Capítulo VIII

Mercy

     —¿De verdad la harás masticar césped para la cena? Es tu hermana, no una vaca. ¿Qué sigue? ¿Le pondrás un cencerro? —dice Myko examinando el frasco de hierbas medicinales que acabamos de canjear en el mercado—. No puedo creer que canjeamos nuestra última botella de alcohol por esto. No puedo inhibir mis sentidos con esta cosa verde —dice agitándolo.

     El sol se está poniendo en El Globo y, como es usual, siendo domingo fuimos a la Plaza del Arcángel por suministros. Solemos ir todos, pero Enora apenas puede salir de la cama, tiene fiebre y sospecho que es el mismo virus que jugó con Nisha hace un par de meses.

     —Con gusto te inhibiré el cerebro de un golpe —ofrece la chica de las trenzas, bondadosa como siempre.

     —Dos golpes. —Levanta la mano Clay, sumándose.

     —Tres. —Me uno reprimiendo una sonrisa mientras doblamos la esquina.

     —Cuenten conmigo, cuatro —añade Letha.

      —Tú no puedes sumarte a la campaña anti-Myko, eres mi hermana —se queja el rubio.

     —Con más razón puede sumarse. —Se carcajea Nisha—. Compartió nueve meses contigo dentro de una barriga. No sé cómo no te mató ahí adentro.

     —Para ser honesta, lo pensé. —Letha le lanza una sonrisa y él deja caer su brazo alrededor de sus hombros antes de depositar un beso en su cabello.

     —Me adoras.

     —Lo hago —le responde—. Tanto que...

     El silencio pesa a nuestro alrededor.Clay, que camina más adelante que nosotros, frena en seco. Todos lo imitamos.

     La puerta de la casa que apropiamos ha sido derribada.

     El moreno es el primero en reaccionar.Se adentra corriendo y quiero seguirlo, pero de pronto parece que mis botas están arraigadas al piso, como las raíces de un árbol.

    —No, no, no. —Hay una ira y horror puro emergiendo de Nisha.

     Solo la dejamos sola por una hora. Se suponía que iríamos a conseguir su medicina y regresaríamos para que Myko y Letha hagan su receta misteriosa. No tenemos mucha comida así que mezclan todo, y mejor no preguntar qué estás comiendo a veces.

     No sé cómo lo logro, pero me muevo. Una vez que doy un paso ya no puedo detenerme, comienzo a correr hasta pasar por arriba la puerta e irme sosteniendo de las paredes del corredor mientras avanzo.

     —¿Enora? —pregunto agitada, llegando a la sala. Mis ojos la buscan en cada rincón y me desespero, se me corta el aliento al ver la sangra salpicando el papel tapiz rasgado. Desde el pie de la escalera miro hacia arriba, esperando verla bajar con una esperanza necia—. ¡Enora!

      Corro, subo los escalones más rápido de lo que respiro.

      —¡Enora, por favor!

     Llego al cuarto que compartimos y debo recargarme contra el umbral antes de entrar: su cama no solo está deshecha, sino que el delgado colchón ha terminado en el piso enredado en sábanas que antes no eran rojas. Alguien ha tirado de las cortinas, quebrando la vara que las sostenía y también la silla que había junto al escritorio. Una de las patas fue usada como arma y quedó perdida junto a la mesa de luz dada vuelta. Hay manchas rojizas por todas partes, chorreando como lluvia en el cristal y filtrándose a través de las tablas de madera del suelo hacia el piso de abajo.

     Se oye un ruido familiar en el baño adjunto y me tenso. Saco mi cuchillo del cinturón y entro para ver a Clay sentado sobre la tapa baja del inodoro. Sin querer ha tirado de la cadena pero, intencionalmente, ha dejado de buscar a Enora. Sabe tan bien como yo que ella no está aquí.

     Fija la vista en un punto. Quiero entrar pero me detengo. Las baldosas también están manchadas y el cristal del espejo se esparce sobre el líquido espeso. Siento náuseas y quiero salir de allí, pero me obligo a seguir su mirada para ver lo que contempla.

     Un broche plateado. Tiene la forma de una mariposa y se lo regalé cuando cumplió quince. Era de mamá.

    Retrocedo, pero antes de salir, noto otra cosa. Asomándose bajo la cortina del baño que han arrancado de su lugar, hay una caja de cigarrillos manchada con sangre. Sé que Enora dio pelea a pesar de lo mal que se sentía. Solo basta con mirar los destrozos para saber que luchó.

     Ninguno de nosotros fuma.

    A quien sea que se le haya caído durante el forcejeo le dirijo el pensamiento:

     Te encontraré.

     E iremos juntos al infierno cuando lo haga.

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