Capítulo XL
Karsten
—¡¿Qué rayos es esto, Pablo?! —Nisha va contra él, pero antes de que pueda llegar a cuestionárselo cara a cara Myko alarga el brazo, reteniéndola, mientras que los hombres y mujeres alrededor de Escaballán ya están desenfundando sus armas otra vez.
—Es un ataque externo, yo no tengo que ver una mierda con el hecho de que intenten adueñarse de mi tren —replica él, levantando una mano hacia su grupo para que se relaje—. Y será mejor que no vuelvas a hablarme así —aconseja.
—¿Se supone que eso es una amenaza? —La chica de las trenzas quiere abalanzarse sobre él, pero Myko la agarra de ambos brazos y tira de ella hacia atrás.
—Suficiente —se mete Mercy. Puedo decir por la forma en que aprieta la mandíbula que está tan enojada como adolorida—. Alguien que hace pelear hasta la muerte a la gente por un estúpido pasaje no es digno de fiar —señala a Pablo, pero luego se vuelve para mirar a su amiga—, pero estoy segura que este tipo no pondría en peligro su negocio de transporte. No es capaz de sabotearse a sí mismo. —Su mirada es intensa y Nisha parece calmarse lo suficiente como para zafarse del agarre del mellizo e ir a la esquina más alejada del vagón—. Ahora que ya hemos tenido la plática emocional quiero saber quién crees que está tratando de adueñarse del tren —le dice al hombre.
Él se pasa ambas manos por el cabello negro y azulado, pegoteándose la sangre que tiene en las manos al cuero cabelludo.
Miro a mi alrededor. Todo es un desastre sangriento y cubierto de vidrio. Cuando corrimos a través de los vagones para encontrarlo nos topamos con su gente forcejeando con otros. Mercy nos impidió que nos detuviéramos a ayudar. Cuando llegamos aquí los hombres de Escaballán estaban apilando los cuerpos en una esquina. Estamos en el mismo vagón vacío en el que terminé con Edipo. Ahora los gritos de ella y los de las personas que dejamos atrás para resguardarnos conforman un coro en mis oídos.
—Ha habido grupos callejeros que intentaron usurpar el tren, pero ninguno había logrado detenerlo hasta ahora —informa el líder.
—Probablemente mataron al maquinista —asume la chica de la gorra—, y apuesto a que en este momento están yendo vagón tras vagón masacrando a quien queda. Eventualmente llegarán a nosotros.
—¿Y por qué seguimos aquí? —pregunta Letha abrazándose a sí misma—. El tren no está en movimiento, deberías irnos, correr mientras...
—El capitán no abandona su barco, se hunde con él de ser necesario, corazón —interrumpe Pablo, dejando clara cuál es su posición.
—Estamos en medio de la nada y ya está amaneciendo —observa Myko acercándose a una de las ventanillas, con el ceño fruncido—. Nos dispararán en cuanto nos vean correr a campo abierto.
—Tal vez no, tal vez... —insiste la chica, pero una de las mujeres bajo el mando de Escaballán la interrumpe.
—Esto es El Globo, niña. Aquí no dejan testigos. Menos es más: más agua dulce para ellos, más comida, más oxígeno.
Sus palabras son crudas pero por demás de reales. Dicen que las bestias a las que deberías temerle son a las que no tienen nada que ver con un aspecto monstruoso; hay que temer a las que parecen humanas pero no lo son. En esta realidad hay muchas bestias, tantas que es difícil encontrar a alguien que en parte no lo sea.
Trago en silencio y el sabor metálico de la sangre de mis labios me hace sentir náuseas.
—Ustedes quieren su tren de vuelta y nosotros llegar a Raigón, así que tendremos que colaborar —acuerda Mercy, mirando a Pablo a los ojos.
—Entonces, hay que recuperar el control, ¿alguna sugerencia de cómo diablos haremos eso? —pregunta el hombre.
El silencio cae. No saben cuántos son, cuántas armas tienen y qué ases tienen bajo la manga. No saben qué hacer. Tienen la voluntad para pelear por ello sin saber cómo.
Pero tengo un idea.
—Yo tengo una. —Me aclaro la garganta.
Todos los ojos se posan en mí.
—Será mejor que la escupas, zorro —apresura Nisha desde el fondo, cruzándose de brazos.
—De acuerdo... Antes que nada, ¿alguien sabe cómo se manejar un tren?
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