Capítulo XIV

 
Mercy

      —¡Letha, deprisa! —ordeno sin dejar de tirar de su brazo.

      Estamos internadas en el corazón de la Plaza del Arcángel, en un laberinto de personas y tiendas. Nisha nos abre paso empujando a los que se cruzan en nuestro camino, pero de todas formas la aglomeración nos hace susceptibles a ser alcanzadas.

     Necesitamos llegar a la calle.

     —¡Abran paso, mierda! —gruñe Nisha chocando contra un hombre cuya bolsa de fruta termina en el piso.

       Las naranjas ruedan y otros aprovechan para robarlas y salir corriendo como ratones al tomar el queso de la trampera, asustados de ser atrapados bajo el metal. El hombre grita furioso, pero ya estamos dejándolo atrás y el «¡Lo siento!» de Letha no llega a sus oídos.

       Los músculos de mis piernas queman mientras avanzamos. Las tiendas y los rostros pasan rápido ante mis ojos y líneas de colores se forman en mi visión antes de que eche una mirada hacia atrás. Un hombre y un muchacho están apartando a los clientes y comerciantes a empujones, casi pisándonos los talones.

     —Diablos... —susurro agitada—. ¡Nisha, falta uno! —alzo la voz mientras obligo a Letha a agacharse para pasar bajo la mesa de comercio un pescador para acortar el recorrido—. ¡Nisha! —vuelvo a gritar, pero mi voz se pierde entre la distancia que nos separa—. ¡Eran tres, falta u...!

      La derriban. El hombre que faltaba llega corriendo entre las tiendas de enlatados y barre sus piernas. Ruedan por el piso y la gente chilla y corre lejos cuando comienzan a forcejear.

     Letha, aún agachada, ahogada un jadeo llevándose una mano a los labios.

     —¡Arriba, vamos! —Tiro de su brazo y evalúo los alrededores antes de tomarla por los hombros y obligarla a mirarme—. Corre por el sendero oeste y no pares hasta llegar a la calle. Escóndete en los callejones de los alrededores, ayudaré a Nisha e iremos por ti.

     En sus ojos verdes brilla el pánico, pero se obliga a asentir y sale corriendo. Su mochila rebota en su espalda y sus rizos rubios imitan la acción mientras esquiva a la gente y pronto es tragada por la multitud.

     Nisha puede lidiar con uno de ellos, pero necesito desviar a los otros dos antes de que alguno alcance a Letha. El hombre llega primero y desvaina un cuchillo de su cinturón. Tanteo en la mesa del pescador y mi mano se cubre con la mucosidades de los peces muertos, tripas revueltas y sangre hasta que encuentro una de las cuchillas con las que los descaman.

     El hombre se abalanza y la mesa lo retiene de tirarme sobre mi trasero, pero no hace nada por el hecho de que estira su brazo y debo retroceder para evitar que el filo del cuchillo se entierre entre mis costillas. Aprovecha que retrocedo y salta sobre la superficie de madera para que ya no haya nada que nos separe, y luego al piso a solo medio metro de mí. Los filos de su arma y la mía emiten un sonido agudo cuando chocan entre sí. Levanto mi bota y la estrello contra su pecho, haciéndolo dejar ir el cuchillo y jadear por aire cuando su espalda baja golpea con fuerza la mesa y hace caer la mercadería.

     Veo al muchacho más joven acercarse a toda velocidad y me abalanzo sobre el hombre. Mi peso hace que su espalda se arquee y quede completamente pegada a la sangre seca de los peces que chorrea entre las rajaduras de la madera. Me le subo encima y con mis rodillas a cada lado de sus caderas comenzamos a forcejar. Logro acercar mi cuchilla lo suficiente a su yugular pero él me detiene, sus brazos le tiemblan por el esfuerzo y podría haberlo vencido si no hubiera tenido refuerzos.

     El más joven se acerca y salto sobre mis pies, retrocediendo antes de que pueda alcanzarme y dejando como separación la mesa entre nosotros. El hombre vuelve a incorporarse creyendo que me he espantado por la superación en número, pero no me toma más que un segundo volver contra él y con un simple movimiento dejar que el filo del utensilio del pescador cruce su cuello de derecha a izquierda.

     La gente enloquece y grita cuando él cae de rodillas. Sus ojos se hacen más grandes y son despojados de sentimiento alguno. Cae boca abajo sobre el sendero empedrado y la apestosa mercadería desparramada a mis pies.

     El corazón late tan rápido en mi pecho que creo que podría salir corriendo y llegar al callejón antes que Letha. Levanto la mirada y me encuentro con la mirada estupefacta del más joven, que pronto se ve reemplazada por una expresión colérica. Grita y salta la mesa, su puño vuela a mi mejilla pero soy más rápida y llego a levantar la cuchilla y hacerle un corte en el antebrazo. No siento el impacto porque se lleva automáticamente el brazo al pecho, maldiciendo. Arrojo mi arma prestada a un lado y lo tomo por los hombros antes de levantar mi rodilla y estrellarla en su entrepierna. Se dobla y cae. No pierdo tiempo y me giro dirigiéndome a ayudar a Nisha, pero ella parece tenerlo todo controlado.

     El tercer enviado está sobre su estómago y ella se cierne sobre su espalda con su brazo envuelto alrededor de su cuello. Lo hace dormir en cuestión de segundos. El pie derecho del hombre se sacude antes de que sea inducido en un sueño, o, mejor dicho, en una pesadilla.

      Los transeúntes forman un círculo alrededor de la escena cuando Nisha se incorpora y comienza a caminar hacia mí con los puños de acero bañados en sangre. Noto que tiene la camiseta de cuello redondo rota, por lo que ahora parece que lleva un escote mal hecho que deja ver parte de su sostén. Le sangre la frente pero sé que no debo decir nada al respecto.

      «Si no es una herida de muerte no hables ni le des importancia cuando hay cosas más importantes por hacer», me dijo la primera vez que peleamos y terminó partiéndose el labio inferior. Ahora lo importante es ir por Letha y largarnos de aquí. Henning sabe dónde vivimos e irá por nosotros en cualquier momento, o tal vez ya lo ha hecho.

     Diablos.

     —Espero que los chicos estén bien —murmuro mientras nos apresuramos a atravesar la Plaza.

     —Clay sabe lo que hace y no dejará que se lleven a nuestro pase para llegar a Enora —dice refiriéndose a Karsten—. Y respecto a Myko... —comienza, pero la interrumpo sabiendo lo que va a decir.

      —No, no dejaremos que se lo lleven, Nisha. —Me limpio la sangre de las palmas en los laterales de mi pantalones, todavía agitada mientras le reprocho.

      —Podríamos entregárselo, es un dolor de culo. Sería temporal, de todas formas lo devolverían cuando se dieran cuenta de que no tiene interruptor de apagado —dice pasándose una mano por la frente sudada y desparramando la sangre y la mugre por su rostro.

     Cuando encontramos a Letha, quien nos toma por las mejillas preocupada y pregunta si nos lastimaron, no le digo que fui yo la que lastimó a alguien más de forma irreversible.

     Ella y Enora tienen otra cosa en común que yo dejé de tener hace tiempo con mi hermana: no me importa terminar con la vida de alguien cuando es necesario. Es un alivio hacerlo, por más inhumano y horrible que suene.

     Es la única forma de asegurarse que no regresarán por ti y por las personas que te importan... otra vez.

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