse en el piso por ayuda, pero deja de hacerlo cuando un sujeto deja caer una barra de metal sobre su cabeza con la fuerza suficiente como para aplastar el cráneo, cruda y rápidamente. Sin piedad.
Sudor me recorre la espalda y me agacho para ver a Pablo y a Karsten imitarme en un acto reflejo.

     —Son cuatro, ¿están listos? —Arqueo una ceja.

     Aprieto el arma entre mis dedos. Sé que todo mi odio y miedo van a ser canalizados en la lucha cuerpo a cuerpo y que me olvidaré del dolor cuando la adrenalina continúe circulando en mi sistema, pero hasta que ocurra trato que ninguno de los dos note cuánto estoy temblando: cansancio, impotencia por los obstáculos, tristeza por las pérdidas y cólera. Todo se está revolviendo en mis entrañas, creando un cóctel mortal.

      —A tus órdenes, primor. —Asiente Pablo antes de que tire de la compuerta de golpe y él se lance a correr hacia ellos.

      Los disparos salen en todas direcciones, tanto de su parte como de la nuestra. Escaballán le da al primer hombre en la pierna, haciéndolo caer sobre una de sus rodillas para luego propinarle una patada en el pecho y derribarlo. Karsten y yo nos lanzamos tras los últimos asientos, usándolos de escudo mientras le cubro la espalda al latino. Las balas llueven para cuando el hombre de cabello azulado alcanza a una mujer y se consumen en un forcejeo, tratando de dispararse mutuamente y haciendo lo posible para no terminar con una perforación en el cuerpo.

      No puedo apuntar a la extraña porque están en constante movimiento a causa de la pelea y podría darle a él, así que salgo de la protección de los asientos para enfrentar a los que están corriendo al auxilio de la opositora.

     Piso un asiento y me impulso para alcanzar el respaldar de otro a modo de trampolín, buscando tirarme directo sobre un chico que quiere sumarse a la pelea en contra de Pablo. El impacto es duro pero no me tomo ni un segundo para siquiera respirar. Clavando mis rodillas a cada lado de sus caderas en el piso, lo golpeo en el rostro con la culata del arma, pero antes de que pueda repetir la acción siento a alguien envolver su mano alrededor de mi cola de caballo y tirar con fuerza.

      Caigo bruscamente sobre mi espalda y el destello filoso de un cuchillo se acerca a toda velocidad. Ruedo a un lado y disparo, dándole al hombre que se cierne sobre mí en el hombro y haciéndolo tambalear. Me impulso hacia arriba y estrello mi puño contra su estómago. Se desploma sin aliento contra uno de los asientos y vuelvo a girarme para encontrar al más joven de pie, apuntándome con la pistola que dejé caer y con la suya propia.

      Antes de que pueda hacer algo para defenderme o recibir una doble herida Myko entra por la ventanilla rota como un misil, agarrado del techo y columpiándose para entrar al vagón. Sus botas hacen contacto con el rostro del chico y este cae. Su arma se le zafa de las manos junto a la mía, y trata de arrastrarse para alcanzarlas, pero Nisha aparece en escena haciendo el mismo truco que el mellizo. Pisa el arma y una pequeña sonrisa llena de malicia le curva los labios.

      —¿Buscabas algo? —le pregunta con sorna antes de dejarlo inconsciente de un duro puntapié.

    —¿Me enseñas frases así de cool para acabar con los rivales? —pide Myko, desenfundando de su espalda una katana robada de la Cueva de Cerbero, preparándose para el siguiente ataque.

      —No se puede enseñar a alguien a ser original —replico yendo por mi arma—. Naces con eso o no lo tienes.

     La sonrisa de Nisha se ensancha y le guiño un ojo antes de que los tres nos volvamos a enfrascar en la pelea. La mujer con la que forcejeaba Pablo logra hacerlo tropezar tras un puñetazo. El hombre cae en el pasillo y ella avanza, caminando sobre él como si no fuese más que un tapete y levantando su arma directo hacia Karsten, que la mira aún resguardado tras el asiento. Ella dispara dándole a la ventanilla rota junto a él y reventando los pocos fragmentos de vidrio que aún quedaban de ella. Levanto mi arma y le apunto en cuanto veo que está por alcanzarlo.

      —Maldición —escupo cuando tiro del gatillo pero no hay estruendo.

     Busco a mis pies la del chico que me atacó, pero no hay tiempo y no está a la vista. Lanzo el arma a un lado, totalmente frustrada, y corro hacia ella, quien ya ha tomado a Karsten del cuello de la camiseta. Lo estampa contra la puerta y apoya su pistola en la frente del chico.
Siento el vacío y la desesperación mientras me muevo, pero antes de que pueda alejarla de él alguien habla.

      —Déjalo ir, Olivia.

      La mujer se gira, bajando la pistola ante la orden, pero por seguridad y aún con la necesidad de apartarla le lanzo un puñetazo a la nariz.

     Me cuesta respirar mientras miro a Karsten, cuyo pecho sube y baja de forma irregular. Sus ojos están llenos de pánico mientras mira sobre mi hombro a la nueva persona en el vagón.

     Cierro los ojos.

     No quiero hacer esto, por favor.

      —Uxia —reconozco, dándome la vuelta—. Puedo explicarme...

      Se desvanecen las palabras en mi boca cuando veo el cuchillo sostenido contra la garganta de Nisha. Noto la impotencia de Myko, quien se mantiene un paso atrás por miedo a que le atraviese la yugular si lo detecta como una amenaza.

     —Y lo harás —sentencia ella.

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