Capítulo IX

  Karsten


      Letha se acerca con un vaso de agua, pero antes de que pueda dármelo dos pares de botas descienden las escaleras.

     —Puede aguantarse deshidratado un poco más —dice Mercy ajustándose la gorra.

     El mensaje es claro: no le des ni una maldita gota de agua. Sin embargo, en los ojos de la rubia se desencadena la lucha entre la lealtad a sus amigos o a su forma de ser, la cual parece ser más hospitalaria y empática de lo que he visto en mucho tiempo.

     —Por favor —suplica Letha—. Ni siquiera fui capaz de saturar todas sus heridas. Necesita recomponerse.

     Lo ojos verdes de la chica buscan por ayuda en la habitación, cayendo en Myko. Él suspira con pesadez y le lanza una mirada que, de haber tenido un hermano mayor que me sacase de problemas, hubiera recibido unas cuantas veces.

     —Tenemos un trato con el chico. —Hace un ademán hacia mí—. Además, si lo privas de agua va a morir y, con lo flojo que somos en lo que respecta en la limpieza por aquí, dejaremos el cuerpo y estaremos infestados de roedores y bichos con patas largas dentro de dos días. —Simula un escalofrío—. Y tú sabes que Nisha se pone loca con las cosas que caminan. La última vez le disparó a una cucaracha. Gran desperdicio de municiones.

    No tengo la intención de hacerlo, pero me rio por el comentario y Myko me lanza mirada cómplice.

    —¿Debo recordarte que este tipo intentó secuestrar a Mercy? —La voz de Clay es dura mientras saca algo de su bolsillo.

     Los mellizos observan el paño bañado en cloroformo que anteriormente estaba en mi bolsillo con estupefacción, mientras él les resume para qué estaba destinado.

     —No lo entiendes —protesta Letha—. Él es solo una pieza más en el rompecabezas, estaba siguiendo órdenes. No puedes culparlo por intentar sobrevivir, Clay. Ustedes han hecho cosas mucho peores, y lo sabes.

     Clayton y Letha comienzan a discutir y Myko da un paso al frente en cuanto el moreno le levanta la voz a su hermana. La chica de la gorra y yo guardamos silencio.
Nuestras miradas se encuentran y ninguno vuelve a apartarla. Se cruza de brazos y sus ojos se estrechan, estudiándome con la cabeza ladeada.
     Apoyo mi codo en mi rodilla flexionada y dejo caer la cabeza contra la pared, agotado. Estoy sucio, sudoroso, cubierto parcialmente en sangre seca y con la ropa casi hecha jirones.

     Hay poderío en su postura, en su forma de mirarte y hacerte saber que no te tiene miedo. En realidad, te transmite que tú deberías temerle a ella. Pero yo no me asusto con facilidad. Lo dejé de hacer hace tiempo.

      —Sabías que siempre solemos ir en grupo a todos lados por una cuestión de seguridad, pero suponiendo que nos dividiríamos para buscar a Enora aprovechaste la oportunidad para dirigirme a La Ratonera con la esperanza de encargarte de mí sin tener que lidiar con ninguno de ellos. —Mueve la cabeza y su cola de caballo chasquea el aire. Las voces de todos se desvanecen—. Eras consciente de qué tan lejos podríamos llegar para protegernos entre nosotros y no podrías encargarte de cinco personas tú solo, lo que me lleva a preguntarte por qué te enviaron solo a ti en lugar de a un grupo, como lo hicieron con mi hermana.

     —Será mejor que respondas, amigo —dice Clay, enfatizando el apodo por el cual lo llamé más temprano.

      —Creo que estaría en mejores condiciones para responder el interrogatorio si no tuviera esto. —Levanto el brazo tanto como la esposa que me mantiene abrazando a la tubería me lo permite—. Además, me urge ir al baño.

     —Tu sistema urinario no es mi principal preocupación en este instante —dice avanzando hacia mí mientras aún me evalúa bajo la visera.

      Extiende el brazo hacia el vaso que sostiene Letha y ella duda en entregarlo, pero termina cediendo. Mercy se pone en cuclillas frente a mí y fija sus ojos en los cortes de mi rostro, de los cuales es responsable. No puedo descifrar su mirada, pero sigo intentándolo a pesar de eso.

     —Debería serlo, Mer —acota Myko—. Apestaría como la mierda si se hiciera encima.

      Letha le da un codazo y él se encoge de hombros.

      —De acuerdo... —suspira—. Tendrás la oportunidad de ir al baño, tomar agua y comer algunas de nuestras provisiones. —Me acerca el vaso a los labios pero no me muevo—. Luego, nos contarás tu historia con lujo de detalles y quién rayos está detrás de esto. Te ayudaremos si nos ayudas.

      —De otra forma tu brazo terminará en tu trasero. —Este Clay tiene un bocota demasiado grande.

      —¿Tenemos un trato? —pregunta ella—. Y me refiero a uno que vayas a cumplir —añade recordando que la primera vez que quisimos hacer uno salió todo relativamente mal.

      Levanto la mano libre y enrosco mis dedos alrededor del vaso. Nuestras manos apenas se tocan, pero es suficiente como para hacer que cuadre mis hombros e inhale despacio.

       —Solo si tú lo cumples también.

       Comienzo a beber pero no dejamos de mirarnos. Hay un desafío no dicho entre nosotros, y también una desconfianza masiva.

      —Tienes mi palabra... —Espera a que diga mi nombre.

      —Karsten. —Estoy agitado cuando aparto el vaso vacío y lo dejo para limpiarme la humedad de los labios con el dorso de la mano—. Dime Karsten.

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